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martes, 1 de mayo de 2012

LA IMPORTANCIA DE LA SANA DOCTRINA



Sería imposible exagerar la importancia de la sana doctrina en la vida de un cristiano. Un conocimiento correcto de todos los temas espirituales es imperativo si queremos vivir también de manera correcta. Así como no se pueden cosechar uvas de los arbustos ni higos de los cardos, el carácter cristiano sano no brota donde no hay una enseñanza bíblica sólida.

En nuestro contexto, la palabra doctrina simplemente significa las creencias religiosas que tenemos y enseñamos. Es la tarea sagrada de todos los cristianos, primero como creyentes y luego como maestros de creencias religiosas, estar seguros de que estas creencias corresponden exactamente a la Verdad. Un acuerdo preciso entre la creencia y el hecho constituye la sanidad de la doctrina. No podemos darnos el lujo de poseer nada menos que esto.

Los apóstoles no sólo enseñaron la Verdad si no que contendieron por su pureza contra cualquiera que intentara corromperla. Las epístolas paulinas resisten cada esfuerzo de los falsos maestros por introducir caprichos doctrinales. Las epístolas de Juan están llenas de condenación contra los maestros que acosaron a la joven iglesia negando la Encarnación y arrojando dudas sobre la doctrina de la Trinidad. Y Judas en su breve pero poderosa epístola alcanza las cumbres de la elocuencia abrasadora al vertir juicio sobre los malvados maestros que intentaban descaminar a los santos.

Cada generación de cristianos debe considerar solemnemente sus creencias. Mientras la Verdad misma es inmutable, las mentes de hombres son recipientes porosos de los cuales la Verdad puede salirse y en los que el error puede penetrar para diluir la sanidad que contienen. El corazón humano es herético por naturaleza y corre al error tan espontáneamente como las malezas a un jardín. Todo lo que un cristiano o iglesia debe hacer para garantizar el deterioro doctrinal es tomar todo por seguro y no hacer nada. El jardín desatendido pronto será invadido con malezas; el corazón que falla en cultivar la Verdad y en mantenerla lejos del error pronto se convertirá en un desierto teológico; el cristiano o la iglesia que se duerme en la senda de la Verdad, pronto se hundirá en el lodo cenagoso del cual no hay escape.

En cada área del quehacer humano, el pensar y actuar con precisión es considerado una virtud. Errar, incluso ligeramente, es invocar a una grave consecuencia, si no a la muerte misma. Sólo en el ámbito religioso la exactitud y la fidelidad a la Verdad son vistas como un defecto. Cuando los hombres tratan con cosas terrenales y temporales ellos demandan la verdad; pero cuando se trata de cosas celestiales y eternas, vacilan como si la Verdad no pudiera ser descubierta o no importára de todos modos.

El científico, el médico, el navegante trata con asuntos que sabe son verdaderos; y porque estas cosas son verdaderas, el mundo demanda que tanto el maestro como el practicante sean hábiles en el conocimiento de sus temas. Sólo al maestro de cosas espirituales se le permite estar inseguro de sus creencias, ser ambiguo en sus observaciones y tolerante de cada opinión religiosa expresada por cualquiera, aún por el hombre menos calificado para ello.

La nebulosidad doctrinal siempre ha sido la marca del liberal. Cuando las Escrituras Santas son rechazadas como la autoridad final en las creencias religiosas, algo más debe tomar su lugar. Históricamente ese algo ha sido o la razón o el sentimiento: si es el sentimiento, conduce al carismatismo; si es la razón, al humanismo. A veces ha habido una mezcla de los dos, razón y sentimiento, como puede ser visto en las iglesias liberales de hoy. Estas ni abandonarán frontalmente a la Biblia, ni la creerán del todo; el resultado es un cuerpo poco claro de creencias más similar a un banco de  niebla que a una montaña, donde algo puede ser verdad pero nada puede ser totalmente considerado como la Verdad.

