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jueves, 8 de diciembre de 2022

LA LETRA CON SANGRE ENTRA

 


¿Por qué sufren los piadosos? O cualquiera, para el caso. Esta pregunta ha plagado a la raza humana a lo largo de la historia. El cristiano está especialmente preocupado por esto, debido a la idea prevaleciente de que si uno obedece al Señor tendrá una buena vida con relativamente pocos problemas. Con la edad, todo el mundo espera enfermedades menores, pero las mayores son inquietantes. Para agravar el problema, los estafadores religiosos han convertido en mercancía a las personas al insistir en que Dios nunca quiere que nadie se enferme; afirman que toda enfermedad es del diablo. La actitud de los tres amigos de Job todavía está con nosotros; si hay un problema mayor, Dios debe estar castigando al que sufre, ya sea por el pecado manifiesto de este o por los esqueletos en su closet.

Este cristiano ha recibido mucha ayuda del Salmo 119:71, especialmente durante tiempos de aflicción. Será la base de esta publicación:

“Bueno me es haber sido humillado [lit., afligido], para que aprenda tus estatutos”.

El estudio de tres grandes palabras en este versículo otorga mucha ayuda sobre el tema. Son “afligido”, “aprender” y “estatutos”. [La Reina-Valera 1960 traduce el hebreo en este pasaje como “humillado”; pero la traducción correcta es  “afligido”].

Si el autor fue el rey David, entonces sufrió casi todo tipo de aflicción conocida por el hombre. Fue afligido físicamente; conoció el peligro, el hambre y las privaciones cuando fue perseguido como un animal por Saúl y su ejército. También conoció la enfermedad, si los Salmos 38:5-11 y 77:2 se toman literalmente.

También conoció la aflicción doméstica, siendo ridiculizado por sus hermanos y por su propia mujer. 

Cuando David fue enviado por su padre a llevar provisiones a sus hermanos que estaban en el ejército de Saúl, su hermano lo saludó con la pregunta burlona: “¿Para qué has descendido acá? ¿y a quién has dejado aquellas pocas ovejas en el desierto?” (1 S 17:28). Y esto se hizo públicamente, por lo que David debe haber sufrido humillación. Mucho tiempo después, cuando ya era rey, David decidió llevar el arca de Dios a Jerusalén. Fue una ocasión tan gozosa que David bailó delante del Señor. Cuando su mujer, Mical, lo vio hacerlo, mientras miraba por la ventana, “lo menospreció en su corazón” (2 S 6:16). David sabía mucho acerca de la aflicción doméstica, es decir, acerca de tener problemas con su propia familia.

También sufrió aflicción, como pocas personas lo han hecho, cuando se enteró de que su hijo Amnón había violado a su hija Tamar. Luego eso se agravó con el asesinato, cuando Absalón mató a Amnón. Conoció la desilusión de los hijos que cometen pecados graves y la angustia del duelo cuando Amnón y Absalón fueron asesinados. Mas tarde otro hijo, Adonías, trató de quitarle el trono mientras yacía en su lecho de muerte. Si esto no es aflicción doméstica, entonces ¿qué lo es? 

A la luz de todo este sufrimiento, debemos ponernos de pie y tomar nota de que él dijo: 

“Bueno me es haber sido afligido, para que aprenda tus estatutos”.  

Antes de que veamos por qué fue bueno, recordemos que él había sufrido de todas las formas que una persona puede sufrir. Todos deberíamos encontrar alguna comparación entre nuestros sufrimientos y los de David.

El Aprendizaje

La aflicción es buena “para que aprenda tus estatutos”. Pero David conocía la Palabra de Dios. Muchos versículos, en otros los Salmos, indican que él conocía bien la Biblia. Incluso en este Salmo en particular lo demuestra al decir:

“En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti” (Sal 119:11).

“Con mis labios he contado todos los juicios de tu boca” (Sal 119:13).

“Me he gozado en el camino de tus testimonios más que de toda riqueza” (Sal 119:14).

David ciertamente conocía la Escritura, intelectualmente. Pero el aprendizaje que recibió a causa de la aflicción fue empírico (práctico, por medio de la experiencia). Cuando vemos referencias al conocimiento y al aprendizaje en las Escrituras, debemos recordar que el conocimiento puede ser intelectual, empírico, o ambos; y es imperativo que determinemos a qué tipo se refiere, si queremos entender el texto en particular.

