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lunes, 30 de septiembre de 2013

LAS PROVISIONES DE DIOS PARA EL HOMBRE – Serie Todas las Doctrinas de la Biblia


Los siguientes artículos tienen que ver con ocho de las abundantes provisiones de Dios para la seguridad, la felicidad y el bienestar del alma humana.

Después de la caída vergonzosa del hombre en el Huerto de Edén, Dios, por Su gracia, restauró al hombre al favor divino, haciendo provisiones para nuestra redención al darnos a Su Hijo unigénito.

Dios nos ha revelado la verdad acerca del pasado, del presente y del futuro, los cuales nunca hubiéramos conocido por nosotros mismos.

Dios instituyó el hogar. Es en el hogar donde los hijos, durante el período de sus vidas en que forman sus hábitos, pueden ser amparados, instruidos para servir y enseñados para hacerle frente a los problemas de la vida.

El Señor ha establecido la iglesia donde el pueblo de Dios puede gozar de la comunión con otros creyentes. Como pueblo de Dios podemos fortalecernos en la fe, servirnos los unos a los otros y unir nuestros esfuerzos a fin de ganar a los perdidos para Dios.

Dios ha establecido el gobierno civil para mantener el orden civil de la sociedad, mientras que los hijos de Dios, como extranjeros y peregrinos, se dirigen hacia una ciudad cuyo arquitecto y constructor es Dios.

Dios ha apartado un día en el cual podemos descansar de los trabajos y cuidados terrenales, y entregarnos a la adoración de Dios y al fortalecimiento del hombre interior.

Además de todas estas bendiciones Dios nos provee el ministerio (servicio) de los ángeles. Ellos son los mensajeros espirituales de Dios para servir a los “herederos de la salvación”. Los ángeles tienen una relación estrecha con el hombre en esta vida y por la eternidad.

“Alaben la misericordia de Jehová, y sus maravillas para con los hijos de los hombres” (Salmo 107:8).

CAPÍTULO 13

La gracia

“Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira” (Romanos 5:8–9).

La historia del género humano, apartado de Dios, puede resumirse en una sola palabra: fracaso. Pero la maravillosa gracia de Dios opera en el alma del hombre arrepentido para que pueda ser reconciliado con Dios por la eternidad. Veamos la historia de los fracasos del hombre junto con el trato misericordioso de Dios con él.

En el Edén

“He aquí, solamente esto he hallado: que Dios hizo al hombre recto, pero ellos buscaron muchas perversiones” (Eclesiastés 7:29).

1. El fracaso original del hombre

El hombre estaba en el hermoso paraíso de Dios y reflejaba la imagen de Su Creador. Estaba libre del dominio del pecado y de la muerte. Poseía la tierra y estaba alegre en un mundo sin pecado, gozando de la comunión diaria con Dios.

Pero el hombre pecó. Perdió su inocencia y trató de esconderse de la presencia de Dios. Por desobediencia, el hombre perdió su posición en la familia de Dios y se hizo hijo del diablo.

2. La gracia de Dios

Pero Dios fue misericordioso. Él le comunicó al hombre el significado de su caída vergonzosa juntamente con la promesa bondadosa de un Redentor. Por supuesto, el Edén fue arruinado; pero Dios ya tenía preparado otro paraíso glorioso, “el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo” (Mateo 25:34). Este paraíso glorioso es la morada eterna del hombre con Cristo. La abundancia de la gracia de Dios se manifiesta al restaurar al hombre caído al favor y a la santidad de Dios.

Dios le concedió al hombre la oportunidad de comenzar de nuevo por medio de Su gracia.

La familia de Adán

1. El fracaso del hombre

A Adán y a Eva les nació un hijo. El corazón de aquella madre palpitó con gran gozo cuando exclamó: “Por voluntad de Jehová he adquirido varón” (Génesis 4:1). Pero este varón llegó a ser un asesino. Caín mató a Abel porque su corazón estaba lleno de envidia y enojo debido a que el sacrificio de Abel fue aceptado mientras que el suyo fue rechazado. Aunque Caín fue expulsado de delante de los hombres esta advertencia no les sirvió a ellos por mucho tiempo. Con el transcurso del tiempo la maldad de los hombres aumentó tanto que la justicia de Dios no se hizo esperar. El juicio de Dios cayó sobre el género humano en la forma de un diluvio universal.

2. La gracia de Dios

Pero Dios fue misericordioso. Viendo que Noé era justo, Dios preservó al género humano por medio de él. También preservó una simiente del ganado, las bestias, las aves y de todo reptil. Todos fueron protegidos en el arca durante el gran diluvio que Dios mandó para raer el pecado de la faz de la tierra (Génesis 7).

Fue por medio de Noé que se le concedió al hombre la oportunidad de empezar de nuevo.

La familia de Noé

1. El fracaso del hombre

Sin embargo, una vez más el hombre demostró cuán vil era. Al poco tiempo después del diluvio los hombres nuevamente llegaron a ser muy pecaminosos. En su orgullo intentaron edificar una torre que llegara hasta el cielo.

2. La gracia de Dios

Pero Dios fue misericordioso. El juicio de Dios cayó sobre ellos mientras edificaban la torre de Babel y la gente fue dispersada por toda la tierra. Aunque esto frustró los esfuerzos de los hombres, no obstante la corriente de maldad se detuvo sólo brevemente. Luego Dios llamó a Abram de entre sus parientes y sus amigos (Génesis 12) para llegar a ser “padre de muchedumbre de gentes” (Génesis 17:4). Abram obtuvo esta promesa: “Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (Génesis 12:3). Abraham obedeció.

Fue por medio de Abraham que se le concedió al hombre la oportunidad de empezar de nuevo, una vez más.

La familia de Abraham

1. El fracaso del hombre

Pero Abraham, aunque era justo y favorecido por Dios, era humano. Al seguir el curso de sus descendientes por Palestina, Egipto, el desierto y otra vez en Palestina vemos que llegaron a ser una nación poderosa. Pero Israel se olvidó de Dios. El pecado arruinó la nación hasta que por fin Dios la entregó en manos de sus enemigos.

