Judas, hijo de perdición
¿Qué le pasó a este hombre? ¿Cómo pudo
vivir durante tres años entre los amigos íntimos de Cristo y luego traicionar
al mejor Amigo que había tenido? Judas forma parte importante de nuestra
educación espiritual. Sus esperanzas, sueños y errores están registrados para
nuestro beneficio. Las tinieblas que lo rodearon son para nuestro
alumbramiento. Su aflicción y remordimiento se describen para ayudarnos a
acercarnos al amor de Dios.
En las páginas siguientes, veremos cómo la
vida de Judas nos puede ayudar a entender no sólo las inclinaciones de nuestra
propia naturaleza humana, sino el peligro de unas tinieblas que se ocultan en
la luz.
Hoy día, el
concepto del mal a menudo se ignora, excepto como entretenimiento en novelas y
películas. Pero la Biblia describe el mal como algo real y peligroso.
Parte del
peligro del mal es que opera bajo la cubierta de las tinieblas (Juan 3:19). Las cualidades
ocultas y secretas del mal son algunos de sus elementos más perturbadores.
Igual que el monóxido de carbono, que no tiene color ni olor, el mal puede
permanecer sin ser detectado por largos períodos de tiempo y puede matar sin
advertir.
Sin embargo, tal vez más insidiosa
sea la capacidad del mal de imitar lo bueno. La gente se sorprende, y hasta se
queda conmocionada, al enterarse de que el mal a menudo usa marcos sagrados como
cubierta. El apóstol Pablo, escribiendo a los seguidores de Cristo que vivían en
Corinto, advirtió de los que usan el lenguaje de la espiritualidad como disfraz:
“Mas lo que hago, lo haré aún, para quitar la ocasión a
aquellos que la desean, a fin de que en aquello en que se glorían, sean
hallados semejantes a nosotros. Porque
éstos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como
apóstoles de Cristo. Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se
disfraza como ángel de luz. Así que, no es extraño si también sus ministros se
disfrazan como ministros de justicia; cuyo fin será conforme a sus
obras” (2 Corintios 11:12-15).
Ya desde el primer
siglo, los autoproclamados “apóstoles” estaban fingiendo trabajar como
ministros del evangelio al tiempo que se oponían a la obra de Dios.
La iglesia debe
ser un lugar adonde los pecadores se enteren que en Cristo Jesús pueden ser
salvos de sus pecados, y esto proclamado en el lenguaje de la verdad y el amor
divinos. Cuando esto sucede, el pueblo de Dios está equipado para enfrentar los
desafíos de la vida. Pero uno no necesita estar involucrado en una iglesia por
mucho tiempo para descubrir que el mal se oculta en las sombras:
• Un miembro de
la iglesia aparentemente dedicado hace un desfalco de grandes sumas de dinero a
su empleador.
• Un respetado
miembro de la junta directiva de la iglesia es convicto de abusar sexualmente
de su hija.
• Un pastor que
una vez era muy amado se vuelve autoritario y acusador.
• El presidente
de la junta desvía la crítica catalogando a todo el que expresa preocupación de
“divisor”, “rebelde” o “resistente al cambio”.
• Un pastor que
dirige seminarios de crecimiento de iglesias usa sus frecuentes viajes para
tapar una aventura amorosa, con su cuñada.
Cuando la gente
conocida en quien se confía es atrapada en un grave fallo moral, quienes los
conocen por lo general se quedan pasmados. Los amigos y conocidos empiezan a dudar
de su propio juicio. Las preguntas son predecibles: “¿Cómo es que no lo vimos
venir? ¿Qué nos pasa que estamos tan ciegos?”
Al mirar atrás,
a veces es posible ver pistas que no parecían importantes en ese momento. Los engañadores
fingían bien. En algunos casos, parecían ser muy sensibles a la inmoralidad de
los demás. En otros, mostraban una bondad exagerada cuando se esperaba de ellos
que actuaran con firmeza. Sólo mirando atrás podemos ver que la bondad
exagerada y la crítica moral a los demás muchas veces es la estrategia de las
mentes entenebrecidas que se ocultan detrás de la máscara de la moralidad.
Eso fue lo que
hizo un hombre llamado Judas. No sólo sobresale de las páginas mismas de la
Biblia, sino que pertenecía al círculo íntimo de los amigos del Señor Jesús.
Sin embargo, es por su cercanía a Cristo que Judas Iscariote nos da un ejemplo
perturbador de cómo opera el mal. Judas es un caso desconcertante.
Fue escogido por
el Señor para que fuera uno de los 12 apóstoles, y el grupo confió en él para
que estuviera a cargo de las finanzas. Durante más de tres años escuchó al
Señor Jesús enseñar, y lo vio hacer milagros. No obstante, después de ser
testigo de lo que los cristianos de los 20 siglos siguientes desean haber
visto, Judas conspiró para traicionar al Señor por 30 piezas de plata, el
precio mezquino de un esclavo que se mata por accidente (Éxodo 21:32).
¿Qué le pasó a
Judas? ¿Qué fue lo que pudo haberle hecho traicionar a su propio Maestro? ¿Cómo
es que alguien que tuvo el privilegio de andar junto a la Luz del mundo terminó
en las tinieblas eternas? ¿Y qué podemos aprender del trágico juicio erróneo de
Judas para asegurarnos de no seguir este triste destino?
La luz
artificial de la ambición religiosa
A finales de
los años 70, el mundo fue testigo del horror del mal que se ocultaba en el
corazón de un popular predicador, lo cual lo llevó a un final mortal. Este
hombre tenía un dinámico
mensaje bíblico de preocupación social, y su iglesia comenzó con potencial y promesa. Se
le unieron los idealistas y los privados de derechos. Muchos consideraban que
era la forma “como debía ser la iglesia”.
