Sería
imposible exagerar la importancia de la sana doctrina en la vida de un
cristiano. Un conocimiento correcto de todos
los temas espirituales es imperativo si queremos vivir también de manera
correcta. Así como no se pueden cosechar uvas de los arbustos ni higos de los cardos,
el carácter cristiano sano no brota donde no hay una enseñanza bíblica sólida.
En
nuestro contexto, la palabra doctrina
simplemente significa las creencias
religiosas que tenemos y enseñamos. Es la tarea sagrada de todos los
cristianos, primero como creyentes y luego como maestros de creencias
religiosas, estar seguros de que estas creencias corresponden exactamente a la Verdad. Un acuerdo preciso entre la
creencia y el hecho constituye la sanidad de la doctrina. No podemos darnos el
lujo de poseer nada menos que esto.
Los
apóstoles no sólo enseñaron la Verdad
si no que contendieron por su pureza contra cualquiera que intentara corromperla.
Las epístolas paulinas resisten cada esfuerzo de los falsos maestros por
introducir caprichos doctrinales. Las epístolas de Juan están llenas de condenación
contra los maestros que acosaron a la joven iglesia negando la Encarnación y arrojando
dudas sobre la doctrina de la Trinidad. Y Judas en su breve pero poderosa
epístola alcanza las cumbres de la elocuencia abrasadora al vertir juicio sobre
los malvados maestros que intentaban descaminar a los santos.
Cada
generación de cristianos debe considerar solemnemente sus creencias. Mientras la Verdad misma es inmutable, las mentes
de hombres son recipientes porosos de los cuales la Verdad puede salirse y en los que el error puede penetrar para
diluir la sanidad que contienen. El corazón humano es herético por naturaleza y
corre al error tan espontáneamente como las malezas a un jardín. Todo lo que un
cristiano o iglesia debe hacer para garantizar el deterioro doctrinal es tomar
todo por seguro y no hacer nada. El jardín desatendido pronto será invadido con
malezas; el corazón que falla en cultivar la
Verdad y en mantenerla lejos del error pronto se convertirá en un desierto
teológico; el cristiano o la iglesia que se duerme en la senda de la Verdad, pronto se hundirá en el lodo
cenagoso del cual no hay escape.
En
cada área del quehacer humano, el pensar y actuar con precisión es considerado
una virtud. Errar, incluso ligeramente, es invocar a una grave consecuencia, si
no a la muerte misma. Sólo en el ámbito religioso la exactitud y la fidelidad a
la Verdad son vistas como un defecto.
Cuando los hombres tratan con cosas terrenales y temporales ellos demandan la
verdad; pero cuando se trata de cosas celestiales y eternas, vacilan como si la Verdad no pudiera ser descubierta o
no importára de todos modos.
El
científico, el médico, el navegante trata con asuntos que sabe son verdaderos;
y porque estas cosas son verdaderas, el mundo demanda que tanto el maestro como
el practicante sean hábiles en el conocimiento de sus temas. Sólo al maestro de
cosas espirituales se le permite estar inseguro de sus creencias, ser ambiguo
en sus observaciones y tolerante de cada opinión religiosa expresada por
cualquiera, aún por el hombre menos calificado para ello.
La
nebulosidad doctrinal siempre ha sido la marca del liberal. Cuando las
Escrituras Santas son rechazadas como la autoridad final en las creencias
religiosas, algo más debe tomar su lugar. Históricamente ese algo ha sido o la razón
o el sentimiento: si es el sentimiento, conduce al carismatismo; si es la
razón, al humanismo. A veces ha habido una mezcla de los dos, razón y sentimiento,
como puede ser visto en las iglesias liberales de hoy. Estas ni abandonarán frontalmente
a la Biblia, ni la creerán del todo; el resultado es un cuerpo poco claro de
creencias más similar a un banco de niebla que a una montaña, donde algo puede ser
verdad pero nada puede ser totalmente considerado como la Verdad.
