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RESUMEN-Y-BREVE-COMENTARIO DEL APOCALIPSIS

 


NOTA: El presente resumen-y-breve-comentario del Apocalipsis no pretende ocupar su lugar; se presenta con la única finalidad de ayudar al interesado en la lectura y en el estudio directo y personal de este último libro de la Biblia (Pr 25:2; 1 Ts 5:21; Hch 17:11). 

CAPÍTULO 1 

El primer capítulo del Apocalipsis descorre las cortinas de la revelación divina para descubrir ante los ojos del lector la persona gloriosa del Señor Jesucristo. Él ha hecho visible al mismo Dios. Jesucristo es visto, en primer lugar, con relación a las otras dos personas de la Trinidad. Luego hay una doxología que exalta tanto a la persona como a la obra de Jesucristo y afirma de manera contundente la realidad de su segunda venida. Él es el Soberano del universo, el Todopoderoso, Aquel que tiene control absoluto de todas las cosas.

Juan es transportado en espíritu y colocado en una situación donde pudo contemplar los acontecimientos que tendrán lugar en la época conocida como «el día de Jehová» o «día del Señor». El Todopoderoso se manifiesta delante de Juan lleno de majestad y gloria. Se identifica como «uno semejante al Hijo del Hombre» una referencia, sin duda, al personaje celestial de Daniel 7:13. Juan describe al Cristo glorificado de la cabeza a los pies. La visión es tan majestuosa e imponente que el apóstol queda deslumbrado y cae al suelo como muerto, hasta que es confortado y restaurado por el Señor. El capítulo 1 del Apocalipsis destaca la gloria de Cristo, su majestad y su soberanía. Hay un contraste muy marcado entre el Cristo de los evangelios y el que aparece en Apocalipsis 1. Los evangelios presentan al Cristo que vino para servir, no para ser servido (Mr. 10:45). El capítulo 1 del Apocalipsis presenta al Cristo digno de toda adoración, el Juez escatológico del universo delante de quien toda rodilla se doblará.

CAPÍTULO 2

La primera de las siete cartas se dirige a la iglesia de Éfeso. La asamblea de Éfeso era notoria por su impulso hacia Dios, su fervor y su celo doctrinal. Esta congregación, evidentemente, fue una iglesia misionera durante toda una generación y se destacó en el Asia Menor. Pero a pesar de todos los privilegios, la iglesia de Éfeso abandonó su primer amor. El Señor, en su gracia y misericordia, reconoce las virtudes de la congregación y le advierte de la necesidad de regresar a su relación original con Dios. El mensaje a la iglesia de Éfeso es de vital importancia hoy para la iglesia en general y el creyente en particular. Hay muchas congregaciones y creyentes con las mismas características. Tienen celo doctrinal, trabajan arduamente, pero sufren un enfriamiento espiritual que afecta su vida diaria y que amenaza con dejarlos sin candelero.

La iglesia de Esmirna era pequeña en número y pobre en recursos materiales, a pesar de encontrarse en un ambiente de opulencia económica y de esplendor sociopolítico. Los creyentes de Esmirna eran perseguidos y acusados ante las autoridades romanas por un grupo de susodichos judíos a quienes el Señor describe como sinagoga de Satanás.

A pesar de las limitaciones y las dificultades, los cristianos de Esmirna tenían recursos espirituales con los que hacían frente a los enemigos del cristianismo. La iglesia de Esmirna no claudicó en medio de las persecuciones que al parecer fueron severas, ya que en el año 138 d.C. uno de sus líderes principales, Policarpo, murió en la hoguera.

La asamblea de Esmirna proporciona un ejemplo digno de imitarse. Hay en el mundo hoy día congregaciones que luchan por sobrevivir en medio de limitaciones y estrecheces semejantes a las que existieron en Esmirna. Hay congregaciones que tienen que enfrentarse hoy día al paganismo moderno, al agnosticismo y al fanatismo religioso. Todavía hay en el mundo de hoy lugares donde el testimonio cristiano se paga con la propia vida. La promesa del Señor a la iglesia de Esmirna: «Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida» tiene vigencia para el creyente hoy.

Aunque la iglesia de Pérgamo estaba «casada» con el mundo e implicada en prácticas que desagradaban al Señor, la misericordia de Dios obra y extiende un llamado al arrepentimiento a toda la congregación. Si bien es cierto que el Señor se dirige a la iglesia y le advierte del juicio que podía venir sobre ella, no es menos cierto que hay tres hermosas promesas para el vencedor: Sustento espiritual, favor especial y comunión íntima.

El mismo llamado que el Señor hizo a la iglesia de Pérgamo, lo hace a las congregaciones de fines del siglo XX. También hoy existen muchas asambleas cristianas en las que hay deficiencias tanto doctrinales como prácticas y necesitan regresar a una comunión íntima con Cristo.

La iglesia de Tiatira poseía ciertas excelencias envidiables, tales como amor, fe, servicio y paciencia. Era una congregación que había crecido en la cantidad de sus obras aunque, evidentemente, no en la calidad de las mismas. Es reprochada por la tolerancia de la inmoralidad y por la falta de celo espiritual. La congregación de Tiatira había dado cabida en su seno al error teológico, a la falsedad eclesial y a la idolatría. Todo eso había desembocado en prácticas repudiables.

La apostasía practicada en Tiatira era capitaneada por una mujer que, al parecer, estaba implicada en actividades de ocultismo. El Señor hace un llamado al arrepentimiento a los culpables de aquella confusión y les advierte del juicio inminente que les sobrevendría si se negaban a arrepentirse. Dentro de la iglesia de Tiatira el Señor tenía un remanente fiel al que le promete ricas bendiciones como recompensa por su fidelidad. Entre esas bendiciones está la de disfrutar de la gloria de su reino mesiánico.

El mensaje a la iglesia de Tiatira constituye un llamado a todas las congregaciones cristianas, incluso las de hoy día, a mantener tanto la limpieza doctrinal como la fidelidad práctica al Señor Jesucristo. El mensaje del Señor no es sólo eclesial, sino también personal. El vencedor será galardonado y bendecido mientras que el rebelde será castigado.

CAPÍTULO 3

La iglesia de Sardis era culpable de una sorprendente aridez espiritual. Al parecer, la congregación había caído en la complacencia personal y había abandonado la responsabilidad de testificar de Cristo. La asamblea había estado languideciendo por varios años, tal vez décadas. Se asemejaba a una lámpara a punto de terminársele el combustible y por lo tanto, «estaba para morir».

La mayoría de los miembros profesaban ser cristianos, pero no había vida espiritual genuina si no en unos pocos. Este remanente, aunque pequeño, era fiel al Señor todavía. A quienes sólo profesaban ser cristianos, el Señor les advierte de las consecuencias de permanecer en la condición en la que se encontraban y les conmina a actuar con prontitud.

El remanente fiel, por el contrario, recibe promesas maravillosas: (1) Serán vestidos con vestiduras blancas (símbolo de la condición perpetua de santidad); (2) andarán con el Señor (descripción de una comunión eterna con Cristo); (3) sus nombres no serán borrados del libro de la vida (confirmación de la salvación eterna que recibieron por la fe en Cristo); y (4) sus nombres serán confesados delante del Padre y de los ángeles (reconocimiento de la fidelidad y el servicio desplegados para el Señor en situaciones difíciles).

Las iglesias de hoy día y los cristianos como individuos deben prestar oído al mensaje del Señor a la iglesia de Sardis. Hoy, como entonces, las iglesias necesitan ser vigilantes y fortalecer las cosas que quedan. Es necesario advertir que no sirve tener el nombre inscrito en el libro o registro de una iglesia aquí en la tierra. Lo únicamente importante es tener la certeza de que, por la fe en la persona del Señor Jesucristo y nuestra comunión con Él, nuestro nombre no sólo ha sido inscrito en el libro de la vida en el cielo, si no que no será borrado de él.

La iglesia de Filadelfia era, al parecer, pequeña tanto en número como en influencia. A pesar de eso, Cristo le anuncia que ha puesto delante de ella una puerta abierta. La puerta podría ser la de amplia entrada en el reino del Mesías o la de la oportunidad para que continuase dando testimonio a pesar de la oposición de los judaizantes.

También el Señor le promete que sería librada de la hora de la prueba, es decir, de los juicios escatológicos—la ira de Dios—diseñados para la humanidad rebelde e incrédula que está apegada a las cosas terrenales. Además, el Señor promete al vencedor que disfrutará de una íntima comunión con Él en la Nueva Jerusalén. Hay una exhortación final a prestar oído al mensaje. El reto a todos los que oyen hoy es a recibir a Cristo como Salvador y habiéndolo recibido, dar fiel testimonio del Señor. Esto confirmará su salvación y su posesión de la vida eterna con Dios.