Los miembros se
hicieron cargo de los problemas de la pobreza de los barrios marginados y
creían que se estaban alineando a una causa, no sólo uniéndose a una
congregación.
A medida que la
iglesia adquiría más poder sobre sus seguidores y obtenía mayores ingresos de
su creciente membresía, el predicador crecía en la opinión de grandiosidad que tenía de sí
mismo. Desviaba enérgicamente toda crítica personal. A medida que el poder y el
dinero alimentaban su lado oscuro, el envalentonado líder tiró la Biblia al
piso y proclamó que él era la más grande autoridad.
Para escapar de
la crítica y mantener el control, el supuesto “hombre de Dios” reubicó su congregación
en otro país. Cuando su poder se vio amenazado allá, hizo el máximo intento de
control exigiendo el suicidio masivo de sus seguidores.
¿Cómo pudo un
ministro hacer tal cosa, sobre todo en un lugar llamado “El Templo del Pueblo”?
La respuesta
descansa en la naturaleza misma del mal. Dondequiera que surge muestra su
disposición a promover los intereses propios a expensas de los demás. Sin
embargo, el resultado es predecible.
Desde el inicio
de los tiempos, la historia se ha repetido una y otra vez. Cuando a la tiniebla
del engaño se le permite seguir su curso lleva el fruto de la destrucción y la
muerte.
Sin embargo, el peligro del mal es
que muchas veces se mezcla con una buena causa. El líder del “Templo del Pueblo”
comenzó no sólo como mensajero de la Biblia sino también como una voz de
compasión por los pobres. Parece probable que antes de que Judas Iscariote se
hiciera discípulo del Señor estuviera involucrado con la buena causa de tratar
de liberar a su oprimida nación de la bota romana de ocupación.
Algunos creen
que su sobrenombre, Iscariote, viene de la palabra latina scarius, que significa “el que lleva la
daga”. Esta era un arma común usada por los zelotes, un grupo motivado políticamente
comprometido con la restauración de Israel por medio del derrocamiento de los
opresores romanos.
La pasión por
ver su tierra libre de la dominación extranjera era penetrante entre los
apóstoles y discípulos del Señor Jesús. Ellos creían a los profetas de Israel
que prometían libertad política y restauración espiritual en la venida de un
mesías y rey. Su espera intensificaba mientras los ojos de la nación se volvían
al rabí de Nazaret que hacía milagros. Parecía ser un momento de oportunidad. El
anhelo de muchos padres judíos estaba
en los labios de la madre de Santiago y Juan cuando le suplicó al Señor que dejara que
sus hijos se sentaran a su derecha y a su izquierda en su reino (Mateo 20:20-23).
No obstante,
las olas de la expectativa pública estaban a punto de chocar con una costa
rocosa de retraso. Un rescate espiritual tenía que preceder a la gloria
política. Dios estaba a punto de dejar que el mal desempeñara un papel en su
propio fallecimiento antes de cumplir Sus promesas a Israel. Al escoger a Judas
para que fuera uno de los Doce, el Señor preparó el escenario para lo que ahora
puede verse como el genio y el drama de la redención. Tan sólo unas horas antes
de su arresto, mientras comía la Pascua con sus discípulos por última vez, el
Señor Jesús dijo estas palabras:
“[…] para que
se cumpla la Escritura: El que come pan conmigo, levantó contra mí su calcañar”
(Juan 13:18).
El Señor estaba
aludiendo a un cántico escrito por David, el rey más renombrado de Israel:
“Aun el
hombre de mi paz [mi íntimo amigo], en quien yo confiaba, el que de mi pan comía,
alzó contra mí el calcañar” (Salmo 41:9).
Por medio de
las acciones de Judas, la profecía bíblica se iba a cumplir. A través de la mano
poderosa de Dios, el mal iba a ser guiado a una trampa. El que tenía el poder
de la muerte sería derrotado (Hebreos 2:14), y Aquel que tenía el poder de la
vida ganaría redención para todos los que creyeran (Mateo 20:28; 26:28; 2
Corintios 5:21).
Aunque Judas
llevaba su pecado en las tinieblas de la noche, Dios lo usaría para traer luz a
muchos. En el universo de Dios, el mal nunca tiene la última palabra.
Sin embargo, a
medida que testificamos de la capacidad de Dios de trastocar el mal, debemos ver
el peligro del mal por lo que es. Destruyó a Judas y nos ronda a nosotros hoy.
La luz artificial de la falsedad
moral
Dos socios
cristianos de negocios estaban emocionados con su nueva compañía. Había experimentado
un crecimiento expansivo en unos cuantos años. Reclutar gente para que vendiera
comida y recordatorios en las competencias deportivas había demostrado ser sorprendentemente
lucrativo. Los ingresos seguían aumentando mes tras mes y no se veía una
disminución en el horizonte.
En medio del
rápido crecimiento de la compañía, el gerente de finanzas lanzaba periódicas
campañas contra ciertos miembros del personal, acusándolos de manipulación,
inmodestia y falta de honestidad. Siempre que alguien cuestionaba sus juicios, se
volvía incluso más dogmático.
Meses después
había graves problemas en la joven compañía. El gerente de finanzas había sido atrapado
usando dos juegos de libros financieros, los cuales mantenía tan hábilmente que
incluso pasaron desapercibidos en una auditoría profesional.
Mientras daba
dinero a cuentas que lo necesitaban, se llevaba la mejor parte. El culpar y
castigar a los empleados era una forma de chivo expiatorio. Para desviar la
atención de sus propias actividades ilegales llamaba la atención a las pequeñas
imperfecciones de los demás. Con el tiempo, el negocio tuvo que declararse en bancarrota.
