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2. AMOR AL MUNDO—LA ESCLAVITUD A LAS PERSONAS Y LAS COSAS DE ESTA TIERRA

Cuando el apóstol Pablo escribió: “pues Demas que amaba más las cosas de este mundo me ha abandonado (2 Ti 4:10), quiso decir que Demas lo había olvidado y también había olvidado la obra de Jesucristo; se había apartado. Porque la misma Palabra dice: Si alguno ama al mundo, no ama al Padre (1Jn 2:15). El que ama al mundo está bajo el dominio del príncipe de este mundo, y ama lo que le rodea. Frecuentemente pensamos que el amor al mundo no es perjudicial y tratamos de justificarlo y disfrazarlo con la siguiente declaración: Simplemente, no soy de mente estrecha, sino de espíritu abierto al mundo. Sin embargo, el amor al mundo es un pecado peligroso: nos coloca en las manos del enemigo.

Para no engañarnos, tenemos que discernir si amamos al mundo como Dios: “...de tal manera amó Dios al mundo (Jn 3:16), o como el príncipe de este mundo quiere que lo amemos. Hay un hombre que nos sirve de ejemplo en cuanto a ver hasta dónde podemos relacionarnos con el mundo, el apóstol Pablo. Él también vivió en el mundo y utilizó sus dádivas y bienes y se regocijó en el uso de esas cosas, pero dio gracias a Dios. En todo, él amó y honró al Creador de todos los dones y lo alabó por ellos. El gozo de él por todo lo creado fue un gozo en Dios que le otorgó los dones. Por esta razón no le importaba si tenía bienes terrenales o no; estaba completamente libre de estas cosas, podía regocijarse por ellas cuando Dios se las daba.

Pero sería horrible si viviéramos para el mundo en vez de vivir para Dios, es decir, si amáramos a las personas, los bienes y las posesiones y estuviéramos atados a ellos, aparte de Dios.

Entonces las siguientes palabras se aplican a nosotros: Sólo podemos servir a Dios o a Mamón, es decir, al mundo; sólo podemos amar a Dios o al mundo. Amar significa estar completamente dedicado a lo que se ama. Porque aquello a lo cual estemos completamente dedicados toma el lugar de Dios en nuestras vidas. Por tanto, el amor al mundo es idolatría, un pecado serio que puede conducirnos al juicio de Dios. Porque, ¿existe algún pecado mayor que tener un ídolo cuando el primer mandamiento de las Escrituras nos ordena: Amar a Dios sobre todas las cosas? Apocalipsis 21 nos dice que los idólatras serán sentenciados al lago que arde con fuego y azufre. Por esto, el apóstol Juan escribe a la Iglesia Cristiana acerca de la idolatría, no la idolatría del Antiguo Testamento, sino más bien la representada por la profesión, la familia, la reputación, el arte, la naturaleza o cualquier cosa dad por Dios.

Puesto que el amor al mundo nos ata al príncipe de maldad, que quiere llevarnos a su reino de tinieblas, tenemos que hacer la firme decisión de no escoger el mundo sino a Jesús como nuestro gran Amor y Centro de nuestras vidas. El apóstol Pablo nos indica cómo hacerlo cuando escribe: “... los casados deben vivir como si no lo estuvieran; los que compran deben vivir como si nada fuera suyo; y los que sacan provecho de este mundo deben vivir como si no lo estuvieran sacando (1 Co 7:29-31). Es decir, en toda relación con personas o cosas del mundo, Jesús debe ser el Centro; nuestros pensamientos y emociones tienen que centrarse en Él. Entonces amaremos a otras personas y cosas sólo a través de Cristo. Y en esa forma podemos tener cosas, o no tenerlas. El Centro, que es Jesús, siempre permanecerá: ... todo es de ustedes, y ustedes son de Cristo (1 Co 3:22-23). Esta última parte es la más importante.

Pero si el amor al mundo se ha apoderado de nosotros, este nos separará de Dios, aun aquí en la tierra. No hay mucha diferencia entre estar atados a cosas de este mundo que en sí son buenas, como las artes, la ciencia y la naturaleza, o las personas, todo lo cual fue creado por Dios, y estar directamente atados a un deseo pecaminoso. ¡La esclavitud es esclavitud! Y la esclavitud nos impide estar a disposición de Dios; nos encadena a Satanás, el príncipe de este mundo. Porque sólo los que están libres y a disposición de Dios están unidos a Jesús en amor. Él sólo está interesado en nuestro amor, puesto que Él es el Único que puede correspondernos como ningún ser humano lo haría. También puede hacer tan absoluta demanda de nosotros. Él puede exigirnos que nos apartemos de toda esclavitud que pueda quitarle el amor que le pertenece. Él también dice esto con respecto a nuestras familias, nuestros padres, a quienes nos corresponde amar y honrar. Si los amamos más que a Jesús, no somos dignos de Él y perdemos el derecho de ser llamados sus discípulos (Mt 10:37).