A la iglesia de Laodicea el Señor le dice: «Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente». El conocimiento sobrenatural de Cristo penetra hasta lo más profundo y escudriña las obras de los creyentes de Laodicea. La inútil tibieza de aquella asamblea no escapa del escrutinio del Señor. El veredicto del Señor es que los de Laodicea no eran ni fríos ni calientes. No eran «fríos» (como el hielo) para que pudieran reconocer su profunda necesidad. Tampoco eran «calientes» (hirvientes) de manera que estuviesen en consonancia con el criterio de Cristo. El calificativo de «tibio» [chliaros] sugiere que hubo un tiempo en que los creyentes eran calientes, pero ahora se habían enfriado. Los tibios manantiales cercanos a Hierápolis eran claramente visibles desde Laodicea. Esos manantiales no proporcionaban ni agua potable ni aguas termales con propiedades terapéuticas. «Tibio», por lo tanto, sugiere sin uso adecuado, sin eficacia. En el versículo 15, el Señor dice: «Ojalá fueses frío o caliente», es decir, «desearía que frío fueses o caliente». El deseo del Señor respecto a los creyentes de Laodicea manifiesta su compasión y contrariedad por lo que podrían haber sido. La advertencia del Señor es: «Pero por cuanto eres tibio... te vomitaré de mi boca», mejor «estoy a punto de vomitarte de mi boca». Esta acción sugiere rechazo con disgusto extremo. 

«Y no borraré su nombre del libro de la vida». Al parecer, el Señor no cree en la falacia moderna de que los nombres que han sido escritos en el libro de la vida de ninguna manera pueden borrarse de allí (véase Ex. 32:33; 22:19). La parte de un creyente puede ser quitada de la ciudad santa (Ap. 22:19) y de las bendiciones escritas en el libro de Apocalipsis (Ap 22:19), si comete apostasía y se aparta del Señor para retornar al mundo (Pr. 26:11; 2 P. 2:22). No importa cuánto vaya esto en contra de la corriente de los que enseñan que la salvación no puede perderse, ni las promesas ni las advertencias del Señor son vana palabrería. «Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta. El dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no lo ejecutará?» (Nm. 3:19). 

«Yo reprendo y castigo a todos los que amo» , literalmente, «yo, a cuantos amo, reprendo y disciplino» (véanse Pr. 3:12; He. 12:6). He aquí la obligación del amor: El padre que ama a su hijo de verdad, no vacila en reprenderlo y castigarlo si es necesario para que regrese al camino correcto. 

Dios aplica acción disciplinaria cuando sus hijos la necesitan. La disciplina puede ser en forma de reprensión («yo reprendo») con el resultante reconocimiento de culpa. También puede manifestarse como «castigo» . El verbo «castigar» significa «entrenar niños», «castigar», «corregir».

El resultado esperado por el Señor se expresa así: «Sé, pues, celoso, y arrepiéntete». La frase completa podría expresarse así: «Comienza a arrepentirte de inmediato y de ahí en adelante sé continuamente celoso».

«El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias». Con estas palabras termina el mensaje a cada una de las siete iglesias. Lo que el Espíritu dice a las iglesias, también lo dice al creyente como individuo.

Conclusión

Los capítulos 2 y 3 del Apocalipsis constituyen una unidad dentro de la estructura del libro, aunque deben interpretarse y ser comprendidos a la luz del mensaje total del Apocalipsis.

Las siete cartas son mensajes dirigidos a siete iglesias históricas que existían en el Asia Menor y en las que Juan el Apóstol tuvo un amplio ministerio. Dichas Iglesias, además, representaban siete condiciones que han existido simultáneamente en cada siglo de la historia de la Iglesia. Las cartas contienen, por lo tanto, exhortaciones, advertencias, recriminaciones y reconocimientos que pueden y deben aplicarse a las iglesias de hoy día.

No debe perderse de vista, sin embargo, que el mensaje central del Apocalipsis gira alrededor de la segunda venida de Cristo y la consumación de su reinado glorioso. Ese reinado será inaugurado personalmente por el Rey-Mesías en su segunda venida.

Antes de su venida corporal y visible, tendrá lugar el cumplimiento de la gran tribulación para la Iglesia. Esta tribulación se identifica con los juicios escatológicos que afectarán al mundo entero (Ap. 3:10). El Señor promete librar a su iglesia de la hora misma de la prueba—la ira de Satanás. Esa liberación será una protección a través de la ira o prueba, no es una liberación que consistirá en sacar a la iglesia de la tierra antes que esos juicios tengan lugar, sino después de que se desate la gran tribulación (el propósito de la ira de Satanás). 

La esperanza de los redimidos es estar en la presencia del Señor y disfrutar de comunión plena con Él sin obstáculos de ninguna clase que interfieran con esa relación. El Señor promete que el vencedor se sentará con Él en su trono. Su trono tiene que ver con el dominio que Cristo ejercerá como Rey Mesías cuando regrese la segunda vez a la tierra. Él reinará como Rey de reyes y Señor de señores, exhibiendo dentro del tiempo y de la historia la plenitud de sus atributos que estuvieron velados cuando vino a este mundo la primera vez.

CAPÍTULO 4

El capítulo cuatro de Apocalipsis presenta la sublime visión del trono glorioso del Señor Soberano Juez del universo. El trono es el estrado de un juez que está preparado para ejecutar su juicio. En este caso particular, se refiere a los juicios relacionados con los últimos tres años y medio de la era. El apóstol Juan pudo contemplar el aspecto del glorioso personaje que estaba sentado en el trono. Para poder describirlo, Juan tiene que usar una serie de símiles tales como «piedra de jaspe» y «cornalina».

El trono mismo está rodeado de un arco iris semejante a una esmeralda. Luego Juan ve a veinticuatro ancianos sentados en tronos y vestidos con ropas blancas. Muchos piensan que esos veinticuatro ancianos son hombres glorificados que representan, tal vez, a los santos de todas las edades, a los santos del Antiguo Testamento o quizá sólo a los santos de la dispensación de la iglesia. Sin embargo, es claro que dichos ancianos son un grupo de seres angelicales de alto rango que comparten con el Señor la responsabilidad de ejecutar juicios.

Delante del trono hay un mar de vidrio que podría representar la transparencia de los juicios de Dios o el hecho de que Dios demanda santidad para que alguien se acerque a su presencia. Allí están también cuatro seres vivientes o querubines. Estos son seres especiales encargados de dirigir la alabanza y la adoración al que está sentado en el trono. De manera sincronizada, los veinticuatro ancianos siguen a los cuatro seres vivientes y adoran a Aquel que es digno de recibir toda la honra y la alabanza por ser el Creador de todo lo creado y el Soberano absoluto del universo.

CAPÍTULO 5

El capítulo 5 del Apocalipsis presenta la visión del rollo que contiene la totalidad de la revelación de la intervención final de Dios en los días finales de la consumación de la historia. El rollo está en la diestra de Dios el Padre. El rollo tiene que ver con juicios y es el Hijo quien tiene la responsabilidad de ejecutar estos juicios tanto en el ámbito terrestre como en el cósmico. Es por ello que nadie puede romper los sellos que impiden la lectura del contenido del rollo.

Sólo el «León de la tribu de Judừla raíz de David», es decir, el Mesías, es digno de romper los sellos con los que el rollo está sellado. Él es el Cordero, o sea, el sacrificio perfecto ofrecido por el pecado del mundo. Él murió y resucitó de entre muertos y vive por los siglos de los siglos. Él toma el rollo de la mano del Padre porque el Cordero tiene la potestad para juzgar. El hecho de que el Cordero asume responsabilidad de Juez Supremo del universo produce un triple brote de alabanza. La primera procede de los seres angelicales del mayor rango (los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos). La segunda la pronuncian las miríadas de ángeles que forman un amplio círculo alrededor del trono celestial. Finalmente, hay una tercera alabanza por la totalidad de las criaturas del universo. 

El Cordero es alabado por su perfecta obra expiatoria, por haber redimido para Dios un pueblo extraído de entre todos los diferentes grupos étnicos de la tierra, por haber constituido un reino y sacerdotes para Dios, y por el hecho de que los redimidos reinarán con Él sobre la tierra.

Incuestionablemente, los creyentes de hoy día pueden y deben proclamar las verdades gloriosas contenidas en los capítulos 4 y 5 del Apocalipsis. La certeza del cumplimiento de los propósitos de Dios a pesar de que el mundo ignore al Dios soberano debe producir un singular consuelo en el corazón de todo cristiano. Cristo ha de ser alabado por la totalidad de los seres del universo (Ap. 5:13; Fil. 2:11). Mientras llega ese día, la Iglesia cristiana debe enseñar y vivir de manera que el Cordero-Redentor-Mesías sea alabado en el mundo presente.

