Muchos no aceptan la idea de que
la ira de Dios no comienza con los juicios de los sellos argumentando que Dios
no expondría a sus hijos a tales peligros. “Los juicios de los sellos son
demasiado severos como para no ser sino la manifestación de Su ira”, dicen.
Este argumento asoma su nariz en casi cada discusión con los que creen en el
arrebatamiento pretribulacional. Sin embargo, Dios ha usado tales juicios en el
pasado, y los usará de nuevo en el futuro.
Considérese, por ejemplo, la lección
enseñada en Jueces 20. Este capítulo cuenta la historia del alzamiento de la
nación de Israel contra la ciudad de Gabaa de la tribu de Benjamín, cuyos
hombres habían violado brutalmente, y asesinado, a la concubina de un levita. En
respuesta a este crimen, los hijos de Israel se juntaron ante el Señor en Mizpa
para determinar el curso de la batalla.
“Cuatrocientos mil hombres de a pie que sacaban espada” estaban representados.
Además, había 27.000 benjaminitas “que sacaban espada”.
Los israelitas, a quienes Dios ya había
estado disciplinando por su rebelión e idolatría, subieron a la casa de Dios y
le consultaron: “¿Quién subirá de nosotros el primero en la guerra contra los
hijos de Benjamín?”
El Señor respondió: “Judá será el primero”.
“Y salieron los hijos de Israel a combatir contra Benjamín, y los varones
de Israel ordenaron la batalla contra ellos junto a Gabaa. Saliendo entonces de
Gabaa los hijos de Benjamín, derribaron por tierra aquel día veintidós mil
hombres de los hijos de Israel” (Jue. 20: 20–21).
Comprensiblemente, los israelitas estaban confundidos.
Ellos estaban de parte de la justicia. Le habían preguntado a Dios qué debían
hacer. Y aun así, habían sufrido una derrota terrible y sangrienta.
Al día siguiente, la confundida congregación se reunió
de nuevo ante el Señor y le consultó: “¿Volveremos a pelear con los hijos de
Benjamín nuestros hermanos? Y el Señor respondió: ‘Subid contra ellos’” (Jue. 20: 23).
“Y aquel segundo día, saliendo
Benjamín de Gabaa contra ellos, derribaron por tierra otros dieciocho mil
hombres de los hijos de Israel, todos los cuales sacaban espada” (Jue. 20: 25).
Los ahora diezmados israelitas sentían terror de tener
que consultarle al Señor de nuevo. Aun así, a pesar de su estupor, fueron a la
casa de Dios una vez más. “¿Volveremos aún a salir contra los hijos de Benjamín
nuestros hermanos, para pelear, o desistiremos? Y el Señor les respondió: ‘Subid,
porque mañana yo os los entregaré’” (Jue. 20:28). Ese día le tocó el turno de ser juzgados a los
benjaminitas: 25.100 de ellos fueron asesinados en la batalla. Sólo 600
sobrevivieron.
En estos tres días, más de 65.000 hombres fueron
asesinados. Dios no sólo permitió
esta terrible matanza. Él envió a estos
hombres a la batalla, sabiendo cuál sería el resultado. Estas cifras pueden
parecer pequeñas en comparación con la cuarta parte de la población mundial que
perecerá durante los seis primeros sellos del Apocalipsis, pero considerando
que la fuerza de batalla de Israel era de sólo 400.000 hombres, la pérdida fue
del 10% de su población activa. Para una nación que se le ha dicho que entre en
la tierra de Canaán y que la posea, esta fue una pérdida terrible. Para los
benjaminitas, quienes perdieron el 96% de sus hombres activos, fue devastador.
El Juicio de Dios en Habacuc
Otro ejemplo se encuentra en Habacuc. El
libro comienza con el clamor de Habacuc al Señor, pidiéndole justicia contra la
nación apóstata de Israel. Los israelitas habían continuado en su senda de
rebelión e idolatría, y Habacuc clamaba preguntando por qué el juicio de Dios
no había venido.
“¿Hasta cuándo, oh Jehová,
clamaré y no oirás; y daré voces a ti a causa de la violencia, y no salvarás?
¿Por qué me haces ver iniquidad, y haces que vea molestia? Destrucción y
violencia están delante de mí, y pleito y contienda se levantan. Por lo cual la
ley es debilitada, y el juicio no sale según la verdad; por cuanto el impío
asedia al justo, por eso sale torcida la justicia” (Hab. 1:2–4).
