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jueves, 5 de enero de 2012

HECHOS DE LOS APÓSTATAS – PARTE II

Judas, hijo de perdición

¿Qué le pasó a este hombre? ¿Cómo pudo vivir durante tres años entre los amigos íntimos de Cristo y luego traicionar al mejor Amigo que había tenido? Judas forma parte importante de nuestra educación espiritual. Sus esperanzas, sueños y errores están registrados para nuestro beneficio. Las tinieblas que lo rodearon son para nuestro alumbramiento. Su aflicción y remordimiento se describen para ayudarnos a acercarnos al amor de Dios.

En las páginas siguientes, veremos cómo la vida de Judas nos puede ayudar a entender no sólo las inclinaciones de nuestra propia naturaleza humana, sino el peligro de unas tinieblas que se ocultan en la luz.

Hoy día, el concepto del mal a menudo se ignora, excepto como entretenimiento en novelas y películas. Pero la Biblia describe el mal como algo real y peligroso.

Parte del peligro del mal es que opera bajo la cubierta de las tinieblas (Juan 3:19). Las cualidades ocultas y secretas del mal son algunos de sus elementos más perturbadores. Igual que el monóxido de carbono, que no tiene color ni olor, el mal puede permanecer sin ser detectado por largos períodos de tiempo y puede matar sin advertir.

Sin embargo, tal vez más insidiosa sea la capacidad del mal de imitar lo bueno. La gente se sorprende, y hasta se queda conmocionada, al enterarse de que el mal a menudo usa marcos sagrados como cubierta. El apóstol Pablo, escribiendo a los seguidores de Cristo que vivían en Corinto, advirtió de los que usan el lenguaje de la espiritualidad como disfraz:

Mas lo que hago, lo haré aún, para quitar la ocasión a aquellos que la desean, a fin de que en aquello en que se glorían, sean hallados semejantes a nosotros.  Porque éstos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo. Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz. Así que, no es extraño si también sus ministros se disfrazan como ministros de justicia; cuyo fin será conforme a sus obras” (2 Corintios 11:12-15). 

Ya desde el primer siglo, los autoproclamados “apóstoles” estaban fingiendo trabajar como ministros del evangelio al tiempo que se oponían a la obra de Dios.

La iglesia debe ser un lugar adonde los pecadores se enteren que en Cristo Jesús pueden ser salvos de sus pecados, y esto proclamado en el lenguaje de la verdad y el amor divinos. Cuando esto sucede, el pueblo de Dios está equipado para enfrentar los desafíos de la vida. Pero uno no necesita estar involucrado en una iglesia por mucho tiempo para descubrir que el mal se oculta en las sombras:

• Un miembro de la iglesia aparentemente dedicado hace un desfalco de grandes sumas de dinero a su empleador.

• Un respetado miembro de la junta directiva de la iglesia es convicto de abusar sexualmente de su hija.

• Un pastor que una vez era muy amado se vuelve autoritario y acusador.

• El presidente de la junta desvía la crítica catalogando a todo el que expresa preocupación de “divisor”, “rebelde” o “resistente al cambio”.

• Un pastor que dirige seminarios de crecimiento de iglesias usa sus frecuentes viajes para tapar una aventura amorosa, con su cuñada.

Cuando la gente conocida en quien se confía es atrapada en un grave fallo moral, quienes los conocen por lo general se quedan pasmados. Los amigos y conocidos empiezan a dudar de su propio juicio. Las preguntas son predecibles: “¿Cómo es que no lo vimos venir? ¿Qué nos pasa que estamos tan ciegos?”

Al mirar atrás, a veces es posible ver pistas que no parecían importantes en ese momento. Los engañadores fingían bien. En algunos casos, parecían ser muy sensibles a la inmoralidad de los demás. En otros, mostraban una bondad exagerada cuando se esperaba de ellos que actuaran con firmeza. Sólo mirando atrás podemos ver que la bondad exagerada y la crítica moral a los demás muchas veces es la estrategia de las mentes entenebrecidas que se ocultan detrás de la máscara de la moralidad.

Eso fue lo que hizo un hombre llamado Judas. No sólo sobresale de las páginas mismas de la Biblia, sino que pertenecía al círculo íntimo de los amigos del Señor Jesús. Sin embargo, es por su cercanía a Cristo que Judas Iscariote nos da un ejemplo perturbador de cómo opera el mal. Judas es un caso desconcertante.

Fue escogido por el Señor para que fuera uno de los 12 apóstoles, y el grupo confió en él para que estuviera a cargo de las finanzas. Durante más de tres años escuchó al Señor Jesús enseñar, y lo vio hacer milagros. No obstante, después de ser testigo de lo que los cristianos de los 20 siglos siguientes desean haber visto, Judas conspiró para traicionar al Señor por 30 piezas de plata, el precio mezquino de un esclavo que se mata por accidente (Éxodo 21:32).

¿Qué le pasó a Judas? ¿Qué fue lo que pudo haberle hecho traicionar a su propio Maestro? ¿Cómo es que alguien que tuvo el privilegio de andar junto a la Luz del mundo terminó en las tinieblas eternas? ¿Y qué podemos aprender del trágico juicio erróneo de Judas para asegurarnos de no seguir este triste destino?

