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44. LA MUJER ADÚLTERA—UN ENCUENTRO POCO COMÚN CON EL SEÑOR

Muchas mujeres anónimas de la Biblia nos enseñan valiosas lecciones a través de sus vidas. En este capítulo veremos a una mujer que fue sorprendida en adulterio, a quien Jesús salvó de ser lapidada (morir apedreada). 

El escenario 

No sólo no se nos da el nombre de esta mujer, sino que tampoco se nos proveen detalles sobre su familia o su historia. Sabemos que conoció al Señor Jesús personalmente y experimentó su perdón y amabilidad. También pudo ver la sabiduría de Jesús en acción y escucharlo hablar. 

Poco antes de conocer a esta mujer, Jesús había estado un tiempo solo, en el monte de los Olivos. No se nos dice por qué Jesús se encontraba allí, pero sabemos que Jesús hablaba con su Padre celestial. Desde el monte se dirigió a la zona del templo. 

Mucha gente venía al templo para ver y escuchar a Jesús. Cuando estaba enseñando a la gente, los líderes religiosos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio. La hicieron sentarse en el medio del patio del templo, a la vista de todos. Luego la acusaron de adulterio diciendo que la habían sorprendido en el acto mismo. Le recordaron a Jesús que la ley de Moisés decía que debía ser apedreada. Juan 8:2-9 dice: 

Cada uno se fue a su casa; y Jesús se fue al monte de los Olivos. 

Y por la mañana volvió al templo, y todo el pueblo vino a él; y sentado él, les enseñaba.

Entonces los escribas y los fariseos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio; y poniéndola en medio,

le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo del adulterio.

Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres, Tú, pues, ¿qué dices? 

Mas esto decían tentándole, para poder acusarle. Pero Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo.

 7  Y como insistieron en preguntarle, se enderezó y les dijo: El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella. 

E inclinándose de nuevo hacía el suelo, siguió escribiendo en la tierra.

Pero ellos, al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros; y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en medio. 

Adonde hay una adúltera, hay un adúltero 

Esta es una breve historia de la Palabra de Dios, sin embargo, tiene muchas lecciones para nuestra enseñanza. Primero, necesitamos aprender de los líderes religiosos. Estaban siempre dispuestos a encontrar el pecado en la vida de otras personas, pero no eran tan rápidos para admitir el suyo propio. ¡Citaban la ley de Moisés como si Jesús no la conociera! Pero no mencionaron una parte importante. No dijeron nada acerca del castigo para el hombre con quien ella fue encontrada cometiendo adulterio. Levítico 20:10 establece: “Si un hombre cometiere adulterio con la mujer de su prójimo, el adúltero y la adúltera indefectiblemente serán muertos”. 

¡Dios dice claramente que tanto el adúltero como la adúltera deben ser lapidados! ¿Dónde estaba el hombre? Nunca lo sabremos porque la Palabra de Dios no nos lo cuenta. Necesitamos tener cuidado de no ser orgullosos al acusar a otros de pecado en sus vidas. ¡Si tan solo pudiésemos aprender a ser tan rápidos para juzgar nuestro propio pecado confesándolo a Dios como lo somos en juzgar el pecado de los demás! Gracias a Dios que ha provisto una limpieza completa mediante la sangre que Jesucristo derramó en la cruz. 

Perdón, no aprobación 

Es importante entender que Jesús no aprobó el comportamiento de la mujer. Ella era culpable de adulterio. El adulterio es una violación voluntaria al mandamiento de Dios de Éxodo 20:14 “No cometerás adulterio”. En el huerto del Edén, Dios estableció y ordenó el matrimonio como una unión física y espiritual de un hombre y una mujer para toda la vida. Génesis 2:20-24 enseña claramente acerca del matrimonio. El adulterio viola esa sagrada unión. 

Jesús manejó sabiamente el intento de los líderes religiosos de engañarle. El Señor Jesús conocía perfectamente la ley. Pero si hubiera sugerido apedrearla, no había demostrado el perdón de pecados que estaba enseñando. Y si decía que la dejaran irse sin castigo, estaría contradiciendo la ley de Dios. 

La mujer era culpable y tenía plena conciencia de su pecado. Lo peor era que su pecado había sido expuesto delante de todos los que estaban en el templo. ¿Cómo respondió Jesús? “Inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo” (Juan 8:6). 

Los líderes religiosos estaban enojados porque Jesús no respondía a las acusaciones de ellos. Insistían en preguntarle lo que debía hacerse. La Escritura dice que lo hacían “tentándole”. 

La respuesta del Señor debe haber sorprendido a todos los presentes. “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella” (Juan 8:7) .

E inclinándose de nuevo hacia el suelo, siguió escribiendo en tierra. ¿Qué habrá escrito? Jeremías 17:13, dice: “¡Oh Jehová, esperanza de Israel! Todos los que te dejan serán avergonzados; y los que se apartan de mí serán escritos en el polvo, porque dejaron a Jehová, manantial de aguas vivas”. Es probable que el Señor escribiera este pasaje con su dedo en la tierra, y que añadiera los nombres de quienes lo instaban a condenar a muerte a la mujer que acusaban de adulterio. Si fue así, el resultado fue claro e inmediato. Los acusadores enmudecieron, y no se atrevieron a arrojarle ni una sola piedra a la mujer. Se retiraron bajo la convicción de sus propio pecado. Nadie puede pararse ante Dios y decir que no ha pecado. Por esto fue necesario el pago de Cristo por nuestros pecados.

La reacción de la mujer

¿Nótese que la mujer permaneció en silencio? No trató de defenderse ni de culpar al hombre. Ni rogó por misericordia. Cuando sus acusadores dejaron el templo, podría haber tratado de irse también. Pero se quedó allí y humildemente esperó a ver qué le diría Jesús. Sabía quién era Jesús porque se dirigió a Él como “Señor”.

Juan 8:10-11 concluye el relato:

10  Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? 

11  Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno, vete, y no peques más.

Jesús le dio esperanza cuando le dijo: “Ni yo te condeno”. Pero, al mismo tiempo, también le dijo: “No peques más”. 

El perdón de pecados es un regalo de Dios. Pero Dios espera que los hombres y las mujeres hagan su parte: mantenerse alejados del pecado y de las situaciones que llevan a pecar. Dios perdona, pero ¡cuánto mejor es no pecar!

Pensamiento finales

Este incidente nos enseña tres lecciones bíblicas.

  • Debemos ser lentas en apuntar nuestro dedo acusador al pecado de los demás, especialmente cuando no hemos resuelto nuestro propio pecado. Mateo 7:1 dice: “No juzguéis, para que no seáis juzgados”. 
  • Necesitamos aprender a perdonar a otros. Marcos 11:25 ordena: “Cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro padre que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas”.
  • Debemos aprender a enfrentar el pecado en nuestras vidas y pedirle perdón al Señor con verdadero arrepentimiento. 1 Juan 1:9 nos promete: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”.

Temas de discusión

  • ¿Qué dicen las Escrituras acerca de los antecedentes de esta mujer?
  • ¿Por qué es tan peligroso acusar a otros de pecado?
  • ¿De qué modo mostró Jesús su sabiduría y compasión?
  • Explica la diferencia entre perdonar un pecado y aprobarlo. 
  • Nombra por lo menos tres lecciones que se puede aprender de esta historia.
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