Nos
hemos acostumbrado a los soplos enturbiados de niebla gris que pasa por
doctrina en las iglesias contemporáneas, y no esperamos nada mejor de la
Cristiandad a estas alturas. Porque, de algunas fuentes anteriormente
irreprochables, ahora vienen declaraciones vagas que consisten en una mezcla
lechosa de Escritura, ciencia y sentimiento humano que no son fieles a ninguno
de sus ingredientes, porque cada uno trabaja para cancelar los otros.
Es
evidente que algunos de nuestros hermanos evangélicos parecen estar trabajando
bajo la impresión de que son avanzados pensadores, porque vuelven a plantear la
evolución y reevalúan varias doctrinas de Biblia y aún su misma inspiración;
pero tan lejos están de ser pensadores avanzados como cerca están de ser seguidores
de la divinamente predicha apostasía de los últimos días.
El
lavado de cerebro de los cristianos evangélicos de estos días está bien
avanzado ya. Una evidencia es que ha aumentando exponencialmente el número de
los que no se encuentran al lado de la Verdad.
Dicen que creen pero sus creencias están tan diluidas que es imposible obtener de
ellos cualquier definición clara e inequívoca en cuanto a la “fe que ha sido
una vez dada a los santos” (Judas 4).
El
poder espiritual siempre ha acompañado a las creencias definitivas. Los grandes
santos siempre han sido sanamente dogmáticos. Necesitamos en este momento un
regreso a un dogmatismo apacible que sonría mientras se yergue firme en la
Palabra de Dios, que vive y habita para siempre.
¿Podemos Estar
Seguros?
Quizá
la razón más esgrimida por aquellos que abogan por el neutralismo teológico de
nuestros días, es que nadie puede estar 100% seguro de la Verdad. La doctrina es vista como un obstáculo para formar parte
de la mayoría influyente: el establishment cristiano. Claro que no lo dicen
así; no es políticamente correcto. Hay que disfrazarlo y hablar de “división”,
palabra que tiene una clara connotación peyorativa en la Cristiandad
contemporánea. El argumento es este: “La doctrina divide, la experiencia une.
No todos tenemos nuestra doctrina completamente correcta, pero Dios no nos
juzga por no tener la Verdad
absoluta, sino por nuestra falta de amor y unión”.
Este
sofisma es arrojado como anatema al rostro de todo aquél que se atreva a decir
lo contrario. Está presente en preguntas tales como: “¿Quién te crees que eres?
¿Sólo lo que tú crees es lo correcto mientras que lo que creen los demás está
equivocado?” Y el golpe de gracia siempre es: “Nadie está 100% en lo correcto”.
Pero
esto no es lo que dice la Biblia. La Inspirada Escritura nos dice que todo
creyente puede conocer la sana doctrina y estar seguro de ella. 2 Timoteo2:15
insta al creyente a conocer y usar cabalmente la Palabra de Dios: “Procura
presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que
usa bien la palabra de verdad”.
Usar bien la
palabra de verdad
significa interpretar y conocer la doctrina bíblica correctamente. ¿Por qué
Dios nos diría a los cristianos que debemos usar
bien la palabra de verdad si esto es imposible de lograr? Este versículo nos
enseña, además, que como creyentes somos responsables de trabajar para este
fin, porque solo aquél que usa bien la
palabra de verdad es aprobado. Esto nos lleva al tribunal de Cristo (1
Corintios 3:13). La Biblia nos dice exactamente cómo podemos conocer la sana
doctrina y usarla.
1. Conocemos la
sana doctrina por medio de la obediencia.
El
Señor Jesucristo nos da está promesa en cuanto a conocer la sana doctrina: “El
que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si
yo hablo por mi propia cuenta” (Juan 7:17). Para conocer la sana doctrina uno
debe estar dispuesto a obedecerla. Si un creyente es receptivo a la verdad y
está dispuesto a obedecer lo que Dios le enseña, el Señor le dará sabiduría
para discernir la sana doctrina de la falsa. En Proverbios 1:23, Dios nos dice:
“Volveos a mi reprensión; he aquí yo derramaré mi espíritu sobre vosotros, y os
haré saber mis palabras”. Dios ha prometido hacer evidente Su verdad a aquellos
que se someten a Él. Esta es la esencia del arrepentimiento.