La luz artificial de la ambición religiosa

A finales de los años 70, el mundo fue testigo del horror del mal que se ocultaba en el corazón de un popular predicador, lo cual lo llevó a un final mortal. Este hombre tenía un dinámico mensaje bíblico de preocupación social, y su iglesia comenzó con potencial y promesa. Se le unieron los idealistas y los privados de derechos. Muchos consideraban que era la forma “como debía ser la iglesia”.

Los miembros se hicieron cargo de los problemas de la pobreza de los barrios marginados y creían que se estaban alineando a una causa, no sólo uniéndose a una congregación.

A medida que la iglesia adquiría más poder sobre sus seguidores y obtenía mayores ingresos de su creciente membresía, el predicador crecía en la opinión de grandiosidad que tenía de sí mismo. Desviaba enérgicamente toda crítica personal. A medida que el poder y el dinero alimentaban su lado oscuro, el envalentonado líder tiró la Biblia al piso y proclamó que él era la más grande autoridad.

Para escapar de la crítica y mantener el control, el supuesto “hombre de Dios” reubicó su congregación en otro país. Cuando su poder se vio amenazado allá, hizo el máximo intento de control exigiendo el suicidio masivo de sus seguidores.

¿Cómo pudo un ministro hacer tal cosa, sobre todo en un lugar llamado “El Templo del Pueblo”?

La respuesta descansa en la naturaleza misma del mal. Dondequiera que surge muestra su disposición a promover los intereses propios a expensas de los demás. Sin embargo, el resultado es predecible.

Desde el inicio de los tiempos, la historia se ha repetido una y otra vez. Cuando a la tiniebla del engaño se le permite seguir su curso lleva el fruto de la destrucción y la muerte.

Sin embargo, el peligro del mal es que muchas veces se mezcla con una buena causa. El líder del “Templo del Pueblo” comenzó no sólo como mensajero de la Biblia sino también como una voz de compasión por los pobres. Parece probable que antes de que Judas Iscariote se hiciera discípulo del Señor estuviera involucrado con la buena causa de tratar de liberar a su oprimida nación de la bota romana de ocupación.

Algunos creen que su sobrenombre, Iscariote, viene de la palabra latina scarius, que significa “el que lleva la daga”. Esta era un arma común usada por los zelotes, un grupo motivado políticamente comprometido con la restauración de Israel por medio del derrocamiento de los opresores romanos.

La pasión por ver su tierra libre de la dominación extranjera era penetrante entre los apóstoles y discípulos del Señor Jesús. Ellos creían a los profetas de Israel que prometían libertad política y restauración espiritual en la venida de un mesías y rey. Su espera intensificaba mientras los ojos de la nación se volvían al rabí de Nazaret que hacía milagros. Parecía ser un momento de oportunidad. El anhelo de muchos padres judíos estaba en los labios de la madre de Santiago y Juan cuando le suplicó al Señor que dejara que sus hijos se sentaran a su derecha y a su izquierda en su reino (Mateo 20:20-23).

No obstante, las olas de la expectativa pública estaban a punto de chocar con una costa rocosa de retraso. Un rescate espiritual tenía que preceder a la gloria política. Dios estaba a punto de dejar que el mal desempeñara un papel en su propio fallecimiento antes de cumplir Sus promesas a Israel. Al escoger a Judas para que fuera uno de los Doce, el Señor preparó el escenario para lo que ahora puede verse como el genio y el drama de la redención. Tan sólo unas horas antes de su arresto, mientras comía la Pascua con sus discípulos por última vez, el Señor Jesús dijo estas palabras:

“[…] para que se cumpla la Escritura: El que come pan conmigo, levantó contra mí su calcañar” (Juan 13:18).

El Señor estaba aludiendo a un cántico escrito por David, el rey más renombrado de Israel:

“Aun el hombre de mi paz [mi íntimo amigo], en quien yo confiaba, el que de mi pan comía, alzó contra mí el calcañar” (Salmo 41:9).

Por medio de las acciones de Judas, la profecía bíblica se iba a cumplir. A través de la mano poderosa de Dios, el mal iba a ser guiado a una trampa. El que tenía el poder de la muerte sería derrotado (Hebreos 2:14), y Aquel que tenía el poder de la vida ganaría redención para todos los que creyeran (Mateo 20:28; 26:28; 2 Corintios 5:21).

Aunque Judas llevaba su pecado en las tinieblas de la noche, Dios lo usaría para traer luz a muchos. En el universo de Dios, el mal nunca tiene la última palabra.

Sin embargo, a medida que testificamos de la capacidad de Dios de trastocar el mal, debemos ver el peligro del mal por lo que es. Destruyó a Judas y nos ronda a nosotros hoy.

La luz artificial de la falsedad moral

Dos socios cristianos de negocios estaban emocionados con su nueva compañía. Había experimentado un crecimiento expansivo en unos cuantos años. Reclutar gente para que vendiera comida y recordatorios en las competencias deportivas había demostrado ser sorprendentemente lucrativo. Los ingresos seguían aumentando mes tras mes y no se veía una disminución en el horizonte.

En medio del rápido crecimiento de la compañía, el gerente de finanzas lanzaba periódicas campañas contra ciertos miembros del personal, acusándolos de manipulación, inmodestia y falta de honestidad. Siempre que alguien cuestionaba sus juicios, se volvía incluso más dogmático.

Meses después había graves problemas en la joven compañía. El gerente de finanzas había sido atrapado usando dos juegos de libros financieros, los cuales mantenía tan hábilmente que incluso pasaron desapercibidos en una auditoría profesional.

