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CÓMO LIDIAR CON EL PECADO EN LA IGLESIA

La Biblia es clara sobre el deseo de Dios de que reflejemos Su santidad (1 P 1:15), y es clara sobre la necesidad de disciplina en la iglesia para tratar con el pecado en la iglesia. Dado que uno de los trabajos de la iglesia es demostrar la bondad y la santidad de Dios, una iglesia con un miembro que persiste en el pecado debe tomar medidas para abordar el estado del alma de esa persona, así como para proteger al cuerpo de la iglesia de ser corrompida por el pecado tolerado en medio de ella. 

El Señor Jesús nos dio un sencillo bosquejo a seguir cuando debemos confrontar a otro que profesa ser cristiano y está en pecado: “Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano. Mas si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra. Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano” (Mt 18:15-17). 

Entonces, el primer paso para manejar el pecado en la iglesia es que alguien con conocimiento de la situación, a menudo el pastor o un anciano, confronte a esa persona con amor, expresándole preocupación y explicándole las ramificaciones espirituales si el pecado continúa.

Si el miembro pecador se niega a arrepentirse, se debe dar un segundo paso. El que originalmente confrontó a la persona debe llevar consigo a otras personas piadosas y visitar nuevamente al miembro pecador. La presencia de otros puede servir para inducir al pecador al arrepentimiento; si no, hay testigos de todo lo dicho y hecho, evitando declaraciones falsas o desmentidas posteriores. Esta entrevista debe incluir reprensión basada en las Escrituras y oportunidades de restauración. Versículos como 1 Juan 3:3–10, 5:18, Lucas 14:25–27, Mateo 7:16–23 y Efesios 5:3 pueden ser útiles en este momento.

Si, después del segundo paso, el miembro de la iglesia todavía se niega a arrepentirse del pecado, el Señor Jesús nos dice que “dilo a la iglesia” (Mt 18:17), lo que es una acción que ejercerá aún más presión sobre el que está en falta. Si esto falla, entonces el miembro ofensor debe ser removido de la iglesia y considerado como un incrédulo (cf. 1 Co 5:9-13). Este proceso muestra la gravedad del pecado en la iglesia y la necesidad de luchar por la reconciliación. Los pasos que el Señor Jesús describe para proteger la pureza y la reputación de la iglesia no deben pasarse por alto ni ignorarse.

¿Qué tipo de pecados debe confrontar una iglesia? Dado que todos somos pecadores, incluidos el pastor y los ancianos, ¿dónde trazamos la línea entre los pecados que todos cometen y los que merecen confrontación? 

La respuesta es si los pecados cometidos reflejan un estilo de vida; es decir, si prevalecen sin cambio ni arrepentimiento; si forman un patrón de conducta establecida en el culpable. Si esto es así, debemos dejar en claro que los que practiquen tales cosas no heredarán el reino de Dios (ver 1 Co 6:9-10 y Gl 5:19-20; Tit 3:10-11). 

Los pecados descritos en los pasajes citados son elecciones pecaminosas públicas y continuas que se diferencian de los pecados que cometemos en nuestro corazón porque vivimos en la carne. Por ejemplo, un cristiano que lucha con pensamientos impuros o celos personales no está difamando el nombre de Cristo mientras lucha con esos pecados. Son privados y no deseados. Son pecados por los cuales la persona necesita arrepentimiento, pero no son opciones de estilo de vida. Sin embargo, un cristiano profesante que vive en adulterio abierto y sin arrepentimiento, inmoralidad sexual, embriaguez o cualquiera de los otros pecados en la lista de Pablo debe ser confrontado, y excomulgado si no se arrepiente.

El pecado en la iglesia debe ser manejado apropiadamente, es decir, de una manera bíblica. Los líderes de la iglesia que escogen un camino pecaminoso no están exentos de la disciplina: “A los que persisten en pecan, repréndelos delante de todos, para que los demás también teman” (1 Ti 5:20). 

Desafortunadamente, muchas iglesias hoy en día no practican la disciplina eclesiástica, incluso en casos flagrantes de incorrección y pecado evidente. El resultado es que se socava el ministerio de la iglesia y se pone en duda la legitimidad de su mensaje. Si la Biblia dice que los cristianos no practican la fornicación, pero hay supuestos cristianos en nuestra iglesia que están viviendo en fornicación, sin consecuencias, entonces los no cristianos tienen razón de preguntarse si los que profesamos ser cristianos realmente tomamos la Biblia en serio.

Dios habló a Israel palabras que son válidas para la iglesia: “Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra (2 Cr 7:14). 

Imagina la sanidad que ocurriría en el mundo si todas las iglesias siguieran el patrón bíblico para manejar el pecado en medio de ellas.

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