2. Conocemos la
sana doctrina por medio del permanecer en la Palabra de Dios.
El Señor Jesucristo nos da está otra promesa en cuanto
a conocer la sana doctrina: “Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído
en él. Si
vosotros permanecieréis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y
conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:31-32). Esta preciosa
promesa declara inequívocamente que un hijo de Dios puede conocer la Verdad. Para que esto sea así debe permanecer en la Palabra de Dios. Es
decir, debe permanecer leyéndola, estudiándola, memorizándola, amándola,
defendiéndola, y buscando de todo corazón obedecerla.
3. Conocemos la
sana doctrina por medio de la presencia del Espíritu Santo.
1
Juan 2:20-21 dice: “Pero vosotros tenéis la unción del Santo, y conocéis todas
las cosas. No os he escrito como si ignoraseis la verdad, sino porque la
conocéis, y porque ninguna mentira procede de la verdad”. El versículo 27 añade: “Pero la unción que
vosotros recibisteis de él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que
nadie os enseñe; así como la unción misma os enseña todas las cosas, y es
verdadera, y no es mentira, según ella os ha enseñado, permaneced en él”.
La
Sagrada Escritura declara sin ambigüedades que el creyente genuino tiene el
Espíritu Santo como maestro, y que por lo tanto puede conocer toda la Verdad, si se mantiene en
comunión con Él.
Si
el sofisma del establishment cristiano contemporáneo fuera cierto y un creyente
no pudiera estar 100% seguro de la Verdad,
entonces “comamos y bebamos que mañana moriremos” (1 Corintios 15:32b) porque los
mandamientos y las promesas de Dios en Su Palabra no tienen ningún valor. A esto
replicamos: “De ninguna manera; antes sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso;
como está escrito: Para que seas justificado en tus palabras, y venzas cuando
fueres juzgado” (Romanos 3:4).
¿Por qué no hay
consenso entre los cristianos?
¿Por
qué tantas denominaciones? ¿Por qué tantas interpretaciones diferentes y
contradictorias entre los creyentes?
Hemos
tratado de responder estas preguntas en artículos como: ¿CUÁLES LA IGLESIA VERDADERA?, LA IGLESIA NUEVOTESTAMENTARIA y HECHOS DE LOS APÓSTATAS I,
entre otros. Pero podemos agregar las siguientes palabras.
Alguien,
acertadamente, escribió una vez: “El Cristianismo comenzó como un movimiento
judío en Jerusalén. Se convirtió en una filosofía en Grecia. Se transformó en
una institución en Roma. Y llegó a ser un gran negocio en Norteamérica”. Y de
aquí se extendió por todo el mundo.
Cuando
el Cristianismo se transformó en un gran negocio, los fariseos, los saduceos,
los escribas, los intérpretes de la ley, los codiciosos de ganancias
deshonestas y los asalariados de la religión evangélica crearon sus empresas, a
las que hoy en día llamamos “denominaciones”, y tomaron de la Verdad aquellas verdades menores que no podían ser utilizadas
como argumentos para desenmascarar sus ambiciones materiales y deseos de
control, y las enarbolaron como estandartes proveedores de salvación. El tiempo
pasó, y esas denominaciones son hoy parte del establishment de la Cristiandad.
No es que no haya verdad en el establishment, porque de tal manera nadie sería
salvo; allí también se predica la salvación por fe en Cristo Jesús, pero se ha
dejado de lado la mayor parte de Sus enseñanzas sobre la realidad Su señorío hoy.
Su enseñanza sobre la salvación y Su señorío son las dos caras de la Verdad, con mayúscula. Huelga decir
que esta absoluta y completa Verdad
no está en los grandes conglomerados evangélicos de nuestros días.
Si
un creyente genuino quiere conocer la
Verdad que lo puede hacer libre, debe estar dispuesto a seguirla fuera de
la Cristiandad contemporánea, el establishment. Y este es el quid del asunto,
¿cuántos son los que están dispuestos a pagar el precio de la libertad que
promete el Señor a los que están dispuestos a obedecerla?
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Leer
también: IGLESIAS EN CASAS: SIMPLES, ESTRATÉGICAS, ESCRITURALES