CAPÍTUOLO 6

El capítulo seis del Apocalipsis revela el comienzo de la gran tribulación (Mt. 24:21). Los sucesos revelados en Apocalipsis 6 se corresponden con la profecía del sermón del Monte de los Olivos (Mt. 24:3-30). Hay quienes pretenden espiritualizar el contenido de este capítulo. Se sugiere que los sucesos del sexto sello son tan abarcadores que tienen que espiritualizarse. Sin embargo, transferir el significado de dichos hechos a otro ramo contribuye muy poco a la búsqueda de una explicación adecuada del pasaje. Si todas las plagas en el ámbito natural son espiritualizadas, ¿qué ocurrirá con las profecías tocante al mismo tema dadas por los profetas del Antiguo Testamento y por el mismo Señor Jesucristo? Si los violentos acontecimientos ocurridos en el ámbito del mundo físico dentro de la revelación del sexto sello son solamente simbólicos, ¿qué explicación se daría al hecho de que los hombres buscan refugio en las cuevas y en las peñas?

Lo más prudente es que el estudioso del Apocalipsis en particular y de las profecías bíblicas en general parta desde una sólida exégesis del contenido del material bíblico. Es imprescindible, además, la utilización de una hermenéutica congruente. Si bien es cierto que no se debe minimizar el uso constante de símbolos y de figuras de dicción a través del Apocalipsis, también es cierto que la interpretación literal de esos géneros literarios dentro de su ambiente y dándole a cada figura el sentido pretendido por el autor y universalmente aceptado dentro de la cultura y de la literatura en la que el Apocalipsis fue escrito, constituye el mejor acercamiento a la comprensión del mensaje que Dios reveló al apóstol Juan.

En este capítulo hemos visto que la ira de Dios que será derramada sobre los impíos en los últimos tiempos se le llama «el día del Señor»«el fin», o «el fin del siglo». Este será un breve periodo de tiempo en el cual sólo Dios, y no el Anticristo, «será exaltado», y cuando Él destruirá sistemáticamente a los injustos que permanezcan en la tierra después de que los fieles hayan sido trasladados o arrebatados. La ira de Dios vendrá a continuación de una señal que Él dará en el sol, la luna y las estrellas que advertirá al mundo de lo que ha de venir (Ap. 6:16-17), y dirá a los santos de Dios que es el momento de levantar la cabeza porque ha llegado el día de su liberación. La ira de Dios nunca debe confundirse con la ira de Satanás, quien es el poder tras la persecución de los elegidos de Dios por parte del Anticristo. Solamente Satanás y su secuaz, el Anticristo, serán exaltados en su día de gran ira contra los hijos de Dios. Por otro lado, solamente el Señor será exaltado durante Su día de ira contra los hijos de Satanás. Aunque los santos experimentarán la ira de Satanás—la gran tribulación—jamás padecerán la de Dios. «El día en que el Hijo del Hombre se manifieste» (Lc. 17:30), los santos serán rescatados y la ira de Dios comenzará a caer sobre los que permanezcan en la tierra, como sucedió en los días de Noé y en los de Lot. Los elegidos de Dios serán liberados de la ira de Satanás (a manos del Anticristo) ¡en el mismísimo día—aunque antes—que empiece la ira de Dios!

En Apocalipsis capítulos 11-14 y 17 veremos cómo estas solemnes verdades son repetidas y ampliadas por el Señor para que Juan las registre con el fin de que nosotros obtengamos un mejor comprensión de ellas y así eliminar toda sombra de duda.

CAPÍTULO 7

El capítulo 7 del Apocalipsis presenta dos cuadros maravillosos de lo que Dios ha de hacer en los postreros días. El primero (Ap. 7:1-8) presenta el sellamiento de los 144.000 israelitas. Doce mil de cada una de las tribus de los hijos de Israel. Ese acontecimiento tendrá lugar antes que la iglesia haya sido arrebatada, pues sabemos que ellos serán protegidos durante los 1.260 días que dure la gran tribulación (Ap 12:6, 14).

Los 144.000 serán israelitas, hombres vírgenes. El número 144.000 debe entenderse como una cifra literal. Dichos israelitas son protegidos por Dios para convertirse a Cristo Jesús cuando este regrese a la tierra para salvar (arrebatar) a los creyentes que queden después de sufrir la persecución del Anticristo (la gran tribulación) en cumplimiento de Zacarías 12:10. Ese período de tiempo será el que Cristo mencionó en Mateo 24:21 y lo describió como el de una tribulación sin precedentes.

El segundo cuadro del capítulo 7 del Apocalipsis es el que describe la presencia de una multitud innumerable con vestiduras blancas y palmas en las manos que está alrededor del trono de Dios en el cielo. Dicha multitud incluye a los santos del Antiguo Testamento, y a los santos de todas las generaciones, pero el texto destaca especialmente a aquellos que han sobrevivido la gran tribulación y a aquellos que han conocido a Cristo durante el período de la tribulación. Esa multitud innumerable es la Iglesia, y el hecho que Juan sea incapaz de identificar a sus componentes demuestra que la visión está mucho más allá de lo que él habría esperado que fuera el número de los redimidos. Dios se acuerda de su gracia en medio del juicio y permite que en los tiempos más difíciles de la historia de la humanidad el evangelio sea proclamado y personas de todas las etnias y razas de la tierra puedan recibir el perdón de los pecados y el regalo de la vida eterna.

CAPÍTULO 8

El capítulo 8 del Apocalipsis pone de manifiesto la apertura del séptimo sello. El séptimo sello revela el resto del contenido de los juicios contenidos en el rollo que el Cordero ha tomado de la mano derecha del que está sentado en el trono.

El séptimo sello consiste de siete trompetas de juicio. Con ellas se da comienzo a los últimos meses de vida que tendrá la humanidad rebelde sobre la faz de la tierra. Las primeras cuatro trompetas desatan juicios que afectan a la tercera parte de los árboles, la hierba verde, el mar, los peces, las naves, las aguas potables, el sol, la luna y las estrellas.

Antes de los toques de las trompetas, las oraciones de los santos son elevadas al mismo trono de Dios. Los santos oran pidiendo a Dios que intervenga judicialmente y que ponga fin a los desmanes de los hombres. Dios contesta las oraciones de su pueblo y hace sentir su presencia mediante truenos, voces, relámpagos y un terremoto. Los seres humanos han sido advertidos a lo largo de los siglos respecto a la intervención divina, pero muchos no han querido prestar atención a la advertencia.

Dios ha hablado y sigue hablando a los hombres. Hoy día lo hace primordialmente a través del mensaje del evangelio de la gracia de Dios. El evangelio sigue siendo el poder de Dios para salvación a todo aquel que cree, ya sea judío o gentil.

Incluso a través de los juicios, la gracia de Dios sigue activa y operante. La promesa de Cristo de dar vida eterna a todo aquel que cree en Él (Jn. 6:47) estará vigente en medio del colapso que la civilización humana sufrirá en los postreros días.

CAPÍTULO 9

Los capítulos 8 y 9 del Apocalipsis ponen de manifiesto los juicios relacionados con las primeras seis trompetas. Los primeros cuatro juicios afectan directamente a la naturaleza. La vegetación, el mar y las criaturas que viven en él, los ríos y las fuentes de agua potable. El sol, la luna y las estrellas también son afectados. Evidentemente, Dios desea llamar la atención de la humanidad, ya que sólo una tercera parte de la naturaleza padece las consecuencias de sus juicios.

Los juicios asociados con las trompetas progresan en una especie de crescendo. La intensidad y la extensión de dichos juicios aumentan a medida que se realiza cada toque de trompeta.

El capítulo 9 desvela los juicios de la quinta y la sexta trompetas. Con la quinta trompeta se abre el pozo del abismo. De allí sale una invasión de langostas infernales que atormentan a la humanidad durante cinco meses. En su desesperación, los hombres buscan la muerte pero no logran morir. La descripción dada por Juan no da lugar a dudas. Se trata de una invasión demoníaca. El jefe de dicha invasión es el ángel del abismo cuyo nombre es «Abadón» en hebreo y «Apolión» en griego, es decir, el destructor. Tanto él como su ejército son especialistas en destruir.

