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jueves, 2 de marzo de 2023

¿ENTIENDES LO QUE LEES?

Entusiasmada por la idea de tener tanto conocimiento bíblico como el hermano que le compartía de la Palabra del Señor, la joven mujer le preguntó a este qué libro de la Biblia le recomendaría leer. El hermano, sabiendo que la mujer, por ser universitaria, era arrogante y presumida, le recomendó el libro de Apocalipsis. La joven mujer se alegró por su recomendación, porque demostraba que él respetaba y tenía en alta estima la educación universitaria de ella, quien, por un momento pensó que él subestimaría su inteligencia y le recomendaría, como otros lo habían hecho antes, que leyera el Evangelio de Juan. “¿Qué es tan importante en ese libro que todos dicen que una tiene que leerlo?”, replicó ella. Y agregó, “Lo he leído y no le encuentro nada de especial”.

Otro hermano, ya mayor, se dio cuenta que después de muchos años de ser creyente aún tenía serias lagunas doctrinales en su educación cristiana. Llamó a uno de los ancianos de su iglesia y le preguntó si él podía discipularlo o recomendarle a alguien que lo hiciera. El anciano le dio el teléfono de otro anciano de la iglesia. Después de varios intentos, el hermano por fin habló con un anciano que estuvo dispuesto a discipularlo. Fijaron un día, una hora y un lugar de encuentro. Después de la charla social introductoria, el hermano le preguntó al anciano por cuál libro comenzarían a estudiar la Biblia. El anciano le respondió que a él le parecía que el Evangelio de Juan era el mejor. El hermano debía leer los 18 primeros versículos del capítulo 1 del Evangelio de Juan, por una semana, todos los días, y orar al respecto junto con tomar notas y redactar preguntas, dudas y comentarios que surgieran en su mente durante esos días. Después de una semana, se juntarían de nuevo y hablarían sobre esos 18 versículos. 

A los dos días el hermano le envió un mensaje a su discipulador diciéndole que ya había leído los 3 primeros capítulos de Juan. Días después le envió otro mensaje contándole que ya iba por la mitad del libro; y un par de días después le envió otro mensaje diciéndole que ya había terminado todo el libro y que había comenzado a leerlo de nuevo.

Cuando llegó el día y la hora de su segundo encuentro, el hermano le preguntó a su discipulador qué libro debía leer a continuación, porque el Evangelio de Juan ya lo había leído dos veces. El discipulador le pidió que primero le expusiera qué había aprendido de los 18 versículos del capítulo 1. El hermano abrió la Biblia en el Evangelio de Juan y le echó un rápido vistazo al texto. Balbuceó algunas cosas sin valor alguno y repitió palabras que leyó del mismo texto. El discipulador le dijo que le iba a facilitar la tarea. “Dígame qué significa Juan 1:1”. En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. El hombre dijo que el Verbo era Cristo Jesús. “Bien”, le respondió el discipulador, y añadió en seguida: “Pero, ¿qué significa En el principio? ¿De qué principio habla Juan? ¿Se refiere él al Huerto del Edén, a Adán y compañía, o a algo más? Y si a algo más: ¿Qué es?” 

El hombre leyó Juan 1:1 varias veces. Después de pronunciar algunos clichés evangélicos y mascullar lugares comunes sin sentido, finalmente atinó a admitir: No sé de qué habla Juan”. Finalmente le preguntó al discipulador: ¿A qué se refiere Juan cuando dice: En el principio?” Al fin el hombre había llegado al punto en que estaba el eunuco etíope:

“Un ángel del Señor habló a Felipe, diciendo: Levántate y ve hacia el sur, por el camino que desciende de Jerusalén a Gaza, el cual es desierto.  Entonces él se levantó y fue. Y sucedió que un etíope, eunuco, funcionario de Candace reina de los etíopes, el cual estaba sobre todos sus tesoros, y había venido a Jerusalén para adorar, volvía sentado en su carro, y leyendo al profeta Isaías. Y el Espíritu dijo a Felipe: Acércate y júntate a ese carro. Acudiendo Felipe, le oyó que leía al profeta Isaías, y dijo: Pero ¿entiendes lo que lees?  Él dijo: ¿Y cómo podré, si alguno no me enseñare? Y rogó a Felipe que subiese y se sentara con él. El pasaje de la Escritura que leía era este: Como oveja a la muerte fue llevado; y como cordero mudo delante del que lo trasquila, así no abrió su boca. En su humillación no se le hizo justicia; mas su generación, ¿quién la contará? Porque fue quitada de la tierra su vida. Respondiendo el eunuco, dijo a Felipe: Te ruego que me digas: ¿de quién dice el profeta esto; de sí mismo, o de algún otro? Entonces Felipe, abriendo su boca, y comenzando desde esta escritura, le anunció el evangelio de Jesús (Hch 8:26-35).

No puedes verter más agua en una taza llena. Si lo haces, lo único que lograrás es que el agua rebose y caiga sobre el plato. Para verter agua en una taza, primero tienes que asegurarte que la taza pueda contener la cantidad de agua que tienes para verter en ella. Así también, la mejor manera de discipular es respondiendo las preguntas que el discípulo tenga. Pero incluso puede ser necesario que tengas que ayudarlo a formular la pregunta. Una vez que formule la pregunta, estará capacitado para retener la respuesta. Porque, al final, una persona recordará más fácilmente las respuestas que contesten sus propias preguntas.  