2. La gracia de Dios

Pero Dios fue misericordioso. A Él no se le había olvidado la promesa que en la simiente de Abraham serían benditas todas las naciones de la tierra. A su tiempo la simiente de Abraham, el Redentor viviente que primeramente había sido prometido a Eva y que después fue descrito por los profetas, vino a este mundo pecaminoso “a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10). “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). (Léase también Romanos 5:15.)

Por medio del Señor Jesucristo, “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29), se le concedió al hombre otra vez la oportunidad de empezar de nuevo.

La familia de Dios, el fruto de la gracia

El hombre apartado de Dios siempre fracasa. La condición tan desafortunada del género humano se explica por el hecho de que muchos no creen en Dios. Aun entre los que dicen que creen en Dios hay muchos que están tratando de alcanzar el cielo por medio de “la torre de Babel” (esfuerzos humanos) en lugar de hacerlo por medio del camino del Señor Jesucristo (la gracia de Dios).
Sin embargo, aunque todo el esfuerzo humano es vanidad, la obra de Dios en los corazones de los hombres es gloriosa. Desde los días de Adán la familia de Dios ha crecido, no pasando ni una generación sin que nuevos miembros sean añadidos a Su familia.

El pueblo de Dios comenzó a “invocar el nombre de Jehová” antes del diluvio (Génesis 4:26). La Biblia dice que “caminó, pues, Enoc con Dios, y desapareció, porque le llevó Dios” (Génesis 5:24). El escritor del libro de Hebreos menciona en el capítulo 11 una lista de hombres fieles que formaron parte de esa “tan grande nube de testigos” (Hebreos 12:1) que se acogieron a la gracia de Dios. Pedro, refiriéndose al pueblo de Dios en la época presente, dice: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2:9). Sí, la familia de Dios está creciendo. Al fin del tiempo presente se verá que hay una multitud innumerable en el cielo con Dios, pues la Biblia dice:

“Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos; y clamaban a gran voz, diciendo: La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero. Y todos los ángeles estaban en pie alrededor del trono, y de los ancianos y de los cuatro seres vivientes; y se postraron sobre sus rostros delante del trono, y adoraron a Dios, diciendo: Amén. La bendición y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y la honra y el poder y la fortaleza, sean a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén. Entonces uno de los ancianos habló, diciéndome: Estos que están vestidos de ropas blancas, ¿quiénes son, y de dónde han venido? Yo le dije: Señor, tú lo sabes. Y él me dijo: Estos son los que han salido de la gran tribulación, y han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero” (Apocalipsis 7:9–14).

Concluimos citando Tito 2:11–14:

“Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras.”

CAPÍTULO 14

La revelación

“Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios” (1 Corintios 2:10).

Un agnóstico, estando parado al lado de la sepultura de su hermano, pronunciaba una oración fúnebre. Entonces alguien le hizo la pregunta: “Si el hombre muriere, ¿volverá a vivir?” El hombre respondió: “La esperanza dice: ‘Sí’; la razón dice: ‘No’”. No podía decir más, pues al rechazar la revelación de Dios el conocimiento humano se ve limitado a la ley natural y a la finita comprensión humana del mundo de ultratumba.

Pero cualquier cristiano puede decir con certeza: “Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo; y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios” (Job 19:25–26). “Porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles” (1 Corintios 15:52). “Y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tesalonicenses 4:17).

¿Por qué esta diferencia? La respuesta se halla en una palabra: “revelación”. “El hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios” (1 Corintios 2:14). Por tanto, no puede resolver los misterios del pasado, ni penetrar los dominios más allá de la tumba. En esto, el filósofo incrédulo y el pagano de la selva son iguales. Hay misterios que, sin la ayuda de la revelación de Dios, no pueden ser resueltos por la mente humana. El origen de la materia, el origen de la vida, el origen del hombre, el destino eterno del hombre, y muchos otros temas han desafiado y frustrado las investigaciones del hombre incrédulo por miles de años. Estos temas siempre serán misterios para los que rechazan las Escrituras. Los mismos están más allá de nuestra capacidad humana. La única manera de entender tales cosas es por medio de aceptar la información de Aquel que todo lo sabe.

El hijo de Dios aprovecha la oportunidad de aprender lo que el incrédulo rechaza. Él mira el pasado y aprende que “en el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Génesis 1:1). Mirando al futuro, él se asegura que “no todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados” (1 Corintios 15:51–52). “Como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu” (1 Corintios 2:9–10). El creyente acepta estas revelaciones y así llega a entender cosas aun más profundas. Pero el incrédulo rechaza la revelación de Dios y de esa manera continúa vagando en oscuridad.

Las revelaciones, verdaderas y falsas

Si una revelación viene de Dios, de nuestro prójimo, de un libro, de la naturaleza o de cualquier otra fuente; quien la revela tiene que tener el conocimiento verdadero de las cosas reveladas, de lo contrario, tal revelación es falsa. Una revelación no puede ser auténtica a menos que quien la revela sepa de lo que está hablando.

¿Quién conoce a fondo todo lo que tiene que ver con la eternidad, sino Dios? Dios ha escogido Su Palabra, la Biblia, como el medio para revelar al hombre estas verdades eternas. Tales expresiones como: “Así dice Jehová”; “Dice Dios”; “Jehová dijo”; “Dios dijo”, se encuentran muchas veces en la Biblia, demostrando que este Libro afirma que es la Palabra de Dios. Muchos preguntan: “¿Qué parte de la Biblia es digna de confianza como mensajera de las revelaciones de Dios?” Respondemos sin vacilación: “Toda”. Todas las revelaciones que vienen de Dios son verdaderas.

En el tiempo del Antiguo Testamento “Dios, [habló] muchas veces y de muchas maneras...a los padres por los profetas”, pero ahora “nos ha hablado por el Hijo” (Hebreos 1:1–2). En otras palabras, en las dos épocas Dios ha tenido Sus portavoces autorizados por quienes revelaba Su Palabra y Su voluntad a los hombres. Refiriéndose a las Escrituras del Antiguo Testamento, Pablo escribió esto: “Toda la Escritura es inspirada por Dios” (2 Timoteo 3:16). Además, con relación a los profetas del Antiguo Testamento, Pedro escribió: “Hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Pedro 1:21).

