La persona falta de seriedad es la que dice: “Sí, sí”, y luego no hace lo que dijo, tal como ocurrió con el primero de los dos hijos del padre de la parábola. Jesús prefirió al segundo hijo, aunque al principio dijo que “No” (San Mateo 21:28-31). Los que carecen de seriedad, aunque no prometan hacer nada, siempre son irresponsables. Dejan a Dios y a las personas esperando o los desilusionan al no hacer lo que se les dice que hagan, y no se muestran preocupados por las dificultades que han causado. Tales actitudes irresponsables a menudo pueden formar una cadena de dificultades en el trabajo y pueden ocasionar gran pérdida de bienes y dinero.
Las personas irresponsables quitan a sus semejantes mucho tiempo y energía; los primeros hacen la vida muy difícil a los segundos.
No se interesan en la mucha dificultad que les están causando a otros. Sin embargo, con su actitud, pecan contra el amor, y éste es un pecado serio. Este pecado nos separa de Dios y de Su amor (1 Juan 4:8) aquí en la tierra y nos separa mucho más de Él en la eternidad, donde los irresponsables, que pensaron que este rasgo de su personalidad no era perjudicial, tal vez se excusaron de él pensando que se debía a la incompatibilidad de caracteres, se asombrarán grandemente. Porque este pecado tendrá serias consecuencias en la eternidad. Lo primero que tenemos que hacer es romper con él y no tratar de justificarlo. Mientras nos justifiquemos a nosotros mismos, podemos estar seguros de que Satanás nos tiene apretados en sus garras. Entonces este pecado amontonará montañas de pecado contra nosotros en el día del juicio. Así que este pecado que a menudo pensamos que es inofensivo, tenemos que tomarlo en serio, y pelear contra él hasta el punto de derramar sangre. Porque detrás del pecado de la falta de seriedad hay otros pecados como querer imponer la voluntad propia, la indiferencia y la superficialidad. O pudiera suceder que estemos tan absortos por un interés propio que nos incomoda la responsabilidad de llevar adelante algo serio a favor de otros.
Pero la falta más profunda de los que carecen de seriedad es que no viven a la vista de Dios. Usualmente cometen el primer error al no aceptar seriamente una obligación, una palabra o una comisión. Escuchan, pero no asimilan, porque no hacen su trabajo para Dios, ni en Su presencia.
No se interesan particularmente en hacer su trabajo tan bien como les sea posible para complacer a Jesús. Pero será en vano cualquier trabajo que no hagamos con Dios en fidelidad, obediencia y dependencia de Él, sea que dure semanas, meses o años la ejecución del proyecto, y algún día será lanzado en el fuego del juicio.
Si no queremos hallar que todas nuestras actividades son vanas, ni queremos llegar a estar sometidos al juicio de Dios, tenemos que comenzar a oír cuidadosamente lo que la gente nos dice, como si estuviéramos oyendo un mensaje directamente de Dios, en el cual se nos dice un asunto de vida o muerte, de tal modo que no debamos perder ni una sola palabra. Si tenemos la tendencia de olvidar fácilmente, debemos comenzar a tomar seriamente por escrito las peticiones, admoniciones e instrucciones que recibamos. Eso debemos hacerlo para indicar que estamos tomando a Dios en serio; Él nos ha dado una tarea y está tratando de que seamos fieles mayordomos. Debemos hacer inmediatamente lo que se nos dice y no dejar nada sin cumplir. Cada vez que realizamos un trabajo debemos rogarle a Dios que nos dé la gracia para hacer todo en forma apropiada. Con fe tenemos que pedirle al Señor que esté delante de nuestros ojos, de modo que podamos hacer todo para Él y no para las personas. Que este pecado sirva para que busquemos llevar una vida en presencia de Dios. Para esto nos redimió Jesús. Está escrito que Jesús “ha sido fiel a Dios” (Hebreos 3:2). Y Él nos rescató para que llevemos su imagen. Especialmente en nuestros tiempos en que tantas personas no creen las palabras del evangelio, como miembros de Su cuerpo debemos vivir un testimonio que sea creíble en el mundo, siendo fieles y responsables aún en las cosas más pequeñas.
Por medio del sacrificio de Jesús fuimos liberados del poder del pecado de la irresponsabilidad. Por tanto, seremos libres, si continuamente le pedimos que cumpla la promesa que nos dio en su palabra: “Condenar al pecado en la propia naturaleza humana” (Romanos 8:3), para que ya no pueda dominarnos y para que nuestros miembros puedan llegar a ser instrumentos de Su gracia.