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lunes, 1 de septiembre de 2014

EL MENSAJE DEL APOCALIPSIS HOY

[Nota 1: Todas las citas numéricas en este artículo que no van precedidas por el nombre del libro o por su abreviación corresponden al Apocalipsis.]


La vigencia del libro del Apocalipsis no debe cuestionarse. A pesar de haber sido escrito hace mil novecientos años, este libro contiene un mensaje sumamente importante para el hombre moderno. Hay quienes creen que las profecías del Apocalipsis se cumplieron durante los primeros siglos del cristianismo. Otros piensan que el libro presenta simbólicamente la gran lucha cósmica entre el bien y el mal. También hay los que piensan que el Apocalipsis presenta una panorámica amplia de la historia de la iglesia, desde su nacimiento hasta la segunda venida de Cristo. La verdad central revelada en este libro es la de la segunda venida de Cristo a la tierra. El mensaje del Apocalipsis tiene que ver con los acontecimientos que preceden inmediatamente, los que son simultáneos con y los que siguen a la venida gloriosa del Señor Jesucristo a la tierra.

A través de este comentario se ha hecho notar el problema hermenéutico. Como literatura apocalíptica que es, este libro está saturado de símbolos, metáforas y una gran variedad de figuras de dicción. Esto constituye un reto para el intérprete. El camino más fácil sería hacer uso de la alegorización o de la espiritualización como método hermenéutico en la exposición del mensaje del Apocalipsis. Tal método aportaría muy poco a un estudio serio y equilibrado del mensaje del libro. El exégeta congruente tendrá que dedicarse al estudio del género literario del Apocalipsis, al análisis de las figuras de dicción y a los símbolos utilizados por el autor del libro. Es importante estudiar el contenido del Apocalipsis dentro de su propio ambiente o contexto. Las figuras de dicción generalmente son interpretadas en el propio libro por el mensajero celestial que los revela. No existe ninguna razón de fuerza que obligue al intérprete a alegorizar el contenido del Apocalipsis. Si se dejan a un lado los prejuicios teológicos, el Apocalipsis puede interpretarse siguiendo el método normal, natural, histórico-gramatical-contextual, es decir, literal. El método literal toma en cuenta el contexto del pasaje, tanto el mediato como el inmediato. También toma en cuenta la gramática y las figuras de dicción que deben interpretarse a la luz del texto en el sitio, donde aparecen. La cuestión hermenéutica es, sin duda, una de las más importantes y difíciles a la hora de estudiar el Apocalipsis. De ahí depende el rumbo que se tome y las conclusiones a las que el intérprete llegue.

El Apocalipsis es un libro profético (Apocalipsis 1:2; 10:11; 22: 18-19). Más concretamente aún, el contenido del Apocalipsis es primordialmente escatológico. Trata de los acontecimientos que precederán a la segunda venida de Cristo, así como los que tendrán lugar simultáneamente con ella. También revela las cosas que han de suceder durante y después de la venida en gloria de Cristo: El arrebatamiento de los elegidos y la resurrección de los santos que se durmieron en el Señor; el milenio; la derrota final de Satanás y sus seguidores; el juicio final; la creación de nuevos cielos y nueva tierra; y la majestuosa descripción del estado eterno. Pero hay otras muchas enseñanzas en el Apocalipsis.

Este libro es una fuente preciosa de las principales doctrinas bíblicas. Contiene enseñanzas importantes respecto a Teología Propia, es decir, la doctrina de Dios aparte de Sus obras. La doctrina de la Trinidad es claramente enseñada en el Apocalipsis (1:4-8). Los atributos de Dios, particularmente Su santidad (4:8; 6:10; 15:4), Su justicia (16:5, 7; 19:2) y Su omnipotencia (1:8; 4:8; 11:17: 15:3; 16:7, 14; 19:6, 15; 21:22). Jesucristo es el Alfa y la Omega (1:8; 21:6; 22:13). Él es el Santo (3:7), el Rey de reyes y Señor de señores (19:16). Comparte el trono celestial con el Padre (3:21; 22:3). Aunque no decisivamente clara, la referencia a “Los siete espíritus” que aparece en 1 :4; 4:5 y 5:6 podría referirse al Espíritu Santo, quien actúa en la presencia de Dios y tendrá un activo ministerio durante los años de la tribulación.