Mientras daba dinero a cuentas que lo necesitaban, se llevaba la mejor parte. El culpar y castigar a los empleados era una forma de chivo expiatorio. Para desviar la atención de sus propias actividades ilegales llamaba la atención a las pequeñas imperfecciones de los demás. Con el tiempo, el negocio tuvo que declararse en bancarrota. El que exigía una norma alta de integridad a los demás no tenía ninguna.

Judas presentó un patrón similar de conducta. El lugar fue Betania, el hogar de María, Marta y Lázaro, los buenos  amigos de Jesús. La ocasión era una cena en honor al Señor Jesús (Juan 12:2), probablemente por resucitar a Lázaro de entre los muertos, lo cual había hecho hacía poco.

Marta era conocida por sus elaborados preparativos (Lucas 10:40), o sea que hay buenas razones para creer que aquella no era una celebración barata. La ocasión exigía algo especial.

La Biblia indica que María se inclinaba más a escuchar que a servir. Pero ella también debe haberse dado cuenta de que aquella ocasión era diferente, y quiso honrar al Señor de una forma especial.

Esa noche, en vez de sentarse tranquilamente a los pies de Él y escucharlo enseñar, María le ungió los pies con una libra de un costoso perfume que valía alrededor del salario de un año. Luego, en un acto de devoción aun más impresionante, comenzó a limpiar el exceso de perfume con su propio pelo, algo que ni siquiera un sirviente doméstico hacía (Juan 12:3).

Toda esa extravagancia prodigada al Señor Jesús aparentemente fue demasiado para Judas. No hay indicación alguna de que Judas no disfrutara de la cena que Marta preparó para todos, pero sí expresó su repugnancia por el acto de devoción de María hacia Jesús.

Exhibiendo la luz artificial de la falsedad moral —su preocupación por los necesitados— Judas protestó diciendo: “¿Por qué no fue este perfume vendido por trescientos denarios, y dado a los pobres?” (v.5). Él ya había calculado el valor del regalo de María y había decidido que su ofrenda era frívola y estaba mal dirigida.

La raíz de la objeción de Judas no era para nada tan noble como la preocupación por los pobres. Él no compartía la devoción que María tenía por el Señor. De hecho, estaba en contra de ella. Sus motivaciones eran egoístas, no altruistas.

El apóstol Juan es el único escritor de evangelio que mencionó la verdadera actividad que estaba llevándose a cabo detrás de la farsa de justicia de Judas:

“Pero [Judas] dijo esto, no porque se cuidara de [preocupara por] los pobres, sino porque era ladrón, y teniendo la bolsa [del dinero], sustraía de lo que se echaba en ella” (v.6).

Para perpetuar su propia imagen de bondad, Judas arrojó dudas sobre las buenas motivaciones de María. Pero el Señor expuso la mentira con la verdad:

“Entonces Jesús dijo: Déjala, para el día de mi sepultura ha guardado esto. Porque a los pobres siempre los tendréis con vosotros; pero a mí no siempre me tendréis (vv.7-8).

El uso de fragancias caras para embalsamar formaba parte de la costumbre judía de enterrar. María no lo sabía, pero su acto fue una preparación para el entierro de Cristo. Sin embargo, las palabras deben haber desconcertado a quienes las escucharon. Nadie parecía menos vulnerable al daño que el Señor, quien estaba en la cima de su popularidad. Al día siguiente, la gente llenó las calles con ramas de palmera para darle la bienvenida a Jerusalén.

No obstante, sólo faltaban seis días para la Pascua, y en ese corto tiempo, los gritos de la gente cambiarían de “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!” (Juan 12:13) a “¡Crucifícale!” (19:15).

La vida de Judas y del Señor Jesús hacían un fuerte contraste. Judas quería  explotar a los demás para sí mismo; el Señor estaba concentrado en dar Su vida por ellos.

Judas permaneció entre bambalinas en las Escrituras la mayor parte del tiempo. Pero cuando estuvo en juego una fuerte suma de dinero, su codicioso corazón lo llevó al centro del escenario. También produjo la primera reprensión que se registra del Señor Jesús a Judas. Su orden de dejar en paz a María sugiere que Judas puede haber tratado de detenerla físicamente. Tal vez pensó que si actuaba rápidamente podría salvar parte del ungüento y venderlo por ganancia.

Judas tenía la habilidad de tomar para sí lo que pertenecía a los demás. Juan escribió que Judas “teniendo la bolsa [del dinero], sustraía de lo que se echaba en ella” (12:6). Pensaba que sus habilidades de engañar y de sustraer eran maneras de mantener el control. Sin embargo, así fue como perdió el control. Se abrió al mal y dejó que Satanás jugara con él para su propia destrucción. Estaba a un paso de descender al mal radical.

Sin embargo, tras bambalinas, lo que se estaba desarrollando era el plan soberano de Dios, no la trama diabólica de Satanás. La proximidad a la luz no garantiza una iluminación completa. Cuando la luna da la vuelta a la tierra gira sobre su eje de tal forma que sólo hay un lado frente a la tierra. Hasta la exploración espacial moderna, el lado oscuro de la luna siempre fue un misterio total. De la misma forma, cuando la voluntad humana está firmemente fijada en una posición, impide que nuestros pecados y debilidades queden expuestos al poder limpiador y sanador de la luz espiritual de Dios. El Señor Jesús dijo: “Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas” (Juan 3:19-20).