Acerca de las escrituras del Nuevo Testamento algunos han promovido la idea necia y dañina que la parte más valiosa son los Evangelios mientras que el resto son simplemente “los escritos de los apóstoles”. No obstante, todo lo que sabemos de Cristo y de Su palabra fue revelado por la predicación y los escritos de los apóstoles y sus colaboradores. Ellos escribieron la parte biográfica del Nuevo Testamento (los cuatro evangelios y los hechos de los apóstoles), la parte epistolar (las cartas apostólicas desde Romanos hasta Judas y la parte apocalíptica (el libro de Apocalipsis). El apóstol Juan escribió uno de los evangelios, tres de las epístolas y el libro de Apocalipsis. Respecto a este último libro, Juan declara francamente que es “la revelación de Jesucristo” (Apocalipsis 1:1).

Los apóstoles fueron comisionados para proclamar el Evangelio eterno de Cristo en toda su plenitud a un mundo perecedero (Mateo 28:18–20; Marcos 16:15; Lucas 24:46–47; Hechos 1:8; 9:15). Este Evangelio del Señor Jesucristo era lo que ellos proclamaban oralmente o por escrito dondequiera que iban. (Léase Romanos 1:16; 2:16; 1 Corintios 14:37; 2 Corintios 4:5; Gálatas 1:8–9; 2 Tesalonicenses 2:15; 1 Timoteo 1:11; Apocalipsis 14:6) De manera que todo el Nuevo Testamento es la palabra de Cristo.

Cómo Dios se revela al hombre

1. Por medio del Señor Jesucristo (léase Hebreos 1:1–4).

2. Por medio de las Escrituras (la Biblia).

¿Habrá algo que quisiéramos saber acerca de la creación, acerca del destino del hombre u otra cosa fuera del alcance del entendimiento humano? Las respuestas a estas interrogantes las podemos encontrar sólo en la Biblia. En este libro divino el lector puede saber con relación al pasado, al presente y al futuro. Por supuesto, Dios en Su sabiduría infinita no nos ha revelado todos Sus planes, pero nos ha revelado lo suficiente para que creamos en Él (lea Deuteronomio 29:29). La Biblia es la única fuente de información a la cual el lector puede acudir para aprender cosas que habrían permanecido ocultas para siempre, de no ser por las revelaciones en este libro de Dios.

3. Por medio de la naturaleza

El salmista, hablando por inspiración de divina, podía escudriñar los cielos estrellados y decir: “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos” (Salmo 19:1).

Una generación de científicos basando sus conclusiones sobre sus opiniones y observaciones limitadas decide que algunas partes de la Biblia no son ciertas. Otra generación de científicos que ha hecho más observaciones y estudios descubren que la Biblia no está equivocada, sino sus críticos. Y así continuará hasta que el hombre vea a Dios “cara a cara” (Génesis 32:30; 1 Corintios 13:12). Allí el hombre se dará cuenta de que todas las palabras y las obras de Dios concuerdan perfectamente.

4. Por medio del Espíritu Santo

Acerca de los misterios que el hombre natural no puede percibir, Pablo dice: “Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu” (1 Corintios 2:10). Cuando el Espíritu de Dios entra en el alma del hombre la Biblia se convierte en un mensaje nuevo. “El hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Corintios 2:14). El Espíritu Santo le da al hijo de Dios un discernimiento de la Biblia lo cual el hombre incrédulo más inteligente nunca puede alcanzar. (Léase Juan 14–16 para ver lo que dice Cristo acerca de la obra del Espíritu Santo.)

5. Por medio del ministerio de los ángeles

Fue por medio de los ángeles que Abraham supo acerca de la venida del hijo de la promesa (Génesis 18:1–15). De la misma manera se le comunicó al patriarca acerca de la destrucción inminente de Sodoma (Génesis 18:16–22). Lot fue advertido del juicio de aquella ciudad por medio de los ángeles (Génesis 19:12–13).

Veamos a continuación otros ejemplos de la obra de estos espíritus ministradores. A Balaam se le recordó que había recibido aviso acerca de su desobediencia a Dios (Números 22:26–35). A Zacarías le informaron de la venida de Juan el Bautista (Lucas 1:11–25). A María y José les fue revelado acerca del nacimiento del Señor Jesús (Lucas 1:26–38; Mateo 1:18–2l). Los pastores de Belén recibieron las noticias del nacimiento del Señor (Lucas 2:10–14). A José y a María se les dio instrucciones para que huyeran a Egipto (Mateo 2:13–15). A los discípulos se les aseguró que el Señor Jesús volvería de nuevo (Hechos 1:11). Pedro y Cornelio se conocieron el uno al otro, y la puerta del evangelio fue abierta a los gentiles (Hechos 10). Dios reanimó a Pablo y le dio seguridad respecto de sí mismo y de toda su compañía en el naufragio (Hechos 27:23–26).

6. Por visiones y sueños

Fue por medio de una visión que Abraham supo que los hebreos estarían 400 años en Egipto (Génesis 15:12–16). También fue una visión en Betel lo que marcó un punto importante en la vida de Jacob (Génesis 28). En esta visión Jacob vio una escalera que llegaba hasta el cielo y a los ángeles que subían y descendían por ella. Los sueños de José, por los cuales llegó a tener el apodo de “el soñador” (Génesis 37:19), nada más y nada menos fueron las revelaciones de Dios para él. Los sueños de Faraón, del jefe de los coperos y del jefe de los panaderos demuestran que hubo otros, además del pueblo de Dios, a los cuales Dios se manifestó por medio de visiones y sueños. Darío y Nabucodonosor también tuvieron sueños de parte de Dios. Las visiones de los magos, de Pedro, de Cornelio, de Pablo y de Juan son pruebas de que este método de comunicación divina se extendió a los tiempos del Nuevo Testamento, pero sólo hasta que este fue completado. [Nota: Debemos tener siempre presente que los sueños y las visiones prevalecieron cuando la Biblia no estaba completa ni al alcance de todas las personas. Ahora “tenemos la palabra profética más segura” (2 Pedro 1:19). El Señor Jesucristo lo expresó inequívocamente en Mateo 24:15. Cuando se refiere a la futura abominación desoladora, el Señor dice: “el que lee entienda”, poniendo a la revelación escrita (la Biblia) muy por encima de cualquier otro tipo de comunicación espiritual. No se le dará al hombre ya ninguna otra revelación sobrenatural. “Entender” la mente y el propósito de Dios depende ahora de la lectura y el estudio cuidadoso de lo que Él ya ha revelado en el Canon Sagrado: "la fe que ha sido una vez dada a los santos" (Judas 3)].