El que exigía una norma alta de integridad a los demás no tenía ninguna.
Judas presentó
un patrón similar de conducta. El lugar fue Betania, el hogar de María, Marta y Lázaro,
los buenos amigos de Jesús. La ocasión era
una cena en honor al Señor Jesús (Juan 12:2), probablemente por resucitar a
Lázaro de entre los muertos, lo cual había hecho hacía poco.
Marta era
conocida por sus elaborados preparativos (Lucas 10:40), o sea que hay buenas
razones para creer que aquella no era una celebración barata. La ocasión exigía
algo especial.
La Biblia
indica que María se inclinaba más a escuchar que a servir. Pero ella también debe haberse
dado cuenta de que aquella ocasión era diferente, y quiso honrar al Señor de
una forma especial.
Esa noche, en
vez de sentarse tranquilamente a los pies de Él y escucharlo enseñar, María le
ungió los pies con una libra de un costoso perfume que valía alrededor del
salario de un año. Luego, en un acto de devoción aun más impresionante, comenzó
a limpiar el exceso de perfume con su propio pelo, algo que ni siquiera un
sirviente doméstico hacía (Juan 12:3).
Toda esa
extravagancia prodigada al Señor Jesús aparentemente fue demasiado para Judas. No
hay indicación alguna de que Judas no disfrutara de la cena que Marta preparó
para todos, pero sí expresó su repugnancia por el acto de devoción de María
hacia Jesús.
Exhibiendo la
luz artificial de la falsedad moral —su preocupación por los necesitados— Judas
protestó diciendo: “¿Por qué no fue este perfume vendido por trescientos
denarios, y dado a los pobres?” (v.5). Él ya había calculado el valor del
regalo de María y había decidido que su
ofrenda era frívola y estaba mal dirigida.
La raíz de la
objeción de Judas no era para nada tan noble como la preocupación por los
pobres. Él no compartía la devoción que María tenía por el Señor. De hecho,
estaba en contra de ella. Sus motivaciones eran egoístas, no altruistas.
El apóstol Juan
es el único escritor de evangelio que mencionó la verdadera actividad que
estaba llevándose a cabo detrás de la farsa de justicia de Judas:
“Pero
[Judas] dijo esto, no porque se cuidara de [preocupara por] los pobres, sino
porque era ladrón, y teniendo la bolsa [del dinero], sustraía de lo que se echaba
en ella” (v.6).
Para perpetuar
su propia imagen de bondad, Judas arrojó dudas sobre las buenas motivaciones de
María. Pero el Señor expuso la mentira con la verdad:
“Entonces
Jesús dijo: Déjala, para el día de mi sepultura ha guardado esto. Porque a los
pobres siempre los tendréis con vosotros; pero a mí no siempre me tendréis
(vv.7-8).
El uso de
fragancias caras para embalsamar formaba parte de la costumbre judía de
enterrar. María no lo sabía, pero su acto fue una preparación para el entierro de
Cristo. Sin embargo, las palabras deben haber desconcertado a quienes las escucharon.
Nadie parecía menos vulnerable al daño que el Señor, quien estaba en la cima de
su popularidad. Al día siguiente, la gente llenó las calles con ramas de palmera
para darle la bienvenida a Jerusalén.
No obstante,
sólo faltaban seis días para la Pascua, y en ese corto tiempo, los gritos de la
gente cambiarían de “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!”
(Juan 12:13) a “¡Crucifícale!” (19:15).
La vida de Judas y del Señor Jesús hacían
un fuerte contraste. Judas quería explotar a los demás para sí mismo; el Señor estaba
concentrado en dar Su vida por ellos.
Judas
permaneció entre bambalinas en las Escrituras la mayor parte del tiempo. Pero
cuando estuvo en juego una fuerte suma de dinero, su codicioso corazón lo llevó
al centro del escenario. También produjo la primera reprensión que se registra
del Señor Jesús a Judas. Su orden de dejar en paz a María sugiere que Judas
puede haber tratado de detenerla físicamente. Tal vez pensó que si actuaba rápidamente
podría salvar parte del ungüento y venderlo por ganancia.
Judas tenía la
habilidad de tomar para sí lo que pertenecía a los demás. Juan escribió que
Judas “teniendo
la bolsa [del dinero], sustraía de lo que se echaba en ella” (12:6). Pensaba que sus habilidades de
engañar y de sustraer eran maneras de mantener el control. Sin embargo, así fue
como perdió el control. Se abrió al mal y dejó que Satanás jugara con él para su
propia destrucción. Estaba a un paso de descender al mal radical.
Sin embargo, tras
bambalinas, lo que se estaba desarrollando era el plan soberano de Dios, no la trama
diabólica de Satanás. La proximidad a la luz no garantiza una iluminación
completa. Cuando la luna da la vuelta a la tierra gira sobre su eje de tal
forma que sólo hay un lado frente a la tierra. Hasta la exploración espacial
moderna, el lado oscuro de la luna siempre fue un misterio total. De la misma
forma, cuando la voluntad humana está firmemente fijada en una posición, impide
que nuestros pecados y debilidades queden expuestos al poder limpiador y
sanador de la luz espiritual de Dios. El Señor Jesús dijo: “Y
esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las
tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace
lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean
reprendidas” (Juan
3:19-20).
A pesar de
estar en la maravillosa presencia de Cristo por más de tres años, Judas
protegió persistentemente su lado oscuro de la luz. Se mezcló con los otros
discípulos, pero nunca volvió su voluntad hacia Cristo. Más bien hizo su propia
voluntad, la cual a la larga lo llevó a su propia condenación.
