Un escritor cristiano que tiene un blog visitado por un gran número de lectores, incluyó en su boletín semanal el título de un artículo que además de contingente prometía ser muy edificante: LO QUE ENSEÑÓ JESÚS ACERCA DE LA HOMOSEXUALIDAD. El vínculo en cuestión llevaba a una página en blanco. Una imagen, dicen, vale por mil palabras. Y con esta página en blanco el autor estaba declarando su posición doctrinal acerca de la homosexualidad.
El argumento a favor del
matrimonio homosexual incluye a menudo el mito de que el Señor Jesús no dijo
nada en contra de la homosexualidad durante Su ministerio terrenal, y Su
presunto silencio sobre el tema se toma como apoyo a esta deshonrosa práctica.
Esta idea sólo podría proponerse
con éxito entre personas que desconocen totalmente al Cristo Jesús de la Biblia,
y que adoran a un “Jesús” imaginario,
creado a la semejanza de la época en que vivimos: una época que
algunos llaman post-cristiana, pero sólo puede describirse como abiertamente
anti-cristiana.
El Señor Jesús (el Jesús de la
Biblia) confirmó el pacto de Génesis 2, que es fundamental para la enseñanza bíblica
sobre el matrimonio. Cuando se le preguntó acerca del divorcio, el Señor Jesús
respondió:
“Él, respondiendo, les dijo: ¿No
habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo,
y dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos
serán una sola carne? Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por
tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre” (Mateo 19:4-6).
En este pasaje, el Señor Jesús
enfáticamente confirma la comprensión “tradicional” acerca del matrimonio: que
es sólo
entre un hombre y una mujer.
Además, la Biblia en su totalidad
es la Palabra infalible de Dios, como Pablo lo declara:
“Toda la Escritura es inspirada
por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir
en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado
para toda buena obra” (2 Timoteo 3:16-17).
Las palabras de Pablo en las
epístolas del Nuevo Testamento no tienen menos autoridad que
las palabras del Señor Jesús en los Evangelios, y Pablo enfáticamente enseña
que la homosexualidad es una corrupción del orden creado por Dios. Considérese
la epístola a los Romanos, que Pablo escribió como “siervo de Jesucristo,
llamado a ser apóstol, apartado para el evangelio de Dios” (Romanos 1:1). Pablo
escribe con la autoridad que le confiere el Cristo resucitado, y en el primer
capítulo de esta epístola el apóstol llama a la homosexualidad: “pasiones
vergonzosas” (v. 26), “contra naturaleza” (v. 26), “hechos
vergonzosos” (v. 27), “extravío” (v. 27), “una
mente reprobada” (v. 28).
Aquellos que defienden el
matrimonio homosexual no se oponen sólo a unos pocos “tradicionalistas”
cristianos que supuestamente han torcido la enseñanza de Cristo; se oponen al
mismo Señor Jesús, al “cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y
le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se
doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de
la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de
Dios Padre” (Filipenses 2:9-11).
El Terreno de lo Absoluto se Reduce
Pero, ¿cómo responder al autor de LO QUE ENSEÑÓ JESÚS ACERCA DE LA HOMOSEXUALIDAD, y de paso a todos los “cristianos” que piensan como él?
“Si alguno habla,
hable conforme a las palabras de Dios; si alguno ministra, ministre conforme al
poder que Dios da, para que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo, a
quien pertenecen la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén” (1
Pedro 4:11).
Cualquier persona
que públicamente afirme o defienda sus opiniones en materia religiosa pretende
hablar por Dios. Si un hombre no está dispuesto a aceptar públicamente la
responsabilidad de hablar por Dios, entonces debería guardarse sus opiniones
para sí mismo. “Hermanos míos, no os hagáis maestros (en griego: instructores) muchos
de vosotros, sabiendo que recibiremos (los que nos presentamos como
instructores) mayor condenación” (seremos juzgados más severamente) (Santiago 3:1).
Por lo tanto,
aquellos que se presentan a sí mismos como instructores, pretenden igualdad con
Santiago, un hombre que Dios usó para escribir uno de los libros de la Biblia.
Por lo tanto, aquel que enseñe sus errores a otros está en un mayor peligro de
juicio que el que se guarda sus errores para sí mismo. No se sugiere aquí que
debamos pretender inerrancia ante lo que nos atrevemos a hablar por Dios, sino
que tenemos que estar dispuestos a vivir de acuerdo a como hablamos y a morir por lo que sea que le digamos a los
demás como representantes de Dios. Enseñar y defender lo que en nuestros
corazones sabemos que son sólo conjeturas y especulaciones es cometer el pecado
de los fariseos.
