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23. FALTA DE RESPETO—LA NEGACIÓN DE LA AUTORIDAD

¿Por qué es tan difícil para nosotros respetar a las personas que deben ser respetadas? ¿Por qué es cierto, especialmente en nuestros tiempos, aun entre cristianos, que la gente toma la posición contra el respeto y la autoridad? ¿Por qué es difícil para nosotros reconocer las palabras de la Escritura y considerarlas como obligatorias en nuestra vida diaria? “…dándose preferencia y respetándose mutuamente” (Romanos 12:10), “No hagan nada por rivalidad o por orgullo, sino con humildad, y que cada uno considere a los demás como mejores que él mismo” (Filipenses 2:3). ¿Por qué es difícil? Porque estamos llenos de la importancia y del honor que nos damos a nosotros mismos. Los orgullosos no pueden humillarse fácilmente. Cuando yo respeto a otra persona, me humillo en espíritu delante de ella. Es entonces cuando tomo la posición inferior; tengo que honrar a la otra persona porque es superior a mí, porque es más madura o de más edad, porque ha logrado más, porque está puesta sobre mí, o porque es mi padre.

Sólo el que es humilde, puede respetar a los demás. Pero por el hecho de que a menudo carecemos de humildad, rehusamos respetar a los demás. Y sólo los humildes aceptarán la verdad de que, por cuanto son menores, frecuentemente no tienen el mismo grado de madurez, la misma sabiduría, los mismos derechos y privilegios que tiene una persona mayor. Los niños comprenden eso porque ellos son pequeños, que necesitan educación; no tienen la suficiente edad para tomar las responsabilidades y los privilegios de sus padres. Los empleados, también lo comprenden, porque no son jefes, por tanto, tienen que aceptar y obedecer las normas corrientes, lo cual, por supuesto, no significa que debemos pasar por alto nuestro sentido de la responsabilidad. Es asunto de aceptar estas cosas. Si yo respeto a Dios, también tengo que respetar a aquellos a quienes Él ha colocado con autoridad sobre mí, pese a sus deficiencias y errores.

Eso debiera ser obvio para todos nosotros, si el pecado del orgullo no estuviera en nosotros. Satanás lo incita con sus argumentos, los cuales nos gusta oír. Por ejemplo: “Todos tenemos iguales derechos” o “Nadie debe tener una posición de autoridad sobre los demás”. Satanás, el Lucero caído, tiene que argüir de este modo. Él cayó porque no quiso respetar a Dios; quiso ser igual a Él. Ahora Satanás quiere llevar a los hombres tras él. Quiere hacernos caer para que seamos su presa. No quiere dejarnos elegir el camino de Jesús, el de ser humildes y respetar a los demás. Él no quiere que lleguemos a la semejanza de Dios y así alcancemos la gloria que él perdió.

Por tanto, el enemigo trabaja febrilmente para incitarnos a rebelarnos contra las autoridades, porque sabe que entonces nos uniremos a él en la rebelión contra Dios, la más alta Autoridad. El veneno de Satanás nos hace querer ser iguales a los demás, tener iguales derechos e igual respeto. No quiere que reconozcamos que hay reglas y personas superiores, no quiere que reconozcamos que el reino de Dios es una jerarquía, una jerarquía de amor reverente. Si no queremos admitir este hechos porque somos excesivamente orgullosos, caeremos en las manos de Satanás y caeremos lejos de Dios tal como a él le sucedió. La Palabra de Dios nos dice muy claramente que tenemos que ser reverentes, respetuosos y sujetarnos unos a otros: “Sométanse los unos a los otros, por reverencia a Cristo” (Efesios 5:21). “De la misma manera, ustedes los jóvenes sométanse a la autoridad de los ancianos. Todos deben someterse unos a otros con humildad…” (1 Pedro 5:5).

Según el orden divino de la vida, mientras exista la tierra siempre habrá relaciones que demandan que se rinda respeto. Siempre habrá los que enseñan y los que son enseñados; padres e hijos que necesitan aprender muchas cosas y ser criados; patrones y empleados que tienen que aprender a hacer su oficio. De otro modo, el resultado sería el caos. Si hoy negamos esto y proclamamos en alta voz la nueva sociedad anti autoridad y el nuevo modo de vida, realmente llegaremos a ser esclavos de los dirigentes y autoridades que proceden de

Satanás. Al final tendremos que hacer exactamente aquello contra lo cual estamos peleando: obedecer servilmente a los lemas autoritarios de nuestros dirigentes. Pero Dios quiere concedernos una nueva y bendecida relación de respeto unos con otros, una que brota del amor voluntario y del respeto hacia aquellos que merecen honor.

La falta de respeto, que es un resultado del orgullo, destruye el reino de Dios entre nosotros y nos ata estrechamente a Satanás. En realidad, al final de nuestras vidas, este pecado puede llevarnos al reino de las tinieblas, donde viven los orgullosos y altaneros. Si no queremos que ése sea nuestro destino, reconozcamos a aquellos que Dios ha colocado por encima de nosotros y esforcémonos por ser libres de la falta de respeto. Jesús nos indica el modo de ser sanos del orgullo y de la falta de respeto. Debemos contemplarle a Él quien dijo: “…el Hijo de Dios no puede hacer nada por su propia cuenta” (Juan 5:19). “…Voy al Padre, porque Él es más que yo” (Juan 14:28). Mirando a Jesús, el humilde Hijo de Dios, que reverentemente siempre dio toda la honra al Padre, seremos transformados a su imagen.

Tenemos que pelear la batalla de la fe con el poder de Su sangre, de tal modo que su virtud de reverencia logre lugar en nosotros. Al dar el primer paso, tenemos que humillarnos y comenzar concretamente a respetar a aquellos a quienes nos corresponde respetar. Tenemos que obedecerles haciendo todo lo que nos manden, siempre que no vaya contra nuestras conciencias (Hechos 5:29). Tenemos que ser respetuosos con ellos, mostrarles nuestra estima y gratitud. Tenemos que probarles, por medio de nuestra conducta y de nuestras acciones, que al respetarlos a ellos respetamos a Jesús, nuestro Señor, quien los colocó a ellos sobre nosotros.

Pero si vemos que nuestros superiores cometen pecado, tenemos que pedirle a Dios que nos conceda la humildad, el valor y un momento apropiado para hablarles acerca del tema. De otro modo estaremos en peligro de hablar estas cosas a sus espaldas, con lo cual arruinamos su reputación, en vez de ser con todo respeto testigos de Jesús para ellos. Jesús quiere librarnos de la falta de respeto y al mismo tiempo del hecho de tratar de complacer a los hombres y ser serviles. Como éste es un camino estrecho, sólo lo hallaremos por medio del poder de su redención. Cuando vivimos con verdadera reverencia y respeto, las huestes del cielo nos rodearán. Porque estaremos siguiendo su ejemplo, los ángeles y querubines, los ancianos y los vencedores, humildemente se inclinan ante Dios y con reverencia ponen sus coronas delante del trono de Dios (Apocalipsis 4:10).