Jesús se enfrenta a nosotros con esta pregunta: “¿Qué y a quién amas tú? Él no dice: Los míos no deben tener familia, no deben estar interesados en las artes ni en las ciencias, ni en otras cosas”. Él sólo se preocupa con respecto a nuestro amor. Le interesa saber a quién corresponde el primer lugar en nuestros corazones, a quién estamos atados. Pero luego exige un rompimiento radical. Él espera que abandonemos a personas y cosas a las cuales estemos atados de una falsa manera; que hagamos esto por amor a Él. Él nos llama ... todos los que por causa mía hayan dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o hijos, o terrenos... (Mt 19:29).

Sí, Jesús no sólo llega hasta decir que no debemos amar más a padre y madre que a Él, sino que también exige: “Si alguno viene a mí y no me ama más que a su padre, a su madre, a su esposa, a sus hijos a sus hermanos y a sus hermanas y aun más que a sí mismo no puede ser mi discípulo (Lc 14:26). Esto se aplica a la situación en que los padres quieren impedirnos que coloquemos nuestras vidas a disposición de Jesús. Tenemos que odiar nuestro ego pecaminoso y a todo aquel que quiera convencernos de que vivamos para nuestro ego y otras cosas del mundo. Odio es lo opuesto a tolerancia. Jesús demanda que no toleremos nuestra relación con personas a las cuales amamos de una falsa manera, es decir, de tal modo que nuestros corazones y pensamientos quedan completamente cautivados por ellos. Eso fue lo que Él quiso decir con las palabras odiar y abandonar.

Eso significa más que una simple decisión. Si por ejemplo estamos atados a una persona, para quedar libres tal vez tengamos que quemar sus cartas y fotografías. O si el amor por las artes nos ha cautivado, debemos abandonar la colección. O si las altas normas de vida constituyen un ídolo, tenemos que deshacernos de los lujos y comportarnos según el Evangelio. Si “el ídolo de la televisión nos domina, tendremos que abandonar el televisor.

Todo lo que odiamos, ya no podemos tolerar y tenemos que destruirlo de algún modo. Tenemos que declarar la guerra contra el amor al mundo, si no queremos que nuestra vida llegue a perder el poder, ni caer en las manos del enemigo. Aunque Jesús ama tanto al pecador, Él odia el pecado y exige que los suyos también lo odien.

¿Pero cómo podemos llegar a ser libres de la esclavitud? Sólo el amor hacia Jesús puede ayudarnos; si realmente le amamos, dejaremos todas las cosas casi automáticamente, pues la exclusividad está dentro de la naturaleza del amor. ¿Pero qué debemos hacer si no amamos lo suficiente a Jesús, y las personas y las cosas tienen aún mucho poder sobre nosotros? Lo primero que debemos hacer es pedirle a Dios que nos conceda un corazón arrepentido por haber adorado ídolos e insultado su nombre. Además, constantemente debemos alabar el poder de la sangre del Cordero sobre nuestras cadenas de esclavitud. Esa sangre tiene poder para romperlas. Fue derramada para hacernos libres.

Jesús nos pregunta: “¿Estás dispuesto a ser libre del pecado del amor al mundo? Sólo su sangre será efectiva para aquellos que realmente lo deseen. Podemos estar seguros de que Jesús nos concederá la sincera voluntad de ser libres, en caso de que aun no lo seamos. Porque Él también murió y resucitó entre los muertos para poder darnos esta disposición. Él quiere librarnos del amor al mundo, porque sabe que tal amor nos ata a Satanás, en cuyo caso, un terrible destino nos espera después de la muerte. En ese caso seremos esclavos del reino de Satanás. Pero Jesús quiere concedernos el gozo para el tiempo y para la eternidad, libres de las cadenas de las tinieblas. Por ello nos exhorta: No amen al mundo, ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, no ama al Padre ...Y esto es lo que el mundo ofrece: los malos deseos de la naturaleza humana, el deseo de poseer lo que agrada a los ojos, y el orgullo de las riquezas. Pero el mundo se va acabando, con todos sus malos deseos; en cambio, el que hace la voluntad de Dios vive para siempre (1 Jn 2:15-17), con Jesús en su reino.

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