Por ejemplo, sabemos acerca de la venida del Señor intelectualmente, porque hemos leído de ella en la Biblia, pero no sabremos de ella por experiencia hasta que Él venga de nuevo y nos lleve a estar con Él. El conocimiento, por lo tanto, puede ser intelectual o empírico.

Obviamente David se refería al tipo de conocimiento empírico en el versículo 73, cuando clamó: “Hazme entender, y aprenderé tus mandamientos”.

Es necesario aprender acerca de la Biblia intelectualmente antes de conocerla por experiencia; por lo tanto, debemos prestar atención a toda la enseñanza y predicación de la Palabra de Dios que podamos. Debemos almacenarla en nuestras mentes si queremos tenerla para usarla en la experiencia diaria. El problema es que muchos “cristianos” se quedan ahí, en el conocimiento de la religión: en la cáscara que sólo es conocimiento intelectual.

Otra forma de considerar la misma distinción es usando dos palabras: interpretación y aplicación. Un versículo dado tendrá solo una interpretación correcta, mientras que puede tener varias aplicaciones. Algunos en el pueblo de Dios aprenden la interpretación correcta de las Escrituras, pero no la aplican a la vida diaria. Para ayudarnos a entender la distinción entre interpretación y aplicación, consideraremos 1 Corintios 9:9 que es una cita de Deuteronomio 25:4.

Porque en la ley de Moisés está escrito: No pondrás bozal al buey cuando trilla”.

La interpretación es que los israelitas no debían poner bozal al buey que usaban en sus labranzas; es decir, si el animal trabajaba, se le debía permitir comer. La aplicación es que todos los que trabajan deben poder sustentarse de su trabajo. El versículo se usa en 1 Corintios 9 en medio de una discusión en la que Pablo afirma que él y Bernabé tenían la autoridad para exigir ser apoyados por sus conversos, porque las Escrituras así lo decían en Deuteronomio. 

Las Escrituras del Antiguo Testamento “cobrarían vida” para nosotros hoy si las estudiáramos de esta manera: buscando su aplicación espiritual a nuestras experiencias después de interpretarlas correctamente.

Por supuesto, no estamos obligados a ofrecer sacrificios de animales, u obedecer varias de las otras leyes que fueron dadas solo a Israel y solo para ese tiempo, pero podemos aprender grandes principios de las instrucciones de Dios del AT si junto con interpretarlas las aplicamos espiritualmente a nuestra vida diaria. 

El secreto de una buena educación bíblica es aprender a interpretar las Escrituras. Y el secreto de una sana vida espiritual es aprender a aplicar las Escrituras. Todos nosotros hemos conocido personas que están bastante bien versadas en las Escrituras, pero que viven en pecado. ¿Cuál es su problema? ¿Es que el conocimiento de la Biblia no les sirve de nada? ¿Es una pérdida de tiempo estudiar las Escrituras? ¡Ciertamente no! El problema es que no han aplicado espiritualmente lo que han aprendido intelectualmente.

La aplicación espiritual de las Escrituras a la vida diaria es lo que Santiago 1:22 quiere decir cuando dice: “Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos”.

La aflicción llega a nuestras vidas para que aprendamos a aplicar las Escrituras a nuestra situación, para que aprendamos la lección espiritual de lo que ya sabíamos intelectualmente. A menudo, uno no aprende un versículo que nunca antes había visto; lo que aprende es la aplicación espiritual por medio de la experiencia de esa verdad que sólo se conocía intelectualmente.

Lo que aprendimos con nuestro intelecto (la interpretación) lo aprendemos luego con nuestro espíritu por medio de la experiencia (aplicación). Y el aula de la experiencia a menudo es la aflicción.

Los Estatutos

Cuando viene la aflicción, la mayoría de nosotros quiere saber por qué viene; queremos saber la causa de nuestros problemas. Sin embargo, eso no es lo principal. En muchos casos, nunca sabremos exactamente por qué nos vino la aflicción; Dios tiene algo mucho mejor. Él quiere que aprendamos a experimentar algo de Su Palabra durante la aflicción.

El ejemplo clásico de sufrimiento es Job. Cuando leemos los primeros dos capítulos aprendemos que fue Dios quien inició el problema de Job. Dios desafió a Satanás a considerar a Job, luego Satanás sugirió la aflicción. El resto del libro es el resultado de eso. Cuando llegamos al último capítulo, notamos que, en lo que respecta al registro bíblico, Job nunca se enteró de esa conversación entre Dios y Satanás. Así que nunca supo la causa de su aflicción. Pero algo más importante que la causa es la cura. Job no sabía la causa, pero conoció la cura, y eso era exactamente lo que Dios quería en primer lugar que Job aprendiera.

