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55. LA ESPOSA DEL CORDERO—ATAVIADA PARA SU MARIDO

Para nosotros, los seres humanos comunes y corrientes, una esposa es una mujer con la cual un hombre ha contraído matrimonio. Pero la esposa del Señor Jesucristo no es una mujer, sino una ciudad: la Nueva Jerusalén. En ella habitan los redimidos resucitados de todas las eras: un pueblo. Y por extensión, entonces, todos los redimidos, todos nosotros, conformamos a la esposa del Cordero de Dios, el Señor Jesucristo. 

La descripción de la ciudad en general nos es dada en Apocalipsis 21:2-27.

2   Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido.

3   Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios.

4   Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron.

5   Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas.

6   Y me dijo: Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida.

7   El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo.

8   Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda.

9   Vino entonces a mí uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas de las siete plagas postreras, y habló conmigo, diciendo: Ven acá, yo te mostraré la desposada, la esposa del Cordero.

10   Y me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios,

11   teniendo la gloria de Dios. Y su fulgor era semejante al de una piedra preciosísima, como piedra de jaspe, diáfana como el cristal.

12   Tenía un muro grande y alto con doce puertas; y en las puertas, doce ángeles, y nombres inscritos, que son los de las doce tribus de los hijos de Israel;

13   al oriente tres puertas; al norte tres puertas; al sur tres puertas; al occidente tres puertas.

14   Y el muro de la ciudad tenía doce cimientos, y sobre ellos los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero.

15   El que hablaba conmigo tenía una caña de medir, de oro, para medir la ciudad, sus puertas y su muro.

16   La ciudad se halla establecida en cuadro, y su longitud es igual a su anchura; y él midió la ciudad con la caña, doce mil estadios; la longitud, la altura y la anchura de ella son iguales.

17   Y midió su muro, ciento cuarenta y cuatro codos, de medida de hombre, la cual es de ángel.

18   El material de su muro era de jaspe; pero la ciudad era de oro puro, semejante al vidrio limpio;

19   y los cimientos del muro de la ciudad estaban adornados con toda piedra preciosa. El primer cimiento era jaspe; el segundo, zafiro; el tercero, ágata; el cuarto, esmeralda;

20   el quinto, ónice; el sexto, cornalina; el séptimo, crisólito; el octavo, berilo; el noveno, topacio; el décimo, crisopraso; el undécimo, jacinto; el duodécimo, amatista.

21   Las doce puertas eran doce perlas; cada una de las puertas era una perla. Y la calle de la ciudad era de oro puro, transparente como vidrio.

22   Y no vi en ella templo; porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero.

23   La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera.

24   Y las naciones que hubieren sido salvas andarán a la luz de ella; y los reyes de la tierra traerán su gloria y honor a ella.

25   Sus puertas nunca serán cerradas de día, pues allí no habrá noche.

26   Y llevarán la gloria y la honra de las naciones a ella.

27   No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero.

Antecedentes

El capítulo 20 del Apocalipsis termina con una escena sobrecogedora. Habla de la condenación de quienes confiaron en sus obras y méritos personales para ser salvos. Habla de la muerte segunda y del lago de fuego. En contraste, el capítulo 21 trata de la creación completamente renovada: un cielo renovado, una tierra purificada, una Jerusalén glorificada, una relación con Dios restaurada y un ambiente de perfección física y espiritual. Todo lo opuesto a lo que experimentamos aquí, ahora, en este mundo caído y envilecido por el pecado.

Apocalipsis 21 nos presenta la visión que el Señor dio a Juan respecto a la creación restaurada a una condición edénica y la nueva Jerusalén. Dios ha prometido la renovación de todas las cosas (Is. 65:17; 66:22; Ro. 8:19-22; Hch. 3:21). En Apocalipsis 21:1-3, Dios renueva el cielo y la tierra, y hace descender sobre su creación redimida una nueva ciudad, la Jerusalén la celestial. Allí habitará Dios y con Él todos sus redimidos con cuerpos glorificados a la semejanza del que posee el Señor Jesús ahora, aquellos cuyos nombres están inscritos en el libro de la vida del Cordero (Ap. 21:27).

