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39. LA MUJER SIROFENICIA—DEMOSTRÓ TENER UNA GRAN FE

En esta lección vamos a estudiar a otra mujer que tenía una fe muy grande. Debido a su persistente fe en pedirle algo al Señor Jesús, recibió una maravillosa respuesta a un grave problema que tenía en su vida. Esta historia me recuerda que Dios escucha mis oraciones, aun cuando la respuesta parezca ser “No”.

Antecedentes de nuestra historia

Poco antes de ocurrir este suceso, el Señor había alimentado a una multitud de cinco mil personas. Después Él se fue solo a la montaña para orar. Mientras estaba allí, sus discípulos fueron a cruzar el lago en una barca. Comenzó a soplar una tempestad y los discípulos necesitaban ayuda. Jesús vino al encuentro de ellos caminando sobre las aguas.

Cuando Jesús y sus discípulos desembarcaron del otro lado del lago, multitudes que sufrían todo tipo de enfermedades esperaban al Señor. Tanto Él como sus discípulos estaban fatigados. Los fariseos le hacían preguntas al Señor Jesús con la finalidad de obtener una prueba para acusarle. En este momento, Jesús decidió apartarse del gentío. Quería que nadie supiese adonde estaba.

Se fue a un área llamada Tiro y Sidón que era un distrito de gentiles ubicado al norte de Galilea en donde ocurre la historia que vamos a estudiar ahora. Leemos acerca de la misma en los Evangelios de Mateo y de Marcos.

La mujer viene a Jesús

Marcos 7:24-26 nos cuenta la primera parte de la historia:

24 Levantándose de allí, se fue a la región de Tiro y de Sidón; y entrando en una casa, no quiso que nadie lo supiese; pero no pudo esconderse.

25 Porque una mujer, cuya hija tenía un espíritu inmundo, luego que oyó de él, vino y se postró a sus pies.

26 La mujer era griega y sirofenicia de nación; y le rogaba que echase fuera de su hija al demonio.

Cuando se nos presenta a esta mujer, la primera imagen es la de una madre preocupada. Pongámonos en su lugar. Imaginemos la angustia y agotamiento físico que debe haber sentido al tener que cuidar a su hija.

El ministerio inicial de Jesús estuvo dirigido principalmente al pueblo judío. Juan 1:11 nos dice que: “A lo suyo vino”. Para una mujer cuya hija estaba gravemente enferma, no le significaba ninguna diferencia ser griega de raza y lengua. Ella había oído lo que Jesús había hecho por otros y se dirigió a Él buscando ayuda. Estaba tan preocupada por su hija que ni siquiera se le ocurrió pensar que ella era gentil y Jesús un judío. Su amor de madre la llevó a presentarse ante el Señor y presentarle su petición.

Su conversación con Jesús

La conversación entre esta mujer y Jesús nos la narra Mateo 15:22-28:

22 Y he aquí una mujer cananea que había salido de aquella región llamaba, diciéndole: ¡Señor, hijo de David, ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio. 

23 Pero Jesús no le respondió palabra, entonces acercándose sus discípulos, le rogaron, diciendo: Despídela, pues da voces tras nosotros.

24 El respondiendo dijo: No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel.

25 Entonces ella vino y se postró ante él, diciendo: ¡Señor, socórreme! 

26 Respondiendo él, dijo: No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos.

27 Y ella dijo: Si, Señor; pero aun los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos. 

28 Entonces respondiendo Jesús, dijo: Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres. Y su hija fue sanada desde aquella hora.

Reconoció su lugar

Después que esta madre presentara su petición, pareciera que Jesús la ignoró. Evidentemente los discípulos estaban fastidiados con su presencia; querían que el Señor la despidiera. Pero Él no lo hizo. Por fin le contesta diciendo que no estaba bien quitarle el pan a los niños para dárselo a los perros. Al decir esto, el Señor Jesús quería decir que, como no judía ella no tenía derecho a pretender recibir las bendiciones provistas para los judíos. La mujer tenía que entender esto antes de que Jesús la pudiera ayudar.