Job 42:7-8 registra lo que Dios le dice a Elifaz, que él y sus dos amigos deberían traer siete becerros y siete carneros a Job para que él los ofreciera al Señor en sacrificio e intercediera por ellos. En otras palabras, Dios convirtió a Job en el sacerdote de los que habían venido a consolarlo y aconsejarlo. El versículo 9 habla de su obediencia, luego el versículo 10 declara el gran resultado de la experiencia de Job: 

“Y quitó Jehová la aflicción de Job, cuando él hubo orado por sus amigos; y aumentó al doble todas las cosas que habían sido de Job”.

Antes de su aflicción, Job sabía que debía orar por los demás; ciertamente lo sabía intelectualmente, pero su práctica sólo incluía a su propia familia (Job 1:5). La gran lección que aprendió por experiencia fue la de orar también por aquellos que, en su aflicción, fueron sus peores críticos. ¡Qué difícil es eso! ¡Cuán pocos en el pueblo de Dios lo experimentan alguna vez! Aprender esta gran experiencia era mucho más importante para Job que saber acerca de la conversación entre Dios y Satanás. Podría haber sabido de esa conversación y no haber sido mejor siervo del Señor por ello. Considera el hecho de que muchos cristianos han leído Job 1 y 2, pero como resultado no se han vuelto más espirituales. Pero aprender a orar por sus críticos (enemigos) fue ciertamente un gran salto adelante en el progreso espiritual de Job.

Esto nos demuestra que Dios quiere que aprendamos a experimentar alguna gran verdad bíblica cuando somos afligidos. La verdad particular puede o no estar relacionada con nuestra aflicción, pero seguramente nos hará mejores siervos del Señor.

La Experiencia

Durante toda mi infancia fui educado en un colegio cristiano, así que allí recibí la instrucción elemental de la religión evangélica por medio de pastores, misioneros y profesoras de religión. Además asistí a la escuela dominical de la denominación a la que pertenecíamos como familia y me quedaba, después, al culto general de la asamblea junto a mis padres. Por las tardes a menudo asistíamos también al culto dominical vespertino. Mi madre y mi abuela eran devotas cristianas que habitualmente tenían reuniones de oración en la casa con las hermanas de la iglesia pentecostal a la cual asistía mi abuela. Esas reuniones consistían en oración, canto de himnos y conversaciones en torno a la Palabra de Dios. Incluso los sábados yo asistía a una reunión de adolescentes cristianos que se llamaba Los Embajadores del Rey. Así que cuando cumplí los doce años me sabía de memoria varios versículos de la Biblia, un Salmo entero, un sinnúmero de cánticos (o coritos) y todas las historias sagradas más conocidas de las Escrituras. Para la mayoría de la gente, yo era un “cristiano”.

Cuando comencé la adolescencia, la situación económica en casa sufrió un duro revés. Fui matriculado en una escuela pública para terminar mi enseñanza básica y allí me hice amigo de un compañero de curso que estaba muy lejos de la educación que yo había recibido hasta entonces. Él era “mundano” e “incrédulo”. No daba gracias por los alimentos y usaba lenguaje soez a destajo. Pero lo más nocivo de su personalidad era su inclinación por el ocultismo. Ni él ni yo ni nadie lo llamaba “ocultismo”, pero eso es lo que era. Libros, películas, historias y caricaturas que tuvieran que ver con brujas, hechiceros, encantamientos y religiones orientales eran su fascinación. A menudo trató de despertar mi interés en estas cosas, pero yo tenía tan claro que Dios, Jesús y la Biblia eran La Verdad, que jamás me sentí inclinado ni remotamente interesado a seguirle la corriente. Pronto él entendió que mi desinterés por sus temas predilectos se debía a mis creencias cristianas, y estás llegaron a interesarle tanto que en más de una ocasión me acompañó al culto matutino de la iglesia, y hasta dejó de lado su proselitismo.

Los años pasaron, y continuamos siendo amigos después de terminada la Enseñanza Media. Para entonces, él se había transformado en un bohemio, un “pájaro nocturno”, como lo llamaba mi madre. Estaba dedicado a estudiar para ser violoncelista, fumaba (tabaco y marihuana), bebía profusamente alcohol y trataba de mantener en pie un matrimonio adolescente precipitado por el embarazo premarital de la que ahora era su mujer. Yo prolongaba mi adolescencia en un eterno pre-universitario, lejos, aunque no demasiado, de sus problemas económicos y de evasión. 