Igual que Adán
y Eva, Judas vivió en la presencia de Dios, pero no fue suficiente. Tal vez
quería algo que no estaba obteniendo, o quizás estaba esperando algo que finalmente
se dio cuenta de que nunca iba a suceder.
Por un tiempo,
Judas vivió la emoción de seguir al rabí más popular de la ciudad. Pero eso se
estaba acabando. Por un tiempo pensó que el Señor Jesús iba a restaurar el antiguo
reino de Israel. Pero el Señor no estaba mostrando interés en el poder
terrenal. Durante un tiempo, Judas tuvo acceso al dinero de la gente rica que
apoyaba el ministerio
de ellos. Pero entonces el Señor lo reprendió por criticar el desperdicio. ¿Acaso
fue el comentario corrector de Cristo lo que hizo que la fachada de Judas se rompiera
y se derrumbara?
La intolerancia
a la crítica puede llevar a la venganza. Eso puede haber sido lo que le sucedió
a Judas. Herido por la reprensión del Señor en la fiesta, negocia con los gobernantes
para traicionarlo. Puede haber pensado que había cometido un error terrible al
pasar tres años y medio de su vida con el Señor. Si quería tener algo a cambio
de su tiempo, sólo había una forma de obtenerlo, y era vendiendo lo único valioso
que tenía: el acceso al Maestro.
Esto encaja con
el registro bíblico. Después de dejar la celebración en Betania, el siguiente
lugar a donde se apareció Judas fue en la presencia del sumo sacerdote, negociando
la traición. Judas le preguntó: “¿Qué estáis dispuestos a darme para que yo os
lo entregue?” (Mateo 26:15). Resultó que no mucho. Sólo 30 piezas de plata.
Aparentemente, eso era mejor que nada para Judas, así que lo tomó y comenzó a buscar
una oportunidad de traicionar al Señor (v.16).
Cientos de años
antes de este evento, Zacarías escribió estas palabras: “Y pesaron por [como]
mi salario treinta piezas de plata» (Zacarías 11:12). Esta cantidad se consideraba
el valor de un esclavo (Éxodo 21:32). No fue casualidad que el Señor Jesús fuera
traicionado por esa suma. Fue una de muchas profecías que confirmaron que Él
era el Mesías prometido.
El trato estaba
hecho. El escenario estaba preparado. Judas esperó una oportunidad de cumplir su
parte del acuerdo. Paradójicamente, la ocasión que Judas encontró para hacer su
profana obra era la celebración más santa en el judaísmo. Los judíos habían
celebrado la Pascua durante miles de años, y la liturgia era conocida por
todos. Todo el mundo
celebraba con la misma comida, comida en el mismo orden, con las mismas oraciones y
lecturas de las Escrituras antes de cada plato. Pero esta Pascua era diferente
para los 12 hombres judíos que estaban en el aposento alto. Su rabí hizo un
comentario alarmante: “Uno de vosotros me va a entregar” (Juan 13:21).
Pero el anuncio
no terminó allí. El Señor Jesús les dijo quién iba a ser el traidor. “A quien yo diere el pan mojado. Y mojando el pan, lo
dio a Judas Iscariote, hijo de Simón” (13:26).
En el antiguo
Medio Oriente, el anfitrión de un banquete tenía la costumbre de tomar un trozo
de pan, mojarlo, y darlo al invitado de honor. Algunos sugieren que el Señor hizo
esto como un último gesto de amor a Judas. Pero Judas ya había endurecido su
corazón.
“Y
después del bocado, Satanás entró en él. Entonces Jesús le dijo: Lo que vas a
hacer, hazlo más pronto” (v.27).
Imagínese al
mismo diablo estando presente en este momento santo. Mientras Dios estaba
entrando en un nuevo pacto con Su pueblo para terminar Su plan de redención,
Satanás estaba entrando en el cuerpo de Judas Iscariote para frustrar ese plan.
Por medio de una serie de decisiones tontas y voluntarias, Judas se convirtió en
el personaje principal en la traición al Hijo de Dios.
“Pero ninguno de los que estaban a la mesa
entendió por qué le dijo esto. Porque algunos pensaban, puesto que Judas
tenía la bolsa, que Jesús le decía: Compra lo que necesitamos para la fiesta; o
que diese algo a los pobres. Cuando él, pues, hubo tomado el bocado, luego
salió; y era ya de noche” (Juan 13:28-30).
Los otros
discípulos seguían sin entender que Judas se estaba yendo para traicionar al
Señor. Pensaron que salía para comprar algo para las necesidades de su ministerio
o para dar algo a los pobres. Una imagen pública bien pulida es difícil de
manchar.
El Señor y los
discípulos que se quedaron se fueron del aposento alto, cruzaron el valle del
Cedrón y entraron en un huerto en el monte de los Olivos. Era un lugar de
retiro espiritual para aquellos hombres, y Judas lo sabía.
Judas regresó a
los principales sacerdotes para hacer los arreglos finales para capturar al
Señor Jesús. Acordaron que un beso sería la señal que Judas usaría para
identificar el blanco (Mateo 26:47-56). Un destacamento de más de 200 soldados
romanos (estacionados en la fortaleza de Antonia cerca del templo en Jerusalén)
acompañaron a la policía del
templo, la cual complacía los deseos de las autoridades religiosas. Se
necesitaba este gran grupo para mantener el orden público si los seguidores del
Señor oponían resistencia.