La sexta trompeta descubre la actuación de cuatro ángeles que han estado preparados para entrar en acción al frente de ejércitos demoníacos cuyo número es doscientos millones. Tanto los jinetes como los caballos sobre los que cabalgan emiten a través de sus bocas fuego, humo y azufre. Como resultado de esas plagas, una tercera parte de los habitantes de la tierra muere. A pesar de todas esas calamidades, los seres humanos persisten en sus pecados. La idolatría y el satanismo continúan a un ritmo acelerado.

Los sobrevivientes de los mencionados juicios no sólo actúan contra Dios, sino que también lo hacen contra sus propios semejantes. Practican el homicidio, es decir, asesinan a sus propios semejantes. Continúan en sus hechicerías, o sea, utilizan drogas con fines esotéricos y para actos de brujería. No abandonan la fornicación ni los hurtos, sino que persisten en ellos.

El texto da a entender que estos juicios van encaminados a llamar al hombre al arrepentimiento. Dos veces, sin embargo, se destaca el hecho de la dureza del corazón del ser humano. En el versículo 20 dice: «ni aun así se arrepintieron de las obras de sus manos» y en el versículo 21: «Y no se arrepintieron». El rechazo de la luz deja al hombre en las más densas e impenetrables tinieblas espirituales.

CAPÍTULO 10

Antes que suene la séptima y última trompeta de juicio, Dios envía un ángel fuerte a la tierra con autoridad delegada sobre todo el planeta. Dicho ángel anuncia que Dios no dilatará más la consumación de su plan eterno, particularmente en lo que concierne al establecimiento del reino glorioso del Mesías.

Anuncia, además, que simultáneamente con el toque de la séptima trompeta Dios dará cumplimiento cabal a lo que los profetas del Antiguo Testamento habían anunciado (Dn. 12:7). El misterio de Dios concierne al hecho de que Dios pondrá de manifiesto que Él y sólo Él es el soberano del Universo.

Las cosas progresan secuencialmente a través de los sellos y las trompetas hasta el fin de los tiempos en el capítulo 10. Luego todo se detiene y los últimos tres años y medio se exploran una y otra vez con más detalle desde diferentes puntos de vista a medida que se presentan los detalles de los sellos y las trompetas. El diseño del Discurso del Monte de los Olivos de Jesús en los evangelios es de la misma manera. Jesús presenta secuencialmente el curso general de los eventos hasta el final de los tiempos en Mateo 24:14 y luego se detiene, luego vuelve a los últimos tres años y medio enfocándose en los personajes y eventos más importantes. Cuando el ángel le dice a Juan en Apocalipsis 10:11 que debe profetizar nuevamente «sobre muchos pueblos, naciones, lenguas y reyes», eso es una indicación del comienzo del recuento. Lo que sigue (capítulos 11, 12, 13 y 14) son los detalles de los sellos y las trompetas presentados nuevamente, desde diferentes perspectivas: una descripción detallada de lo que se ha cubierto brevemente en los capítulos anteriores.

El ángel fuerte tiene en su mano un rollo pequeño o «librito» que contiene una descripción de los mismos eventos descritos desde Apocalipsis 6 hasta Apocalipsis 14. Los sellos, las trompetas y las copas muestran estos eventos de manera panorámica, el «librito» los muestra en primer plano. Esta revelación es dada a Juan, quien es re-comisionado para que profetice el contenido de este «librito»

Los días postreros serán difíciles tanto para el pueblo de Dios (la nación de Israel y los creyentes convertidos tanto antes como después del arrebatamiento de la iglesia), que experimentará las persecuciones del Anticristo, como para el mundo incrédulo, que experimentará el derramamiento de la ira de Dios. Pero aún cuando la rebeldía humana llega a su cenit, Dios no se queda sin testimonio en el mundo.

CAPÍTULO 11

El pasaje comprendido en Apocalipsis 11:1-14 es un resumen de la tribulación destacando el ministerio de los dos testigos como principales agentes al servicio de Dios. Su ministerio dura lo mismo que el reinado del Anticristo y que el tiempo dado a este para que desate la persecución contra el pueblo de Dios en la tierra (tanto judíos convertidos o por convertirse al Mesías, como gentiles nacidos de nuevo). Juan no está haciendo otra cosa que profetizando «otra vez» (Ap. 10:11), esta vez desde la tierra, lo mismo que había visto previamente desde el cielo (Ap. 6:1 hasta 9:21).

El párrafo comprendido en Apocalipsis 11:15-19 es un trozo de suma importancia en el desarrollo del argumento del libro porque retoma brevemente la narración lineal que llega hasta Apocalipsis 9:21 y es interrumpida por Apocalipsis 10 hasta 11:14. Recuérdese que el tema central del Apocalipsis es la venida en gloria del Mesías y el establecimiento de su reino en la tierra. Este establecimiento de su reino será precedido y acompañado de juicios que culminarán con la destrucción del reino y gobierno que los gentiles han ejercido sobre las naciones de la tierra. Una vez que el dominio gentil haya sido destruido, el Mesías establecerá su reino de paz, justicia y santidad. Es entonces cuando toda la tierra será llena del conocimiento de Jehová (Is. 11:9; Hab. 2:14).

El anuncio del establecimiento del reino de Cristo en la tierra se produce con el sonido de la séptima trompeta. Los veinticuatro ancianos que están alrededor del trono celestial alaban y expresan gratitud a Dios debido al gran acontecimiento que está a punto de ocurrir: «Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos» (Ap. 11:15b).

Los veinticuatro ancianos anticipan el establecimiento del reino y proféticamente lo dan como una realidad irreversible. Las naciones de la tierra, por su parte, se llenan de ira ante la realidad de que Dios pone fin a la rebeldía de los hombres. Los gobernantes de la tierra se mancomunarán y se organizarán militarmente para intentar impedir la venida en gloria del Mesías (Sal. 2). Pero ningún esfuerzo humano para impedir la consumación de la ira de Dios tendrá éxito. No sólo viene la ira de Dios, sino también «el tiempo» [ho kairós] apropiado para juzgar, dar y destruir. El Mesías ha de juzgar a los muertos, ha de dar el galardón o la recompensa a quienes le han servido y obedecido y ha de destruir a quienes han sembrado la iniquidad en la tierra.

Este párrafo termina con una manifestación de la santidad y la fidelidad de Dios. El Dios soberano es santo y fiel en todos sus juicios. Los hombres han dado por sentado que Dios no intervendrá en los asuntos del mundo. Dios, sin embargo, cumplirá su propósito eterno y llevará a su culminación el plan original tocante a la manifestación de su reino.

CAPÍTULO 12

El capítulo 12 del Apocalipsis es crucial a la hora de interpretar el argumento del libro. Conjuntamente con los capítulos 13 y 14, este capítulo revela quiénes serán los protagonistas centrales del período de la gran tribulación. Son cinco los protagonistas mencionados en este capítulo: (1) «La mujer» (Ap 12:1-2), que simboliza al Israel de Dios: la Iglesia universal; (2) «el dragón» (Ap 12:3-4), que representa a Satanás; (3) «el hijo varón» (Ap 12:5-6), que se refiere al Señor Jesucristo; (4) «Miguel» el arcángel (Ap 12:7); y (5) «el resto de la descendencia» de la mujer (Ap 12:17), que se refiere a los creyentes redimidos de todas las naciones en los días finales de la era.

Como es característico en el Apocalipsis, el contenido del capítulo 12 está expresado en lenguaje figurado. Las figuras de dicción, sin embargo, no dan licencia para que el intérprete aplique una hermenéutica alegórica o espiritualizante a la hora de descubrir el significado de las figuras usadas para comunicar el mensaje. El texto dice que la mujer es una «señal» [seimeion]. Eso significa que la mujer simboliza «algo» o «alguien». El exégeta debe proceder objetivamente para descubrir de qué o de quién la mujer es señal.

Lo mismo sucede con la identificación del dragón escarlata. La figura del dragón, según el texto, es «otra señal». El versículo nueve revela que el dragón representa a Satanás. De modo que no es necesario especular en cuanto a dicha identificación. No obstante, el intérprete tiene que contender con el hecho de la figura del dragón. ¿Qué pretende decir Juan cuando describe a Satanás como un gran dragón? El apóstol sin duda pretende describir la naturaleza o el carácter de Satanás. Un dragón habla de un ser temible, aterrorizante, de gran fortaleza, que intimida a quien lo contempla.