La miseria humana será eliminada de la experiencia de los redimidos por completo (Ap. 21:4) porque habrá un ambiente totalmente nuevo (Ap. 21:5, 6) y una nueva relación con Dios (Ap. 21:7). Los inicuos serán absolutamente excluidos de la nueva Jerusalén porque allí habrá total santidad (Ap. 21:8).

La visión de la Jerusalén celestial es estupenda. Se asemeja a una esposa ataviada para esperar a su marido (Ap. 21:9), desciende de la misma presencia de Dios (Ap. 21:10), posee la gloria de Dios (Ap. 21:11a) y se asemeja a una piedra de jaspe, diáfana como el cristal (Ap. 21:11b). La ciudad está rodeada de un formidable muro que representa la seguridad que en ella hay. Tiene doce puertas con los nombres de las tribus de Israel (Ap. 21:12, 13). El muro de la ciudad tiene doce cimientos con los nombres de los doce apóstoles del Cordero (Ap. 21:14). Las dimensiones de la ciudad son enormes. Tendrá la forma de un cubo de 2.200 kilómetros de ancho, 2.200 de largo y 2.200 de alto (Ap. 21:15, 16). La altura del muro es de 65 metros (Ap. 21:17). Los versículos 18 al 21 proporcionan una lista de los materiales de los que está edificada la ciudad (Ap. 21:18-21): El muro, los cimientos, las puertas y la calle, todo está edificado de piedras preciosas y oro resplandeciente como el cristal.

Los versículos finales (Ap. 21:22-27) presentan las características de la nueva Jerusalén en su aspecto espiritual. No habrá templo físico, porque Dios y el Cordero son su templo (Ap. 21:22). No habrá necesidad de sol ni de luna, porque Dios y el Cordero la iluminarán (Ap. 21:23). Las naciones que han sido salvas le traerán regalos preciosos (Ap. 21:24, 26). Las puertas de la nueva ciudad nunca se cerrarán (Ap. 21:25). Sólo los redimidos tendrán acceso a la ciudad (Ap. 21:27). Es indiscutible que la nueva Jerusalén exhibirá una gloria jamás soñada por el ser humano. El requisito para la entrada en la santa ciudad sigue siendo la fe en el único Salvador de los hombres: Jesucristo, el Mesías, el Cordero de Dios.

Ver nuestro COMENTARIO DEL APOCALIPSIS

Pensamientos finales: Apocalipsis 22

1  Después me mostró un río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero.

2   En medio de la calle de la ciudad, y a uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto; y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones.

3   Y no habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán,

4   y verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes.

5   No habrá allí más noche; y no tienen necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol, porque Dios el Señor los iluminará; y reinarán por los siglos de los siglos.

6   Y me dijo: Estas palabras son fieles y verdaderas. Y el Señor, el Dios de los espíritus de los profetas, ha enviado su ángel, para mostrar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto.

7   He aquí, vengo pronto. Bienaventurado el que guarda las palabras de la profecía de este libro.

8   Yo Juan soy el que oyó y vio estas cosas. Y después que las hube oído y visto, me postré para adorar a los pies del ángel que me mostraba estas cosas.

9   Pero él me dijo: Mira, no lo hagas; porque yo soy consiervo tuyo, de tus hermanos los profetas, y de los que guardan las palabras de este libro. Adora a Dios.

10   Y me dijo: No selles las palabras de la profecía de este libro, porque el tiempo está cerca.

11   El que es injusto, sea injusto todavía; y el que es inmundo, sea inmundo todavía; y el que es justo, practique la justicia todavía; y el que es santo, santifíquese todavía.

12   He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra.

13   Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último.

14   Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida, y para entrar por las puertas en la ciudad.

15   Mas los perros estarán fuera, y los hechiceros, los fornicarios, los homicidas, los idólatras, y todo aquel que ama y hace mentira.

16   Yo Jesús he enviado mi ángel para daros testimonio de estas cosas en las iglesias. Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella resplandeciente de la mañana.

17   Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente.

18   Yo testifico a todo aquel que oye las palabras de la profecía de este libro: Si alguno añadiere a estas cosas, Dios traerá sobre él las plagas que están escritas en este libro.