El Apocalipsis tiene mucho que decir respecto a la doctrina de la salvación. La salvación es un acto de la gracia de Dios efectuada mediante la muerte y la resurrección de Cristo (1:5). Cristo es presentado como el Cordero que fue inmolado, pero que ha resucitado (5 :6) y quien tiene todo poder para ejecutar los juicios divinos (5:7-14). La figura del cordero se usa en el Apocalipsis en 27 ocasiones. Es una figura tomada del Antiguo Testamento y se utiliza para hablar del sacrificio sustituto de Cristo en la cruz (7:14; 12:11). El inocente Cordero fue sacrificado por el pecado del mundo. Ese Cordero es Jesucristo, quien resucitó de los muertos y viene otra vez con poder y gloria.

El Apocalipsis expone también la doctrina de la inspiración y la autoridad de la Biblia. Hay 278 referencias a pasajes del Antiguo Testamento en el Apocalipsis. Es el libro del Nuevo Testamento con mayor apoyo veterotestamentario. El Apocalipsis contiene referencias a los libros de Génesis, Éxodo, Deuteronomio, Salmos, Isaías, Ezequiel, Daniel, Zacarías, Jeremías y a los libros históricos de Samuel y Crónicas. La sorprendente advertencia tocante a añadir o quitar de “las palabras de la profecía de este libro” ( Apocalipsis 22: 18, 19) es una clara indicación del santo respeto que el Autor del Apocalipsis tiene hacia el Canon Sagrado.

La doctrina de la iglesia ocupa un lugar muy importante en el Apocalipsis. El libro en su totalidad fue históricamente dirigido a siete iglesias locales ubicadas en el Asia Menor. Pero, además, los capítulos 2 y 3 tratan de manera específica cuestiones relacionadas con dichas asambleas. El mensaje particular dedicado a cada una de aquellas iglesias enfoca las virtudes y los defectos de cada congregación. Cada carta confronta a la congregación a la que va dirigida con su propia condición y la llama a prepararse de manera práctica para la venida del Señor. Las cartas a las iglesias del Asia Menor, en un sentido, contestan la pregunta: ¿En qué debe ocuparse la iglesia mientras aguarda la venida del Señor? Aunque esa venida no es inminente, no puede ocurrir en cualquier momento, sino que será anunciada por una serie de señales bosquejadas por el Señor mismo en Mateo 24, le incumbe a la iglesia estar siempre preparada para el encuentro con el Señor. Los mensajes o cartas no sólo van dirigidos a las congregaciones, sino también a los individuos dentro de cada congregación. Cada carta termina con la advertencia: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias…” (véase  Apocalipsis 2:7, 11, 17; 3:6, 13. 22).

Cada iglesia recibe una amonestación con la excepción de Esmirna y Filadelfia. A varias de ellas se les recrimina el comportamiento: (1) A Éfeso por dejar el primer amor; (2) a Pérgamo por tener a los que practicaban la doctrina de Balaam y a los nicolaítas; (3) a Tiatira por tolerar la inmoralidad de Jezabel; (4) a Sardis por creerse autosuciente; y (5) a Laodicea por su tibieza espiritual y por haber dejado su primer amor a Cristo. A varias de las congregaciones el Señor les advierte de Su venida (2:5, 16; 3:3, 11, 20). Esa advertencia tiene por objeto que cada una de esas asambleas se ocupe de cumplir la responsabilidad de dar testimonio de Jesucristo en medio de un mundo que es hostil al Evangelio, pero también apunta hacia el futuro anunciando de manera inequívoca que las condiciones espirituales y doctrinales de estas iglesias serán la marca más distintiva de los cristianos e iglesias de los últimos días.