Con Judas
Iscariote a la cabeza, los funcionarios religiosos y esta nefasta escolta
militar procedieron hacia el Señor. Armados de lanzas y espadas, los soldados
llevaban antorchas y linternas, creando sombras violentamente palpitantes en la
oscura noche cuando se dirigían al solaz huerto de olivos adonde Jesús había llevado
a los discípulos a orar (Juan 18:1-3).
El amenazador
séquito no sorprendió a Jesús. En vez de tratar de escapar, se sometió a ellos
en obediencia al plan de Su Padre. Juan escribió: “Pero
Jesús, sabiendo todas las cosas que le habían de sobrevenir, se adelantó y les
dijo: ¿A quién buscáis? Le
respondieron: A Jesús nazareno. Jesús les dijo: Yo soy. Y estaba también con ellos
Judas, el que le entregaba. Cuando les dijo: Yo
soy, retrocedieron, y cayeron a tierra” (Juan 18:6).
Cuando los
soldados le dijeron al Señor Jesús a quién estaban buscando, el Señor contestó
con las sencillas palabras: “Yo soy” (en griego).
Algunos
eruditos bíblicos creen que su respuesta era una afirmación de deidad, porque
«YO SOY» es el nombre que Dios usó para presentarse a Sí mismo a Moisés en la
zarza ardiente (Éxodo 3:14). Se puede transliterar del hebreo al español como
YAVÉ, “Yo soy” o “el que existe por sí solo”. Esta declaración fue acompañada
de una asombrosa señal que atestiguó a favor de la deidad de Cristo: los
soldados cayeron de espaldas al suelo. No eran ellos quienes tenían poder o
autoridad para arrestarlo: era Él quien se entregaba como sacrificio voluntario
al Padre.
“Volvió,
pues, a preguntarles: ¿A quién
buscáis? Y ellos dijeron: A Jesús
nazareno. Respondió Jesús: Os
he dicho que yo soy; pues si me buscáis a mí, dejad ir a éstos; para que
se cumpliese aquello que había dicho: De los que me diste, no perdí ninguno” (Juan
18:7-9).
Tan pronto como
el Señor Jesús confirmó Su identidad, les ordenó a los guardias que dejaran ir
a sus discípulos. Durante tres años y medio, Judas había formado parte del
círculo íntimo de los discípulos. La
cercanía emocional de estar cerca del Señor había estado disponible para él. No
obstante, se guardó su corazón para sí. Al negarse a ceder su voluntad a la del
Señor se puso a la disposición de Satanás. Como consecuencia, el ángel caído
tenía entonces una presencia física en la cual confrontar al Hijo de Dios
encarnado. Cuando Judas lo besó, el Señor lo confrontó: “Amigo, ¿a qué vienes?”
(Mateo 26:50). Y agregó: “Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?” (Lucas22:48).
Fue como si se
sorprendiera de las profundidades del mal: usar un gesto de afecto con un
propósito egoísta y destructivo. Judas pervirtió algo bueno usándolo para mal.
Convirtió un símbolo de intimidad en instrumento de traición.
La idea de que el
Señor estuviera bajo custodia de sus enemigos debe haber sido demasiado para Pedro.
Pensando poco en las consecuencias, sacó su espada y le cortó la oreja a Malco,
un siervo del sumo sacerdote. Mientras la sangre corría por la mejilla de su enemigo,
el Señor Jesús respondió con amor sanando la oreja del hombre (Lucas 22:51).
Después de
reprender a Pedro por hacer su voluntad, el Señor demostró sumisión a la
voluntad del Padre permitiendo que lo ataran y se lo llevaran (Juan 18:10-13). Aunque
Él era el que estaba bajo custodia de las autoridades civiles, fue Judas quien
perdió su libertad. Al oponerse al Autor de la vida para ganar algo a corto
plazo, perdió la oportunidad de toda vida futura con el Señor Jesús.
Después de
estos acontecimientos, Judas no salió alegremente a contar su dinero. Un
resultado muy distinto esperaba al apóstol n° 12.
Cuando una
persona comienza a descender por el camino del engaño, hay una variedad de
motivaciones obrando. El mundo secreto de la malevolencia es adictivo porque
implica intriga, euforia y una importancia propia exagerada.
La luz
artificial de la importancia propia
Judas se había
hecho de una imagen que hacía que otros confiaran en él. Debe ser por eso que
lo pusieron a cargo de las finanzas. Pero mientras aceptaba contribuciones con una
mano, se servía con la otra. Su corazón ya mostraba señales de corrupción.
La Biblia no da
evidencia alguna de que los otros apóstoles tuvieran idea alguna de que algo
andaba mal. ¿Acaso debieron haber tenido alguna forma de vigilar a su tesorero?
Algunos cristianos
hoy día creen que un sistema llamado “compañeros en la rendición de cuentas”
puede impedir el fracaso
moral. Existen muy buenas razones para tener a alguien a quien nos sometamos
para rendirle cuentas morales y espirituales (Eclesiastés 4:9), pero el mal puede
engañar incluso al más perspicaz.
Es asombroso
que Judas pueda haber tenido un compañero así. Cuando Cristo envió a los discípulos
a ministrar, los envió en pares (Mateo 10:4). Simón el zelote a menudo se
menciona en conexión con Judas. ¿Quién cuestionaría el carácter de tu compañero
de ministerio si juntos han sanado enfermos y echado fuera demonios? (Lucas
9:1-6). No obstante, dentro de todo corazón humano —el nuestro incluido—, el
bien y el mal luchan por ganar el control (Gálatas 5:17).
La evidencia de
que Judas estaba comenzando a entender la seriedad de su traición no surgió
hasta después de que el Señor estuvo bajo la custodia de las autoridades. No
está muy claro en qué momento el diablo en realidad dejó el cuerpo de Judas.
