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16. DESOBEDIENCIA

A causa de la desobediencia Saúl perdió su condición de rey, aunque había dedicado mucho tiempo y energía a trabajar en la obra de Dios. Dios no está interesado en la obra y en el sacrificio que decimos hacer por nuestra cuenta, aunque afirmemos hacerlo para Él. Cuando Saúl rehusó obedecer el mandamiento del Señor, Samuel le recordó que “Más le agrada al Señor que se le obedezca, y no que se le ofrezcan sacrificios y holocaustos” (1Samuel 15:22) La obediencia es puro amor hacia Dios; la desobediencia es el deseo egoísta de satisfacer nuestro propio ego.

Si somos cristianos, usualmente no actuamos en abierta desobediencia como los que no creen en Cristo. Pero, como Saúl, disfrazamos nuestra desobediencia. Decimos que nuestra obra es necesaria, que es un ministerio beneficioso para Dios y para el hombre. Sin embargo, seamos creyentes o incrédulos, la desobediencia de la cual uno no se arrepiente pertenece al grupo de pecados que merecen la muerte (Romanos 1:30-32). Los que se atreven a cometer este pecado rechazan la voluntad de Dios. Se han separado de Dios y están en muerte, aunque tal vez no lo comprendan. Pero un día en el reino de la muerte experimentarán la segunda muerte (Apocalipsis 20:14-15; 21:8). Esa es la razón por la cual tenemos que apartarnos de toda desobediencia.

Cuando observamos al pueblo de Israel, vemos las consecuencias de la desobediencia. Por esta causa, el pueblo de Dios se apartó de Él y la mayor parte de los israelitas murieron en el desierto. Ellos no permitieron que las palabras de Dios les llegaran al corazón: “…si de veras obedeces al Señor tu Dios...todas estas bendiciones vendrán sobre ti” (Deuteronomio 28:1-2). Sólo por amor, Dios demandó la obediencia. Sólo por amor les dio sus mandamientos; y sólo por amor nos los da hoy para llevarnos a la felicidad, si permitimos que sean de carácter obligatorio para nuestras vidas. Por otra parte, la desobediencia siempre conduce hacia el infortunio.

Sí, la desobediencia, la falta de respeto por los mandamientos de Dios los cuales nos muestran claramente Su voluntad, se está extendiendo hoy más que nunca. Y la maldición que corresponde a esta desobediencia se está manifestando con todo el horror del pecado, el cual arruina las vidas y conduce al caos. ¿No tiene que lamentarse Dios otra vez hoy en día en cuanto a muchas naciones y especialmente en cuanto a los Suyos? “…Todo el día extendí mis manos a un pueblo desobediente y rebelde” (Romanos 10:21). Ellos “iban por caminos perversos siguiendo sus propios caprichos” (Isaías 65:2). Frecuentemente son especialmente los Suyos los que están en peligro de desobediencia sin que lo comprendan. Ellos saben mejor que aquellos que viven separados de Él, lo que es Su voluntad. Sus mandamientos, y también saben cuán importante es escuchar y obedecerle. Pero hoy hay tantos argumentos “razonables” en cuanto a por qué los mandamientos de Dios no son obligatorios para nosotros, ni siquiera para los cristianos, que prefieren ignorarlos. Las personas dicen que los mandamientos deben adaptarse a las condiciones de los tiempos. Pero si los cristianos son desobedientes y cambian las normas de los mandamientos de Dios, para convertirlas en falsas, tendrán que soportar severas consecuencias.

Existe otra forma de desobediencia, una forma piadosa. Muchos cristianos se desgastan en el servicio para el Señor, ofrecen sacrificio tras sacrificio. Pero todavía no producen fruto. No hay bendición en su trabajo, aunque pudieran ser alabados por muchos. Dios ve sus corazones, pero los hombres sólo ven lo que está ante sus ojos. Por causa de la obra que hacen en el reino de Dios, otros podrían elogiarlos hasta el más alto cielo, pero en realidad su lugar un día posiblemente estará muy lejos de Dios, porque su trabajo y sacrificios fueron elegidos por ellos mismos, hechos en desobediencia a Dios.