Una vez más, se hace necesario destacar que el lenguaje figurado no debe interpretarse figurada o alegóricamente. Las figuras de dicción en cualquier idioma tienen un significado literal que es aquel que le asigna la comunidad que lo usa. Se dice de un artista o un deportista que es una «estrella». Esta figura es usada para decir que sobresale por encima de otros. A veces se describe a una persona con el calificativo de «bárbaro» para significar que es fieroarrojadotosco o inculto. En definitiva, decir que el Apocalipsis es un libro de símbolos y que, por lo tanto, no puede interpretarse literalmente sino que hay que espiritualizarlo, no es un procedimiento correcto. El lenguaje figurado tiene por objeto expresar de manera concreta ideas o conceptos abstractos. Por lo tanto, una interpretación literal del Apocalipsis toma en cuenta la utilización de las figuras de dicción a través del libro. La literatura apocalíptica posee esa característica y eso la diferencia, entre otras cosas, de los demás géneros literarios.

En este capítulo también se revelan varios temas que forman parte importante del argumento del Apocalipsis. Se menciona el gran poder del dragón: Sus siete cabezas, diez cuernos, siete coronas o diademas y su capacidad para arrastrar a la tercera parte de las «estrellas del cielo» (ángeles) indican que posee un poder de gran alcance. No obstante a ese poder, el dragón es desalojado del cielo después de luchar con el arcángel Miguel. Esa guerra angelical ocurre antes de la gran tribulación, y la gatilla cuando Satanás es arrojado a la tierra, desde donde intenta destruir a la simiente de Abraham (judíos y gentiles por igual) y a los 144.000 israelitas que han sido sellados. Su fracaso es total porque Dios protege a la mujer y al resto de su descendencia.

Una verdad central en este capítulo se relaciona con el reino del Mesías. Se dice con claridad que Él «regirá con vara de hierro a todas las naciones». Esto se cumplirá literalmente cuando Cristo venga con poder y gloria. En Apocalipsis 12:10, Juan afirma prolépticamente varias verdades contundentes tocante al reino: «La victoria, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Mesías» son realidades que se harán patentes cuando el reino sea establecido. Todo esto constituye el centro mismo del argumento del Apocalipsis. Dios ha de consumar su propósito tanto dentro de la historia de la humanidad como en la eternidad.

CAPÍTULO 13

El capítulo 13 del Apocalipsis es uno de los trozos centrales en el argumento del libro. La primera parte de este capítulo presenta la aparición en el escenario mundial de un imperio descrito mediante la figura de «la bestia que sube del mar». Dicho imperio posee características similares a las del dragón del capítulo 12. Posee siete cabezas y diez cuernos. Además, posee otras cualidades semejantes a las bestias que aparecen en el capítulo 7 del libro de Daniel.

La bestia que surge del mar es, sin duda, el agente satánico por excelencia que ha de aparecer en tiempos escatológicos para promover la persona de Satanás entre los seres humanos. Será un imperio religioso y cruento que intentará imitar al verdadero reino milenial que impondrá el Mesías. La prueba de que es un imperio religioso pero anticristiano está en el hecho de que se dedica a blasfemar: (l) contra Dios; (2) contra el lugar de la morada de Dios; y (3) contra los seres que habitan en el cielo con Dios.

La bestia que surge de la tierra o falso profeta será capaz de hacer «grandes señales» (Ap. 13:13) y engañar con ellas a los moradores de la tierra. Entre sus sorprendentes señales están: (1) Hacer descender fuego del cielo; e (2) infundir aliento a la imagen de la bestia/imperio para que hable.

Finalmente, el falso profeta impone a los habitantes de la tierra una marca que será colocada en la mano derecha o en la frente de los seguidores de la bestia/imperio. Sin esa identificación nadie podrá comprar ni vender cosa alguna. La marca mencionada será equivalente al lema de la bestia/imperio que a su vez será igual al valor numérico 666.

La bestia que surge de la tierra se convertirá en un dictador con poderes que excederán los que haya tenido cualquier otro emperador que el mundo jamás haya tenido. Será la cabeza religiosa, primero, y política, después, del imperio que será reavivado en los postreros tiempos. Por voluntad divina, tendrá «autoridad sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación», es decir, tendrá hegemonía política, comercial, legal y religiosa sobre todos los habitantes de la tierra.

Este personaje será el Anticristo de los últimos días. Será obedecido por los habitantes de la tierra que han rechazado al verdadero Mesías. El período que se le permitirá gobernar al mundo será de 42 meses, o sea, tres años y medio. Ese será el período de duración de la gran tribulación. A través de ese tiempo, la bestia/Anticristo perseguirá de manera inmisericorde a todo aquel que se niegue a obedecerlo. Es más, muchos de los adoradores del verdadero Mesías serán ejecutados (decapitados) por resistirse a rendir culto a la bestia (Ap. 13:7). Este martirio tiene un nombre: Yihad, que es el sexto pilar del islamismo y se refiere al decreto religioso de guerra, basado en el llamado por parte del Corán para extender la ley de Alá [Juan E. Campo, ed. (2009). Encyclopedia of World Religions: Encyclopedia of Islam. Jihad, p. 397.]

Debe tenerse siempre presente que Dios tiene absoluto control de todo lo que ocurre. Es Dios quien permite que Satanás tome control del reino del mundo por un período limitado de tiempo. El Mesías derrotará decisivamente a la bestia y al mismo Satanás cuando venga a inaugurar Su reino milenial (Sal. 2; Ap. 11:15).

CAPÍTULO 14

El capítulo 14 del Apocalipsis puede dividirse en tres partes: (1) La visión del Cordero acompañado de los 144.000 israelitas sellados para un ministerio especial durante el período de la gran tribulación (Ap. 14:1-5); (2) la visión de la proclamación del evangelio eterno y el anuncio del juicio sobre Babilonia y todo lo que ella arrastra (Ap. 14:6-13); y (3) la visión de la siega y la vendimia judicial de los postreros tiempos (Ap. 14:14-20). Hay, primero, una siega de la mies que representa el arrebatamiento (y resurrección) de los santos de Dios. También aparece el cuadro judicial ilustrado mediante la figura de la vendimia. Las uvas del juicio están en su grado óptimo de madurez y son arrojadas en el lagar de la ira de Dios (Ap. 14:18-20). Las uvas representan a los perdidos seguidores de la bestia.

Los 144.000 del capitulo 14 son, sin duda, los mismos del capítulo 7. Estos han sido escogidos por Dios de entre los habitantes de la tierra durante los años de la tribulación, después que la iglesia haya sido arrebatada. Los 144.000 serán perseguidos por decreto del Anticristo. En Apocalipsis 14:12-13 hay palabras de estímulo para los mártires y una exhortación a permanecer fieles incluso frente a la muerte.

Quienes se sometan a la voluntad de la bestia podrán salvar sus vidas físicas, pero tendrán que enfrentarse al juicio de Dios y beberán «del vino de la ira de Dios» en su pureza más absoluta. Salvarán sus vidas temporales, pero sufrirán el castigo eterno (Ap. 14:9-11). Los escogidos de Dios, por el contrario, podrán perder sus vidas físicas y sufrir el tormento de las persecuciones de la bestia, pero pasarán a la vida eterna y serán ricamente recompensados en la presencia del Señor por la eternidad (Ap. 14:12-13).

El tercer párrafo de Apocalipsis 14 presenta un cuadro del juicio que el Mesías ejecutará cuando venga por segunda vez a la tierra. El Mesías vendrá con poder y gloria, coronado con una corona de oro. Viene como guerrero divino para derrotar a sus enemigos y juzgar a los rebeldes e inicuos, y a través del uso de dos metáforas («la mies» y «las uvas»), el texto describe el acto judicial de Dios contrastándolo con el acto de misericordia mostrado hacia sus santos por medio del arrebatamiento previamente efectuado. Las frases «...la mies de la tierra está madura» y «sus uvas están maduras» ponen de manifiesto el contraste que existe entre los santos de Dios y los habitantes de la tierra han llegado al colmo de la maldad. La única semejanza que existe entre «la mies» y «las uvas» es que ambas están maduras y, por lo tanto, listas para ser cosechadas.

Concluyendo. Hay dos acciones similares en Apocalipsis 14:14-20. Sólo la primera es llamada siega (cosecha). Los versículos del 14 al 16 describen la cosecha de la tierra, mientras que los versículos del 17 al 20 describen la vendimia de la tierra. Ambas contrastan; la última ilustra el juicio divino sobre los seguidores de la bestia, la primera ilustra el arrebatamiento de los santos de Dios. Usando una parábola diferente, el Señor había dicho, «la siega es el fin del siglo» (Mt. 13:39). El trigo y la cizaña son separados en el fin del siglo. Esta separación la realiza el Hijo del hombre enviando a Sus ángeles para que reúnan a los santos del reino de su Padre (Mt. 13:41-43). Téngase en cuenta que los ángeles están asociados con la cizaña en la parábola de Mateo 13:40-42. Similarmente en Mateo 13:49 se ve a los ángeles separando a los malvados de los santos. En Apocalipsis 14:17-20 el ángel se asocia con la vendimia en el juicio, pero el Hijo del hombre con la cosecha o siega. La primera hoz y la cosecha se relacionan con hombres de fe en la tierra al final de la gran tribulación. La segunda hoz y la vendimia se relacionan con hombres incrédulos de la tierra y con la batalla de Armagedón. La paciencia de Dios se ha agotado y la oferta de su gracia ha sido rechazada. El Mesías se presenta a la humanidad no ya como el Salvador, sino como el Juez de los hombres.