Pero después que los seis juicios a los que fue sometido el Señor Jesús dieron
como resultado un veredicto culpable, Judas estaba actuando otra vez por iniciativa
propia.
Cuando se enteró
de que el señor había sido condenado a muerte lo lamentó literalmente, sintió “remordimiento”),
lo que sugiere que tal vez él esperaba un resultado distinto. Tal vez esperaba obligar
al Señor Jesús a inaugurar Su reino. En lugar de ello, el Señor permitió que lo
condenaran. El Evangelio de Mateo registra la historia en el capítulo 27:
“Entonces Judas, el que le había entregado,
viendo que era condenado, devolvió arrepentido las treinta piezas de plata a
los principales sacerdotes y a los ancianos, diciendo: Yo he pecado
entregando sangre inocente. Mas ellos dijeron: ¿Qué nos importa a nosotros?
¡Allá tú! Y arrojando las piezas de plata en el templo, salió, y fue y se
ahorcó” (vv.3-5).
El
remordimiento muchas veces va acompañado de la necesidad de confesar y hacer
restitución. Ambos son evidentes en la historia personal de Judas. Él fue a sus
conspiradores originales, les dijo que entregó “sangre Inocente”, y trató de
devolver el dinero. Al ver que ellos no se conmovieron por su remordimiento,
Judas tiró el dinero en el templo y se fue. Sin esperanzas de corregir las consecuencias
de su traición, Judas se sentenció a sí mismo a la máxima pena : la muerte. Y
se ahorcó.
Según Hechos
1:18, Judas cayó “de cabeza, se reventó por la mitad, y todas sus entrañas se
derramaron”. Esto pudo haber pasado si la cuerda con que se ahorcó se cortó, o
si la rama del árbol se rompió.
Disipar las
tinieblas
Sólo hubo un
Judas Iscariote. Ha habido otros a lo largo de la historia que han tenido algunos de sus
mismos defectos, pero nadie más desempeñará jamás el mismo papel que tuvo el “hijo
de perdición” (Juan 17:12).
De la misma
forma, nunca habrá otra persona que ocupe el papel de “Hijo de Dios”. El Señor Jesucristo,
la Luz del mundo, manifestó plenamente la naturaleza de Dios. Pero los que
andan en su luz se vuelven portadores de luz.
“En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los
hombres” (Juan 1:4).
Dios
proporcionó medios sobrenaturales para aflojar nuestra voluntad que nos impide
volvernos hacia el poder transformador de la luz de Dios. Confiar en la
justicia de Cristo y no en la nuestra propia nos salva de tener que pagar la
pena máxima por el pecado. Pero aun así nos inclinamos a buscar nuestros propios
intereses a expensas de otros, y seguimos siendo vulnerables al autoengaño (Romanos
7:1-25).
El apóstol Juan
subrayó esto cuando escribió: “Si decimos que no tenemos pecado, nos
engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros” (1 Juan 1:8).
La diferencia
entre la gente que vive por la gracia de Dios y los que se deslizan cada vez
más rápidamente hacia el abismo del mal se puede ver en el grado hasta el cual
uno rinde su corazón a Dios. Una voluntad sumisa a Dios reconoce cuándo está equivocada
y se arrepiente. Un corazón decidido a hacer lo que quiere no se ha rendido a
Dios y usa el engaño y la manipulación para hacer que los demás hagan lo que él
quiere.
Judas usó la
luz artificial de la ambición religiosa para cuidar de sus propios intereses.
Usó la luz artificial de la falsedad moral para disfrazar su propio pecado y arrojar
una sombra de duda sobre la justicia genuina de los demás. Y usó la luz artificial
de la importancia propia para traicionar a Aquel que vino a salvar al mundo.
Para evitar el
carácter de un Judas, tenemos que ser cada vez más transparentes y auténticos
en nuestros tratos con Dios y con los hombres. El apóstol Juan nos dice cómo:
“Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos:
Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él. Si decimos que tenemos comunión
con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; pero si
andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la
sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. Si decimos que no tenemos
pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si
confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados,
y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:5-9).
Confesar es una palabra común en el vocabulario
cristiano, pero su significado a veces se entiende mal. La palabra confesar no significa simplemente admitir lo
que hemos hecho mal ni hacer una lista oral de trapos sucios. Significa “estar de
acuerdo con” o “decir la misma cosa”. Cuando estamos de acuerdo con Dios acerca
de una acción que no le agrada, estamos confesando. Y cuando confesamos, Él
puede limpiarnos, llenarnos de nuevo con Su Espíritu (Efesios 5:18; Gálatas 5:16-17),
y fortalecernos para resistir ese pecado en el futuro.
Algunos podrían preguntar: “Si Dios
perdonó todos mis pecados en la conversión, ¿por qué tengo que seguir
confesando?”
La respuesta
comienza con otra pregunta. ¿Alguna vez se ha distanciado de un amigo o amiga
porque sabía que le habías ofendido? Evitar el problema no lo arregla. Cuando
ignoramos una ofensa, la alienación aumenta. Pero cuando admitimos nuestras
malas acciones comienza la reconciliación. Estar de acuerdo con Dios es así. Admitimos
que nos hemos desviado del camino de la justicia por el que Él quiere que andemos,
y expresamos nuestro deseo de regresar.
Cuando la
confesión va seguida de arrepentimiento —regresar a Dios— Dios nos da la
bienvenida de nuevo a Su presencia y comenzamos una vez más a caminar en la luz
de Su amor y guía divina.
“Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi
camino” (Salmo 119:105).