A pesar de estar en la maravillosa presencia de Cristo por más de tres años, Judas protegió persistentemente su lado oscuro de la luz. Se mezcló con los otros discípulos, pero nunca volvió su voluntad hacia Cristo. Más bien hizo su propia voluntad, la cual a la larga lo llevó a su propia condenación.

Igual que Adán y Eva, Judas vivió en la presencia de Dios, pero no fue suficiente. Tal vez quería algo que no estaba obteniendo, o quizás estaba esperando algo que finalmente se dio cuenta de que nunca iba a suceder.

Por un tiempo, Judas vivió la emoción de seguir al rabí más popular de la ciudad. Pero eso se estaba acabando. Por un tiempo pensó que el Señor Jesús iba a restaurar el antiguo reino de Israel. Pero el Señor no estaba mostrando interés en el poder terrenal. Durante un tiempo, Judas tuvo acceso al dinero de la gente rica que apoyaba el ministerio de ellos. Pero entonces el Señor lo reprendió por criticar el desperdicio. ¿Acaso fue el comentario corrector de Cristo lo que hizo que la fachada de Judas se rompiera y se derrumbara?

La intolerancia a la crítica puede llevar a la venganza. Eso puede haber sido lo que le sucedió a Judas. Herido por la reprensión del Señor en la fiesta, negocia con los gobernantes para traicionarlo. Puede haber pensado que había cometido un error terrible al pasar tres años y medio de su vida con el Señor. Si quería tener algo a cambio de su tiempo, sólo había una forma de obtenerlo, y era vendiendo lo único valioso que tenía: el acceso al Maestro.

Esto encaja con el registro bíblico. Después de dejar la celebración en Betania, el siguiente lugar a donde se apareció Judas fue en la presencia del sumo sacerdote, negociando la traición. Judas le preguntó: “¿Qué estáis dispuestos a darme para que yo os lo entregue?” (Mateo 26:15). Resultó que no mucho. Sólo 30 piezas de plata. Aparentemente, eso era mejor que nada para Judas, así que lo tomó y comenzó a buscar una oportunidad de traicionar al Señor (v.16).

Cientos de años antes de este evento, Zacarías escribió estas palabras: “Y pesaron por [como] mi salario treinta piezas de plata» (Zacarías 11:12). Esta cantidad se consideraba el valor de un esclavo (Éxodo 21:32). No fue casualidad que el Señor Jesús fuera traicionado por esa suma. Fue una de muchas profecías que confirmaron que Él era el Mesías prometido.

El trato estaba hecho. El escenario estaba preparado. Judas esperó una oportunidad de cumplir su parte del acuerdo. Paradójicamente, la ocasión que Judas encontró para hacer su profana obra era la celebración más santa en el judaísmo. Los judíos habían celebrado la Pascua durante miles de años, y la liturgia era conocida por todos. Todo el mundo celebraba con la misma comida, comida en el mismo orden, con las mismas oraciones y lecturas de las Escrituras antes de cada plato. Pero esta Pascua era diferente para los 12 hombres judíos que estaban en el aposento alto. Su rabí hizo un comentario alarmante: “Uno de vosotros me va a entregar” (Juan 13:21).

Pero el anuncio no terminó allí. El Señor Jesús les dijo quién iba a ser el traidor. “A quien yo diere el pan mojado. Y mojando el pan, lo dio a Judas Iscariote, hijo de Simón” (13:26).

En el antiguo Medio Oriente, el anfitrión de un banquete tenía la costumbre de tomar un trozo de pan, mojarlo, y darlo al invitado de honor. Algunos sugieren que el Señor hizo esto como un último gesto de amor a Judas. Pero Judas ya había endurecido su corazón.

“Y después del bocado, Satanás entró en él. Entonces Jesús le dijo: Lo que vas a hacer, hazlo más pronto” (v.27).

Imagínese al mismo diablo estando presente en este momento santo. Mientras Dios estaba entrando en un nuevo pacto con Su pueblo para terminar Su plan de redención, Satanás estaba entrando en el cuerpo de Judas Iscariote para frustrar ese plan. Por medio de una serie de decisiones tontas y voluntarias, Judas se convirtió en el personaje principal en la traición al Hijo de Dios.

“Pero ninguno de los que estaban a la mesa entendió por qué le dijo esto. Porque algunos pensaban, puesto que Judas tenía la bolsa, que Jesús le decía: Compra lo que necesitamos para la fiesta; o que diese algo a los pobres. Cuando él, pues, hubo tomado el bocado, luego salió; y era ya de noche”  (Juan 13:28-30).

Los otros discípulos seguían sin entender que Judas se estaba yendo para traicionar al Señor. Pensaron que salía para comprar algo para las necesidades de su ministerio o para dar algo a los pobres. Una imagen pública bien pulida es difícil de manchar.

El Señor y los discípulos que se quedaron se fueron del aposento alto, cruzaron el valle del Cedrón y entraron en un huerto en el monte de los Olivos. Era un lugar de retiro espiritual para aquellos hombres, y Judas lo sabía.

Judas regresó a los principales sacerdotes para hacer los arreglos finales para capturar al Señor Jesús. Acordaron que un beso sería la señal que Judas usaría para identificar el blanco (Mateo 26:47-56). Un destacamento de más de 200 soldados romanos (estacionados en la fortaleza de Antonia cerca del templo en Jerusalén) acompañaron a la policía del templo, la cual complacía los deseos de las autoridades religiosas. Se necesitaba este gran grupo para mantener el orden público si los seguidores del Señor oponían resistencia.