El mayor fracaso en el discipulado actual radica en el hecho de que los discipuladores no provocan preguntas en los discípulos, no suscitan inquietudes, no despiertan interés significativo. En vez de verter respuestas en tazas que rebosan, ayudémosles a formular sus propias preguntas. Luego podremos llenar ese vacío con la Palabra, y así el trabajo no será en vano.

Hasta Pablo y Juan el Bautista, ambos discipuladores experimentados y altamente calificados, cayeron en la sofisticada trampa de desgaste de Satanás, con la cual enreda a los siervos del Señor a realizar un trabajo condenado al fracaso. 

“Algunos días después, viniendo Félix con Drusila su mujer, que era judía, llamó a Pablo, y le oyó acerca de la fe en Jesucristo. Pero al disertar Pablo acerca de la justicia, del dominio propio y del juicio venidero, Félix se espantó, y dijo: Ahora vete; pero cuando tenga oportunidad te llamaré. Esperaba también con esto, que Pablo le diera dinero para que le soltase; por lo cual muchas veces lo hacía venir y hablaba con él. Pero al cabo de dos años recibió Félix por sucesor a Porcio Festo; y queriendo Félix congraciarse con los judíos, dejó preso a Pablo” (Hch 24:24-27).

Por dos años estuvo Pablo presentándose ante Félix para predicarle el evangelio (muchas veces lo hacía venir y hablaba con él), cuando lo que único que Félix quería del apóstol era que le diera dinero para que le soltase (Hch 24:26).

“Porque el mismo Herodes había enviado y prendido a Juan, y le había encadenado en la cárcel por causa de Herodías, mujer de Felipe su hermano; pues la había tomado por mujer. Porque Juan decía a Herodes: No te es lícito tener la mujer de tu hermano. Pero Herodías le acechaba, y deseaba matarle, y no podía; porque Herodes temía a Juan, sabiendo que era varón justo y santo, y le guardaba a salvo; y oyéndole, se quedaba muy perplejo, pero le escuchaba de buena gana. Pero venido un día oportuno, en que Herodes, en la fiesta de su cumpleaños, daba una cena a sus príncipes y tribunos y a los principales de Galilea, entrando la hija de Herodías, danzó, y agradó a Herodes y a los que estaban con él a la mesa; y el rey dijo a la muchacha: Pídeme lo que quieras, y yo te lo daré. Y le juró: Todo lo que me pidas te daré, hasta la mitad de mi reino. Saliendo ella, dijo a su madre: ¿Qué pediré? Y ella le dijo: La cabeza de Juan el Bautista. Entonces ella entró prontamente al rey, y pidió diciendo: Quiero que ahora mismo me des en un plato la cabeza de Juan el Bautista. Y el rey se entristeció mucho; pero a causa del juramento, y de los que estaban con él a la mesa, no quiso desecharla. Y en seguida el rey, enviando a uno de la guardia, mandó que fuese traída la cabeza de Juan. El guarda fue, le decapitó en la cárcel, y trajo su cabeza en un plato y la dio a la muchacha, y la muchacha la dio a su madre. Cuando oyeron esto sus discípulos, vinieron y tomaron su cuerpo, y lo pusieron en un sepulcro” (Mr 6:17-29).

¿Cuántas veces se presentó Juan ante Herodes quien oyéndole, se quedaba muy perplejo, pero le escuchaba de buena gana, sólo para terminar siendo decapitado por el capricho de una mujer despechada?

Estimado lector, a ti te pregunto: ¿Entiendes lo que lees?  ¿Eres un discípulo o un discipulador? Si eres un discipulador, ¿respondes preguntas suscitadas por el interés en la Palabra de Dios? ¿Despiertas ese interés? Hay alguien que te diga: ¿Y cómo podré entender, si alguno no me enseñare? ¿Estás listo para enseñarle? Y si eres un discípulo, ¿tienes la suficiente humildad de decir: ¿Y cómo podré entender, si alguno no me enseñare? 

Otro error de los discipuladores es querer imponerle a sus potenciales discípulos su agenda, su catequismo, su devocionario, su sesión de preguntas y respuestas envasadas. Puede haber un momento para esto, pero uno debe ser lo suficientemente flexible para adaptarse a la necesidad del discípulo cuando la oportunidad se presenta. Una de las ilustraciones que el Maestro emplea para describir a los discipuladores es que debemos ser prudentes como serpientes y sencillos como palomas. La serpiente es tal vez el animal más adaptable de toda la creación de Dios: es arbórea, acuática, desértica; es ovípara y vivípara; es grande, mediana y pequeña; es letal e inofensiva; la puedes encontrar en toda clase de medio ambiente a lo largo y ancho de todo el mundo. Debemos ser como ella.

Una lectura superficial de los Evangelios nos muestra que el Maestro Discipulador jamás actuó rígidamente, sino que siempre estuvo listo y dispuesto a responder incluso las preguntas tramposas de Sus enemigos suscitadas de manera improvisada. Él es verdaderamente prudente como serpiente y sencillo como paloma.

Haríamos bien en aprender de Él e imitarlo.

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