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29. INDIFERENCIA—LA TIBIEZA

“Pero como eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca” (Apocalipsis 3:16). Esta terrible palabra de juicio se aplica a la persona indiferente y perezosa. Casi no hay nada que haga impresión en esta clase de persona. El indiferente casi no se da cuenta de si los problemas son creados, si otros caen en dificultades por causa de él. Vuelve a su rutina normal sin darse cuenta de lo que ha hecho. Si todo depende de hacer algo a favor de la obra del Señor y de dar el testimonio cristiano, él no se da cuenta de la oportunidad y la pierde. Si el hermano que está cerca de él está cometiendo algún pecado, o está a punto de apartarse de la fe, el indiferente no se inmuta de ningún modo. En sus oraciones, él no ruega por el rescate de otros. Toda su vida de oración es tibia. Su corazón casi no se conmueve cuando Dios tiene que juzgar a la iglesia o cuando el nombre del Señor es desacreditado. Casi no se da cuenta de ello. Realmente no le importa lo que sucede en torno a él.

La indiferencia es muerte espiritual. Pero raras veces reconocemos esto. Asistimos a la Iglesia o a los cultos cristianos, fielmente hacemos nuestra parte, pero el Señor pronuncia su veredicto: “Y sé que estás muerto aunque tienes fama de estar vivo” (Apocalipsis 3:1). El indiferente carece de amor, que es el signo de la vida espiritual, y lo único que importa delante de Dios. Una persona indiferente usualmente está muerta a las preocupaciones y peticiones de Jesús, porque sólo un corazón amante puede percibir tales preocupaciones. El indiferente no está radiante de amor, ni arde por causa del reino de Dios, ni se consume en sacrificio para la obra del Señor.

Si somos indiferentes, simplemente vamos de paseo con los grupos cristianos, y esto entristece al Señor muy profundamente. Podemos oírlo cuando se lamenta por causa del indiferente: “¡Ojala fueses frío o caliente!” Jesús se lamenta tan profundamente, porque no puede hallar en aquel individuo algo que Él anhela mucho, el amor, que es cálido y ferviente, y que no considera que algo sea demasiado para Él, aunque cueste mucho. Sí, el amor es celoso; el amor se apresura con ardor hacia delante. El amor está pleno de vida; el amor sacrifica generosamente. Sin este amor hacia Jesús, no somos verdaderos discípulos.

Pero Jesús no sólo se lamenta con respecto a los indiferentes y tibios; Él también amenaza con vomitarlos de su boca (Apocalipsis 3:16). Un terrible juicio espera a los indiferentes. Jesús no quiere tener nada que ver con ellos. Ellos serán como las cinco vírgenes insensatas que llegaron a la puerta cuando ya estaba cerrada y tuvieron que oír la voz de Jesús que les decía: “No les conozco”. Porque los indiferentes, aunque no hayan cometido ningún acto pecaminoso, han pecado directamente contra el mismo Dios. Le han negado el amor. Sólo podemos servir a Dios con un amor ardiente, con completa devoción, dedicándole tiempo y energía, con voluntad para el sacrificio y con ferviente corazón. De otro modo, simplemente estaremos causándole oprobio a Él, al Señor y Rey de todos los reyes. Si trabajamos para alguna persona que sea altamente respetada, no nos atrevemos a ser perezosos con respecto a la obra que nos encomienda. Por tanto, ¡ay de nosotros! si nos atrevemos a actuar así con lo que Dios nos encomienda. Al indiferente se le sorprenderá con las terribles palabras de Dios: “¡Maldito el que no haga con gusto el trabajo que el Señor encarga!” (Jeremías 48:10). ¿Habrá alguno que quiera ser maldito por Dios, sabiendo que esto le puede traer la infelicidad aquí en la tierra y un horrible juicio en la eternidad, cuando sea echado en el reino de Satanás? ¿Y quién, por su indiferencia, desea aumentar el dolor de Jesús por causa de un mundo lleno de rebelión? Hace mucho tiempo, lo que hirió el corazón de Jesús más que cualquier clase de oposición abierta, fue la indiferencia de sus discípulos, los cuales no entendían sus sufrimientos, ni reaccionaban con amor. Y en nuestro día es nuestra indiferencia la que lo hiere.

Tenemos que deshacernos de la indiferencia. Es un pecado muy serio ante los ojos de Dios. Tenemos que considerarla como nuestro peor enemigo, que quiere llevarnos a la destrucción, al reino de las tinieblas, lleno de tormento y horror. Tenemos que pelear contra ese pecado. Tenemos que suplicar a Jesús que abolió la muerte, y creer que Él, que es la Vida misma, puede despertarnos a la vida divina y, en efecto lo hará. Pero al mismo tiempo tenemos que entregarnos para ser sacudidos por la mano disciplinadora de Dios, la cual nos levantará de nuestra indiferencia.

A menudo sólo podemos ser sacados de nuestra indiferencia por medio de truenos y relámpagos. Sólo entonces comenzamos a movernos, comenzamos a vivir. El ser sacudidos por golpes disciplinarios constituye a menudo el único tratamiento que sirve para pelear contra la indiferencia. Pero tenemos que desear el tratamiento. Por tanto, la persona indiferente y perezosa tiene que aceptar de todo corazón el trueno y el rayo de Dios. El juicio disciplinario es la mejor cura. Nos hará despertar de nuestra tibieza e indiferencia. Cuando somos juzgados, nos aterramos por causa de nuestro pecado y aprendemos a llorar y lamentar por haber pecado. Como pecadores perdonados, no podemos hacer otra cosa que amar a Jesús y dar nuestro todo por Él.

Los pecadores que caen postrados al pie de la cruz de Jesús y reciben Sus dones divinos de la vida y el perdón son los que aman a Jesús, y le dan las gracias, y se entregan a Él.

El juicio y las correcciones de Dios son la mejor medicina para la indiferencia, porque hacen que seamos pecadores arrepentidos y humillados amemos a Jesús y demos el todo por Él. Por tanto, démosle gracias a Jesús por abolir la muerte, aun la muerte espiritual de la indiferencia, y por darnos de ese modo liberación y vida. Rindámonos a Él y a su amor disciplinario, de tal modo que Él pueda salvarnos de la terrible maldición que espera a los indiferentes. Y creamos en Jesús. ¡Él nos libra de la esclavitud!