7. Por medio de la conciencia (léase Romanos 2:14–16).

No existe conflicto entre las revelaciones divinas

¿Se contradicen entre sí las revelaciones de Dios? Nunca. Si existen supuestas revelaciones que se contradicen queda claro que las mismas no provienen de Dios. La Biblia nos amonesta “probad los espíritus si son de Dios” (1 Juan 4:1). ¿Acaso las revelaciones que recibimos están en armonía con Dios? Cuando escuchamos supuestas “revelaciones” que se dicen son de Dios debemos hacer como los de Berea (Hechos 17:11). Escudriñemos las Escrituras diligentemente para ver si estas cosas son ciertas. No puede haber ninguna revelación de Dios que no esté en armonía perfecta con la Palabra de Dios, la Biblia.

Conclusión

¿Qué fue lo que capacitó a los “niños” para recibir lo que “los sabios y... entendidos” (Mateo 11:25) no comprendieron? La fe. ¿Qué es lo que capacita al campesino analfabeto para comprender más de la bondad, el amor y el poder de Dios que algunos de los hombres más educados no entienden? La fe. ¿Qué es lo que capacita al hijo de Dios para escudriñar los misterios del pasado y del futuro, mientras que los hombres mundanos que se han pasado la vida tratando de entender tales misterios han aprendido tan poco? La fe. Es por medio de la fe que la persona recibe los misterios de las edades. Donde no existe la fe, tales misterios no pueden ser revelados.

El hijo de Dios tiene muchos motivos para dar gracias a Dios por las muchas revelaciones maravillosas que ha recibido de Él. Al mirar hacia atrás podemos ver la puerta del pasado abrirse y por fe escuchamos las palabras: “En el principio... Dios”. Si miramos hacia arriba podemos contemplar por fe cómo desciende un halo de luz divina sobre el tiempo actual. Cuando miramos hacia delante por fe vemos que la puerta al futuro comienza a abrirse ante los ojos del hombre, mientras oímos las palabras: “He aquí, os digo un misterio....” Así el cielo y la tierra se llenan de la luz de Dios.

CAPÍTULO 15

La Biblia

“Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:16–17).
La Biblia es el único libro dado por revelación directa de Dios al hombre. La palabra “Biblia” se deriva del griego biblos, que significa “libro”. La Biblia es nuestro Libro Sagrado porque no hay ningún otro que tenga tal autoridad o Autor semejante.

La inspiración de la Biblia

Creemos en la inspiración verbal de la Biblia. Es decir, el Espíritu Santo guió a hombres santos a que escribieran cada palabra que aparece en los escritos originales. Aunque se pueden notar las características personales en el estilo de los escritores, sus voluntades estaban completamente bajo el control del Espíritu Santo. Los escritores no escribieron ni una sola palabra por motivos propios (2 Pedro 1:20–21).

Creemos también en la inspiración plenaria de la Biblia. Esto quiere decir que toda la Biblia, desde el principio hasta el fin, fue dada por inspiración verbal.

La Biblia no explica detalladamente cómo los escritores recibieron la inspiración del Espíritu Santo. Pero nos dice que debemos reverenciar las palabras que escribieron. “Si alguno quitare de las palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del libro de la vida, y de la santa ciudad y de las cosas que están escritas en este libro” (Apocalipsis 22:19).

En Gálatas 3:16, Pablo nos da a entender en su escrito la importancia de analizar hasta la más mínima letra de las Escrituras. Él explica que la promesa de Dios a Abraham (Génesis 13) “no dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo” (Gálatas 3:16). Si Dios hubiera dicho “simientes” se hubiera referido a los hijos de Abraham, pero porque dijo “simiente” sabemos que se refirió al Señor Jesucristo. En este caso podemos observar cómo de una sola letra depende una doctrina cristiana muy importante. Con razón Cristo dio tanto énfasis en la importancia de cada jota y cada tilde de la ley (Mateo 5:18).

Algunos se han preguntado: “¿Por qué la personalidad y el estilo de los escritores se hace tan evidente si la Biblia no es escritura de hombres, sino de Dios?” Vamos a ilustrar nuestra respuesta con un breve ejemplo: Usted pasa frente a una casa que ha sido pintada recientemente de muchos colores. Entonces pregunta: “¿Cuántos pintores trabajaron en esa casa?” “Solo uno”, le contestan. “¿Pero, por qué tantos colores si fue sólo un pintor?” “Pues, no es difícil explicárselo; este pintor mezcló sus pinturas y produjo muchos colores para así pintar la casa a su gusto.” Esto nos da una idea en cuanto a ese Gran Autor del libro divino que escogió muchas personalidades para expresar su mensaje. De esta forma este Libro Divino es más útil y más adecuado para suplir las necesidades de las personas que lo leen. Puesto que una parte de la Biblia está escrita en el lenguaje de Moisés, otra en el de Pablo y otras en los de otros escritores, muestra que Dios usó al hombre para escribir su mensaje y no solamente a su pluma. Todos estos “santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo”.

La Biblia es auténtica en su materia, autoritaria en sus mandamientos, sin error en sus escritos originales y también la única regla infalible de fe y práctica (2 Samuel 23:2; Salmo 12:6; 139:7–12; 2 Timoteo 3:16–17).

1. Las Escrituras del Antiguo Testamento son inspiradas por Dios

Pablo se refiere a las Escrituras del Antiguo Testamento cuando dice: “Toda la Escritura es inspirada por Dios” (2 Timoteo 3:16). Pedro aclara que los Escritos son inspirados porque los escritores fueron inspirados por Dios. Él dijo que “ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Pedro 1:20–21). Existen muchas declaraciones que demuestran que las Escrituras del Antiguo Testamento fueron inspiradas por Dios. En varias ocasiones en el Antiguo Testamento encontramos expresiones tales como: “Jehová el Señor dice así” y “Así ha dicho Jehová”. De igual forma “vino esta palabra de Jehová a Jeremías, diciendo: Toma un rollo del libro, y escribe en él todas las palabras que te he hablado contra Israel” (Jeremías 36:1–2). De la misma manera el Señor vino a Ezequiel diciéndole que hablara a los hijos de Israel, diciendo: “Les hablarás, pues, mis palabras” (Ezequiel 2:7). Existen muchas expresiones semejantes en toda la Biblia.