Hay, además, una promesa de bendición para “el vencedor” en cada una de las iglesias. El vocablo “vencedor” se refiere a todos aquellos que han confiado en el Mesías como Salvador personal (véase  Apocalipsis 2:7, 11, 17, 26; 3:5, 12, 21). En Apocalipsis 21:7-8, el vencedor es contrastado con los inicuos (los cobardes, incrédulos, abominables, homicidas, etc.). Es lógico entender que la designación “vencedor” se aplica no a todos sino a algunos de los creyentes: los que tengan oídos para oír lo que el Espíritu dice a las iglesias. Las cartas de los capítulos 2 y 3 van dirigidas a siete asambleas de carácter mixto, donde había tanto salvos como inconversos. Es de esperarse, por lo tanto, que haya advertencias de juicio contra quienes sólo profesaban ser creyentes y promesas de bendición para quienes son genuinos hijos de Dios. Las mismas advertencias son aplicables a las iglesias de hoy día. Sólo los nacidos de nuevo son vencedores (Romanos 8:37). Se puede ser miembro de una iglesia local y no ser un creyente genuino. Los tales no participarán de las promesas hechas por el Señor a los vencedores.

Las promesas hechas al vencedor son las siguientes:

1.    “Le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios” (2:7).
2.    “No sufrirá daño de la segunda muerte” (2: 11).
3.    “Daré a comer del maná escondido, y le daré una piedrecita blanca, y en la piedrecita escrito un nombre nuevo, el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe” (2: 17).
4.    “Le daré autoridad sobre las naciones, y las regirá con vara de hierro” (2:26b-27a).
5.    “Será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus ángeles” (3:5).
6.    “Lo haré columna en el templo de mi Dios, y nunca más saldrá de allí; y escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de mi Dios, y mi nombre nuevo” (3: 12).
7.    “Le daré que se siente conmigo en mi trono” (3:21).

A estas estupendas promesas podría añadírsele la que aparece en Apocalipsis 21:7: “El que venciere heredará todas las cosas, y yo será su Dios, y él será mi hijo”. Todos estos compromisos del Señor para los vencedores constituyen temas de indiscutible actualidad que deben ser proclamados y enseñados en las iglesias de hoy día con profunda convicción. El Apocalipsis no es un libro del pasado cuyo contenido debe ser simplemente recordado ni es una pieza de museo que sólo se contempla y se admira. Su mensaje trata temas sumamente importantes, tanto para el creyente en lo personal como para la congregación.

El Apocalipsis destaca también la doctrina del pecado tanto en la experiencia humana como en el ámbito angelical. La maldad humana queda al descubierto en el hecho de que el hombre, tan necesitado de la gracia de Dios, se niegue a someterse bajo la autoridad del Único que puede perdonar su pecado. La frase “los moradores de la tierra” (Apocalipsis 3:10; 6:10; 8:13; 11:10; véase 14:6) se usa para describir a quienes no guardan ninguna afinidad con el Mesías y, por lo tanto, carecen de ciudadanía celestial. Toda su vida está centrada y arraigada en las cosas de la tierra. Su lugar de habitación, su corazón, honra, esperanza e interés están centrados en la tierra. Carecen de todo interés por las cosas celestiales y resisten a todo aquel que lo tiene. Resisten el mensaje del Evangelio y lo rechazan porque sus mentes están cegadas por el maligno (2 Corintios 4:3, 4; véase 2 Tesalonicenses 2:1 0-12). El Apocalipsis pone de manifiesto la magnitud del pecado humano mediante la actitud de los habitantes de la tierra durante los años de la tribulación. A pesar de la severidad de los juicios, una cantidad incalculable de personas se niegan a arrepentirse y poner su fe en el Mesías (véase Apocalipsis 9:18-21; 16:21). Los inicuos se regocijan sobre la muerte de los dos testigos de Apocalipsis 11 y la celebran enviándose regalos unos a otros (11:10).