Con Judas Iscariote a la cabeza, los funcionarios religiosos y esta nefasta escolta militar procedieron hacia el Señor. Armados de lanzas y espadas, los soldados llevaban antorchas y linternas, creando sombras violentamente palpitantes en la oscura noche cuando se dirigían al solaz huerto de olivos adonde Jesús había llevado a los discípulos a orar (Juan 18:1-3).

El amenazador séquito no sorprendió a Jesús. En vez de tratar de escapar, se sometió a ellos en obediencia al plan de Su Padre. Juan escribió: “Pero Jesús, sabiendo todas las cosas que le habían de sobrevenir, se adelantó y les dijo: ¿A quién buscáis? Le respondieron: A Jesús nazareno. Jesús les dijo: Yo soy. Y estaba también con ellos Judas, el que le entregaba. Cuando les dijo: Yo soy, retrocedieron, y cayeron a tierra” (Juan 18:6) 

Cuando los soldados le dijeron al Señor Jesús a quién estaban buscando, el Señor contestó con las sencillas palabras: “Yo soy” (en griego).

Algunos eruditos bíblicos creen que su respuesta era una afirmación de deidad, porque «YO SOY» es el nombre que Dios usó para presentarse a Sí mismo a Moisés en la zarza ardiente (Éxodo 3:14). Se puede transliterar del hebreo al español como YAVÉ, “Yo soy” o “el que existe por sí solo”. Esta declaración fue acompañada de una asombrosa señal que atestiguó a favor de la deidad de Cristo: los soldados cayeron de espaldas al suelo. No eran ellos quienes tenían poder o autoridad para arrestarlo: era Él quien se entregaba como sacrificio voluntario al Padre.

Volvió, pues, a preguntarles: ¿A quién buscáis? Y ellos dijeron: A Jesús nazareno. Respondió Jesús: Os he dicho que yo soy; pues si me buscáis a mí, dejad ir a éstos; para que se cumpliese aquello que había dicho: De los que me diste, no perdí ninguno” (Juan 18:7-9).

Tan pronto como el Señor Jesús confirmó Su identidad, les ordenó a los guardias que dejaran ir a sus discípulos. Durante tres años y medio, Judas había formado parte del círculo íntimo de los discípulos. La cercanía emocional de estar cerca del Señor había estado disponible para él. No obstante, se guardó su corazón para sí. Al negarse a ceder su voluntad a la del Señor se puso a la disposición de Satanás. Como consecuencia, el ángel caído tenía entonces una presencia física en la cual confrontar al Hijo de Dios encarnado. Cuando Judas lo besó, el Señor lo confrontó: “Amigo, ¿a qué vienes?” (Mateo 26:50). Y agregó: “Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?” (Lucas22:48).

Fue como si se sorprendiera de las profundidades del mal: usar un gesto de afecto con un propósito egoísta y destructivo. Judas pervirtió algo bueno usándolo para mal. Convirtió un símbolo de intimidad en instrumento de traición.

La idea de que el Señor estuviera bajo custodia de sus enemigos debe haber sido demasiado para Pedro. Pensando poco en las consecuencias, sacó su espada y le cortó la oreja a Malco, un siervo del sumo sacerdote. Mientras la sangre corría por la mejilla de su enemigo, el Señor Jesús respondió con amor sanando la oreja del hombre (Lucas 22:51).

Después de reprender a Pedro por hacer su voluntad, el Señor demostró sumisión a la voluntad del Padre permitiendo que lo ataran y se lo llevaran (Juan 18:10-13). Aunque Él era el que estaba bajo custodia de las autoridades civiles, fue Judas quien perdió su libertad. Al oponerse al Autor de la vida para ganar algo a corto plazo, perdió la oportunidad de toda vida futura con el Señor Jesús.

Después de estos acontecimientos, Judas no salió alegremente a contar su dinero. Un resultado muy distinto esperaba al apóstol n° 12.

Cuando una persona comienza a descender por el camino del engaño, hay una variedad de motivaciones obrando. El mundo secreto de la malevolencia es adictivo porque implica intriga, euforia y una importancia propia exagerada.

La luz artificial de la importancia propia

Judas se había hecho de una imagen que hacía que otros confiaran en él. Debe ser por eso que lo pusieron a cargo de las finanzas. Pero mientras aceptaba contribuciones con una mano, se servía con la otra. Su corazón ya mostraba señales de corrupción.

La Biblia no da evidencia alguna de que los otros apóstoles tuvieran idea alguna de que algo andaba mal. ¿Acaso debieron haber tenido alguna forma de vigilar a su tesorero?

Algunos cristianos hoy día creen que un sistema llamado “compañeros en la rendición de cuentas” puede impedir el fracaso moral. Existen muy buenas razones para tener a alguien a quien nos sometamos para rendirle cuentas morales y espirituales (Eclesiastés 4:9), pero el mal puede engañar incluso al más perspicaz.

Es asombroso que Judas pueda haber tenido un compañero así. Cuando Cristo envió a los discípulos a ministrar, los envió en pares (Mateo 10:4). Simón el zelote a menudo se menciona en conexión con Judas. ¿Quién cuestionaría el carácter de tu compañero de ministerio si juntos han sanado enfermos y echado fuera demonios? (Lucas 9:1-6). No obstante, dentro de todo corazón humano —el nuestro incluido—, el bien y el mal luchan por ganar el control (Gálatas 5:17).