CAPÍTULO 15

El capítulo 15 del Apocalipsis pone de manifiesto la preparación divina para la ejecución de los juicios que han de consumar la ira de Dios sobre los habitantes de la tierra. Esa consumación se realiza mediante el derramamiento del contenido de las siete copas con las siete plagas postreras.

En su visión, Juan contempla un mar de vidrio mezclado con fuego en el que aparecen los mártires de la tribulación que resistieron a la bestia y se negaron a someterse a sus exigencias. Delante de la presencia de Dios entonan el cántico de Moisés y el cántico del Cordero. De ese modo reconocen varios de los atributos de Dios: (1) Su omnipotencia; (2) Su justicia; (3) Su verdad; (4) Su soberanía; (5) Su santidad; y (6) Su dignidad de ser universalmente adorado.

Finalmente, el apóstol ve el templo o lugar santísimo del tabernáculo del testimonio que está abierto en el cielo. Del lugar santísimo salen siete ángeles con las siete plagas postreras. Los ángeles visten atavíos reales y se preparan para ejecutar la orden divina. El lugar santísimo se llena de humo a causa de la presencia de la gloria de Dios. Durante la ejecución de los juicios, nadie tiene acceso a la presencia de Dios. Esos juicios escatológicos serán inapelables. Dios ha de reivindicar su causa y reclamar el derecho de soberanía sobre su creación.

CAPÍTULO 16

Apocalipsis 16 revela los juicios que consuman la ira de Dios. Estos juicios aparecen en la forma de siete copas que son derramadas sucesivamente sobre la tierra, el mar, los ríos, el sol, el trono de la bestia, el río Éufrates y el aire (la atmósfera terrestre). Las siete plagas postreras tienen un alcance universal, es decir, afectarán a toda la tierra y sus habitantes. No todos morirán como resultado de esas plagas, pero todos sufrirán sus efectos.

Los ejércitos de las naciones, engañados por las señales hechas por espíritus satánicos, se concentrarán en el Oriente Medio. Su propósito último será intentar impedir la instauración gloriosa del reino de Cristo en la tierra. Los ejércitos tomarán posiciones desde el monte de Meguido hasta los alrededores de Jerusalén. Ahí tendrá lugar la campaña de Armagedón (Ap 16:16). El Señor Jesucristo, montado sobre un caballo blanco, se manifestará triunfante al frente de sus santo ejército celestial y aplastará de una vez y por todas a sus enemigos (Ap. 19:11-21).

Los juicios de las siete copas serán, por lo tanto, la introducción a la instauración del reino glorioso del Mesías. Poco antes de la inauguración del reino milenial, habrá cambios en la topografía del planeta. Las ciudades de las naciones caerán, las islas desaparecerán y los montes se convertirán en planicies. Pero los seres humanos que sobrevivan y que se hayan sometido a la autoridad del Anticristo continuarán blasfemando al Dios Soberano. Esa es una demostración palpable de que la maldad humana habrá llegado a su colmo. Los hombres conocerán perfectamente que los juicios por los que están pasando vienen de la mano de Dios, pero aun así se negarán a arrepentirse. El ser humano es inexcusable delante del Juez de la tierra.

Debe recordarse que los juicios divinos revelados en el Apocalipsis se manifiestan en tres series. La primera consiste de los juicios de los sellos. Los seis primeros sellos abarcan prácticamente los últimos tres años y medio de la última generación humana sobre la tierra como la conocemos. Después de la apertura del sexto sello pero antes de la apertura del séptimo, viene el Señor y efectúa la resurrección y el arrebatamiento de los santos. El séptimo sello contiene los juicios de las trompetas, los que ocurren en rápida sucesión de días, hasta que se detienen en el juicio de la quinta trompeta, que dura cinco meses (Ap. 9:3-5). La séptima y última trompeta consiste de los juicios de las copas que a su vez equivalen al tercero de los tres «ayes». Los juicios de las siete copas se suceden casi sin interrupción durante un período inferior a treinta días (Dn. 12:11).

La séptima copa, sin embargo, tendrá efectos de largo alcance. Esta no concluye con los juicios descritos en Apocalipsis 16:17-21, sino que también incluye los juicios sobre Babilonia, la ciudad repudiada (Ap. 18). Incluye, además, los acontecimientos relacionados con la instauración del reino del Mesías (Ap. 19), los sucesos del capítulo 20 que comprenden lo relacionado con el milenio (Ap. 20:1-6), la derrota final de Satanás y sus seguidores (Ap. 20:7-10) y el juicio final (Ap. 20:11-15). Es probable que la séptima copa sea la que termine de purificar los cielos y tierra actuales transformándolos en los nuevos cielos y la nueva tierra (Ap. 21:1-22:5). Dios actuará soberanamente y su propósito eterno se cumplirá rigurosamente en conformidad con su santo diseño.

CAPÍTULO 17

Apocalipsis 17 pone de manifiesto el juicio de Dios contra la Babilonia mística, llamada «la gran ramera». El texto afirma, también, que es un símbolo de la ciudad de Babilonia junto al Éufrates. Dicha ciudad será reconstruida en los días del Anticristo y la confederación de diez reyes que entregan su autoridad y poder al Anticristo. La figura de la ramera «sentada sobre muchas aguas» sugiere que ejerce dominio espiritual e influencia satánica sobre un considerable número de naciones y pueblos. El poder de la ramera será tal que, por lo menos en apariencia, llegará a tener control de la bestia.

Sin embargo, al inicio de la gran tribulación, los diez reyes y la bestia se vuelven contra la mujer y la destruyen hasta dejarla desolada, exterminándola físicamente y quemándola hasta hacerla desaparecer. Aunque la ramera será destruida por el Anticristo y los diez reyes, estos estarán cumpliendo la voluntad soberana de Dios. Dios usa instrumentos inicuos para poner fin a las creencias falsas que tanto error han esparcido sobre la faz de la tierra (Zac. 5:5-11).

La ramera o Babilonia mística de Apocalipsis 17 no es la Babilonia literal de Apocalipsis 18. Ambas son destruidas, pero la primera es destruida por el Anticristo y la confederación de diez reyes al principio de los últimos tres años y medio de la era; y la segunda es destruida cuando el séptimo ángel derrama su copa por el aire (Ap. 16:17), al término de los últimos tres años y medio de la era.

CAPÍTULO 18

Apocalipsis 18 revela el cumplimiento de la profecía tocante a la destrucción de Babilonia. No se trata de una ciudad alegórica, sino de la ciudad mencionada en el Antiguo Testamento (Is. 13:19-22; 21:9; Jer. 50-51) y en el Nuevo Testamento (1 P. 5:13; Ap. 14:8; 16:19; 18). Nimrod, el fundador de Babilonia, fue un opresor de hombres y alguien que luchó contra Dios (Gn. 10:9-10). A través de su historia, la ciudad fue un centro de idolatría y de oposición al Dios de la Biblia. La mitología babilonia pone al descubierto la cruda realidad de la religión politeísta practicada durante siglos por los babilonios. El culto pagano de Babilonia se propagó por el mundo conocido mediante la adoración del dios Marduc. Muy extendido también estuvo el culto a Tamuz (consorte de la diosa Istar) quien, según la mitología babilonia, murió y resucitó para convertirse luego en el dios del inframundo. La idolatría practicada en Babilonia no ha tenido paralelo entre las naciones de la tierra. El profeta Daniel resume la blasfemia cometida por Belsasar, hijo de Nabónido y co-regente del trono, la noche cuando los medo-persas capturaron a Babilonia. Belsasar ordenó que fuesen traídos los vasos sagrados que habían sido sustraídos del templo en Jerusalén: «Entonces fueron traídos los vasos de oro que habían traído del templo de la casa de Dios que estaba en Jerusalén, y bebieron en ellos el rey y sus príncipes, sus mujeres y sus concubinas. Bebieron vino, y alabaron a los dioses de oro y de plata, de bronce, de hierro, de madera y de piedra» (Dn. 5:3, 4). Evidentemente, los babilonios tenían toda una jerarquía en su panteón. Los metales, la madera, y la piedra de que estaban hechos sus ídolos sugiere que existía un rango entre ellos.