Los escritores del Nuevo Testamento entendieron que las Escrituras del Antiguo Testamento eran el mensaje de Dios hablado por medio de Sus siervos. En el momento de escoger a Matías para el apostolado, Pedro citó la Escritura, diciendo: “El Espíritu Santo habló antes por boca de David” (Hechos 1:16). El libro de Hebreos comienza con estas palabras: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo” (Hebreos 1:1–2).

2. Las Escrituras del Nuevo Testamento son inspiradas por Dios

En lo concerniente a la inspiración de las Escrituras del Nuevo Testamento las mismas son tan enfáticas y firmes como las del Antiguo Testamento. Pablo, escribiendo a los corintios, dice: “hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu” (1 Corintios 2:13). Más adelante en la misma epístola él dice: “Si alguno se cree profeta, o espiritual, reconozca que lo que os escribo son mandamientos del Señor” (1 Corintios 14:37). Esta declaración concuerda con lo que el Señor le había dicho a Ananías acerca de Pablo, como se nota en Hechos 9:15. Pablo también les escribe a los tesalonicenses diciéndoles: “Cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios...Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor” (1 Tesalonicenses 2:13; 4:15).

Los apóstoles advirtieron contra las falsificaciones de la Palabra de Dios. Ellos aceptaron como genuino los cuatro evangelios, los Hechos de los Apóstoles, las epístolas de Pablo, Santiago, Pedro, Juan y Judas, y el Apocalipsis. (Lea Gálatas 1:8–9; 2 Pedro 3:15–16; 2 Juan 7–10; Judas 3; Apocalipsis 22:18–19.)
La Biblia llega a nosotros con una declaración imponente e inflexible que no es un libro hecho por hombres, sino un libro cuyo Autor real y único es el Dios vivo y eterno.

3. Dios usó a hombres imperfectos para llevar un mensaje perfecto al mundo

La Biblia habla de las faltas de Moisés, de Pedro, de Pablo, de Juan y de otros escritores de la misma. Pero ninguna de estas imperfecciones, aunque reveladas en la Palabra inspirada, alteran en alguna manera el valor o la perfección del mensaje divino.

En ocasiones Dios mandó a los profetas a declarar profecías que ellos mismos no entendieron. Por ejemplo, vea la perplejidad de Daniel cuando el Señor puso la última profecía en su boca (Daniel 12:4–8). Entonces vuelva a 1 Pedro 1:10–11 para que vea un testimonio que muestra que los profetas no entendieron todo lo que profetizaron. Esto demuestra que mientras Dios obraba por medio de hombres imperfectos, Él trajo por medio de ellos un mensaje perfecto al mundo.

Evidencias de la Inspiración Divina

A continuación presentamos algunas de las evidencias principales que demuestran que la Biblia fue inspirada por Dios mismo.

1. El cumplimiento de la profecía

Entre los datos más sobresalientes que tenemos en el Antiguo Testamento aparecen más de trescientas profecías que se refieren al Mesías. Cada una de estas profecías se cumplió al pie de la letra en la persona del Señor Jesús, el Cristo. Los profetas predijeron que Él sería de la tribu de Judá (Génesis 49:10); que había de nacer de una virgen (Isaías 7:14); que nacería en Belén de Judea (Miqueas 5.2); que sería llamado de Egipto (Oseas 11:1; Mateo 2:15); que se enviaría un mensajero delante de Él (Isaías 40.3; Malaquías 3:1); que enseñaría por parábolas (Salmo 78:2); que sería paciente a la hora de la prueba y la tribulación (Isaías 53); que sería vendido por treinta piezas de plata (Zacarías 11:12–13) con las cuales se compraría el campo del alfarero. En fin, todas estas profecías fueron cumplidas, además de muchas otras más que no podrían haber sido predichas por sabiduría humana ni nadie las hubiera podido adivinar. Muchas de estas profecías podrían haber parecido improbables e increíbles en el tiempo en que se profetizaron.

La profecía de Daniel en la visión de las cuatro bestias (Daniel 7), junto con la interpretación de esta visión, nos da una descripción exacta de lo que pasó después en la historia de las naciones, y algunos elementos de las mismas se refieren a lo que está aconteciendo en el mundo actual.

Los profetas no solamente predijeron las destrucciones de las ciudades y las naciones de aquel entonces, sino que también describieron algunos de los detalles de dichas destrucciones. Y así ha sucedido. Hasta la historia secular de los pueblos ha archivado el cumplimiento de algunas de estas profecías como hechos verídicos.

Por ejemplo, Ezequiel profetizó contra Tiro (Ezequiel 26:4–12), que llegó a ser el orgullo de los mercaderes y la envidia de las naciones en aquella época. Estas profecías se cumplieron en los días de Alejandro, cuando toda la ciudad llegó a ser una gran ruina.

La desolación de Egipto sucedió siglos después de la profecía tal y como está descrita en Ezequiel 29–30. La historia secular confirma de manera detallada las profecías de Ezequiel en cuanto a lo que ocurrió en Egipto. La profecía es historia escrita de antemano. Esto se verifica en el cumplimiento de las profecías acerca de la desolación de Babilonia, Siria, Medo-Persia, Grecia, Roma, Cartago y otras naciones. La desolación y la destrucción completa de Jerusalén, predicha por Cristo, y la dispersión de los judíos entre las naciones de la tierra, predicha por los profetas, se presentan en los escritos de Josefo y se confirman en la historia de los judíos.

Esto comprueba que estas profecías no podían ser el resultado de la sabiduría humana. Sería una locura tan sólo suponer que las mismas fueron nada más que especulaciones humanas. Cada una de estas profecías prueba que la Biblia fue escrita por hombres que fueron guiados por una Mente Infinita, por el Dios del cielo y de la tierra, que ve y conoce todas las cosas antes de que sucedan.