La evidencia de que Judas estaba comenzando a entender la seriedad de su traición no surgió hasta después de que el Señor estuvo bajo la custodia de las autoridades. No está muy claro en qué momento el diablo en realidad dejó el cuerpo de Judas. Pero después que los seis juicios a los que fue sometido el Señor Jesús dieron como resultado un veredicto culpable, Judas estaba actuando otra vez por iniciativa propia.

Cuando se enteró de que el señor había sido condenado a muerte lo lamentó literalmente, sintió “remordimiento”), lo que sugiere que tal vez él esperaba un resultado distinto. Tal vez esperaba obligar al Señor Jesús a inaugurar Su reino. En lugar de ello, el Señor permitió que lo condenaran. El Evangelio de Mateo registra la historia en el capítulo 27:

“Entonces Judas, el que le había entregado, viendo que era condenado, devolvió arrepentido las treinta piezas de plata a los principales sacerdotes y a los ancianos, diciendo: Yo he pecado entregando sangre inocente. Mas ellos dijeron: ¿Qué nos importa a nosotros? ¡Allá tú! Y arrojando las piezas de plata en el templo, salió, y fue y se ahorcó” (vv.3-5).

El remordimiento muchas veces va acompañado de la necesidad de confesar y hacer restitución. Ambos son evidentes en la historia personal de Judas. Él fue a sus conspiradores originales, les dijo que entregó “sangre Inocente”, y trató de devolver el dinero. Al ver que ellos no se conmovieron por su remordimiento, Judas tiró el dinero en el templo y se fue. Sin esperanzas de corregir las consecuencias de su traición, Judas se sentenció a sí mismo a la máxima pena : la muerte. Y se ahorcó.

Según Hechos 1:18, Judas cayó “de cabeza, se reventó por la mitad, y todas sus entrañas se derramaron”. Esto pudo haber pasado si la cuerda con que se ahorcó se cortó, o si la rama del árbol se rompió.

Disipar las tinieblas

Sólo hubo un Judas Iscariote. Ha habido otros a lo largo de la historia que han tenido algunos de sus mismos defectos, pero nadie más desempeñará jamás el mismo papel que tuvo el “hijo de perdición” (Juan 17:12).

De la misma forma, nunca habrá otra persona que ocupe el papel de “Hijo de Dios”. El Señor Jesucristo, la Luz del mundo, manifestó plenamente la naturaleza de Dios. Pero los que andan en su luz se vuelven portadores de luz.

“En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres” (Juan 1:4).

Dios proporcionó medios sobrenaturales para aflojar nuestra voluntad que nos impide volvernos hacia el poder transformador de la luz de Dios. Confiar en la justicia de Cristo y no en la nuestra propia nos salva de tener que pagar la pena máxima por el pecado. Pero aun así nos inclinamos a buscar nuestros propios intereses a expensas de otros, y seguimos siendo vulnerables al autoengaño (Romanos 7:1-25).

El apóstol Juan subrayó esto cuando escribió: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros” (1 Juan 1:8).

La diferencia entre la gente que vive por la gracia de Dios y los que se deslizan cada vez más rápidamente hacia el abismo del mal se puede ver en el grado hasta el cual uno rinde su corazón a Dios. Una voluntad sumisa a Dios reconoce cuándo está equivocada y se arrepiente. Un corazón decidido a hacer lo que quiere no se ha rendido a Dios y usa el engaño y la manipulación para hacer que los demás hagan lo que él quiere.

Judas usó la luz artificial de la ambición religiosa para cuidar de sus propios intereses. Usó la luz artificial de la falsedad moral para disfrazar su propio pecado y arrojar una sombra de duda sobre la justicia genuina de los demás. Y usó la luz artificial de la importancia propia para traicionar a Aquel que vino a salvar al mundo.

Para evitar el carácter de un Judas, tenemos que ser cada vez más transparentes y auténticos en nuestros tratos con Dios y con los hombres. El apóstol Juan nos dice cómo:

Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él. Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:5-9).

Confesar es una palabra común en el vocabulario cristiano, pero su significado a veces se entiende mal. La palabra confesar no significa simplemente admitir lo que hemos hecho mal ni hacer una lista oral de trapos sucios. Significa “estar de acuerdo con” o “decir la misma cosa”. Cuando estamos de acuerdo con Dios acerca de una acción que no le agrada, estamos confesando. Y cuando confesamos, Él puede limpiarnos, llenarnos de nuevo con Su Espíritu (Efesios 5:18; Gálatas 5:16-17), y fortalecernos para resistir ese pecado en el futuro.

Algunos podrían preguntar: “Si Dios perdonó todos mis pecados en la conversión, ¿por qué tengo que seguir confesando?”

La respuesta comienza con otra pregunta. ¿Alguna vez se ha distanciado de un amigo o amiga porque sabía que le habías ofendido? Evitar el problema no lo arregla. Cuando ignoramos una ofensa, la alienación aumenta. Pero cuando admitimos nuestras malas acciones comienza la reconciliación. Estar de acuerdo con Dios es así. Admitimos que nos hemos desviado del camino de la justicia por el que Él quiere que andemos, y expresamos nuestro deseo de regresar.

Cuando la confesión va seguida de arrepentimiento —regresar a Dios— Dios nos da la bienvenida de nuevo a Su presencia y comenzamos una vez más a caminar en la luz de Su amor y guía divina.

“Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino” (Salmo 119:105).