El admitir
nuestro pecado a un amigo en quien confiamos es otra forma de confesión que puede
aumentar nuestra transparencia y movernos hacia una mayor autenticidad y
obediencia. Necesitamos personas dignas de confianza en nuestra vida que estén
“hablando la verdad en amor” (Efesios 4:15). Cuando el amor de una persona por nosotros
es sincero y sin hipocresía (Romanos 12:9), confiamos en que esa persona señale
los puntos débiles de nuestro carácter, los cuales, irónicamente, por lo general
son los lugares donde oponemos mayor resistencia a Dios.
Necesitamos una
exposición regular a la luz de los pensamientos y los caminos de Dios para mantener
nuestra pureza. Las citas regulares con Dios permiten que la luz de Su Palabra
exponga las áreas ocultas de pecado, las cuales entonces pueden ser sanadas con
oración y confesión. Sin embargo, si no se les presta atención, crecen hasta
convertirse en un mal invasor que sólo la muerte puede erradicar. El Señor Jesús
no se ocultó de la luz de su Padre, ni tampoco ocultó la luz. En todos los relatos
de los evangelios vemos cómo usó la luz para exponer amable pero claramente la
verdad acerca de la gente: la mujer en el pozo, Zaqueo, Nicodemo, el joven
rico. Éstos y otros eran una mezcla
improbable de personas para recibir la atención del Dios-hombre. Pero el Señor Jesús
se tomó el tiempo para hacer brillar la luz adondequiera que alguien expresaba
interés en ver.
Las propias
conversaciones del Señor con Su Padre muestran la manera de llegar a ser
dirigido por los demás y no por uno mismo (Marcos 1:35-39). El Señor Jesús, la
luz del mundo, nos ha pasado la antorcha. Tenemos que sostenerla en alto y
mantenerla ardiendo mucho en un mundo oscuro. La cura para un corazón egoísta
es concentrarse en los demás y ser conducto del amor de Dios.
“Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para
que vean vuestras buenas obras y, glorifiquen a vuestro Padre que está en los
cielos” (Mateo 5:16).
Es importante
recordar a los otros 11 discípulos que se sometieron a la voluntad del Señor e
imitaron su ejemplo de andar en la luz. A través de ellos, el mundo cambió completamente
para bien por el poder de Dios. Los enfermos fueron sanados, los muertos
resucitaron, se proclamó el evangelio y se estableció la iglesia, contra la
cual no prevalecerán las puertas del hades. La gente débil y propensa a pecar
se convirtió en canales del amor de Dios y luz a un mundo necesitado.
Cuando
renunciamos a nuestros propios planes y rendimos nuestra voluntad a la de Dios,
su amor fluye a través de nosotros hacia los demás al “encontrar una necesidad y
satisfacerla, encontrar una herida y sanarla”. Ser humanos es tener necesidades
y deseos. Éstos no son malos ni pecaminosos. Son dados por Dios y no se pueden
satisfacer si no es con una conducta que honre a Dios. Las buenas decisiones nos
acercan a Dios y a la larga nos dan satisfacción; las malas decisiones nos alejan
de Él y nos producen una insatisfacción cada vez mayor. Decidir qué camino
tomar exige discernimiento espiritual. Discernimiento significa “reconocer o
identificar”. El discernimiento espiritual es la capacidad de reconocer e
identificar decisiones que nos van a ayudar a permanecer en la luz.
“Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora
sois luz en el Señor; andad como hijos de luz (porque el fruto del Espíritu es [consiste]
en toda bondad, justicia y verdad), comprobando lo que es agradable al Señor” (Efesios
5:8-10).
“Comprobando
lo que es agradable al Señor”; es decir, “examinando qué es lo que agrada al Señor”. Es una frase
que también se usa para comunicar la idea de probar metales para determinar si
son genuinos. Todas las decisiones que tomamos que aumentan nuestro deseo de
obedecer a Dios pasan la prueba de agradarle. Una vida de discernimiento y
obediencia nos mantiene alejados de las sombras y en la presencia de la luz
maravillosa de Dios. Y cuando andamos en la luz, tomamos decisiones que
satisfacen nuestras necesidades y las de otras personas por medio de una
conducta no egoísta y piadosa.
Andar en la luz
El mal incluye
una falta de disposición a admitir nuestras faltas morales y a hacer cambios. Se
oculta de la luz. Siempre que resistimos la voluntad de Dios y su voz de
conciencia permitimos que el mal entre en nuestra vida. Cuando Judas rehusó
dejar que la luz de Dios expusiera los lugares oscuros de su corazón se
convirtió en instrumento de Satanás.
El remedio de
Dios para la oscuridad es la luz. Andar en la luz significa asegurarse de que
Dios sea nuestro líder espiritual cada día. Significa reconocer nuestra
tendencia a pecar y estar dispuestos a cooperar con Dios cuando Él haga
resplandecer una luz en las acciones
que tienen que cambiar. Dios es el “Padre de las luces”, y andar con Él disipa
la oscuridad y nos permite recibir todo don perfecto.
“Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de
lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de
variación” (Santiago 1:17).
Nuestro Señor y
Rey da su poder a los que desean andar con Él en la gloriosa luz de Su
presencia, y que quieren traer libertad y sanidad a los que siguen presos en el
yugo del pecado y el mal. He aquí una lista de verificación para andar en la
luz:
1. ¿Acaso las
ofensas nos han hecho buscar venganza, o estamos aprendiendo a perdonar?
2. ¿Señalamos
los pecados de los demás para desviar la atención de nuestros propios pecados,
o estamos trabajando en nuestros propios problemas?
3. ¿Culpamos a
los demás por nuestros fracasos, o asumimos la responsabilidad de nuestras propias
acciones?
4. ¿Promovemos nuestros
propios intereses con los demás, o nos rendimos a los propósitos de Dios?