19   Y si alguno quitare de las palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del libro de la vida, y de la santa ciudad y de las cosas que están escritas en este libro.

20   El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente vengo en breve. Amén; sí, ven, Señor Jesús.

21   La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos vosotros. Amén.

El último capítulo del Apocalipsis comienza con una descripción de las bendiciones que están dentro de la nueva Jerusalén. Allí están el río de agua viva, el árbol de la vida, el fruto del árbol y sus hojas. Por encima de todo, allí está el trono de Dios y del Cordero, es decir, la presencia misma de Dios que, a fin de cuentas, es lo más importante de todo. Allí los santos del Señor reinarán por toda la eternidad (Ap. 22:1, 2, 5). No habrá maldición, los santos servirán al Señor y verán su rostro, disfrutando de íntima comunión con Él (Ap. 22:3, 4). La luz de la gloria de Dios proporcionará toda la iluminación necesaria para la vida en la santa ciudad (Ap. 22:5).

Apocalipsis 22 reitera el mensaje central del libro, o sea, la segunda venida de Cristo en gloria. A la luz de esa verdad hay varias exhortaciones finales. La primera de ellas concierne a la necesidad de guardar las palabras de la profecía del Apocalipsis (Ap. 22:6, 7); también presenta la necesidad de practicar la verdadera adoración. Sólo Dios debe ser adorado con la exclusión de todos los demás seres, sean estos hombres, ángeles u objetos (Ap. 22:8, 9). Hay una declaración tocante al cumplimiento cercano del Apocalipsis y una advertencia acerca de la actitud del hombre (Ap. 22:10, 11). Cristo anuncia personalmente su venida como Juez Soberano de la creación (Ap. 22:12, 13) y pronuncia una bienaventuranza para los que practican la santidad en anticipación de la entrada en el reino eterno (Ap. 22:14). Aquellos que no han acudido al Mesías para ser limpiados de sus pecados no entrarán en la nueva Jerusalén (Ap. 22:15).

El origen divino de la revelación dada en el Apocalipsis es confirmado por el mismo Señor Jesucristo (Ap. 22:16). Él se identifica como el cumplidor del pacto davídico, sobre el cual descansa la promesa de la realización del reino (véase Lc. 1:30-33). El Apocalipsis debe leerse en público y en voz alta para que todos escuchen su lectura. El Espíritu Santo, presente en la congregación, con toda la iglesia como la Esposa del Cordero y cada oyente como individuo, piden al Señor que cumpla su promesa de regresar (Ap. 22:17).

El libro del Apocalipsis, por su misma naturaleza, se presta para que falsos maestros y creyentes espurios lo adulteren. Es por eso que en Apocalipsis 22:18, 19 hay una seria advertencia contra quien se atreva a cometer un acto semejante. Quien tenga la osadía de hacerlo no tendrá parte en el árbol de la vida y, por supuesto, no tendrá entrada en la ciudad celestial. Una vez más, el Señor anuncia su segunda venida. Esta vez añade el adverbio ciertamente, advirtiendo de la certeza de dicho acontecimiento (Ap. 22:20). Aunque parezca raro, el Apocalipsis termina con una bendición propia de una epístola, pidiendo que la gracia del Señor Jesucristo sea con los receptores de este libro. La gracia del Señor es imprescindible para entender, guardar y poner en práctica las enseñanzas de esta maravillosa revelación.

Temas de discusión

  • ¿Quiénes habitarán en la Nueva Jerusalén?
  • ¿Qué debemos hacer para habitar en dicha ciudad y tener derecho al árbol de la vida?
  • ¿Quiénes no entrarán jamás en la Nueva Jerusalén?
  • ¿Quién es el que da testimonio de estas cosas? ¿Qué testifica? ¿Por qué debemos creerle?
  • ¿Qué le sucederá al que quitare algo del Apocalipsis?
  • ¿Puede ser borrado del Libro de la Vida un nombre previamente escrito? ¿Qué significa?
  • ¿Qué debemos hacer para asegurarnos que nuestros nombres permanezcan escritos en el Libro de la Vida?