El admitir nuestro pecado a un amigo en quien confiamos es otra forma de confesión que puede aumentar nuestra transparencia y movernos hacia una mayor autenticidad y obediencia. Necesitamos personas dignas de confianza en nuestra vida que estén “hablando la verdad en amor” (Efesios 4:15). Cuando el amor de una persona por nosotros es sincero y sin hipocresía (Romanos 12:9), confiamos en que esa persona señale los puntos débiles de nuestro carácter, los cuales, irónicamente, por lo general son los lugares donde oponemos mayor resistencia a Dios.

Necesitamos una exposición regular a la luz de los pensamientos y los caminos de Dios para mantener nuestra pureza. Las citas regulares con Dios permiten que la luz de Su Palabra exponga las áreas ocultas de pecado, las cuales entonces pueden ser sanadas con oración y confesión. Sin embargo, si no se les presta atención, crecen hasta convertirse en un mal invasor que sólo la muerte puede erradicar. El Señor Jesús no se ocultó de la luz de su Padre, ni tampoco ocultó la luz. En todos los relatos de los evangelios vemos cómo usó la luz para exponer amable pero claramente la verdad acerca de la gente: la mujer en el pozo, Zaqueo, Nicodemo, el joven rico. Éstos y otros eran una mezcla improbable de personas para recibir la atención del Dios-hombre. Pero el Señor Jesús se tomó el tiempo para hacer brillar la luz adondequiera que alguien expresaba interés en ver.

Las propias conversaciones del Señor con Su Padre muestran la manera de llegar a ser dirigido por los demás y no por uno mismo (Marcos 1:35-39). El Señor Jesús, la luz del mundo, nos ha pasado la antorcha. Tenemos que sostenerla en alto y mantenerla ardiendo mucho en un mundo oscuro. La cura para un corazón egoísta es concentrarse en los demás y ser conducto del amor de Dios.

“Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y, glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:16).

Es importante recordar a los otros 11 discípulos que se sometieron a la voluntad del Señor e imitaron su ejemplo de andar en la luz. A través de ellos, el mundo cambió completamente para bien por el poder de Dios. Los enfermos fueron sanados, los muertos resucitaron, se proclamó el evangelio y se estableció la iglesia, contra la cual no prevalecerán las puertas del hades. La gente débil y propensa a pecar se convirtió en canales del amor de Dios y luz a un mundo necesitado.

Cuando renunciamos a nuestros propios planes y rendimos nuestra voluntad a la de Dios, su amor fluye a través de nosotros hacia los demás al “encontrar una necesidad y satisfacerla, encontrar una herida y sanarla”. Ser humanos es tener necesidades y deseos. Éstos no son malos ni pecaminosos. Son dados por Dios y no se pueden satisfacer si no es con una conducta que honre a Dios. Las buenas decisiones nos acercan a Dios y a la larga nos dan satisfacción; las malas decisiones nos alejan de Él y nos producen una insatisfacción cada vez mayor. Decidir qué camino tomar exige discernimiento espiritual. Discernimiento significa “reconocer o identificar”. El discernimiento espiritual es la capacidad de reconocer e identificar decisiones que nos van a ayudar a permanecer en la luz.

“Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz (porque el fruto del Espíritu es [consiste] en toda bondad, justicia y verdad), comprobando lo que es agradable al Señor” (Efesios 5:8-10).

“Comprobando lo que es agradable al Señor”; es decir, “examinando qué es lo que agrada al Señor”. Es una frase que también se usa para comunicar la idea de probar metales para determinar si son genuinos. Todas las decisiones que tomamos que aumentan nuestro deseo de obedecer a Dios pasan la prueba de agradarle. Una vida de discernimiento y obediencia nos mantiene alejados de las sombras y en la presencia de la luz maravillosa de Dios. Y cuando andamos en la luz, tomamos decisiones que satisfacen nuestras necesidades y las de otras personas por medio de una conducta no egoísta y piadosa.

Andar en la luz

El mal incluye una falta de disposición a admitir nuestras faltas morales y a hacer cambios. Se oculta de la luz. Siempre que resistimos la voluntad de Dios y su voz de conciencia permitimos que el mal entre en nuestra vida. Cuando Judas rehusó dejar que la luz de Dios expusiera los lugares oscuros de su corazón se convirtió en instrumento de Satanás.

El remedio de Dios para la oscuridad es la luz. Andar en la luz significa asegurarse de que Dios sea nuestro líder espiritual cada día. Significa reconocer nuestra tendencia a pecar y estar dispuestos a cooperar con Dios cuando Él haga resplandecer una luz en las acciones que tienen que cambiar. Dios es el “Padre de las luces”, y andar con Él disipa la oscuridad y nos permite recibir todo don perfecto.

“Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” (Santiago 1:17).

Nuestro Señor y Rey da su poder a los que desean andar con Él en la gloriosa luz de Su presencia, y que quieren traer libertad y sanidad a los que siguen presos en el yugo del pecado y el mal. He aquí una lista de verificación para andar en la luz:

1. ¿Acaso las ofensas nos han hecho buscar venganza, o estamos aprendiendo a perdonar?

2. ¿Señalamos los pecados de los demás para desviar la atención de nuestros propios pecados, o estamos trabajando en nuestros propios problemas?

3. ¿Culpamos a los demás por nuestros fracasos, o asumimos la responsabilidad de nuestras propias acciones?