No podemos sino sentirnos impresionados ante la perseverancia que mostró la mujer. Fuera lo que fuese que Jesús decía, ella no se desanimaba, ni perdía su fe. Afirmó que estaba de acuerdo con Jesús y pidió tan solo una miga. Al hacerlo, reconocía que no tenía derecho a obtener lo que pedía. No obstante, pidió que su hija fuese sanada.

A esta altura de los hechos, la mujer triunfó. Jesús reconoció su fe y sanó a su hija. Ni siquiera fue adonde estaba la niña; simplemente habló y la chica fue sanada. La mujer creyó que Jesús había realizado el milagro.

Su hija es liberada

Marcos agrega este último detalle al terminar el relato en Marcos 7:30: “Y cuando llegó ella a su casa, halló que el demonio había salido, y a la hija acostada en la cama”.

¡Imagínate la alegría que habrá sentido esa mujer cuando regresó a su hogar y encontró a su hija completamente sanada y recostada pacíficamente en su cama! La mujer aprendió una lección valiosa que nosotras también deberíamos aprender. Si pedimos con fe, podemos esperar una respuesta de Dios que es poderoso y misericordioso para responder a nuestra petición.

Seguramente la fe de la mujer habrá crecido y debe haber compartido sus noticias con otros en su comunidad. Esto debe haber abierto el camino para que se constituyera la iglesia primitiva de Tiro. Leemos en el libro de los Hechos, que cuando Pablo vino a esta región, ya había cristianos allí que le hablaron por el Espíritu (Hechos 21:2-5).

Pensamientos finales

Podemos aprender varias cosas del ruego de esta mujer a Jesús que se aplican hoy a nosotras cuando acudimos al Señor en oración. 

Primero ella dijo: “Ten misericordia de mi”. Debemos reconocer, al igual que ella, que dependemos totalmente de la misericordia de Dios. A menudo nos olvidamos esto. De algún modo pensamos que Dios nos debe favores o que merecemos su ayuda. Debemos humillarnos ante el Señor y reconocer nuestra total dependencia de su misericordia.

En segundo lugar, ella reconoció y manifestó en voz alta quién era Jesús, llamándole “Señor” y añadiendo “Hijo de David”. Sabía que Él era el Dios de los judíos. Le dio el lugar de honor que le correspondía, sabiendo que Jesús era el único que le podía solucionar su problema.

Nosotras también, cuando oramos, necesitamos adorar al Señor con nuestras propias palabras, haciéndole saber que hemos entendido quién es Él. No merecemos ser partícipes de sus bendiciones. Pero, a través de su gracia, somos su pueblo cuando confiamos y aceptamos al Señor Jesucristo. La Salvación nos abre el camino para que recibamos las bendiciones de Dios.

En tercer lugar, la mujer no se anduvo con rodeos y fue a su petición. No usó un lenguaje florido, oraciones memorizadas ni palabras innecesarias. Simplemente expresó su petición.

Dios conoce nuestros problemas antes que acudamos a Él. Pero Dios desea ver nuestra fe, nuestras necesidades y la actitud de nuestro corazón cuando buscamos su ayuda.

Sintámonos animadas por la fe que mostró esta mujer sirofenicia cuando vino a Jesús. Nuestro Dios es fiel. Él oye los pedidos de todos aquellos que confían en Jesús, sin importar quiénes son.

Temas de discusión

  • ¿Cuál era el estado físico de Jesús y los discípulos cuando vino esta mujer a hablarle?
  • ¿Qué le ocurría a la hija de la mujer sirofenicia? 
  • ¿Por qué se consideraba que esta mujer era inelegible para recibir respuesta a su oración? 
  • Menciona tres enseñanzas sobre la oración que aprendemos de la súplica de esta madre.
  • ¿De qué manera se evidenció la fe de esta mujer en su vida?