“Porque atan cargas
pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre los hombros de los hombres;
pero ellos ni con un dedo quieren moverlas” (Mateo 23: 4).
Muy bien podría
ocurrir que alguien que se queda asombrado por tu pretensión de hablar por Dios tome tu consejo y guíe su vida de acuerdo a tu sugerencia. Si tu enseñanza lo lleva
a la ruina, a la herejía, al fracaso o a la miseria, puedes estar seguro que
Dios te va a pedir cuentas por eso. Harías bien en nunca olvidar que…
Dios tiene una opinión
“Jehová está en su
santo templo; Jehová tiene en el cielo su trono; sus ojos ven, sus párpados
examinan a los hijos de los hombres” (Salmo 11:4).
Dios no es una fuerza
poderosa y automatizada, omnipotente, sino que en todos los aspectos es una
persona real. Dios sabe quién es Él y Él sabe que Él no es como nosotros. Dios
lo sabe todo sobre nosotros y tiene Sus propias opiniones acerca de aquello en lo
que andamos. Si Dios no puede tener opiniones, entonces es menos que un hombre —porque hasta un animal tiene gustos y cosas que le desagradan.
En consecuencia,
cuando Dios nos expresa Su opinión: eso es lo que llamamos la Palabra de Dios.
Ya sea que la opinión de Dios sea escrita, hablada, o descubierta de cualquier
modo, si es la opinión de Dios entonces es la Palabra de Dios. A Dios le gustan
algunas cosas y está de acuerdo con algunas cosas, y a Dios no le gustan otras
cosas y no está de acuerdo con otras cosas.
“Si fueren
destruidos los fundamentos, ¿Qué ha de hacer el justo?” (Salmo 11:3).
El debate teológico
se trata como un juego que no involucra riesgos: un juego que es jugado por
personas que están más preocupadas con sentir que ganaron una discusión que con
aprender o demostrar una verdad. No hay temor de Dios en esa gente: obviamente
no creen que haya un Dios verdadero en alguna parte que está examinando y
juzgando el asunto y que finalmente tendrá tiempo para reivindicar a alguien y
repudiar a otro. Esta demora aparente en la reivindicación de la Verdad les ha dado
a los hombres el valor para despreciar la idea de la Verdad.
“Por cuanto no se
ejecuta luego [pronto] sentencia sobre la mala obra, el corazón de los hijos de
los hombres está en ellos dispuesto para hacer el mal” (Eclesiastés 8:11).
Pero esta es sólo
otra más de esas citas bíblicas que a nadie le importan más. Aún así, por el
bien de aquellos que gustan de entretenerse con trivia teológica, podríamos aventurar una explicación para este
fenómeno. No que creamos que vayamos a hacer alguna diferencia ya sea que tengamos
la razón o no, porque todos sabemos que la teología es una diversión
intelectual para la gente religiosa que tiene un poco de tiempo libre para
perder, ¿o no? Hay gente a la que le gusta jugar al ajedrez, y hay gente a la
que le gusta debatir sobre religión. En cualquier caso, tanto el ajedrez como
la religión tienen que esperar hasta después de la cena o hasta que hayamos
cortado el césped o hasta después de que hayamos dormido la siesta. Y todavía
más, si alguien ha descubierto que la particularidades de su religión parecen
tener poco o ningún efecto sobre las realidades de la vida, sus primeras
prioridades tienen que ser las cosas realmente importantes, como acumular
dinero, sacar a pasear a la familia, arreglar la casa y obtener la alabanza de los hombres de este mundo (Juan
12:42-43). Sólo después de la cena, si es que no dan su programa de televisión
favorito, si es que no tiene que lavar el auto, si no interrumpe sus planes
para la noche, y solamente si está seguro de que sus opiniones no serán
desafiadas o contradichas, alguien podría concedernos 15 o 20 minutos para
hablar de religión, pero sólo si no somos muy exigentes con eso de pedir una razón
para cada opinión, porque entonces nuestro “alguien” seguramente se va a acordar
de algo realmente importante que debe
atender inmediatamente.
“¡A la ley y al
testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido” (Isaías
8:20).