Habacuc obtuvo esta respuesta de parte de
Dios, la cual no era la que él esperaba oír: “Mirad entre las naciones, y ved,
y asombraos; porque haré una obra en vuestros días, que aun cuando se os
contare, no la creeréis. Porque he aquí, yo levanto a los caldeos, nación cruel
y presurosa, que camina por la anchura de la tierra para poseer las moradas
ajenas. Formidable es y terrible; de ella misma procede su justicia y su
dignidad. Sus caballos serán más ligeros que leopardos, y más feroces que lobos
nocturnos, y sus jinetes se multiplicarán; vendrán de lejos sus jinetes, y
volarán como águilas que se apresuran a devorar” (Hab. 1: 5–8).
Habacuc estaba anonadado. Los caldeos eran
un pueblo belicoso y agresivo que servía a aterradores dioses paganos. El Señor
los describe como una nación “cruel”, “formidable” y “terrible”.
Por su respuesta, podemos ver que este era
un juicio mucho más severo que el que Habacuc estaba pidiendo para Israel:
“¿No eres tú desde el
principio, oh Jehová, Dios mío, Santo mío? No moriremos. Oh Jehová, para juicio
lo pusiste; y tú, oh Roca, lo fundaste para castigar. Muy limpio eres de ojos
para ver el mal, ni puedes ver el agravio; ¿por qué ves a los menospreciadores,
y callas cuando destruye el impío al más justo que él…?” (Hab. 1:12–13).
Considerando la naturaleza de los caldeos,
es comprensible que Habacuc se haya sentido horrorizado. “Dios, ¿por qué harías
eso?” clama él. “¡Ellos son mucho peores que nosotros!”
La Biblia
de Estudio Nelson ofrece el siguiente comentario:
“El punto de Habacuc parece ser que la santidad de Dios debería haberle
impedido utilizar a un instrumento impuro como Babilonia para llevar a cabo Su
propósito de juzgar y reprobar a Su propio pueblo. Habacuc se preguntaba cómo
Dios consideraba como aceptable la impía y pervertida justicia de los
babilonios. Este era el dilema ético que
enfrentaba Habacuc: los habitantes de Judea eran menos corruptos e idólatras
que los babilonios, que estaban siendo utilizados para juzgarlos por sus
pecados”.
Los paralelos a los juicios de los sellos
son evidentes. “Dios no haría eso”, replican algunos. “Él no traería tal
destrucción sobre Su pueblo; mucho menos usaría contra ellos tal
personificación del mal como el Anticristo”. Este era exactamente el mismo
reclamo de Habacuc—y él perdió.
Otros dicen que lo de Habacuc ocurrió
durante el tiempo del Antiguo Testamento. “Dios ya no utiliza esos métodos.
Ahora estamos en la dispensación de la gracia”. Este también es un falso
argumento. La Biblia nos dice que los justos juicios de Dios no fueron sólo
para castigar los pecados de Su pueblo Israel sino que ellos son advertencias
para nosotros. Pablo explica: “Mas estas cosas sucedieron como ejemplo para
nosotros, para que no codiciemos cosas malas, como ellos codiciaron… Y estas
cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a
nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos. Así que, el que
piensa estar firme, mire que no caiga” (1 Co. 10: 6, 11–12).
Aunque puede ser difícil de comprender, el
juicio registrado en Jueces fue tanto justo como parte del plan de un Dios
amoroso y santo. El patrón que Dios ha establecido en la Biblia es que Él hace cosas así. En el contexto de
libros tales como Jueces y Habacuc (sin mencionar 1 y 2 Reyes, y 1 y 2
Crónicas), los que registran el patrón habitual de rebelión y apostasía del
pueblo de Dios, estos juicios son la culminación de los repetidos esfuerzos de
parte de Dios por hacer que Su pueblo deje de pecar contra Él. Estos juicios de
parte de Dios son tanto severos como amorosos; la severidad y el amor son los
dos instrumentos que componen el plan perfecto de Dios para purificar a Su
pueblo y hacer de ellos una congregación santa.
El Juicio de Dios en el Apocalipsis
Los sellos del Apocalipsis cumplirán el
mismo propósito. Este es, el de refinar y probar al pueblo de Dios. Esto se
puede ver en las parábolas del Señor Jesús acerca del fin de la era que
aparecen en Mateo 13. En este capítulo, el Señor Jesús nos da dos parábolas
sobre el reino de Dios con relación a los últimos tiempos. En la parábola del
trigo y la cizaña, la cosecha cumple el
propósito de separar a “los hijos del reino” de “los hijos del malo”:
“El reino de los
cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero
mientras dormían los hombres, vino su enemigo y sembró cizaña entre el trigo, y
se fue. Y cuando salió la hierba y dio fruto, entonces apareció también la
cizaña. Vinieron entonces los siervos del padre de familia y le dijeron: Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde, pues, tiene cizaña? Él les dijo: Un enemigo ha hecho esto. Y los siervos le dijeron: ¿Quieres,
pues, que vayamos y la arranquemos? Él les dijo: No, no sea que al arrancar
la cizaña, arranquéis también con ella el trigo. Dejad crecer juntamente lo uno
y lo otro hasta la siega; y al tiempo de la siega yo diré a los segadores:
Recoged primero la cizaña, y atadla en manojos para quemarla; pero recoged el
trigo en mi granero” (Mt.13:24–30).
