Si intentamos tener la vida más cómoda posible, actuamos contra el llamado de Jesús, según el cual debemos “perder nuestras vidas” y negarnos a nosotros mismos. Jesús dice que sólo reconoce como discípulos y seguidores suyos a los que practican este mandamiento (ver Lucas 14:26). Si somos perezosos y flojos, si nuestro anhelo de comodidad y conveniencia nos impide llevar a cabo bien la obra de Jesús, y no peleamos contra este pecado, se nos aplican las siguientes palabras de la Escritura: “¡maldito el que no haga con gusto el trabajo que el Señor le encarga!” (Jeremías 48:10). ¿Comprendemos que esto significa ser maldecidos por Dios, cuyo corazón anhela bendecirnos totalmente? ¿Comprendemos cuál es el juicio que nos traerá la pereza en la eternidad?
Si no queremos caer bajo la maldición, cuyas consecuencias se revelarán en la eternidad, tenemos que renunciar a la vida cómoda y a la pereza; es necesario declarar la guerra a estos pecados. Las palabras cortantes de Jesús: “...cualquiera de ustedes que no deje todo lo que tiene, no puede ser mí discípulo” (Lucas 14:33), también se aplican a las obras que realizamos para Él. Si no abandonamos nuestras demandas de comodidad, más tiempo libre y descanso, de una mejor paga, éstas harán imposible que dispongamos del tiempo y la energía necesarios para Jesús. Si un soldado marchara cargado con muchas cosas para su comodidad, nunca podría ir a la guerra. Tampoco podemos ser soldados de Jesucristo, ni verdaderos discípulos, si hacemos esto. Aparte de esto, la blandura y la pereza abren la puerta a muchos otros pecados que realmente nos hacen inadecuados para el servicio.
Debemos permitir que las palabras de Jesús traspasen nuestros corazones, odiar la pereza y el amor a la comodidad y por fe renunciar a todo lo que nos hace ineptos para servir a Jesús apropiadamente. Esto significa, por ejemplo, que debemos abandonar nuestro deseo de poseer comodidades especiales, el hogar más bello, la mejor decoración interior y aquel alimento del cual disfrutamos especialmente. Por amor a Jesús, a quien seguimos, tenemos que arrepentirnos y seguir un nuevo camino. Por ejemplo, en caso de que permitamos que nuestra familia u otras personas nos sirvan más de lo necesario, o si eludimos el trabajo difícil y de ese modo abandonamos el camino de Jesús. Jesús nos dice “En cambio, yo estoy entre ustedes como el que sirve” (Lucas 22:27). Esto nos muestra la verdadera gloria de Jesús. Sin embargo, “...ningún discípulo es más que su maestro” (Mateo 10:24). La señal de que somos verdaderos discípulos de Jesús es que renunciamos a la pereza, no en forma impuesta, sino por amor a Él, este amor nos conducirá por el camino de la negación.
Cuando servimos a otros, sin pedir nada especial o innecesario, y sin esperar ninguna comodidad, no sólo estamos en el camino de Jesús, sino que realmente estamos unidos a Él. Esa es la razón por la cual, a pesar del sacrificio, no es un camino difícil. Eso hace que estemos en unión con Jesús, que es puro amor y tierno en su cuidado y al mismo tiempo el poderoso Señor. ¿A quién temeremos? Él nos cuida con amor y cumple su promesa: “...pero el que pierde su vida–es decir–el que pierde lo que piensa que necesita en la vida- por causa mía, la salvará” (Mateo 10:39). Al seguirlo, recibimos lo necesario por medio de su bendición, amoroso cuidado y poder. Hallamos que nuestro Padre que está en el cielo cuida de sus hijos y les proporciona los bienes terrenales para su nutrición, vestido y abrigo, en abundancia.
Puesto que Jesús abandonó su vida, ¿no deberíamos abandonar lo que hace que la vida valga para nosotros? La Escritura dice que Él tuvo el poder para dar su vida (Juan 10:18). Si podemos abandonar nuestras vidas y nuestras demandas, alcanzaremos gran poder y autoridad.
Jesús quiere dar poder a los suyos. Es el poder más grande; aún más grande que el poder de hacer milagros. ¿Cómo podemos obtenerlo? ¡Por fe! Por medio de la fe, las fortalezas y barreras que hay en nuestro corazón se derrumbarán, aún la fortaleza de querer mantener nuestra propia vida con demandas de comodidad.
Esta batalla de fe contra una vida cómoda es más importante ahora que nunca antes, porque nos aproximamos a los “tiempos difíciles”, cuando seremos perseguidos a causa del nombre de Cristo. Tenemos que vencer esta blandura y esta pereza en el poder de la redención de Jesús, de tal modo que estos pecados no nos causen la caída en la tentación. No fue por casualidad que Pedro cambió de discípulo a traidor mientras se calentaba junto al fuego.