Ahora, quién sabe
cuánto tiempo podamos discutir qué es la
ley, y qué es el testimonio, y
qué significa “amanecido”. Las palabras “sujeto a interpretación” deben ser el himno
nacional de la cristiandad postmoderna, porque se pronuncian más que cualquier otra cosa, y al recitar estas tres
“palabras mágicas”, se piensa tapar cualquier hecho que incomoda con una nube
de nominalismo. No importa si mostramos diccionarios, léxicos y montañas de citas
bíblicas para demostrar la veracidad de nuestra opinión. No importa si citamos a
los Reformadores, o hasta el escriba favorito de nuestro interlocutor, porque
por estas 3 palabras: “sujeto a interpretación” todos los hombres ahora
reclaman el derecho a diseñar su propio universo y además a cambiarlo a su
propia conveniencia. Es como si cada uno creyera que tiene que responder ante
“su” dios, y no ante el nuestro. Esto convierte todo debate teológico en una guerra
de los dioses, en la cual aparentemente, todos los dioses son impotentes.
Este “vuelo al
nominalismo” es lo que hace al debate teológico tan vano y cansador. En la
cristiandad moderna, siempre se puede predecir quién será el así llamado
“ganador” en cualquier debate religioso, ¡preguntando cuánta libertad tiene
cada contendiente de despreciar a su oponente! Aquel que se pueda permitir
mostrar el mayor desprecio, piensa que es el “ganador” todas las veces.
Todo esto continúa
ocurriendo, mientras que la gente alrededor de nosotros viven y mueren como
ratas. Aún cuando alguien tiene miseria, fracaso, tragedia, hábitos
destructivos y pecados conspicuos en su vida, esto ya no se ve más como una
evidencia de algún error en su fe, ya que la conveniencia filosófica moderna de
un universo mecánico que ignora todas las religiones, y que solamente obedece
siempre las leyes muertas, frías e impersonales de la ciencia (1 Timoteo 6:20),
les permite a todos ellos exigir lástima y llamarse a sí mismos “víctimas
inocentes”. La negación de que hay sólo una Verdad sencilla de comprender y
aceptar ante nosotros, y que es obvia a todos, equivale a
la negación de que Dios le ha hecho una revelación al mundo. La Biblia ya no se
recibe más como una descripción simple y clara de la realidad, porque contradice
a la falsamente llamada ciencia (1 Timoteo 6:20), y porque, en asuntos
religiosos, las palabras ya no se sujetan más a sus definiciones ordinarias. Así
que no nos ilusionamos conque alguien
se convierta a nuestro punto de vista.
“Así dijo Jehová:
Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea
el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma. Mas dijeron:
No andaremos.” (Jeremías 6:16).
Uno se pregunta si
siempre ha sido así. Por supuesto, tenemos libros que nos dicen cómo solían ser
las cosas, pero al ser libros, estos también están “sujetos a interpretación”.
Además, nosotros “la gente postmoderna” sabemos todo lo que ellos sabían, y un
montón más, ¿o no? ¡Así que aquellos antiguos promulgadores de supersticiones
ignorantes no nos pueden dictar una visión del mundo a nosotros! Aquellas
personas vivieron en un mundo en el cual lo que sea que fuera sencillamente
obvio era cierto.
Ciertamente,
ninguno de los de aquellos días de ignorancia, antes de que hiciéramos la
ciencia superior a la religión, tiene algo que decirnos a nosotros. No,
nosotros debemos tener nuestro microscopio para llegar a la verdad, ¡pero no
tenemos el microscopio, el científico lo tiene! Le permitiremos a él que nos
diga la verdad; pero luego, aún cuando él nos la diga, no nos atreveremos a
comprometernos con dicha verdad, porque se está construyendo un microscopio
mejor y más grande. Cuando el científico obtenga el microscopio “nuevo y
mejorado”, nos dirá la pura verdad; pero todavía esperaremos hasta que la
hayamos cotejado con todos los otros científicos, porque se ha conocido que no
están de acuerdo entre ellos. Aún después de que finalmente hayamos consultado
con cientos de científicos que están todos de acuerdo, hay buenas razones para
esperar, y no comprometernos todavía. Podría haber un científico que hayamos
olvidado, y que también está trabajando en un microscopio mejor.