La idolatría de la antigua Babilonia junto con su influencia comercial y política reaparecerá en los días postreros. El lujo y los deleites de ella volverán a embelesar a la humanidad. Muchos mercaderes de toda la tierra establecerán relaciones comerciales con dicha ciudad. El texto bíblico no deja lugar a dudas que se trata de una ciudad literal y la llama «la gran ciudad de Babilonia» (véase Ap. 18:2,10, 21; véase también Ap. 18:16,18,19). Apocalipsis 18 da razones concretas que producen el juicio de Babilonia: «Porque todas las naciones han bebido del vino del furor de su fornicación; y los reyes de la tierra han fornicado con ella, y los mercaderes de la tierra se han enriquecido de la potencia de sus deleites» (Ap. 18:3). Este versículo sugiere la magnitud del alcance de la influencia de la Babilonia escatológica. Abarca a: (1) Todas las naciones de la tierra; (2) los reyes de la tierra; y (3) los mercaderes de la tierra. Su influencia engloba lo social, lo político y lo comercial.

Los pecados de Babilonia alcanzan una magnitud tal que el texto dice que «han llegado hasta el cielo» (Ap. 18:5). Se destaca, además, el orgullo de dicha ciudad (Ap. 18:7). Babilonia se considera autosuficiente: (1) Es reina; (2) no es viuda; y (3) no verá llanto. Ese orgullo desafiante y vanidoso será una de las causas principales de la ruina de Babilonia. El juicio divino sobre Babilonia será súbito y demoledor. Tendrá lugar «en un solo día» (Ap. 18:8) y «en una hora» (Ap. 18:10,17,19).

Como la pesada piedra de molino que es arrojada al mar, así será la caída de Babilonia. Toda su riqueza, gloria, comercio, fiestas y celebraciones desaparecerán para siempre. La ciudad hacia donde todos miraban en busca de riquezas y de lujo quedará reducida a humo y cenizas. Las causas de la ruina total de Babilonia son resumidas así: (1) «Porque tus mercaderes eran los grandes de la tierra». Tal vez sea una referencia a los opresores de la tierra, esos cuyas riquezas fueron producto de la esclavitud de otros seres humanos; (2) «pues por tus hechicerías fueron engañadas todas las naciones», es decir, por utilizar métodos satánicos para engañar a las personas: y (3) por haber sido la causante del derramamiento de sangre de los seguidores del Mesías. Dios cumplirá su Palabra y su sentencia judicial caerá sobre Babilonia indefectiblemente.

Un estudio objetivo y desapasionado de los capítulos 17 y 18 del Apocalipsis pone de manifiesto que ambos capítulos tratan de dos Babilonias diferentes: una mística (Ap. 17) y otra literal (Ap. 18). En el capítulo 18 Babilonia es designada como una ciudad. En el capítulo 17 a Babilonia se la describe como una mujer vestida con ropa de opulencia y que sostiene un cáliz lleno de abominaciones—claramente un símbolo religioso pagano.

Aunque los capítulos 17 y 18 del Apocalipsis describen las obras de la Babilonia mística y la literal en los mismos términos, y su relación con los reyes de la tierra se describe como fornicación (Ap. 17:2; 18:3), y su relación con los creyentes se describe en términos de crueldad y persecución, y ambos capítulos describen la destrucción de Babilonia en los mismos términos—el uso del fuego como el instrumento físico de destrucción y el acto divino como el instrumento sobrenatural de juicio (Ap. 17:16, 17; 18:5, 8)—no se puede pasar por alto las diferencias entre ambas, las que hemos detallado en la introducción al comentario del capítulo 17 de Apocalipsis. La interpretación más sensata es, por lo tanto, la que entiende que Apocalipsis 17 y 18 tratan de dos Babilonias, una simbólica y la otra literal. La primera será destruida por los diez reyes que componen la bestia liderada por el Anticristo al principio de la carrera de este (Ap. 17:16-17). La segunda será destruida por el contenido de la copa que derramará el séptimo ángel poco antes de la batalla de Armagedón (Ap. 16:17-19), destrucción que fue profetizada por el profeta Jeremías.

Una comparación de los pasajes de Jeremías 50-51 con Apocalipsis 18 revela que tanto el profeta como el apóstol describen la misma ciudad en lo que respecta a sus características propias. Además, describen su destrucción súbita, total e irreparable. Finalmente, describen el llamado al pueblo de Dios—de todos los tiempos y no sólo de los postreros días—a salir tanto de la Babilonia mística como de la literal, y el gozo universal que resultará de la destrucción de la ciudad pecadora. Todas las evidencias, por lo tanto, señalan al hecho de que se trata de dos Babilonias; una que literalmente existirá en los postreros días y que será destruida en cumplimiento estricto de la Palabra de Dios (Ap. 18); y otra que ha existido por siglos en la forma de falsas religiones y creencias ocultistas (Ap. 17).

CAPÍTULO 19

Apocalipsis 19 comienza con cinco cánticos de alabanza. Los cuatro primeros manifiestan el regocijo celestial por la destrucción de Babilonia, la ciudad idólatra e inicua. El quinto y último cántico es un llamado a participar del gozo que produce la llegada de las bodas del Cordero. El vocablo «aleluya» (¡Alabado sea el Señor!) aparece cuatro veces en Apocalipsis 19:1-6, siendo los únicos versículos en todo el Nuevo Testamento en que es mencionada dicha alabanza al Señor. Hay, además, otras expresiones de alabanza y de regocijo tanto por la victoria de Dios sobre Babilonia como por la celebración de las bodas del Cordero y por la cena de las bodas.

El resto del capítulo (Ap. 19:11-21) presenta la deslumbrante escena de la manifestación en gloria del Mesías para destruir a sus enemigos en Armagedón. El pasaje NO describe la segunda venida del Señor Jesucristo. La segunda venida [parousía] del Señor Jesús ocurre—no aquí—sino más bien entre la apertura de los sellos sexto y séptimo; específicamente en Apocalipsis 6:12-16 y 7:9-17, donde se describen el arrebatamiento y la resurrección de la multitud incontable de creyentes que aparecen en el cielo, habiendo sido sacados de la gran tribulación.

Como Guerrero Divino, el Mesías aparece triunfante al frente de su ejército de guerreros celestiales. Cabalga un caballo blanco como símbolo de victoria. Su nombre es «Fiel y Verdadero» en reconocimiento de sus cualidades personales intrínsecas. Sus ojos son como llama de fuego, como expresión de que viene como el juez de la humanidad. En su cabeza, hay muchas diademas o coronas propias de su dignidad como Rey de reyes y Señor de señores. Su ropa teñida de sangre simboliza su rotunda victoria sobre sus enemigos. Él viene como Rey a tomar posesión de su reino y a gobernar las naciones con vara de hierro (Ap. 19:15, 16). Los ejércitos encabezados por el Anticristo o falso profeta serán derrotados de manera aplastante y sumaria: por una orden dada por el Juez-Jinete representada por una espada que sale de su boca. La bestia y el falso profeta serán lanzados vivos en el lago de fuego (Ap. 19:20). Los soldados que componen las fuerzas de la bestia serán la comida de las aves del cielo (Ap. 19:17, 18). El Mesías triunfante demostrará que sólo Él es el Todopoderoso. Las fuerzas del mal serán erradicadas de la tierra y darán paso al reino glorioso del heredero del trono de David: Jesús, el Cristo, el único y legítimo Rey de reyes y Señor de señores.

CAPÍTULO 20

El capítulo 20 del Apocalipsis es uno de los pasajes más importantes y más controvertidos de toda la Biblia. El punto principal de la polémica radica en que la expresión «mil años» aparece seis veces en los versículos 2-7 de dicho capítulo. Hay quienes entienden que dicha expresión se refiere a un período indefinido de tiempo que comprende desde la primera hasta la segunda venida de Cristo.

Un estudio objetivo y exegético de dicho capítulo, basado en una hermenéutica normal, natural o literal, aporta una interpretación diferente. Los «mil años» son un período de tiempo concreto que se corresponde con el reinado terrenal del Mesías, es decir, el milenio. Durante la era milenial tendrá lugar la más estupenda manifestación de la gloria divina en la historia de la humanidad dentro de los límites del tiempo. La gloria divina que será manifestada en el milenio sólo será superada por la que será revelada durante el reino eterno del Señor cuando Dios renueve todas las cosas.