La iniquidad humana alcanza su grado máximo en Apocalipsis 13. Ese capítulo tiene que ver con la manifestación del Anticristo y su gobierno satánico. Los moradores de la tierra aclaman a la bestia y van en pos de ella, diciendo: “¿Quién como la bestia, y quién podrá luchar contra ella?” (Apocalipsis 13:4, 8). Además, los hombres adorarán al mismo Satanás (13:4) y aceptarán que la marca del Anticristo les sea colocada en sus frentes o en su mano derecha (13: 15, 16).

El Apocalipsis enseña que Satanás y sus huestes están sumamente activos en la tierra. Esa actividad alcanzará su punto culminante durante los años de la tribulación. En primer lugar, tendrá lugar la apertura del pozo del abismo de donde saldrá una cantidad insospechada de seres demoniacos que afligirán a los hombres durante cinco meses (9:10). También tendrá lugar la expulsión de Satanás del cielo a la tierra (12:7-12). La presencia personal de Satanás en la tierra será motivo de gran aflicción para la humanidad. Debe decirse que Dios mantiene absoluto control de todos esos acontecimientos. El Soberano del universo es quien dirige todo lo que sucede. Lo que ocurre es la consumación de Su propósito eterno. El Apocalipsis enseña sin la menor sombra de duda que Dios es el Soberano del universo. Nada ocurre fuera de Su control.

Debe recordarse, una vez más, el hecho palpable de que, en medio de la ira, Dios no se olvida de la misericordia. Los terribles juicios descritos en el Apocalipsis no impiden que la gracia de Dios continúe funcionando. En el capítulo 7, se menciona la selección de 144.000 siervos, escogidos de las doce tribus de Israel. En el mismo capítulo 7, se destaca la presencia de una gran multitud de todos los pueblos de la tierra que han sido arrebatados de la tribulación por Cristo mismo. El Apocalipsis tiene, por lo tanto, un innegable énfasis evangelístico. Las naciones de la tierra pueden y deben ser evangelizadas. El plan de la salvación estará vigente en la tierra incluso en los tiempos de mayor rebeldía. No debe olvidarse que este libro termina con una solemne invitación: “Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de vida gratuitamente” (22: 17). Quien proclame el contenido del Apocalipsis hoy día, no debe olvidar bajo ningún concepto predicar el Evangelio de la gracia de Dios y recordar a los pecadores que Dios les invita a tomar del agua de la vida gratuitamente. El llamado de Dios es totalmente sincero. Cristo es el agua de la vida. Quien beba de Él no tendrá sed jamás.

El Apocalipsis es fundamentalmente un libro profético-escatológico. Su tema central es la segunda venida de Cristo. Después de todo, ese es el tema central de toda la Biblia (véase 1:7; 11:15; 14: 14; 19:11-16; 22:7, 12, 20). La venida del Señor será visible, literal, judicial y gloriosa. Estas verdades se hacen evidentes a través del Apocalipsis. Tanto Satanás como los hombres inicuos han desafiado la soberanía de Dios. Dios ha revelado en el Apocalipsis cómo se propone reclamar lo que, en realidad, le pertenece, es decir, la absoluta soberanía sobre Su creación.

Dios intervendrá sobrenaturalmente mediante tres series de juicios consecutivos. En primer lugar, a través de los juicios de los sellos que son rotos para manifestar el contenido del rollo que es traspasado de la mano de Dios el Padre a las del Cordero, el Mesías. El rollo sellado contiene la totalidad de los juicios de la tribulación. Los cinco primeros sellos abarcan la tribulación (6: 1-11). El sexto sello (6:2-13) revela la misma señal en el sol, la luna y las estrellas que el Señor Jesús dijo anunciaría Su venida y el arrebatamiento de la tribulación de Sus escogidos (Mateo 24:29; Isaías 13:10; Ezequiel 32:7; Joel 2:31). El séptimo sello consiste de los juicios de las trompetas (8: 1- 9:21) y la séptima trompeta contiene los juicios de las siete copas que consuman la ira de Dios (10:7; 11: 15-19; 16:1-21).

