Hablamos del “profesor distraído”, que nunca sabe lo que está pasando, que olvida todo, porque está envuelto en su mundo intelectual. Del mismo modo, si nos distraemos en cuanto a la oración, significa que estamos tan absortos en otras cosas, tal como el profesor, que éstas atraen nuestros pensamientos como un imán.
El hecho de no saber lo que ocurre, de no estar “en Dios” en la oración ni en el trabajo, puede venir también por el soñar despierto. Algunos buscan refugio en ciertos pensamientos y otros se dedican a soñar despiertos y así viven atrapados en un mundo imaginario. Sea que estemos distraídos o soñando despiertos nuestros pensamientos no están bajo el dominio de Dios. Hemos retenido cierta parte de nuestras vidas que no le hemos entregado a Él. Sin embargo, no comprendemos que nuestra distracción o el soñar despiertos nos apartan de Jesús y de lo que Él nos demanda. Sea que queramos apegarnos a algo que nos fascina, o sea que nos perdamos en soñar despiertos, estamos impidiendo que Jesús entre en nuestros corazones para morar en ellos.
Eso tiene serias consecuencias, pues Satanás toma aquello que no está bajo el dominio de Dios como espacio para actuar. ¿Cuán a menudo esa clase de sueños nos lleva a tomar un sendero pecaminoso en nuestra vida? Satanás se apodera de nuestras ilusiones.
Tales ilusiones aparentemente inocuas no son realmente inofensivas. Además de que pueden conducirnos a pecados concretos, también pueden separarnos de Jesús y privarnos del fruto en nuestras vidas para la eternidad.
Pero eso no es todo, Jesús dijo: “El que no permanece unido a mí, será echado fuera y se secará como las ramas que se recogen y se queman en el fuego” (Juan 15:6) Aquí Jesús nos está diciendo cuán serio es el castigo, consiste en ser separados de Él y de Su reino celestial por haber vivido separados de Él aquí en la tierra.
Esa es la razón por la cual tenemos que librarnos de la distracción y del soñar despiertos a toda costa. De otro modo, esas cosas nos conducirán a la más grande tristeza por la eternidad: una vida lejos de Jesús, como uno que es echado fuera. Por tanto, lo primero que debemos hacer es arrepentirnos, por cuanto hemos perdido el “mismo amor que al principio” (Apocalipsis 2:4), el amor que nos mantiene con Jesús todo el día con todo el corazón, con todos nuestros pensamientos y con todas nuestras actividades.
De modo que, si nuestras vidas continúan atadas a alguna cosa que no sea Jesús, a nuestro ego, nuestros deseos, a la gente o a las cosas, tenemos que arrepentirnos.
Esta es la razón por la cual los pensamientos vagan en la oración y por la cual no estamos atentos en una conversación. Todo esto es lo que cautiva nuestros pensamientos y mundo de fantasía durante el día. Para ser libres, es necesario apartarnos de esas cosas de forma práctica.
Tenemos que alejarnos de personas o grupos con los cuales Dios no quiere que estemos, o dejar de leer ciertos libros y revistas, o no leer tanto de ellos (incluso cristianos). También tenemos que dejar de gastar tanto tiempo hablando con otras personas, si sentimos que eso nos fascina y se apodera de nosotros.
También significa que debemos abandonar ciertos tipos de trabajo y servicios que no son necesarios y que sólo los hacemos para nuestra satisfacción y utilizar ese tiempo extra en la oración. Si Satanás quiere impedirnos que oremos, diciéndonos que no tenemos tiempo, sabemos cuál es la respuesta: Querer es poder. Mientras más rompamos con cosas que no son
de importancia y dediquemos ese tiempo para estar apartados con Dios y conversar con Él, más desaparecerá de nosotros el soñar despiertos y Jesús nos introducirá a Su mundo.
Existe otra raíz de donde procede el soñar despierto y la distracción: nuestro deseo de eludir la cruz. No queremos ver la realidad con todos sus problemas, la realidad de las tinieblas del mundo, la realidad de la santidad de Dios y de nuestro pecado. No queremos sufrir las consecuencias de esto: tomando la cruz sobre nosotros y pelear la batalla de la fe contra el pecado. Por lo tanto, huimos a nuestro mundo creado con nuestros pensamientos distraídos y nuestras ilusiones. Pero en realidad, no podemos escapar de las cosas difíciles. Posiblemente llegamos a estar más a merced de ellas, por cuanto estamos separados de Jesús. Debemos rogar al Espíritu Santo que nos dé luz respecto a esto y un profundo espíritu de arrepentimiento a fin de finalizar esta vida de ilusiones.
Pero también es cuestión de entrar en una batalla real de modo que nuestros pensamientos e ideas estén arraigados en Jesús y logremos llegar a la etapa en que moremos en Él. Continuamente debemos pelear de tal modo que nuestra comunión con Jesús no sea quebrantada por la ilusión y la distracción. De otro modo, nuestros días y nuestra obra no tendrán fruto; serán en vano. Y en la otra vida, no estaremos en Su presencia.
He hallado algo que me ha ayudado mucho, todas las noches, al terminar mi oración, y en la mañana, antes de comenzar mi trabajo, le pido al Espíritu Santo que me amoneste cada vez que yo comience a perderme otra vez en mis pensamientos. Y Jesús contesta mi oración, Él me otorga temor y odio hacia todo aquello que trata de destruir mi relación y unión con Él, el único que es vida eterna y puede hacer que mi actividad esté plena de fruto inmortal.
“Ocúpense de su salvación con profunda reverencia” (Filipenses 2:12). Tenemos que invocar diariamente el nombre victorioso de Jesús y proclamar Su poder sobre nuestra incapacidad para concentrarnos y sobre nuestras ilusiones. Así como es cierto que Jesús vino como Redentor, así también lo es que nos redimirá de tal modo que seamos discípulos que moramos en Él y llenará nuestras vidas y nuestras actividades con el fruto divino. Jesús anhela que estemos con Él, pues desea vivamente contar con nuestro amor. Y una señal de verdadero amor consiste en tener el deseo de estar en estrecha unión con el que amamos en todo lo que hacemos, decimos o pensamos. Si amamos a Jesús, sólo tendremos un deseo: el de no perderlo a Él durante el día, el no estar fuera de Su amor, y, por otro lado, tendremos el deseo de probar nuestro amor hacia Él dándole todo, aún el mundo de nuestro pensamiento, de tal modo que pueda estar bajo Su dominio.
Cuida tu mente más que nada en el mundo, porque ella es fuente de vida [paráfrasis] (Proverbios 4:23).