2. La unidad de la Biblia

La Biblia se compone de sesenta y seis libros que fueron escritos aproximadamente durante un período de quince siglos. Fue escrita por alrededor de cuarenta escritores quienes ocupaban diferentes puestos, desde el rey sobre el trono hasta el cautivo en tierra pagana; desde Moisés y Pablo que fueron hombres muy bien educados hasta Pedro y Juan que fueron “hombres sin letras y del vulgo” (Hechos 4:13). La misma fue escrita antes, durante y después que Israel se convirtió en una nación. Pero a pesar de todo lo expuesto existe una armonía bella e impresionante que prueba la presencia de la mente de un Maestro que inspiró a todos estos escritores. En otras palabras: “Nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Pedro 1:21).

3. Su preservación a través de las edades

Ningún libro jamás ha sido puesto a pruebas tan severas como la Biblia. Aunque los judíos fueron llevados a tierras paganas llevaron consigo las Escrituras y las preservaron allá. A través de los años muchos falsos profetas han imitado tan ingeniosamente las escrituras que la gente difícilmente ha podido distinguir entre la Palabra inspirada de Dios y la palabra falsa de los falsos profetas. Durante los primeros siglos de la era cristiana se hicieron muchos esfuerzos para acabar con esta “secta” que floreció después de la crucifixión del Señor Jesús. Por toda la historia de los siglos se han hecho esfuerzos para suprimir el mensaje de la Biblia utilizando el fuego, la espada y muchos otros métodos. Sin embargo, la palabra de Dios vive. En toda generación han existido hombres que, llenos del orgullo a causa de sus intelectos y conocimientos, enseñaron a la gente que la Biblia debía creerse en su totalidad solamente por los ignorantes y los supersticiosos. Pero a pesar de todas estas oposiciones este libro antiguo aún permanece. En la actualidad este libro tan maravilloso es más popular que cualquier otro libro que jamás se haya impreso. En realidad, la Biblia es y será la misma siempre.

4. Su integridad

La Biblia es el único libro que nunca ha tenido que cambiar su mensaje a causa de los avances de la ciencia. No es un libro de ciencia; sin embargo, todo lo que dice es científicamente correcto. Esto no se puede decir de cualquier otro libro o tratado jamás escrito. Los naturalistas, astrónomos, geólogos, historiadores y hombres de renombre han enseñando cosas que posteriormente han resultado ser erróneas. Las teorías de los hombres han sido revocadas, o al menos extremadamente cambiadas, en cuanto a los principios de la luz, la naturaleza, la forma de la tierra, el período glacial, la geología, la estructura del cuerpo, las enfermedades, las leyes de la salud y todo campo de la ciencia. La Biblia concuerda completamente con lo que el hombre ha observado de la naturaleza. Es el único libro que es total y eternamente verdadero. Es cierto que muchos han citado de la Biblia para apoyar sus teorías erróneas, pero la Biblia no enseña ninguna falsedad y nunca la ha enseñado. Sin embargo, no es extraño que hayan citado así de la Biblia para apoyar sus teorías falsas, pues el diablo mismo es experto en citar la Escritura para darle vida a sus falsedades (Génesis 3:1–6; Mateo 4:1–11).

En menos de diez años un texto ya es anticuado, una enciclopedia pierde su valor, una biblioteca es un cementerio de libros muertos e ideas sin vidas; mas este libro sigue viviendo. La ciencia se ha reído del mismo, en vano. En el siglo dieciocho Voltaire dijo: “Dentro de cincuenta años el mundo no oirá más de la Biblia”. Los eruditos seculares la han declarado anticuada y muerta. Muchas veces se han efectuado servicios fúnebres para enterrar la Biblia que ellos creen que ha muerto... y, ¡he aquí!, mucho antes que los críticos hayan vuelto a sus casas, la Biblia ha resucitado de la muerte, se ha adelantado al cortejo fúnebre con una rapidez sorprendente, y se halla, como antes, en el mismo centro de la vida de muchas personas y de la sociedad misma. Allí sigue dando voces tronantes contra la maldad, revelando los secretos del corazón, ofreciendo consuelo a los que están de luto y esperanza a los moribundos, y continúa emitiendo de cada una de sus páginas las maravillas del futuro.

5. El efecto en sus lectores

El efecto que la Biblia ejerce sobre los que la leen también nos enseña que la misma es inspirada por Dios y que a la vez tiene cualidades sobrenaturales. La Biblia es luz en cualquier parte que es leída porque revela a Cristo, la luz del mundo. Dondequiera que la gente cree en ella y la obedece trae cambios en la pureza, la educación, la cultura, el desarrollo y en todo lo que contribuye a la felicidad moral y espiritual del alma. No es que la lectura de la Biblia en sí cambie automáticamente el corazón, pero sí le enseña al pecador cómo llegar a Cristo quien sí puede cambiar el corazón.

Mientras la persona más se rinde a Cristo por el mensaje de la Biblia, más ordenada y virtuosa será la vida de esa persona. Además, esto hará que en sus prójimos también se observen efectos positivos. Por ejemplo, incluso los incrédulos muchas veces son más cuidadosos a la hora de expresarse cuando hay cristianos presentes.

Se ha demostrado que mientras las leyes de las naciones más sigan los principios bíblicos, más benditas serán esas naciones. Esto demuestra la validez de los principios bíblicos.

Concluimos que la Biblia:

  • Es la palabra de Dios, dada por inspiración divina
  • Es el único libro dado como revelación directa de Dios al hombre
  • Es infalible, digna de confianza absoluta
¿Por qué este honor a la Biblia? No puede haber más que una respuesta: porque es la Palabra de Dios. Sobre cada página de este Libro maravilloso se puede encontrar la huella divina de Su Autor.

Cómo recibimos nuestra Biblia

La Biblia se divide en sesenta y seis libros distintos. De ellos treinta y nueve pertenecen al Antiguo Testamento y veintisiete al Nuevo Testamento. Estos libros nos ofrecen una historia íntegra que sería incompleta si faltara uno de ellos. Muchos creen que el libro de Job es el más antiguo de todos los libros de la Biblia. Le sigue, cronológicamente, el Pentateuco (los primeros cinco libros del Antiguo Testamento), escrito por Moisés; después se escribieron los otros libros históricos, poéticos y proféticos. El Antiguo Testamento fue escrito por reyes, jueces y profetas. Los libros que lo componen fueron compilados en los días de Esdras y Nehemías. El interés por las Escrituras fue tan grande que las mismas se tradujeron al griego más de tres siglos antes del Señor Jesucristo. La versión griega más célebre fue la de los setenta (la Septuaginta) que fue traducida alrededor del año 250 a.c. por los eruditos de Alejandría.