De vital importancia en el desarrollo de los acontecimientos finales está el ministerio de los dos testigos o profetas que ministrarán en Jerusalén durante la segunda mitad de la tribulación (11: 1-14). De gran significación en el Apocalipsis es el papel desempeñado por la nación de Israel. El pacto davídico aparece en el hecho de que el único digno de romper los sellos del rollo es “el León de la tribu de Judá, la raíz de David” (véanse Génesis 49:10-11; ls. 11: 1). Los 144.000 sellados pertenecen a las doce tribus de Israel (7:4-11). Los dos testigos ministrarán en Jerusalén (11:8) y cumplen la profecía de Zacarías 4:3, 11 -14. El reinado del Mesías, profetizado en Daniel 7:14, 27, se cumplirá cuando Cristo venga tal como lo anuncia Apocalipsis 11:15. Israel aparece de nuevo perseguida por el Dragón, Satanás, pero protegida por el Señor en estricto cumplimiento de Su promesa en el pacto abrahámico (véanse Apocalipsis 12:1, 2, 5, 6; Génesis 17:4-8). El remanente judío será perseguido por Satanás durante la tribulación (12: 17). Jerusalén será el sitio desde donde el Mesías reinará durante Su reinado terrenal (Apocalipsis 14: 1-5; véanse Salmo 2; Zacarías 8: 1-8).

Uno de los cuadros proféticos más significativos del Apocalipsis es el que tiene que ver con la destrucción de la Ramera (Apocalipsis 17) y de Babilonia (Apocalipsis 18). La figura de la Ramera es un símbolo apropiado para Babilonia, pero son dos entidades diferentes. La Ramera representa a toda la falsa religión que alcanzará su cénit en los últimos días; su riqueza e influencia serán de tal magnitud que, por lo menos en teoría, llegará a controlar al mismo Anticristo hasta que este se vuelva contra ella y la destruya. La ciudad que fue tan importante en tiempos antiguos, notoria por sus riquezas y por su idolatría, volverá por sus fueros. Se convertirá en un gran centro comercial que incluirá en todo el mundo. Pero su ruina será total en cumplimiento de la profecía de Jeremías 50-51. La destrucción de tanto la Ramera como de Babilonia es necesaria para el establecimiento del reino del Mesías en la tierra. Babilonia ha sido y volverá a ser el cuartel general de Satanás en la tierra, el centro de su mundo de idolatría y blasfemia (La Babilonia Moderna). La destrucción de dicha ciudad produce regocijo en el cielo (19: 1-6) y el anuncio de la inminente revelación universal del Mesías como Rey de reyes y Señor de señores (19:7-9). La revelación gloriosa de Cristo como Rey de reyes y Señor de señores, tan esperada por tantos siglos, tiene lugar en Apocalipsis 19:11-21, y no debe confundirse con Su segunda venida, la que ocurre al abrirse el sexto sello (Apocalipsis 6:2-13) en cumplimiento a las profecías veterotestamentarias de Isaías 13:10, Ezequiel 32:7 y Joel 2:31; como asimismo Mateo 24:29. La revelación gloriosa de Cristo es victoriosa, real y como Rey de reyes y Señor de señores. Destruye a los ejércitos del Anticristo y confina a la bestia y al falso profeta al lago de fuego que arde con azufre (19: 17-21).

Los capítulos 6-19 del Apocalipsis ponen de manifiesto la manera como Dios implanta Su soberanía en la tierra. Mediante los acontecimientos de la tribulación, Dios purificará para Sí tanto un remanente de la cristiandad profesante como de la nación de Israel. En este remanente de la nación de Israel se cumplirán los pactos abrahámico, davídico y nuevo. El Mesías reinará sobre la casa de Jacob para siempre (Lucas 1:32). La gran tribulación para Israel consistirá primordialmente de las persecuciones del Anticristo contra dicho pueblo (véanse Jeremías  30:7; Daniel. 12:1; Mateo 24:3-51; Apocalipsis 12- 13), pero la cristiandad profesante no estará exenta de ella. Dios librará tanto a los escogidos gentiles como al remanente sobre el cual el Mesías reinará (Romanos 9:27-29; 11:25-36).