Esto significa que el
terreno de lo absoluto se reduce: mientras más lejos y con más atención observamos,
más débil y difuso se vuelve todo. En materia religiosa, esto está ilustrado
por lo que le ha ocurrido a la Biblia. Después de 1500 años de disputas, de
discusiones menores, e investigación, la cristiandad ha producido un Texto
Griego para el Nuevo Testamento llamado TEXTUS RECEPTUS. Fue de este texto que
obtuvimos la Biblia King James y la
Reina-Valera 1909. Supuestamente estaba todo dicho en el asunto, y durante los
siguientes años la Reina-Valera 1909 fue considerada autoritativa y final por
el mundo evangélico hispanoparlante. Nunca hubo grandes cuestionamientos al
texto desde el cual se hizo la traducción, y ninguno de los cambios que se hicieron
cuando la transformaron en la Reina-Valera 1960 afectó grandemente a la
doctrina o la teología.
El mundo hispanoparlante
tuvo una Biblia estable, segura, y confiable. Esto estableció una autoridad
para la verdad en asuntos de doctrina, a la cual todos los protestantes se
obligaban públicamente a someterse. La Reina-Valera 1909 y, luego, la Reina-Valera 1960
se volvió el terreno de lo absoluto para los cristianos: la autoridad irreprochable
de fe, moral, ética y doctrina. El reconocimiento general de que había sólo
una verdad salvadora y de que ésta estaba claramente expresada en la
Biblia recibió la bendición y la afirmación de Dios, en que lo que resultó
fueron los más grandes esfuerzos misioneros, y los más grandes avivamientos de
santidad personal, en toda la historia. Los cristianos confiaban en su Biblia:
estaban seguros de que era la mismísima Palabra de Dios.
Pero hoy día la
cristiandad está completamente saturada con una verdadera hueste de
traducciones tendenciosas y revisiones revisadas y paráfrasis pulidas, las
cuales no sólo difieren de la Reina-Valera 1909 y la Reina-Valera 1960 en forma
y expresión (lo cual no siempre es malo), sino además en substancia y contenido
(y esto sí que es malo). El así llamado “conocimiento teórico moderno” nos ha
dicho que la Biblia que hoy tenemos no es confiable. Así es como
esas nuevas “versiones” omiten completamente cantidades de versículos bíblicos
que una vez se alzaron como las paredes del Gran Cañón a los lados del camino
angosto (Mateo 7:14) de la Verdad, o los desacreditan o los cambian. En cada
página están todas esas notitas que te dicen que no se puede confiar en
verdad en lo que estás leyendo. Se nos dice que esas dudas y preguntas acerca
de los contenidos son el producto de un “conocimiento
teórico mejor y evidencia recientemente descubierta”.
Así que, mejor
esperamos y no nos comprometemos: ya que estos “teóricos” están seguros de
poder finalmente introducir otra “nueva Biblia mejorada”: una que nos dirá finalmente
la pura verdad. Esto significa que el terreno de lo absoluto se reduce:
mientras más lejos y con más atención miramos, más débil y difuso se vuelve
todo.
Cualquiera que
consulta estas “versiones nuevas y mejoradas” será inducido a creer que no se
puede confiar en ninguna Biblia. No sólo que esos “teóricos” cuestionan la Reina-Valera
1909 y la Reina-Valera 1960 y la desacreditan, sino que desacreditan todas las
otras “versiones nuevas y mejoradas”. Hasta desacreditan su propia versión, al insertarle todas esas notitas. En esencia dicen: “tenemos una biblia aproximadamente correcta”.
Ahora, ¿quién va a
arriesgar su dinero, su carrera profesional, su salud, su familia, o su misma vida
al consejo de una Biblia que admite estar llena de errores, y que puede ser o
no corregida con posterioridad?
¿Tú?
Si decimos la Biblia dice así: ellos dicen “ese versículo fue añadido en
el siglo x , así que no tiene autoridad”.
Si decimos la
Biblia dice asá: ellos dicen “en mi versión dice de otra manera”.
¿Adónde termina esto?
Termina en la… apostasía
(1 Timoteo 4:1 y 2 Timoteo 4:3-4).
¿Hay alguna salvación?
“Así dijo Jehová:
Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea
el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma...” (Jeremías
6:16).
“Entrad por la
puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a
la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la
puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan”
(Mateo 7:13-14).
“Procura con
diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué
avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad” (2 Timoteo 2:15).
ADICIONAL:
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