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miércoles, 11 de diciembre de 2024

UNA BUENA CONCIENCIA


Bíblicamente, podemos definir la conciencia como el espíritu humano (Esd 1:1;1:5). Podemos explicarla como la capacidad de conocer el bien y el mal; la sensación interior que actúa como una guía de lo que es correcto o equivocado respecto a nuestro comportamiento

Para aquellos con una cosmovisión bíblica, la conciencia es la parte del alma humana que es lo más parecido a Dios (Gn 3:22). Es el espíritu que Dios puso en nosotros cuando sopló Su aliento en nuestro ser (Gn 2:7). Los que no creen en Dios, tienen dificultades para explicar la existencia de la conciencia humana. La evolución no puede dar cuenta del espíritu humano, porque este no puede ser explicado por una mentalidad de la “supervivencia del más apto”.

La conciencia del hombre fue violada cuando Adán y Eva desobedecieron el mandato de Dios y comieron del árbol del conocimiento del bien y del mal (Gn 3:6). Antes de esto, ellos habían conocido solamente lo bueno. La palabra “conocer” en Génesis 3:5 es la misma palabra que se usa en otros lugares para describir la intimidad sexual (Gn 4:17; 1 S 1:19). Cuando elegimos “conocer” el pecado por medio de una íntima experiencia, violamos nuestras conciencias y el malestar emocional toma el control. Ya sea que reconozcamos o no a Dios, fuimos creados para tener comunión con nuestro Creador. Cuando pecamos (hacemos lo malo), sentimos que estamos en desacuerdo con nuestro propósito creado, y ese sentimiento es sumamente inquietante.

Fue a Dios a quien Adán y Eva ofendieron. Sin embargo, Dios mismo brindó la solución a la violación de sus conciencias. Mató a un animal inocente para cubrir su desnudez (Gn 3:21). Esto fue una tipología del plan previsto de Dios para cubrir el pecado de toda la humanidad.

Los seres humanos han intentado una gran cantidad de cosas para limpiar sus conciencias, desde hacer obras de caridad hasta la automutilación. La historia está repleta de ejemplos de los intentos de la humanidad para apaciguar su conciencia, pero nada funciona. Por lo que a menudo recurren a otras formas para ahogar esa voz interior que los declara culpables. Las adicciones, el trabajo, el afán, el adormecimiento por medio de un sinnúmero de actividades que drenan la energía y consumen el tiempo con frecuencia están profundamente arraigados en la tierra fértil de una conciencia culpable, marchita, violada.

Sin embargo, puesto que todo pecado es en última instancia un pecado contra Dios, sólo Dios puede redimir una conciencia que ha sido violada

Tal como lo hizo en el jardín del Edén, Dios nos ofrece una cobertura mediante el sacrificio de Alguien perfecto y sin culpa (Éx 12:5; Lv 9:3; 1 P 1:18-19). Dios envió a su propio Hijo, Jesús, al mundo con el propósito de ser el único y el perfecto sacrificio por los pecados de todo el mundo (Jn 3:16; 1 Jn 2:2). Cuando Jesús fue a la cruz, llevó sobre sí mismo todo el pecado que pudiéramos llegar a cometer. Cada conciencia que ha sido violada, cada pensamiento pecaminoso, y cada acto malvado fue echado sobre Él (1 P 2:24). Toda la ira justa que Dios siente por nuestro pecado, fue derramada sobre su propio Hijo (Is 53:6; Jn 3:36). Así como un animal inocente fue sacrificado para cubrir el pecado de Adán, de igual manera el Hijo perfecto fue sacrificado para cubrir nuestro pecado. Dios mismo escoge el hacer que nosotros estemos bien con Él y declararnos perdonados.

Podemos limpiar nuestra conciencia cuando traemos nuestros pecados, nuestros fracasos y lamentables esfuerzos para apaciguar a Dios al pie de la cruz. La expiación de Cristo es suficiente y efectiva para que el Padre perdone nuestro pecado y limpie nuestra conciencia (He 10:22). 

Reconocemos nuestra incapacidad para limpiar nuestros propios corazones y le pedimos a Él que lo haga por nosotros. Confiamos en que la muerte y resurrección del Señor Jesús son suficientes para pagar el precio que le debemos a Dios. Cuando aceptamos el pago que Jesús pagó por nuestro propio pecado, Dios promete alejar el pecado de nosotros tan lejos como está el oriente del occidente (Sal 103:12; He 8:12).

En Cristo, somos liberados del yugo del pecado. Somos libres para ir en busca de la justicia y pureza y convertirnos en los hombres y mujeres para el propósito por el cual Dios nos creó (Ro 6:18).

Como seguidores de Cristo, seguiremos cometiendo pecados ocasionales. Pero aun así, Dios provee una manera para que tengamos nuestras conciencias limpias. 1 Juan 1:9 dice: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. 

A menudo, con esa confesión viene el reconocimiento de que debemos arreglar las cosas con las personas que hemos ofendido. Podemos dar ese paso con la gente que hemos herido, sabiendo que Dios ya nos ha perdonado.

Nuestras conciencias pueden permanecer limpias en la medida que confesemos continuamente nuestros pecados a Dios, y que confiemos en que el sacrificio de Jesús (Su sangre derramada) es suficiente para saldar las cuentas con Él. Seguimos buscando primero el reino de Dios y su justicia (Mt 6:33). Confiamos en que, a pesar de nuestras fallas e imperfecciones, Dios se deleita en nosotros y en su obra transformadora en nuestras vidas (Fil 2:13; Ro 8:29). Jesús dice: “Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (Jn 8:36). 

Vivimos con una buena conciencia cuando nos negamos en revolcarnos en los fracasos pasados que Dios ha perdonado a causa de nuestro arrepentimiento. Nos afirmamos confiadamente en su promesa que dice: “¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?” (Ro 8:31).

Pedro habla de tener una buena conciencia, y menciona que para conseguirla debemos ser compasivos, amarnos fraternalmente, misericordiosos, amigables; no devolviendo mal por mal, ni maldición por maldición, sino por el contrario, bendiciendo, sabiendo que fuimos llamados para que heredásemos bendición

“Porque: El que quiere amar la vida y ver días buenos, refrene su lengua de mal, y sus labios no hablen engaño; apártese del mal, y haga el bien; busque la paz, y sígala. Porque los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos atentos a sus oraciones; pero el rostro del Señor está contra aquellos que hacen el mal (1 P 3:8-12; Ps 34:12-16).

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