Algunos expositores entienden que Apocalipsis 20:1-10 es una recapitulación de los acontecimientos narrados en los capítulos anteriores del Apocalipsis. Ese punto de vista pasa por alto la naturaleza misma de libro, cuyo tema central es la venida del Mesías para establecer su reino de paz y justicia en la tierra. También deja de lado el hecho de que la sección de Apocalipsis 19:11-20:15 contiene siete veces la expresión «y vi» [kai eidon]. Dicha expresión se usa para indicar una progresión de visiones. El escritor del Apocalipsis, el apóstol Juan, recibe una serie de visiones, comenzando con la manifestación en gloria del Mesías en Armagedón y concluyendo con el juicio final.

Todas estas visiones siguen un progreso en el desarrollo de los acontecimientos de los postreros tiempos: (1) La manifestación en gloria de Cristo; (2) la invitación angelical a las aves del cielo a comer las carnes de los jinetes y sus caballos; (3) la visión de la bestia y sus ejércitos preparados para hacer la guerra al Mesías y la derrota de la bestia; (4) la visión del encadenamiento de Satanás; (5) la visión de los tronos de juicio y del reinado de los santos; (6) la visión del gran trono blanco: y (7) la visión de la resurrección para condenación.

Todos esos acontecimientos siguen una secuencia cronológica que se extiende, como ya se ha indicado, desde el capítulo 19:11 al 20:15 de Apocalipsis. Una hermenéutica histórico-gramatical, natural y contextual que toma en cuenta el uso de las figuras de dicción y del lenguaje apocalíptico del libro resulta en una afirmación de la fe pre-milenial. O sea que el Mesías vendrá a inaugurar su reino de paz y de justicia en cumplimiento de las promesas de Dios en los pactos abrahámico, davídico y nuevo. Sólo mediante la alegorización de las profecías se puede llegar a otra conclusión.

CAPÍTULO 21

El capítulo 20 del Apocalipsis termina con una escena sobrecogedora. Habla de la condenación de quienes confiaron en sus obras y méritos personales para ser salvos. Habla de la muerte segunda y del lago de fuego. En contraste, el capítulo 21 trata de la creación completamente renovada: un cielo renovado, una tierra purificada, una Jerusalén glorificada, una relación con Dios restaurada y un ambiente de perfección física y espiritual. Todo lo opuesto a lo que experimentamos aquí, ahora, en este mundo caído y envilecido por el pecado.

Apocalipsis 21 nos presenta la visión que el Señor dio a Juan respecto a la creación restaurada a una condición edénica y la nueva Jerusalén. Dios ha prometido la renovación de todas las cosas (Is. 65:17; 66:22; Ro. 8:19-22; Hch. 3:21). En Apocalipsis 21:1-3, Dios renueva el cielo y la tierra, y hace descender sobre su creación redimida una nueva ciudad, la Jerusalén la celestial. Allí habitará Dios y con Él todos sus redimidos con cuerpos glorificados a la semejanza del que posee el Señor Jesús ahora, aquellos cuyos nombres están inscritos en el libro de la vida del Cordero (Ap. 21:27).

La miseria humana será eliminada de la experiencia de los redimidos por completo (Ap. 21:4) porque habrá un ambiente totalmente puro (Ap. 21:5, 6) y una nueva relación con Dios (Ap. 21:7). Los inicuos serán absolutamente excluidos de la nueva Jerusalén porque allí habrá total santidad (Ap. 21:8).

La visión de la Jerusalén celestial es estupenda. Se asemeja a una novia ataviada que se presenta antes su prometido (Ap. 21:9), desciende de la misma presencia de Dios (Ap. 21:10), posee la gloria de Dios (Ap. 21:11a) y se asemeja a una piedra de jaspe, diáfana como el cristal (Ap. 21:11b). La ciudad está rodeada de un formidable muro que representa la seguridad que en ella hay. Tiene doce puertas con los nombres de las tribus de Israel (Ap. 21:12, 13). El muro de la ciudad tiene doce cimientos con los nombres de los doce apóstoles del Cordero (Ap. 21:14). Las dimensiones de la ciudad son enormes. Tendrá la forma de un cubo de 2.200 kilómetros de ancho, 2.200 de largo y 2.200 de alto (Ap. 21:15, 16). La altura del muro es de 65 metros (Ap. 21:17). Los versículos 18 al 21 proporcionan una lista de los materiales preciosos con que está edificada la ciudad: El muro, los cimientos, las puertas y la calle, todo está edificado de piedras preciosas y oro resplandeciente como el cristal.

Los versículos finales (Ap. 21:22-27) presentan las características de la nueva Jerusalén en su aspecto espiritual. No habrá templo físico, porque Dios y el Cordero son su templo (Ap. 21:22). No habrá necesidad de sol ni de luna, porque Dios y el Cordero la iluminarán (Ap. 21:23). Las naciones que han sido salvas le traerán regalos preciosos (Ap. 21:24, 26). Las puertas de la nueva ciudad nunca se cerrarán (Ap. 21:25). Sólo los redimidos tendrán acceso a la ciudad (Ap. 21:27). Es indiscutible que la nueva Jerusalén exhibirá una gloria jamás soñada por el ser humano. El requisito para la entrada en la santa ciudad sigue siendo la fe en el único Salvador de los hombres: Jesucristo, el Mesías, el Cordero de Dios.

CAPÍTULO 22

El último capítulo del Apocalipsis comienza con una descripción de las bendiciones que están dentro de la nueva Jerusalén. Allí están el río de agua viva, el árbol de la vida, el fruto del árbol y sus hojas. Por encima de todo, allí está el trono de Dios y del Cordero, es decir, la presencia misma de Dios que, a fin de cuentas, es lo más importante de todo. Allí los santos del Señor reinarán por toda la eternidad (Ap. 22:1, 2, 5). No habrá maldición, los santos servirán al Señor y verán su rostro, disfrutando de íntima comunión con Él (Ap. 22:3, 4). La luz de la gloria de Dios proporcionará toda la iluminación necesaria para la vida en la santa ciudad (Ap. 22:5).

Apocalipsis 22 reitera el mensaje central del libro, o sea, la segunda venida de Cristo en gloria. A la luz de esa verdad hay varias exhortaciones finales. La primera de ellas concierne a la necesidad de guardar las palabras de la profecía del Apocalipsis (Ap. 22:6, 7); también presenta la necesidad de practicar la verdadera adoración. Sólo Dios debe ser adorado con la exclusión de todos los demás seres, sean estos hombres, ángeles u objetos (Ap. 22:8,9). Hay una declaración tocante al cumplimiento cercano del Apocalipsis y una advertencia acerca de la actitud del hombre (Ap. 22:10,11). Cristo anuncia personalmente su venida como Juez Soberano de la creación (Ap. 22:12-13) y pronuncia una bienaventuranza para los que practican la santidad en anticipación de la entrada en el reino eterno (Ap. 22:14). Aquellos que no han acudido al Mesías para ser limpiados de sus pecados no entrarán en la nueva Jerusalén (Ap. 22:15).

El origen divino de la revelación dada en el Apocalipsis es confirmado por el mismo Señor Jesucristo (Ap. 22:16). Él se identifica como el cumplidor del pacto davídico, sobre el cual descansa la promesa de la realización del reino (véase Lc. 1:30-33). El Apocalipsis debía leerse en público y en voz alta para que todos escuchasen su lectura. El Espíritu Santo, presente en la congregación, con toda la iglesia como la Novia del Cordero y cada oyente como individuo piden al Señor que cumpla su promesa de regresar (Ap. 22:17).

El libro del Apocalipsis, por su misma naturaleza, se presta para que falsos maestros y creyentes espurios lo adulteren. Es por eso que en Apocalipsis 22:18-19 hay una seria advertencia contra quien se atreva a cometer un acto semejante. Quien tenga la osadía de hacerlo no tendrá parte en el árbol de la vida y, por supuesto, no tendrá entrada en la ciudad celestial. Una vez más, el Señor anuncia su segunda venida. Esta vez añade el adverbio «ciertamente», advirtiendo de la certeza de dicho acontecimiento (Ap. 22:20). Aunque parezca raro, el Apocalipsis termina con una bendición propia de una epístola, pidiendo que la gracia del Señor Jesucristo sea con los receptores de este libro. La gracia del Señor es imprescindible para entender, guardar y poner en práctica las enseñanzas de esta maravillosa revelación.

«Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas; porque el tiempo está cerca» (Ap. 1:3).

«Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen» (Ap. 14:13).

«Bienaventurado el que vela, y guarda sus ropas, para que no ande desnudo, y vean su vergüenza» (Ap. 16:15).

«Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero. Y me dijo: Estas son palabras verdaderas de Dios» (Ap. 19:9)

«Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años» (Ap. 20:6).

«Bienaventurado el que guarda las palabras de la profecía de este libro» (Ap. 22:7). 

«Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida, y para entrar por las puertas en la ciudad» (Ap. 22:14).

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