Nos hemos acostumbrado a los soplos enturbiados de niebla gris que pasa por doctrina en las iglesias contemporáneas, y no esperamos nada mejor de la Cristiandad a estas alturas. Porque, de algunas fuentes anteriormente irreprochables, ahora vienen declaraciones vagas que consisten en una mezcla lechosa de Escritura, ciencia y sentimiento humano que no son fieles a ninguno de sus ingredientes, porque cada uno trabaja para cancelar los otros.

Es evidente que algunos de nuestros hermanos evangélicos parecen estar trabajando bajo la impresión de que son avanzados pensadores, porque vuelven a plantear la evolución y reevalúan varias doctrinas de Biblia y aún su misma inspiración; pero tan lejos están de ser pensadores avanzados como cerca están de ser seguidores de la divinamente predicha apostasía de los últimos días.

El lavado de cerebro de los cristianos evangélicos de estos días está bien avanzado ya. Una evidencia es que ha aumentando exponencialmente el número de los que no se encuentran al lado de la Verdad. Dicen que creen pero sus creencias están tan diluidas que es imposible obtener de ellos cualquier definición clara e inequívoca en cuanto a la “fe que ha sido una vez dada a los santos” (Judas 4).

El poder espiritual siempre ha acompañado a las creencias definitivas. Los grandes santos siempre han sido sanamente dogmáticos. Necesitamos en este momento un regreso a un dogmatismo apacible que sonría mientras se yergue firme en la Palabra de Dios, que vive y habita para siempre.

¿Podemos Estar Seguros?

Quizá la razón más esgrimida por aquellos que abogan por el neutralismo teológico de nuestros días, es que nadie puede estar 100% seguro de la Verdad. La doctrina es vista como un obstáculo para formar parte de la mayoría influyente: el establishment cristiano. Claro que no lo dicen así; no es políticamente correcto. Hay que disfrazarlo y hablar de “división”, palabra que tiene una clara connotación peyorativa en la Cristiandad contemporánea. El argumento es este: “La doctrina divide, la experiencia une. No todos tenemos nuestra doctrina completamente correcta, pero Dios no nos juzga por no tener la Verdad absoluta, sino por nuestra falta de amor y unión”.

Este sofisma es arrojado como anatema al rostro de todo aquél que se atreva a decir lo contrario. Está presente en preguntas tales como: “¿Quién te crees que eres? ¿Sólo lo que tú crees es lo correcto mientras que lo que creen los demás está equivocado?” Y el golpe de gracia siempre es: “Nadie está 100% en lo correcto”.

Pero esto no es lo que dice la Biblia. La Inspirada Escritura nos dice que todo creyente puede conocer la sana doctrina y estar seguro de ella. 2 Timoteo2:15 insta al creyente a conocer y usar cabalmente la Palabra de Dios: “Procura presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad”.

Usar bien la palabra de verdad significa interpretar y conocer la doctrina bíblica correctamente. ¿Por qué Dios nos diría a los cristianos que debemos usar bien la palabra de verdad si esto es imposible de lograr? Este versículo nos enseña, además, que como creyentes somos responsables de trabajar para este fin, porque solo aquél que usa bien la palabra de verdad es aprobado. Esto nos lleva al tribunal de Cristo (1 Corintios 3:13). La Biblia nos dice exactamente cómo podemos conocer la sana doctrina y usarla.

1. Conocemos la sana doctrina por medio de la obediencia.

El Señor Jesucristo nos da está promesa en cuanto a conocer la sana doctrina: “El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta” (Juan 7:17). Para conocer la sana doctrina uno debe estar dispuesto a obedecerla. Si un creyente es receptivo a la verdad y está dispuesto a obedecer lo que Dios le enseña, el Señor le dará sabiduría para discernir la sana doctrina de la falsa. En Proverbios 1:23, Dios nos dice: “Volveos a mi reprensión; he aquí yo derramaré mi espíritu sobre vosotros, y os haré saber mis palabras”. Dios ha prometido hacer evidente Su verdad a aquellos que se someten a Él. Esta es la esencia del arrepentimiento.

