La curiosidad es algo diferente a estar interesado en alguna cosa. El estar interesado es algo bueno. La curiosidad es algo malo. Las personas curiosas generalmente observan y escuchan cosas que no son para ellas. Típicamente, estas personas leen cartas y notas que están en los escritorios de otros, que no fueron escritas para que ellas las vieran. En ocasiones oyen algo que no fue dicho para ellas, sino que se dijo confidencialmente. La gente curiosa “mete la nariz” en todo y hace que sea difícil para los demás vivir con ella. Arruinan la vida en comunidad la cual se basa en la confianza, por cuanto insisten en saber todo lo que acontece. Y constantemente tratan de saber cosas acerca de otras personas. Si este anhelo de saber cosas es demasiado fuerte en nosotros, hay algo pecaminoso en él.
Las personas curiosas deberían preguntarse cuáles son sus motivos. Por ejemplo, si siempre están curioseando, eso podría indicar que desean que se les preste atención. Pretendiendo ser importantes pasan la información que acaban de obtener a otros cuando no está bien hacer eso, hablan acerca de estas cosas en lugares inapropiados y destruyen la relación de confianza por querer ser centro de atención. Si sólo son curiosas con respecto a una persona o a un pequeño grupo, por ejemplo si una madre lee secretamente el diario de su hija, o las cartas de sus hijos en que hablan acerca de sus amistades entonces probablemente la curiosidad brota del celo, deseo de dominio, o atadura humana. Desean meterse en los secretos de otros. Se sienten heridas si no pueden saberlo todo y en consecuencia, hacen preguntas ya sean directas o indirectas por medio de otras personas. Quieren saber todo para mantener bajo control a la otra persona. Ciertamente, una preocupación justificada puede ser uno de los motivos de tal conducta, pero el descubrir las cosas secretamente no es la manera de mantener una relación de mutua confianza.
Algunas veces, detrás de la curiosidad existe una desconfianza; o su raíz puede ser la falta de disciplina cuando nos confrontamos con las atracciones sensuales. Estas personas están tan ansiosas de escuchar algo nuevo o íntimo que quebrantarían todos los límites éticos y morales para satisfacer su curiosidad. Por esta causa, las personas curiosas a menudo llegan a obtener literatura sensual o a ver programas obscenos de televisión. Si ven algo “por casualidad”, tienen que quedarse mirando porque piensan que deben saber lo que se está mostrando. Sin que se den cuenta, el veneno puede fluir hacia sus pensamientos y corazones.
Por el hecho de que la curiosidad es un vicio, un pecado, las personas curiosas a menudo hallan que Dios las castiga en el acto. Por ejemplo, pueden escuchar algo que provoque su celo y entonces reaccionan vilmente. O leen algo que no es para ellos y no comprenden el contexto. De modo que sacan falsas conclusiones, acusan a otros infundadamente y difunden los rumores.
De todo esto se hace culpable el curioso. Quebranta especialmente el mandamiento “No robarás”. Porque si yo he oído o leído cosas que no me pertenecen, me he convertido en un ladrón; he robado material intelectual que frecuentemente es mucho más importante que las posesiones materiales. Si estas posesiones se obtienen deshonestamente esto puede hacer mal a otros, más que ninguna otra cosa. Si alguno es perjudicado por la curiosidad de otro se da cuenta de que lo que ha guardado como su propiedad exclusiva, ahora es pisoteada por otros. Las personas curiosas, por tanto, son ladronas, perjudican a otras en cuestiones muy delicadas al robarles las posesiones de su espíritu y su alma.
Es así como este pecado quebranta el séptimo mandamiento. Este pecado en contra de este mandamiento, como cualquier otro pecado que cometamos contra nuestro prójimo, traerá el juicio de Dios contra nosotros si persistimos en él. El pecado provoca siempre la ira de Dios, especialmente cuando aparece en los cristianos, que saben lo relativo a la muerte expiatoria de Cristo y a Su redención y todavía se atreven a vivir en sus antiguos pecados sin luchar contra ellos. Si nos enfrentamos a esta verdad sobriamente, comprenderemos que no podemos continuar viviendo con este pecado. Tenemos que comenzar una real batalla de fe. De modo que cuando seamos tentados a leer acerca de pornografía, o hagamos cosas similares a causa de la curiosidad, debemos recordar que esta manía puede conducirnos rápidamente al “terreno del enemigo”, lo cual sucede especialmente en nuestros días. Entonces nos ocurrirá lo que le ocurre a un niño que va a la selva sin protección, con el objeto de ver qué es lo que hay allí y luego es atacado por las bestias feroces.
Además, debemos comprender que es Satanás quien nos incita a descubrir cosas nuevas y a saber y oír lo que realmente no debemos. Si nos rendimos a la curiosidad, hemos caído en su trampa y él se burlará de nosotros, por cuanto tuvo éxito en hacernos pecar y en hacernos culpables para con nuestros semejantes. Tenemos que enfrentarnos a la curiosidad reconociendo que es un pecado, y no tolerarla más en nuestras vidas. Debemos ser estrictos en evitar ir a ciertos lugares, leer ciertos libros o ver otras cosas a las cuales quiere llevarnos nuestra curiosidad. Además, si vemos u oímos algo que no era para nosotros, sería una ventaja confesarlo inmediatamente. Eso nos haría humildes y evitaría que tratáramos de satisfacer nuestra curiosidad otra vez, porque tratamos de evitar las humillaciones.
Jesús vino a redimirnos del pecado, aún del pecado de la curiosidad. Cualquiera que lo invoque será salvo. Así que debemos hacerlo y honrar a Jesús al no persistir ni siquiera en un pecado que nos parezca pequeño, pues si persistimos en él estaremos deshonrando y causando oprobio a Jesús, quien murió para liberarnos de nuestros pecados.