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12. EL PODER DEL ESPÍRITU SANTO

El poder del Espíritu Santo es el poder de Dios. El Espíritu, la tercera Persona de la Trinidad, ha aparecido a lo largo de la Escritura como un Ser a través del cual se manifiestan grandes obras de poder. Su poder se vio por primera vez en el acto de la creación, porque fue por Su poder que el mundo llegó a existir (Gn 1:1-2; Job 26:13). El Espíritu Santo también empoderó a los hombres en el Antiguo Testamento para hacer la voluntad de Dios: “Y Samuel tomó el cuerno del aceite, y lo ungió en medio de sus hermanos; y desde aquel día en adelante el Espíritu de Jehová vino sobre David. Se levantó luego Samuel, y se volvió a Ramá” (1 S 16:13; véase también Éx 31:2-5; Nm 27:18). Contrario a lo que muchos cree, el Espíritu habitó en los creyentes en Dios en el Antiguo Testamento, Él obró a través de ellos y les dio poder para lograr cosas que no habrían podido lograr por sí mismos. 

El Señor Jesús prometió el Espíritu como guía, maestro, sello de salvación y consolador para los creyentes (Jn 14:16-18). También prometió que el poder del Espíritu Santo ayudaría a sus seguidores a difundir el mensaje del evangelio en todo el mundo: “Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hch 1:8). La salvación de las almas es una obra sobrenatural que solo es posible gracias al poder del Espíritu Santo obrando en el mundo.

Cuando el Espíritu Santo descendió sobre los creyentes en Pentecostés, no fue un evento silencioso, sino poderoso. “Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen” (Hch 2:1-4). Inmediatamente después, los discípulos se dirigieron a la multitud reunida en Jerusalén para la fiesta de Pentecostés. Estas personas procedían de una variedad de naciones y, por lo tanto, hablaban muchos idiomas diferentes. ¡Imagínate su sorpresa y asombro cuando los discípulos les hablaron en sus propias lenguas! (Hch 2:5-12)

Claramente, esto no era algo que los discípulos pudieran haber logrado por sí mismos sin muchos meses, o incluso años, de estudio. El poder del Espíritu Santo se manifestó a un gran número de personas ese día, lo que resultó en la conversión de unas 3.000 almas (Hch 2:41).

Durante Su ministerio terrenal, el Señor Jesús fue lleno del Espíritu Santo (Lc 4:1), guiado por el Espíritu (Lc 4:14), y fortalecido por el Espíritu para realizar milagros (Mt 12:28). Después de que Él ascendió al cielo, el Espíritu también equipó a los apóstoles para realizar milagros (2 Co 2:12; Hch 2:43; 3:1–7; 9:39-41). El poder del Espíritu Santo se manifestó entre todos los creyentes de la iglesia primitiva a través de la dispensación de dones espirituales tales como hablar en lenguas, profetizar, enseñar, sabiduría y más.

Todos aquellos que ponen su fe en el Señor Jesucristo son habitados inmediata y permanentemente por el Espíritu Santo (Ro 8:11). Y, aunque algunos de los dones espirituales han cesado (p. ej., hablar en lenguas y profecía), el Espíritu Santo todavía obra en y a través de los creyentes para cumplir Su voluntad. Su poder nos guía, nos convence, nos enseña y nos equipa para hacer Su obra y difundir el evangelio. La poderosa morada del Espíritu Santo es un regalo asombroso que nunca debemos tomar a la ligera.

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