Pero Dios también actuará respecto a los incrédulos. Es cierto que Dios derramará Su ira sobre los incrédulos de todas las naciones rebeldes e incrédulas. También es cierto que durante los años de la tribulación habrá un vasto número de gentiles que nacerá de nuevo por la fe en el Mesías (véase Apocalipsis 7:9-17). El reino glorioso del Mesías en la tierra incluirá tanto a judíos como a gentiles (Mateo 25:31-40; Isaías 2:4; 60: 1-14; Zacarías 8:20-22; 14: 16-19). Apocalipsis 21:24, 26 muestra que en la nueva creación habrá naciones salvas que llevarán ricos regalos a la nueva Jerusalén. El Señor no sólo es el Dios de Israel sino también el Dios de las naciones. Esta enseñanza es aportada claramente por el libro del Apocalipsis.

Probablemente el tema más escabroso y controvertido del Apocalipsis es el relacionado con el milenio (20:1-10). Hay escritores que enseñan que Apocalipsis 20 recapitula el contenido de los capítulos 1-19. También enseñan que el milenio no se refiere al reinado terrenal del Mesías en el futuro, sino que tiene que ver con la era presente. Dicen que es el tiempo transcurrido entre la primera y la segunda venida de Cristo. Afirman que Satanás fue atado en la primera venida de Cristo y que lo ha estado durante toda la era del Evangelio.

Apocalipsis 20, sin embargo, no ofrece indicio alguno de que se trata de una recapitulación. Una exégesis del pasaje dentro de su contexto inmediato arroja que hay una progresión cronológica, comenzando por lo menos desde 19:11. Ahí aparece la expresión “y vi” (kaieldon). Dicha expresión se repite en 19:17, 19; 20: 1,4, 11, 12; 21:1 y se usa para indicar una secuencia cronológica de cuadros proféticos. De modo que el contexto inmediato del pasaje no apoya ningún tipo de recapitulación.

En segundo lugar, la enseñanza de que Satanás fue atado durante la primera venida de Cristo para que no interfiriese en la predicación del Evangelio no tiene sustentación exegética ni histórica. Los pasajes tomados para apoyar dicha creencia (por ejemplo Lucas 10: 18) no guardan relación directa con Apocalipsis 20. Es importante que el exégeta permita que todo texto de las Escrituras prevalezca sobre la base de sus propios méritos antes de intentar explicarlo a la luz de otro pasaje cualquiera. La enseñanza de las Escrituras, tanto en Hechos como en las epístolas, indica que Satanás está activo en la tierra y hace todo lo que puede para avanzar su obra maligna (véase 2 Corintios 4:3-4; 1 P. 5:8). De manera que la enseñanza de que Satanás está atado ya y que Apocalipsis 20:1 -3 habla de algo ocurrido en el pasado no es producto de un estudio inductivo del pasaje, sino de una deducción teológica.

Hay quienes enseñan que los “mil años” mencionados 6 veces en Apocalipsis 20:2-7 se refieren a un período indefinido de tiempo que se corresponde con la era presente, es decir, el tiempo entre las dos venidas de Cristo. Se pretende negar el cumplimiento del reinado milenial de Cristo. Generalmente se argumenta que los números mencionados en el Apocalipsis tienen un carácter simbólico, porque dicho libro está repleto de símbolos y figuras de dicción. Se dice, además, que Apocalipsis 20 es el único pasaje en toda la Biblia que menciona el milenio. La deducción es que en un libro lleno de símbolos, el milenio debe ser también simbólico.