4. ¿Promovemos nuestros propios intereses con los demás, o nos rendimos a los propósitos de Dios?

5. ¿Estamos proyectando una imagen falsa, o nos estamos volviendo más transparente con los demás?

6. ¿Hemos tratado de tener algún tipo de relación honesta para rendir cuentas, o tratamos de engañar a la gente?

7. ¿Estamos creciendo en la manera en que nos rendimos a Dios, o anidamos fuertes de voluntad propia?

8. ¿Estamos estableciendo barreras para nuestras pasiones y canalizándolas a través de salidas piadosas, o estamos dejando que nos controlen?

9. Cuando somos tentados, ¿nos sometemos a Dios y resistimos al diablo, o nos  limitamos a ceder?

10. ¿Estamos restaurando nuestra alma el tiempo devocional que pasamos con Dios (Salmo 23:1-3), o este es infrecuente y está en decadencia?

El mal busca sus oportunidades y se establece como un parásito donde encuentre condiciones que le den la bienvenida. Adopta el lenguaje y las costumbres locales; infesta las formas de vida y se apodera de ellas de una forma similar a como la locura puede apoderarse de una vida que antes era sana y desplazar a la persona que vivía allí antes.

Puesto que el motivo primordial del mal es disfrazar, uno de los lugares adonde es más probable encontrar personas malas es dentro de la iglesia. ¿Qué mejor forma de ocultar nuestro mal de nosotros mismos, y de los demás, que siendo diácono o alguna otra forma muy visible de cristiano dentro de nuestra cultura? En India, el mal mostraría una tendencia similar de ser “buenos” hindúes o “buenos” musulmanes. No decimos con esto que los malos no son otra cosa que una pequeña minoría entre los religiosos, o que los motivos religiosos de la mayoría de la gente son falsos. Pero las personas malas tienden a gravitar hacia la piedad por el disfraz y el encubrimiento que esta  puede ofrecerles.

Nuestra generación es realista, pues hemos llegado a conocer al hombre tal como es realmente. Después de todo, el hombre es ese ser que inventó las cámaras de gas de Auschwitz; sin embargo, también es el ser que ha entrado derecho en esas cámaras de gas, con el Padrenuestro o el Shema Yisrael en la boca.

La elección es nuestra

El enmascarar el mal para que parezca bien es una idea perturbadora. Existe una diferencia que desconcierta entre un corazón cálido quebrantado y una mente fría maquinadora. Una, como la de Judas, está tan comprometida con sus malas acciones que se cubre de túnicas de justicia. La otra, como la de Pedro, es completa y lamentablemente defectuosa.

Según el registro del evangelio, Pedro dio pasos gigantes de fe y experimentó el fracaso (Mateo 14:22-33). Pudo hacer profundos pronunciamientos espirituales que estuvieron seguidos de expresiones demoníacas (Mateo 16:13-23). No obstante, en toda su imperfección, Pedro permaneció suave con respecto a Dios. Eso no sucedió con Judas Iscariote. Judas era un rebelde endurecido y un ladrón que se vistió de hipocresía espiritual. Fue él quien argumentó que un regalo caro de devoción a Cristo debió haberse vendido y dado a los pobres (Juan 12:4-6). Sin embargo, Judas también es el que traicionó a Cristo por 30 piezas de plata y lo entregó a sus enemigos (Mateo 26:15,46-49). El persistente rechazo de Judas de la luz espiritual a la larga dio como resultado actos grandes de maldad y destrucción propia.

La aplicación espiritual para nosotros tiene dos vertientes. Si nunca hemos confiado en Jesucristo personalmente como Salvador y Señor, entonces ahora, al contemplar el precio del mal personal, es nuestra oportunidad de admitir nuestra necesidad de Él.

Según la Biblia, todos nosotros hemos hecho mal, no sólo porque somos imperfectos, sino porque nacimos en este mundo separados espiritualmente de Dios (Romanos 3:23; 6:23). El hecho de nuestra propia naturaleza humana caída exige que admitamos que no podemos salvarnos a nosotros mismos. Nuestra única esperanza es pedir a Cristo que perdone nuestro pecado y nos dé vida eterna.

Si usted se da cuenta de que todavía no ha confiado en el Señor Jesús como Salvador, puede hacerlo ahora mismo apoyándose en la promesa de la Biblia de que todos los que creen y confían en Él reciben perdón de pecados y vida eterna (Juan 1:12; 5:24).

La segunda aplicación es para aquellos de nosotros que ya hemos confiado en Cristo como Salvador. El examinar la vida de Judas puede haber revelado una inclinación en nosotros a ocultar nuestras propias motivaciones bajo la ropa de la religión. Si esto le sucede a usted, puede estar seguro de que no es el único. El ser cristiano no nos hace inmunes a los deseos y las distracciones de nuestro propio corazón. Lo importante es que procuremos ser honestos con nosotros mismos y con Dios.

Siempre que descubramos que nuestros pensamientos, palabras o acciones se están descarriando, confesémoslos al Señor (1 Juan 1:9). Luego dependamos del Espíritu Santo que mora en nosotros para que viva la vida cristiana por medio de nosotros (Juan 15:1-8; Gálatas 5:16; Efesios 5:18).

El apóstol Juan habló del gozo y la oportunidad que son posibles para todos nosotros cuando escribió:

Estas cosas os escribimos, para que vuestro gozo sea cumplido [completo]. Dios es luz. Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él. Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado”  (1 Juan 1:4-7).

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