“Porque nada hay oculto, que no haya de ser manifestado; ni escondido, que no haya de ser conocido, y de salir a luz” (Lc 8:17).
Un secreto puede ser tan difícil de guardar como de compartir. Sin embargo, muchas veces la vida gira en torno a los secretos, desde ocultar regalos de cumpleaños hasta ocultar un pasado vergonzoso (a menudo los secretos están asociados con pecados que no queremos que nadie conozca).
La Biblia enseña, indirectamente, que guardar secretos puede ser algo tanto bueno cono malo, dependiendo de cuál sea la motivación.
Por ejemplo, a menudo se muestra que, a lo largo de la historia de Israel, se guardaron secretos políticos y militares. Las Escrituras no emiten juicios morales a favor ni en contra de guardar esos secretos (2 S 15:35-36), eso queda para nosotros: para que ejercitemos nuestra capacidad de juzgar correctamente.
En la historia de Sansón y Dalila (Jue 16:4-22), Sansón revela la fuente de su fuerza, un acto que, a juzgar por las consecuencias de su confesión, fue una terrible estupidez. Era un secreto que debería haber guardado, especialmente de una mujerzuela como Dalila.
La historia de Ester ofrece un ejemplo positivo de alguien que guarda un secreto. La decisión de la reina Ester de ocultar su nacionalidad (Est 2:20) se convirtió en parte integral del plan de Dios para salvar a Su pueblo (Est 4:13; 7:3-6). Esta misma historia también respalda la moralidad de revelar un secreto que, de mantenerse oculto, habría causado un gran daño al pueblo de Dios (Est 2:21-23).
Proverbios, el libro central de la literatura sapiencial de la Biblia, es el más explícito sobre guardar secretos:
“El que carece de entendimiento menosprecia a su prójimo; Mas el hombre prudente calla” (Pr 11:12)..
“El que anda en chismes descubre el secreto; Mas el de espíritu fiel lo guarda todo” (Pr 11:13).
Por lo tanto, guardar un secreto puede ser algo noble. Pero los secretos guardados por una razón indebida le ganan a alguien el título de “impío”, pues
Y,
“Al que solapadamente infama a su prójimo, yo lo destruiré” (Sal 101:5).
Guardar secretos para intentar ocultar el pecado de los ojos de Dios siempre es incorrecto.
“El que encubre sus pecados no prosperará; Mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia” (Pr 28:13).
Cuando se trata de nuestro pecado, Dios quiere que lo revelemos por completo a Él, y promete concedernos perdón total:
“Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” (Is 1:18).
Por supuesto, es inútil intentar ocultarle nuestro pecado a Dios. Es imposible ocultarle secretos a Él, que es “Dios de dioses... y el que revela los misterios” (Dn 2:47). Incluso nuestros pecados secretos están expuestos a su luz (Sal 90:8).
“Porque nada hay oculto, que no haya de ser manifestado; ni escondido, que no haya de ser conocido, y de salir a luz” (Lc 8:17).
Hasta las intenciones de nuestro corazón están expuestas ante Sus ojos:
“Porque la palabra de Dios [el Señor Jesús] es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (He 4:12).
Pero Dios mismo se guarda el derecho de tener secretos. Hay cosas—probablemente muchas—que nos son ocultadas:
“Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre, para que cumplamos todas las palabras de esta ley” (Dt 29:29).
El Señor Jesús les ordenó a varias personas que guardaran en secreto los milagros que había realizado. Por ejemplo, al sanar a dos ciegos:
“Les encargó rigurosamente, diciendo: Mirad que nadie lo sepa” (Mt 9:30).
Cuando Job comprendió la inmensidad del conocimiento de Dios, exclamó:
“Por tanto, yo hablaba lo que no entendía; Cosas demasiado maravillosas [secretas] para mí, que yo no comprendía” (Job 42:3).
Dios no considera que guardar secretos ante otras personas sea un pecado en sí mismo. Hay cosas que las personas deben saber y otras que no. Con respecto a esto, lo que a Dios más le importa es cómo se usan los secretos, si son para proteger o herir a otros, para honrar o deshonrar a otros, para ensuciar o para preservar el buen nombre de tu prójimo.
Podemos estar seguros de que:
“La obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará” (1 Co 3:13).
Todo está registrado en los libros del Juez de nuestras almas:
“Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos. Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras. Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda. Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego” (Ap 20:11-15).
No quieres que tus secretos (que a menudo son pecados) sean expuestos ante el Juez del universo y de los santos ángeles del cielo. No quieres llegar a esa instancia. Escapa de este juicio ante el gran trono blanco, porque todos los que comparecen ante él experimentarán la segunda muerte (Ap 2:11; 20:6; 20:14; 20:18).
Sólo la sangre del Cordero puede lavar todos tus pecados y secretos, y hacerte digno de heredar la vida eterna.
“Yo le dije: Señor, tú lo sabes. Y él me dijo: Estos son los que han salido de la gran tribulación, y han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero” (Ap 7:14).
“Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte” (Ap 12:11).
¿Quién es este Cordero?
“Y mirando a Jesús que andaba por allí, dijo: He aquí el Cordero de Dios” (Jn 1:36).
¿Cómo puedo lavar mis vergonzosos pecados secretos con Su sangre?
“Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” (Is 1:18).
La Escritura llama a esto: arrepentimiento:RELACIONADOS
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