Ambos argumentos son débiles. En primer lugar, como se ha demostrado en este comentario, todos los números usados en el Apocalipsis tienen sentido cuando se toman literalmente. Además, es evidente que la intención del autor del Apocalipsis fue que sus lectores tomasen las cifras en el sentido normal y natural. Cuando Juan desea indicar una cantidad numérica indefinida utiliza un “como” (véase 8:1; 16:21; también 7:9; 20:3; la multitud de 7:9 “que nadie podía contarla”; y después de los mil años, Satanás “debe ser desatado por un poco de tiempo”). Cuando Juan es guiado a expresar una cantidad indefinida lo hace usando las palabras adecuadas para comunicarlo.

No es correcto enseñar que Apocalipsis 20 es el único pasaje en la Biblia que habla del reino terrenal de Cristo. Tampoco es correcto decir que la enseñanza de un reino terrenal del Mesías es producto de la teología rabínica. Apocalipsis 20 es el único pasaje que enseña que el reino terrenal del Mesías durará mil años, pero no es el único pasaje que enseña la realidad de dicho reino. La realidad de un reino mesiánico terrenal no es un invento de los rabinos judíos, sino que es enseñanza clara de las Escrituras, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento (véanse lsaías 4:2-6; 11:1-16; 32:1-3; 35:1-10; 60:1-62:12; 65:17-26; Daniel 2:44; 7:13-28; Lucas. 1:32, 33; Mateo 19:28-30; 25:31-40; 1 Corintios 15:25-26; 2 Timoteo 4:1; Apocalipsis 5:10; 11:15; 20:4-6).

Decir que es el único pasaje de la Biblia que enseña el tema de un reinado terrenal de Cristo es una opinión abiertamente prejuiciada. El reto que el exégeta confronta y su tarea insoslayable es hacer un trabajo exegético que incluya los pasajes importantes de la escatología bíblica. Esos pasajes deben ser analizados cuidadosamente e interpretados sobre la base de una hermenéutica normal o natural que tome en cuenta el uso del lenguaje figurado dentro del contexto del pasaje. No es correcto utilizar una hermenéutica alegórica para interpretar la profecía bíblica y otra literal para interpretar el resto de la Biblia. Utilizar dos sistemas hermenéuticos para interpretar las Escrituras es incongruente e innecesario. El expositor bíblico debe ser congruente con el quehacer hermenéutico. La tarea hermenéutica requiere paciencia y objetividad. Exige equilibrio teológico e investigación cuidadosa. Mantener el rumbo correcto es la responsabilidad constante de todo buen expositor de las Escrituras. Finalmente, el intérprete tiene que aplicar el principio de la justificación o de la convalidación. El intérprete bíblico tiene la responsabilidad de dar razones claras y justificadas de por qué afirma que un pasaje enseña lo que él cree que enseña.

El Apocalipsis culmina con la maravillosa visión de la nueva creación. Dios ha prometido crear un nuevo cielo y una nueva tierra. Esa nueva creación será tan sobrenatural como la antigua creación. La nueva creación estará libre de toda contaminación. El pecado será destruido para siempre. Todos los enemigos de Dios estarán en el lago de fuego.

La nueva Jerusalén será la eterna habitación de los redimidos del Señor. La hermosura ele la ciudad es tal que el vocabulario humano es insuficiente para describirla. Dios el Padre y el Cordero estarán en medio de ella. Las naciones llevarán sus mejores regalos a la ciudad santa. Hay un río de agua de vida que sale del mismo trono de Dios y del Cordero. También estará en medio de la calle de la ciudad el árbol de la vida que produce una abundante cosecha cada mes. Las hojas del árbol son para el disfrute de las naciones. No habrá allí maldición ni noche. Los redimidos servirán al Señor y verán Su rostro. El Apocalipsis concluye con el mismo tema con el que comienza. Afirma de manera contundente que Cristo, el Señor de señores y Rey de reyes, viene otra vez a esta tierra (véase 22:7, 12, 17, 20). Dios cumplirá Su promesa. La soberanía de Dios será reconocida universalmente. El plan eterno de Dios para Su creación será realizado.

