Hay un pasaje muy importante que trata del sacerdocio de todos los creyentes. Es el siguiente:
“Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de Aquel que os llamó de las tinieblas a Su luz admirable” (1 P 2:9).
Los sacerdotes del Antiguo Testamento fueron elegidos por Dios, no por auto-elección; y ellos fueron escogidos para un propósito: servir a Dios con por medio de la ofrenda de sacrificios en el tabernáculo (primero) y en el templo (después). }
El sacerdocio servía como una ilustración o “tipo” del futuro ministerio del Señor Jesús... ilustración que después ya no fue necesaria, una vez que Su sacrificio en la cruz fue consumado. Cuando el grueso velo del templo que cubría la entrada al Lugar Santísimo fue partido en dos por Dios, al momento de la muerte de Cristo (Mt 27:51), Dios estaba indicando que el sacerdocio del Antiguo Testamento ya no era necesario. Ahora cada creyente podía venir directamente a Dios a través del gran Sumo Sacerdote, que es el Señor Jesucristo (He 4:14-16). Ahora ya no hay mediadores terrenales entre Dios y el hombre, como los que hubo en el sacerdocio del Antiguo Testamento (1 Ti 2:5)
Cristo, nuestro Sumo Sacerdote ofreció un solo sacrificio por el pecado de una vez y para siempre (He 10:12), y ya no queda más sacrificio por los pecados que pueda ser hecho (He 10:26).
Pero así como los sacerdotes en el Antiguo Testamento ofrecían otras clases de sacrificios en el templo, está claro que Dios ha elegido a los creyentes “...para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo” (1 P 2:5).
1 Pedro 2:5-9 habla de dos aspectos del sacerdocio del creyente. El primero es que los creyentes somos privilegiados. El ser elegido por Dios para ser un sacerdote en el Antiguo Testamento era un privilegio. Ahora todos los creyentes hemos sido elegidos por Dios: somos un “linaje escogido...pueblo adquirido por Dios” (1 P 2:9). En el tabernáculo y el templo del Antiguo Testamento, había lugares donde solo los sacerdotes podían entrar. Detrás del grueso velo, en el Lugar Santísimo, solo el Sumo Sacerdote podía entrar, y únicamente una vez al año en el Día de la Expiación, cuando hacía ofrenda por el pecado a favor de todo el pueblo. Pero como mencionamos anteriormente, por la muerte del Señor Jesús en la cruz del Calvario, ahora todos los creyentes tenemos un acceso directo al trono de Dios a través de Jesucristo, nuestros Sumo Sacerdote (He 4:14-16). ¡Qué privilegio el poder entrar directamente al mismo trono de Dios, no a través de algún sacerdote terrenal! Cuando Cristo regrese y la Nueva Jerusalén baje a la tierra (Ap 21:2-4), los creyentes veremos a Dios cara a cara, y le serviremos ahí (Ap 22:3-4) Nuevamente, qué privilegio especial para nosotros que antes no éramos “su pueblo”.... “sin esperanza” .... destinados a la destrucción por nuestro pecado.
El segundo aspecto del sacerdocio de los creyentes es que somos elegidos para un propósito: para ofrecer sacrificios espirituales (He 13:15-16), y para anunciar las virtudes de Aquel que nos llamó de las tinieblas a Su luz admirable. Por lo cual, tanto con nuestras vidas (1 P 2:5; Tit 2:11-14; Ef 2:10) como por la palabra (1 P 2:9; 3:15), nuestro propósito es servir a Dios. Así como el cuerpo de creyentes es el templo del Espíritu Santo (1 Co 6:19-20), así Dios nos ha llamado a servirle de todo corazón, por medio de la ofrenda de nuestras vidas como sacrificios vivos (Ro 12:1-2). Un día estaremos sirviendo a Dios en la eternidad (Ap 22:3-4), pero no en cualquier templo, “... porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ellos...” (Ap 21:22). Así como el sacerdocio del Antiguo Testamento debía estar libre de contaminación, como se simbolizaba al ser ceremonialmente limpiado, así Cristo nos ha hecho santos posicionalmente ante el Padre. El nos llama a vivir vidas santas para que también podamos ser un “sacerdocio santo” (1 P 2:5).
En resumen, los creyentes somos llamados “reyes y sacerdotes” y un “real sacerdocio” como un reflejo de nuestra posición privilegiada como herederos del reino del Dios Todopoderosos y del Cordero. Por este privilegio de cercanía con Dios, ningún otro mediador terrenal es necesario. Secundariamente, los creyentes somos llamados sacerdotes, porque la salvación no es solo un “seguro contra incendios” para escapar del infierno. Más bien, los creyentes somos llamados por Dios para servirle a Él por medio de la ofrenda de sacrificios espirituales, siendo personas celosas de buenas obras.
Como sacerdotes del Dios viviente, todos debemos alabar a Aquel que nos ha dado el gran regalo de sacrificar a Su Hijo por nosotros, y como respuesta, el compartir esta maravillosa gracia con otros.
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