Como el Señor
Jesús lo aclara, la cizaña no es otra cosa que maleza sembrada (a propósito por
los enemigos) entre el trigo de un agricultor. En las fases iniciales, es imposible distinguir
el trigo de la cizaña. Si el agricultor intenta arrancar la cizaña corre el
riesgo de arrancar también el trigo. Sólo cuando ambas plantas han madurado es
posible distinguirlas sin equivocación; entonces se puede efectuar la cosecha.
El Señor Jesús concluye diciendo que, para la humanidad, esta cosecha se
realizará al fin de la era, entonces “Enviará el Hijo del Hombre a sus ángeles,
y recogerán de su reino a todos los que sirven de tropiezo, y a los que hacen
iniquidad, y los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir
de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su
Padre. El que tiene oídos para oír, oiga” (Mt. 13:41–43).
¿Cuándo es el fin de la era? Esta es exactamente la
misma pregunta hecha por los discípulos del Señor en Mateo 24. “Dinos, ¿cuándo
serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del fin del siglo?” (Mt. 24: 3). El Señor Jesús les respondió describiendo el comienzo de dolores—los
sellos primero, segundo, tercero y cuarto (Mt. 24: 5–8); la abominación desoladora
y la gran tribulación (Mt. 24: 15, 21); los cataclismos cósmicos (Mt. 24: 29); y
después, finalmente, Su regreso triunfal (Mt. 24: 30–31). En este momento, la era
del reino físico, con el Señor Jesús regresando para reclamar Su derecho al
trono, ha comenzado. También comienza el juicio del Día del Señor.
La parábola del trigo y la cizaña es una ilustración
perfecta del por qué los eventos deben
ocurrir en este orden. Antes de que la Iglesia pueda presentarse ante Cristo
como una novia sin mancha ni arruga, debe pasar a través de “la hora de la
prueba” (Ap. 3:10), durante la cual los que profesan ser creyentes
serán “depurados y limpiados y emblanquecidos” (Dn. 11:35). Aquellos que son
verdaderos creyentes en el Señor Jesús permanecerán firmes en la fe, mientras
que los que sólo profesan serlo tropezarán ante la amenaza de hambrunas,
persecuciones y muerte. El trigo (los verdaderos creyentes) y la cizaña (el
Cristianismo profesante), una vez indistinguibles, estarán listos para la
cosecha (la separación definitiva).
La Parábola de la Red
La segunda parábola es la de la red:
“Asimismo el reino de los cielos es semejante a una red, que echada en el
mar, recoge de toda clase de peces; y una vez llena, la sacan a la orilla; y
sentados, recogen lo bueno en cestas, y lo malo echan fuera. Así será también
al fin del siglo: saldrán los ángeles, y apartarán a los malos de entre los
justos, y los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de
dientes” (Mt. 13:47–50).
Al igual que la parábola del trigo y la cizaña, esta
parábola ilustra
el destino
del Cristianismo profesante. El Señor Jesús le dijo a Sus discípulos: “Venid en pos
de mí, y os haré pescadores de hombres” (Mt. 4:19). En una de Sus últimas
instrucciones, les ordenó: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las
naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu
Santo” (Mt. 28:19). En
otras palabras: vayan a pescar. Sin embargo, las iglesias de hoy están repletas
de aquellos que han sido arrastrados por la red y han conocido las enseñanzas
de Cristo, y hasta se han bautizado en Su nombre, pero sin haber nunca
experimentado la regeneración. Como los peces “de toda clase”, permanecen
mezclados con los buenos peces hasta que venga el fin de la era. De nuevo, esta
ilustración concuerda perfectamente con los sellos del Apocalipsis
representando un tiempo de prueba antes del retorno de Cristo:
la cosecha. (Anteriormente argumentamos que los sellos no eran la
ira de Dios basándonos—en parte—en la ausencia de los ángeles como agentes
administradores. Este argumento es consistente con estas dos parábolas. En
ambas la cosecha al final de la era es realizada por los ángeles, quienes no
comienzan su participación activa en los eventos del fin sino hasta los
juicios de las trompetas, las que a su vez son introducidas al regreso de
Cristo al fin de la era.)
Estas parábolas confirman aun más que los
sellos son un período de purificación para la Iglesia antes del fin de la era.
El juicio de los impíos comienza recién con las trompetas y las copas, las que
son administradas por los ángeles durante el Día del Señor. Este Día comienza con el retorno físico de
Cristo para ejecutar el arrebatamiento, justo después de la apertura del sexto
sello.
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