5. ¿Estamos
proyectando una imagen falsa, o nos estamos volviendo más transparente con los
demás?
6. ¿Hemos
tratado de tener algún tipo de relación honesta para rendir cuentas, o tratamos
de engañar a la gente?
7. ¿Estamos
creciendo en la manera en que nos rendimos a Dios, o anidamos fuertes de voluntad
propia?
8. ¿Estamos
estableciendo barreras para nuestras pasiones y canalizándolas a través de
salidas piadosas, o estamos dejando que nos controlen?
9. Cuando somos
tentados, ¿nos sometemos a Dios y resistimos al diablo, o nos limitamos a ceder?
10. ¿Estamos
restaurando nuestra alma el tiempo devocional que pasamos con Dios (Salmo 23:1-3),
o este es infrecuente y está en decadencia?
El mal busca
sus oportunidades y se establece como un parásito donde encuentre condiciones que
le den la bienvenida. Adopta el lenguaje y las costumbres locales; infesta las formas
de vida y se apodera de ellas de una forma similar a como la locura puede apoderarse
de una vida que antes era sana y desplazar a la persona que vivía allí antes.
Puesto que el
motivo primordial del mal es disfrazar, uno de los lugares adonde es más
probable encontrar personas malas es dentro de la iglesia. ¿Qué mejor forma de
ocultar nuestro mal de nosotros mismos, y de los demás, que siendo diácono o
alguna otra forma muy visible de cristiano dentro de nuestra cultura? En India,
el mal mostraría una tendencia similar de ser “buenos” hindúes o “buenos”
musulmanes. No decimos con esto que los malos no son otra cosa que una pequeña
minoría entre los religiosos, o que los motivos religiosos de la mayoría de la
gente son falsos. Pero las personas malas tienden a gravitar hacia la piedad
por el disfraz y el encubrimiento que esta
puede ofrecerles.
Nuestra
generación es realista, pues hemos llegado a conocer al hombre tal como es
realmente. Después de todo, el hombre es ese ser que inventó las cámaras de gas
de Auschwitz; sin embargo, también es el ser que ha entrado derecho en esas
cámaras de gas, con el Padrenuestro o el Shema Yisrael en la boca.
La elección es nuestra
El enmascarar
el mal para que parezca bien es una idea perturbadora. Existe una diferencia
que desconcierta entre un corazón cálido quebrantado y una mente fría
maquinadora. Una, como la de Judas, está tan comprometida con sus malas
acciones que se cubre de túnicas de justicia. La otra, como la de Pedro, es completa
y lamentablemente defectuosa.
Según el
registro del evangelio, Pedro dio pasos gigantes de fe y experimentó el fracaso
(Mateo 14:22-33). Pudo hacer profundos pronunciamientos espirituales que
estuvieron seguidos de expresiones demoníacas (Mateo 16:13-23). No obstante, en
toda su imperfección, Pedro permaneció suave con respecto a Dios. Eso no sucedió con Judas Iscariote. Judas era un
rebelde endurecido y un ladrón que se vistió de hipocresía espiritual. Fue él
quien argumentó que un regalo caro de devoción a Cristo debió haberse vendido y
dado a los pobres (Juan 12:4-6). Sin embargo, Judas también es el que traicionó
a Cristo por 30 piezas de plata y lo entregó a sus enemigos (Mateo 26:15,46-49). El persistente rechazo
de Judas de la luz espiritual a la larga dio como resultado actos grandes de maldad y
destrucción propia.
La aplicación
espiritual para nosotros tiene dos vertientes. Si nunca hemos confiado en
Jesucristo personalmente como Salvador y Señor, entonces ahora, al contemplar
el precio del mal personal, es nuestra oportunidad de admitir nuestra necesidad
de Él.
Según la
Biblia, todos nosotros hemos hecho mal, no sólo porque somos imperfectos, sino
porque nacimos en este mundo separados espiritualmente de Dios (Romanos 3:23;
6:23). El hecho de nuestra propia naturaleza humana caída exige que admitamos
que no podemos salvarnos a nosotros mismos. Nuestra única esperanza es pedir a Cristo
que perdone nuestro pecado y nos dé vida eterna.
Si usted se da
cuenta de que todavía no ha confiado en el Señor Jesús como Salvador, puede hacerlo
ahora mismo apoyándose en la promesa de la Biblia de que todos los que creen y
confían en Él reciben perdón de pecados y vida eterna (Juan 1:12; 5:24).
La segunda
aplicación es para aquellos de nosotros que ya hemos confiado en Cristo como Salvador.
El examinar la vida de Judas puede haber revelado una inclinación en nosotros a
ocultar nuestras propias motivaciones bajo la ropa de la religión. Si esto le
sucede a usted, puede estar seguro de que no es el único. El ser cristiano no
nos hace inmunes a los deseos y las distracciones de nuestro propio corazón. Lo
importante es que procuremos ser honestos con nosotros mismos y con Dios.
Siempre que
descubramos que nuestros pensamientos, palabras o acciones se están descarriando,
confesémoslos al Señor (1 Juan 1:9). Luego dependamos del Espíritu Santo que
mora en nosotros para que viva la vida cristiana por medio de nosotros (Juan
15:1-8; Gálatas 5:16; Efesios 5:18).
El apóstol Juan
habló del gozo y la oportunidad que son posibles para todos nosotros cuando
escribió:
“Estas
cosas os escribimos, para que vuestro gozo sea cumplido [completo]. Dios es
luz. Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y
no hay ningunas tinieblas en él. Si decimos que tenemos comunión con él, y
andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; pero si andamos en
luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de
Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:4-7).
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