Hubo una predicadora del Evangelio que fue relevada del campo misionero por estar enferma. Allí había sido admirada por su dedicación, amor y disposición para el sacrificio. Ya en su país, de repente se vuelve insoportable y se rebela contra todo porque le correspondió hacer trabajo administrativo. ¿Por qué? Ella dice: “No puedo vivir sin servir a los hombres”. Pero luego Dios pronuncia este veredicto con respecto a ella: “Más le agrada al Señor que se le obedezca y no que se le ofrezcan sacrificios y holocaustos” (1 Samuel 15:22). Ella no pudo humillarse en obediencia a la voluntad de Dios. Esta voluntad era que ella abandonara su antigua ocupación a causa de la enfermedad. Eso significa que no estaba cumpliendo su servicio por un amor puro hacia Dios ni hacia los hombres. Ella había vivido para sí; había realizado este ministerio para satisfacer su ego. Estaba perdiendo el verdadero amor hacia Jesús, pues Jesús dijo: “El que me ama, hace caso de mi palabra” (Juan 14:23); es decir, hará la voluntad de Dios.

Vemos cuán hábilmente trabaja el enemigo con los cristianos “piadosos”. Él sabe que conscientemente no cometeríamos un pecado obvio, porque sabemos que la desobediencia será castigada severamente. Por eso utiliza un método diferente para que caigamos en su trampa. Nos dice que estamos sacrificando algo especial para Dios y Su servicio, o a favor de nuestro prójimo que está en necesidad. En vista de las serias consecuencias que tiene la desobediencia en el tiempo y en la eternidad, debemos pedirle a Dios: “Colócame a la luz de Tu verdad. Permíteme reconocer el verdadero motivo de mis acciones y que me arrepienta cuando Tú desenmascares motivos equivocados, y me hagas comprender que una decisión o una acción brotaba de la desobediencia”.

Si Dios nos convence de que somos desobedientes y nos parece difícil obedecer su voluntad, debemos mirar el rostro de Jesús, que es puro amor y nos dice que su voluntad es buena. Jesús nos pide aceptar y cumplir su palabra y su voluntad con obediencia. Él nos asegura que sólo en su voluntad están nuestros mejores intereses. Ofendemos a Jesús si no creemos que Su corazón está lleno de amor, que sus deseos son sólo bondad, y por lo tanto, frustramos con desobediencia sus intenciones amorosas. El amor obedece. Sí, si yo amo a alguien, puedo leer los deseos en sus ojos. Nosotros somos llamados y redimidos para tener esa clase de relación de amor con Dios; tenemos que seguir los pasos de Jesús, quien dijo: “Mi comida es hacer la voluntad del que me envió y terminar su trabajo” (Juan 4:34). Si nuestro corazón reposa en Su voluntad, seremos llenos de paz y gozo. Entonces todas nuestras acciones producirán fruto eterno y la bendición de Dios reposará sobre nuestros caminos.

Cuando estamos unidos con la voluntad de Dios, nuestras vidas se llenan de poder porque somos uno con el que tiene toda potestad en el cielo y en la tierra. Cuando rendimos nuestra voluntad a Dios, Su corazón se abre y un manantial de amor, paz y gozo fluye en nuestros corazones. El estar en la voluntad de Dios nos rehace para que seamos como Él. Hay indescriptible riqueza espiritual en la obediencia y la entrega de nuestra voluntad a la Suya. Cuando obedientemente decimos Sí a su voluntad aun cuando el conocimiento de ella nos llega a través de otras personas, nuestro sufrimiento y necesidades pierden su poder. Por tanto, no importa lo que cueste, tenemos que elegir siempre la voluntad de Dios y no la nuestra. En todos los asuntos, grandes o pequeños, estamos constantemente confrontados con esta elección. Pero comprendamos esto: Si elegimos la voluntad de Dios y actuamos según Sus mandamientos, estaremos unidos a Él. Pero si actuamos en desobediencia conforme a nuestra propia voluntad, estaremos atados a Satanás. Nuestras vidas no serán bendecidas en este caso y esto tendrá serias consecuencias en el más allá.