2. Conocemos la sana doctrina por medio del permanecer en la Palabra de Dios.

El Señor Jesucristo nos da está otra promesa en cuanto a conocer la sana doctrina: “Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él. Si vosotros permanecieréis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:31-32). Esta preciosa promesa declara inequívocamente que un hijo de Dios puede conocer la Verdad. Para que esto sea así debe permanecer en la Palabra de Dios. Es decir, debe permanecer leyéndola, estudiándola, memorizándola, amándola, defendiéndola, y buscando de todo corazón obedecerla.

3. Conocemos la sana doctrina por medio de la presencia del Espíritu Santo.

1 Juan 2:20-21 dice: “Pero vosotros tenéis la unción del Santo, y conocéis todas las cosas. No os he escrito como si ignoraseis la verdad, sino porque la conocéis, y porque ninguna mentira procede de la verdad”.  El versículo 27 añade: “Pero la unción que vosotros recibisteis de él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; así como la unción misma os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira, según ella os ha enseñado, permaneced en él”.

La Sagrada Escritura declara sin ambigüedades que el creyente genuino tiene el Espíritu Santo como maestro, y que por lo tanto puede conocer toda la Verdad, si se mantiene en comunión con Él.

Si el sofisma del establishment cristiano contemporáneo fuera cierto y un creyente no pudiera estar 100% seguro de la Verdad, entonces “comamos y bebamos que mañana moriremos” (1 Corintios 15:32b) porque los mandamientos y las promesas de Dios en Su Palabra no tienen ningún valor. A esto replicamos: “De ninguna manera; antes sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso; como está escrito: Para que seas justificado en tus palabras, y venzas cuando fueres juzgado” (Romanos 3:4).

¿Por qué no hay consenso entre los cristianos?

¿Por qué tantas denominaciones? ¿Por qué tantas interpretaciones diferentes y contradictorias entre los creyentes?

Hemos tratado de responder estas preguntas en artículos como: ¿CUÁLES LA IGLESIA VERDADERA?, LA IGLESIA NUEVOTESTAMENTARIA y HECHOS DE LOS APÓSTATAS I, entre otros. Pero podemos agregar las siguientes palabras.

Alguien, acertadamente, escribió una vez: “El Cristianismo comenzó como un movimiento judío en Jerusalén. Se convirtió en una filosofía en Grecia. Se transformó en una institución en Roma. Y llegó a ser un gran negocio en Norteamérica”. Y de aquí se extendió por todo el mundo.

Cuando el Cristianismo se transformó en un gran negocio, los fariseos, los saduceos, los escribas, los intérpretes de la ley, los codiciosos de ganancias deshonestas y los asalariados de la religión evangélica crearon sus empresas, a las que hoy en día llamamos “denominaciones”, y tomaron de la Verdad aquellas verdades menores que no podían ser utilizadas como argumentos para desenmascarar sus ambiciones materiales y deseos de control, y las enarbolaron como estandartes proveedores de salvación. El tiempo pasó, y esas denominaciones son hoy parte del establishment de la Cristiandad. No es que no haya verdad en el establishment, porque de tal manera nadie sería salvo; allí también se predica la salvación por fe en Cristo Jesús, pero se ha dejado de lado la mayor parte de Sus enseñanzas sobre la realidad Su señorío hoy. Su enseñanza sobre la salvación y Su señorío son las dos caras de la Verdad, con mayúscula. Huelga decir que esta absoluta y completa Verdad no está en los grandes conglomerados evangélicos de nuestros días.  

Si un creyente genuino quiere conocer la Verdad que lo puede hacer libre, debe estar dispuesto a seguirla fuera de la Cristiandad contemporánea, el establishment. Y este es el quid del asunto, ¿cuántos son los que están dispuestos a pagar el precio de la libertad que promete el Señor a los que están dispuestos a obedecerla?

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