Un día un primo mío vino de visita a mi casa, y se enteró que mi amigo fumaba marihuana como él también lo hacía, así que para estrechar lazos y socializar decidieron hacerse un cigarro de marihuana mientras estaban en mi casa: específicamente, en mi dormitorio. Pero se presentó este problema: ninguno tenía papelillo con el cual hacer el  “porro”. Uno de ellos (no recuerdo cuál) notó que yo tenía una Biblia en el estante de libros, y comentó que el papel de las hojas de la Biblia servía como papelillo por lo delicado y fino. En un dos por tres echaron mano de mi Biblia y comenzaron a buscar una página que no estuviera totalmente impresa (porque la tinta le da mal sabor al humo), y fue allí cuando yo los detuve y les dije que no iba a permitirles que hicieran eso. ¡¡Cómo se les ocurría utilizar la Biblia para hacerse un cigarro de marihuana!! ¡Que no sabían que la Biblia es la Palabra de Dios! Ellos se miraron como diciendo: “De veras que estamos en el cuarto del hermano...” Y los tres salimos de la casa no recuerdo si a comprar papelillo o cigarrillos para llevar a cabo la tarea propuesta. 

El punto es este: Yo no era un verdadero cristiano; pero había recibido una educación cristiana que había hecho que mi consciencia fuera sensible al pecado. Yo era tan pecador como ellos, y estaba tan perdido como ellos, pero mi conocimiento de la Palabra de Dios y mi creencia en Dios me impedía “entregarme con placer” a pecar como mi amigo y mi primo lo hacían. Conocía la Biblia y su mensaje intelectualmente, no por experiencia. Sin embargo, eso bastó para marcar una diferencia entre nosotros. La semilla había sido plantada, y aunque todavía no salía a la superficie ningún tallo, la raíz crecía en secreto en el interior de la tierra.

Tomó años, pero dio su fruto cuando toqué fondo en mi vida; cuando experimenté la aflicción (cuyos detalles me reservaré por ahora) me convertí al Señor y nací de nuevo.

Conozco, oh Jehová, que tus juicios son justos, y que conforme a tu fidelidad me afligiste” (Sal 119:75).

¡Es bueno saber que la aflicción viene de Dios! ¿Alguna vez te has preguntado si algo vino de Dios o del diablo? Realmente necesitamos resolver eso, por más de una razón. Por ejemplo, si tu percepción de la vida es la de una lucha entre Dios y el diablo, podrías pensar que su poder es igual y podrías preguntarte quién va a ganar. Para tener la victoria, necesitamos ver en las Escrituras que Dios tiene el control de las cosas, en todo momento. Nada puede suceder sin Su autoridad. Efesios 1:11 dice que el Señor “hace todas las cosas según el designio de su voluntad”. Satanás no podía afligir a Job sin el permiso del Señor. Entonces, realmente no importa si decimos que Dios envió la aflicción, o que Él la permitió; el resultado final es el mismo, y la autoridad permanece con Él. ¡Es bueno saber esto! Si Dios envía la aflicción, entonces es para Su gloria y para nuestro bien.

Debemos recordar que el Padre sometió a Su Hijo unigénito a un dolor infinitamente mayor que el que cualquier ser humano haya experimentado o experimente jamás, para que el mundo pudiera ser salvo. ¡Dios está interesado en salvar a los pecadores!

“Bueno me es haber sido afligido, para que aprenda tus estatutos”.  

Me regocijo en los grandes versículos de las Escrituras que he conocido por experiencia después de tantos años de haberlos conocido solo intelectualmente, y no volvería a cambiar nada de mi vida si eso significara perder algo de la dulzura de la Palabra de Dios que he conocido a través de mis aflicciones.

¡Qué trágico es que muchos del pueblo de Dios pasen por algún tipo de sufrimiento sin aprender nada de valor eterno! Probablemente, la razón es que estamos tan ocupados con la autocompasión y el resentimiento que no podemos comprender lo que Dios tiene para nosotros. ¡Que Él nos dé la gracia de arrepentirnos y buscar las grandes verdades de Su Palabra que Él tiene para que las apliquemos por medio de la experiencia cuando nos llegue la aflicción!

Esta es una de las razones por las cuales los santos de los últimos días pasarán (o pasaremos) por la gran aflicción (Mt 24:9,21,29; Ap 2:10; 7:14). Entonces todos los redimidos podremos decir al unísono y en un solo espíritu:

“Bueno, Señor, me es haber sido afligido, para que aprenda tus estatutos” (Sal 119:71).

“Ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados (He 12:11).

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