El mensaje del Apocalipsis es, por un lado, consolador. El libro enseña que el mal no continuará para siempre. Los redimidos del Señor entrarán en el descanso eterno cuando habiten en la casa del Padre. Todos los que se han identificado con el Mesías disfrutarán de las bendiciones de Dios en la nueva Jerusalén. Pero también hay un mensaje de advertencia en el Apocalipsis. El libro advierte a todos los que se rebelan contra Dios que las consecuencias serán terribles. Dios juzgará en santidad y justicia a todos los inicuos.

El predicador y evangelista debe exponer con toda claridad este mensaje. Debe hacerlo con sobriedad y sin excesos emocionales, pero debe hacerlo. Los juicios anunciados en el Apocalipsis no son ilusorios ni metafóricos, sino realidades sorprendentes. Evidentemente, la humanidad que ha de experimentar esos juicios no será ignorante de su naturaleza ni de su magnitud (véase 6: 15-17). El predicador debe advertir a sus oyentes que la gracia de Dios aún funciona en el mundo. Que el Dios de infinita misericordia perdona, recibe y salva a todo aquel que confía en el Mesías para su salvación. También debe advertirles que quien rechace la oferta de salvación se perderá para siempre. Este mensaje se deriva claramente del contenido del Apocalipsis. Además, el oyente debe entender que la gracia de Dios tendrá un límite. El día viene cuando el pecador no arrepentido tendrá que comparecer delante del tribunal de Dios. Quien no tenga su nombre inscrito en el libro de la vida se perderá para siempre (véanse Juan 3: 18; Apocalipsis 20.15).

Resumiendo

El Apocalipsis es un libro tanto teológico como práctico. No sólo expone toda la gama de doctrina bíblica sino que también trata cuestiones que tienen que ver con la vida cotidiana del hombre. El libro mira al pasado. Considera el plan eterno de Dios con Su creación. Destaca la obra redentora de Cristo mediante Su muerte en la cruz y Su gloriosa resurrección. También contempla el presente. Expone la responsabilidad de la iglesia y su misión en este mundo. También trata los problemas del hombre inconverso, su rebeldía, su orgullo, su autosuficiencia y le ofrece el Evangelio como la única solución para su problemática. El Apocalipsis, primordialmente, mira al futuro, a la realización del propósito de Dios. Esta realización pasa por la segunda venida de Cristo en gloria. Este es el centro del mensaje del Apocalipsis. La gloriosa manifestación de Cristo traerá consigo el reino de Dios prometido en las Escrituras del Antiguo Testamento. Hay un reino espiritual presente, pero éste no debe confundirse con el reino milenial o mesiánico. Tampoco debe confundirse el reino eterno en la nueva Jerusalén con el reino del Mesías en la tierra. El Apocalipsis pone de manifiesto estos temas. Son temas de actualidad para el hombre hoy y deben predicarse con equilibrio y fidelidad.

Finalmente, debe recordarse que el Apocalipsis fue escrito en un tiempo de serios problemas político-sociales y morales. El Imperio Romano era corrupto, dictatorial, injusto con los cristianos e indiferente al mensaje del Evangelio. La injusticia social y la discriminación eran evidentes cuando el Apocalipsis llegó a las manos de sus lectores originales. El predicador y el cristiano de hoy pueden identificarse con el mensaje del Apocalipsis porque también hoy existe la opresión, la injusticia social y la persecución contra los cristianos. También hoy hay opresores tan crueles o incluso peores que los que existieron cuando el Apocalipsis fue escrito. El creyente puede encontrar un dulce consuelo en el estudio de este libro al percatarse que Dios le hará justicia. Hay un futuro glorioso para el pueblo de Dios. De modo que el hombre de fe debe esperar con paciencia el día de la manifestación de esa justicia. Pero mientras aguarda ese día, debe dar activo testimonio en el mundo del mensaje del Apocalipsis: Cristo viene y sólo aquellos que hayan puesto su fe en Él para salvación podrán disfrutar de las eternas bendiciones que Él tiene preparadas. Los incrédulos e injustos de ninguna manera disfrutarán de dichas bendiciones.

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