Los discípulos del Señor Jesús escribieron acerca de la vida y las enseñanzas de Él en cuatro libros que conocemos como “los evangelios”. Las actividades de los apóstoles después de la crucifixión del Señor Jesús se compilaron en un libro que llamamos los “Hechos de los apóstoles”. Estos libros junto a las “epístolas” y el último libro al que llamamos “Apocalipsis” son los que componen el Nuevo Testamento. La mayoría de estos libros se reconocieron como escritos sagrados en los primeros 200 años de la historia de la iglesia cristiana.

La Biblia completa ha sido traducida en muchos idiomas. Así la Palabra de Dios ha alcanzado a los pueblos de muchos países. Existen evidencias que demuestran que algunas partes de la Biblia fueron traducidas al español a fines del siglo doce y principios del trece. En el año 1569, Casiodoro de Reina, un español que tuvo que huir de España a causa de su fe, publicó la primera versión completa en español. Casiodoro la tradujo de las lenguas originales y la publicó en Basilea, Suiza. Su versión fue conocida como la Biblia del Oso porque en su portada aparece un oso que se ve comiendo miel de una colmena, representando así el deleite con que el creyente recibe la palabra. Se dice que la gran mayoría de los ejemplares de la primera impresión de 2.600 fueron quemados por orden de la Inquisición. Un amigo español de Casiodoro, Cipriano de Valera, revisó la Biblia del Oso y publicó su versión en 1602. Él también tuvo que huir de España a causa de la persecución y pasó la mayor parte de su vida en Inglaterra. La obra de los señores Reina y Valera, la versión Reina-Valera, en sus varias revisiones a través de los siglos ha sido la favorita de los evangélicos de habla española.

En ocasiones surge la pregunta: “¿Cómo podemos saber que nuestra Biblia es igual a la primera que usaron los cristianos en aquel tiempo?” Aunque los manuscritos originales ya no existen, hay suficiente evidencia en los escritos de los escritores antes del concilio de Nicea para calmar cualquier duda respecto a la autenticidad de la Biblia. En esta lista de los escritores de la iglesia primitiva están Clemente y Policarpo, quienes vivieron en el tiempo de los apóstoles y conocieron personalmente a algunos de ellos. Existen miles de reproducciones de varias partes de las Escrituras que fueron escritas a mano y que datan desde el siglo cuarto hasta el decimoquinto. Después de este tiempo han existido varias reproducciones impresas hasta la actualidad. No hay duda de que tenemos el mismo evangelio que se predicaba en los días de los apóstoles y el mismo mensaje que fue compilado en el primer canon del Nuevo Testamento.

Los escritos apócrifos

Junto con los sesenta y seis libros que finalmente se incorporaron en el Canon Sagrado también aparecieron otros escritos los cuales muchas personas han considerado dignos de tener un lugar entre los libros canónicos. La mayoría de estas obras fueron escritas en el período entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. Los mismos forman un vínculo histórico y presentan muchos datos de interés al que estudia la Biblia. Sin embargo, los mismos carecen de evidencias que demuestren que fueron inspirados por Dios.

La ley y el evangelio

En la Biblia se nos presenta la ley levítica en la historia antigua de la nación de Israel. Era la voluntad de Dios que la nación tuviera una ley escrita que gobernara a sus ciudadanos. Dios les dio la ley levítica en el Monte Sinaí (Éxodo 19) Esta ley estuvo vigente hasta el tiempo de Cristo (Mateo 5:17–20; Juan 1:17; Colosenses 2:6–17).

La ley suprema para el pueblo de Dios en el Antiguo Pacto fue la ley levítica, y en el Nuevo Pacto es el evangelio de Cristo. Existe una armonía y una unidad perfecta entre estas dos leyes. Ambas dependen la una de la otra. Todos los sacrificios y las ceremonias bajo la ley eran solamente sombras de Cristo y no habrían servido para nada si no hubieran sido cumplidos en Cristo. Él, “con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10:14). Por otra parte, “la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo” (Gálatas 3:24). La ley de Moisés mostró a los israelitas cuan pecaminosos eran y la eficacia de la sangre para borrar los pecados. Les preparó para recibir a Cristo. Cuando Él vino, la ley había cumplido su obra. Sus sacrificios ya no tuvieron valor y la palabra de Cristo tomó el lugar que ocupaban aquellas normas. El Nuevo Testamento es la ley que ahora está vigente y que rige en nuestras vidas. Esta ley es la regla por la cual la iglesia bíblica es gobernada.
¿Acaso Dios cambia? No. “Yo Jehová no cambio” (Malaquías 3:6). ¿Cambia su ley? Sí y no. Los principios de la verdad eterna fueron expresados tanto por la ley así como por el evangelio; los dos forman parte de la misma Palabra de Dios. Pero Dios, en Su sabiduría infinita, aplica Sus principios eternos a las condiciones de cada época.

Dios ha dado leyes en el Nuevo Pacto que son diferentes (superiores)  a las del Antiguo Pacto. No porque Él haya cambiado, sino porque las condiciones han cambiado. Dios aplica la verdad eterna a las condiciones existentes de cada época.

1. Dios ha dado dos pactos distintos, el Antiguo y el Nuevo Testamento (Hebreos 8:6–10).

2. En vista de que algunas condiciones han cambiado, Dios en Su misericordia prohíbe en el Nuevo Testamento algunas cosas que ordenó en el Antiguo Testamento (Mateo 5:38–39; Éxodo 21:23–25; Jeremías 31:31–32; Hebreos 7:12).

3. El Antiguo Testamento era la norma de vida de Israel hasta la muerte de Cristo en la cruz del Calvario (Gálatas 3:23–25; Efesios 2:14–15; Colosenses 2:14). Cuando el Señor Jesús murió, la ley terminó su objetivo de revelar a Cristo y preparar a un pueblo para recibirle.

4. El Antiguo Testamento fue quitado para que el Nuevo Testamento fuera establecido como la única norma vigente para el cristiano (Hebreos 10:9–10; Gálatas 1:8–9).

