Primero, analizaremos el contexto histórico de la bendición de Abraham. La bendición de Dios a Abraham se registra en Génesis 12:1-3:
“El Señor le había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (Gn 12:1-3).
Aquí, Abraham es bendecido, y esa bendición incluye la promesa de que tendrá un gran nombre (reputación) y que se convertirá en una gran nación (mucha descendencia). Dios bendecirá a quienes lo bendigan; además, Abraham será una bendición. A través de Abraham, todas las naciones de la tierra serán bendecidas. La bendición de Abraham encuentra su máximo cumplimiento en Jesucristo, la Simiente de Abraham (Gl 3:16) y el Redentor del mundo.
El resto de la Biblia relata cómo se cumplieron estas promesas y cómo progresó la bendición de Abraham. En Génesis, vemos cómo Abraham se forjó una gran reputación y cómo sus descendientes se multiplicaron, a pesar de que, en el momento de la promesa, no tenía esperanzas de tener hijos. En Éxodo 1, los hijos de Abraham, los israelitas, son un gran pueblo, y el resto de Éxodo hasta Josué, relata cómo el pueblo se convirtió en una nación con su propia tierra y ley. Los libros de Jueces y 1 y 2 Samuel abordan el liderazgo de la nación como rey y cómo se estableció la dinastía de David. Sin embargo, la situación comenzó a desmoronarse y el pueblo quebrantó la ley de Dios y siguió a otros dioses. Con frecuencia, los reyes no reinaron como leales representantes de Dios, sino que siguieron sus propios deseos. Los profetas que hablaban en nombre de Dios advirtieron a la nación que se avecinaba el juicio y que corrían el peligro de perder su tierra. Los mismos profetas también comenzaron a insinuar otras cosas más importantes, como un gobernante davídico ideal que gobernaría no sólo a Israel sino al mundo entero, y los gentiles de alguna manera serían parte de este reino (véase Isaías 9).
Cuando el Señor Jesús apareció en escena, todo empezó a encajar. Jesús es el Mesías davídico que no solo gobernará sobre Israel, sino sobre el mundo entero (Ap 19:15). Cualquiera, incluyendo a los gentiles, que se acerque a Él con arrepentimiento y fe será parte de su reino, mientras que los judíos que lo rechacen serán excluidos. Pablo fue el principal apóstol responsable de llevar la buena nueva (el evangelio) a los gentiles.
En Gálatas, Pablo explica la importancia de la gracia en contraposición al cumplimiento de la ley. También señala que en Génesis 15:6, Abraham fue justificado por la fe. Obviamente, esto ocurrió antes de que se diera ninguna ley, 430 años antes, según Gálatas 3:17. En Gálatas 3:7, Pablo explica que quienes tienen la fe de Abraham son verdaderamente hijos de Abraham, incluso si son gentiles. Este es el cumplimiento de la bendición de Abraham y la promesa de Dios de que, por medio de Abraham, todos los pueblos (naciones gentiles) serían bendecidos.
La bendición de Abraham fue una bendición para él mismo. En el mundo antiguo, fue un éxito: fue respetado, gozó de buena salud y tuvo muchos descendientes. Sin embargo, la bendición que Abraham recibió de Dios fue mucho más allá de esas bendiciones inmediatas y personales. A través de Abraham, el mundo entero fue bendecido porque el Señor Jesús es descendiente de Abraham. Gracias al Señor Jesús, cualquier persona, judía o gentil, puede ser perdonada y estar en Su reino eterno. En Cristo, recibimos la bendición espiritual de la justificación, al igual que Abraham:
“Si sois de Cristo, entonces sois linaje de Abraham y herederos según la promesa” (Gl 3:29).
Hay algunos predicadores de la teología de la prosperidad que afirman que la bendición de Abraham es para nosotros aquí y ahora, con todo lujo de detalles. Dado que somos “descendientes de Abraham y herederos según la promesa” (Gl 3:29), podemos tener todo lo que Abraham tuvo, o al menos eso dice la enseñanza. Cristo nos redimió de algo más que el pecado y la ley; nos redimió de la “pobreza” y la “enfermedad”, porque supuestamente estas cosas están incluidas en la bendición de Abraham.
Algunos maestros de la Palabra de Fe ven una triple bendición de Abraham disponible para los cristianos de hoy: una bendición material y financiera; una bendición física; y una bendición espiritual. Otros ven una bendición séptuple de Abraham: 1) Haré de ti una gran nación, 2) te bendeciré, 3) engrandeceré tu nombre, 4) serás una bendición, 5) bendeciré a quienes te bendigan, 6) maldeciré a quien te maldiga, y 7) todos los pueblos de la tierra serán bendecidos por medio de ti. Según estos predicadores, estas promesas a Abraham se aplican directamente al cristiano de hoy. El resultado es protección, bendición (física y material), fama y reconocimiento, etc.
Quienes tergiversan las Escrituras y “decretan y declaran” la bendición de Abraham sobre sí mismos creen que: 1) Dios nos convertirá a mí y a mi familia en una especie de “gran nación”; 2) Dios nos bendecirá a mí y a mi familia; 3) Dios engrandecerá mi nombre; 4) mi familia y yo seremos una bendición; 5) Dios bendecirá a quienes me bendigan; 6) a quien me maldiga, Dios lo maldecirá; y 7) todos en la tierra serán bendecidos a través de mí y mi familia.
El problema de reclamar la bendición de Abraham para nosotros mismos, esperando bendiciones físicas y terrenales, es que la bendición le fue dada a Abraham, un individuo específico en la historia, por una razón específica. No podemos simplemente insertarnos en un texto bíblico. Es más que una mala hermenéutica; conduce a un grave error.
El tema de Gálatas 3 es la justificación por la fe. Pablo nunca enseña que un cristiano tenga “derecho” a la prosperidad y la tranquilidad:
La fe de Abraham condujo a su justificación, y esa es la bendición de Abraham que compartimos hoy. Como personas de fe, somos justificados en Cristo Jesús, Señor nuestro. Y esto es más grande, importante y perdurable que cualquier bendición material y pasajera que un verdadero cristiano pueda desear.
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