5. El Nuevo Testamento es ahora la norma para la conducta del cristiano hasta la segunda venida de Cristo (2 Corintios 3:6; 2 Tesalonicenses 1:7–8).

6. El cristiano debe tener al Antiguo Testamento como una mina rica en instrucción y como algo muy esencial para la comprensión adecuada del Nuevo Testamento (1 Corintios 10:6, 11; Gálatas 3:24–25).

7. Aquellos que persisten en promulgar la doctrina del Antiguo Testamento, en lugar de las enseñanzas del Nuevo Testamento, trastornan las almas de los oyentes (Hechos 15:24; Tito 1:9–11).

1. Dos representantes

Dios autorizó a un representante para cada uno de los dos pactos: Moisés para el Antiguo Pacto y el Señor Jesucristo para el Nuevo Pacto. Respecto al Señor Jesús, Moisés dijo: “Profeta os levantará el Señor vuestro Dios de entre vuestros hermanos, como a mí; a él oiréis” (Hechos 7:37). El escritor a los Hebreos dice: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo” (Hebreos 1:1–2). El Padre, hablando desde el cielo, deja bien claro que Cristo es el portavoz autorizado para esta época cuando dijo: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd” (Mateo 17:5). Hebreos 12:25 dice: “Mirad que no desechéis al que habla. Porque si no escaparon aquellos que desecharon al que los amonestaba en la tierra, mucho menos nosotros, si desecháremos al que amonesta desde los cielos.”

Este último versículo aclara que en el tiempo del Antiguo Pacto el pueblo de Dios consideró la ley de Moisés como su regla de vida, mientras que en nuestros tiempos miramos al evangelio como nuestra ley suprema.

2. Dos pactos

El escritor a los Hebreos, comparando los dos pactos, dice: “Pero ahora tanto mejor ministerio es el suyo, cuanto es mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas. Porque si aquel primero hubiera sido sin defecto, ciertamente no se hubiera procurado lugar para el segundo. Porque reprendiéndolos dice: He aquí vienen días, dice el Señor, en que estableceré con la casa de Israel y la casa de Judá un nuevo pacto” (Hebreos 8:6–8).

En esta Escritura se encuentran dos expresiones muy notables: “mejor ministerio” y “mejor pacto”. La primera se refiere a Cristo y a Su obra comparada con Moisés y la obra del sacerdocio levítico. Y no es difícil darse cuenta que es mejor el ministerio de Cristo que el de Moisés. Pero, ¿qué hemos de decir respecto al “mejor pacto”? ¿Acaso el antiguo pacto era imperfecto?

De ninguna manera. “La ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno” (Romanos 7:12). No existe absolutamente ninguna falta ni ninguna imperfección en la ley de Dios. La ley de Moisés, como el evangelio de Cristo, es la ley de Dios. Se concibió en la mente de Dios y por eso es absolutamente perfecta. Pero “era débil por la carne” (Romanos 8:3); o en otras palabras, nadie pudo obedecerla perfectamente. “Por las obras de la ley ningún ser humano será justificado” (Romanos 3:20). Por esa razón los judíos tuvieron que seguir haciendo sacrificios diarios. De este modo la ley cumplía su propósito; mostró a la gente que necesitaban algo que la ley no ofrecía. Necesitaban a Cristo.

Además, como los sacrificios bajo la ley no eran más que “la sombra de los bienes venideros”, la ley “nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan” (Hebreos 10:1). En otras palabras, la ley era perfecta, pero los sacrificios ofrecidos bajo ella eran válidos solamente con relación a su cumplimiento en Cristo. Por esta razón, el pacto de la gracia es mejor que el pacto de la ley y por eso se dice que el primer pacto era imperfecto (Hebreos 8.7).

3. La ley y la gracia

Pablo escribió a los gálatas diciéndoles: “La ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo” (Gálatas 3:24). La ley era correcta en su lugar, en su tiempo, para su propósito; la ley era pura, justa, santa y perfecta. Pero la ley sirvió para su propósito y se cumplió en Cristo al ser clavada en la cruz (Colosenses 2:14). De manera que hoy ya no estamos bajo la ley, sino bajo el evangelio de Cristo. Ahora miramos a Cristo como nuestro Salvador y Redentor, nuestro Legislador y Autoridad Suprema. Ya no buscamos en la ley de Moisés para discernir la voluntad del Señor respecto a nosotros, sino buscamos en el evangelio del Señor Jesucristo.

Juan nos reveló algo importante cuando dijo: “La ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (Juan 1:17). El primero es símbolo de la justicia y el poder de Dios, el otro es símbolo de Su misericordia y de Su gracia. Bajo el primer pacto el sello era por medio de la sangre de animales; bajo el segundo, por medio de la sangre del Señor Jesucristo: “inmolado desde el principio del mundo” (Apocalipsis 13:8).

Una de las distinciones más notables entre la ley y el evangelio es la manera de tratar con los transgresores. El período de tiempo en que regía la ley era una época de justicia. La justicia exigió la muerte de la generación rebelde que no quiso entrar en Canaán, el apedreamiento de Acán, la muerte de Uza (2 Samuel 6:6–7) y el cautiverio de Israel y Judá por su infidelidad. Pero en Cristo Dios mostró Su misericordia. Él vino para salvar, no para condenar. En nuestra época se ve la misericordia de Dios en medio de la gran iniquidad que hay en el mundo. Además, conocemos personalmente Su misericordia por medio del perdón que nos ofrece por nuestras faltas y pecados.

Pero no piense el hombre que Dios tratará con menos severidad a los de Su pueblo de esta época que de la forma que trató a los hombres del tiempo pasado. Los tratos de Dios con su pueblo en aquel tiempo fueron diseñados como un ejemplo para nosotros (1 Corintios 10:6, 11) a fin de que la gracia de Dios no nos fuera dada en vano. Hoy a nosotros se nos amonesta enfáticamente que los que rechazan la gracia de Dios sufrirán Su ira durante la eternidad (2 Tesalonicenses 1:7–9; Hebreos 12:25).

El tema central del Antiguo Testamento es la ley y se compone de treinta y nueve libros. El tema central del Nuevo Testamento es el evangelio y se compone de veintisiete libros. La suma de estos libros completa el mensaje perfecto de Dios al hombre. Esto es lo que llamamos el Canon Sagrado, las Sagradas Escrituras, la Biblia.

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