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sábado, 1 de junio de 2013

DIOS ES UNA TRINIDAD

¿Ceemos los cristianos en tres dioses?

Grupos religiosos como el Islam, el Judaísmo, los Testigos de Jehová, los Mormones , los Adventistas, la Ciencia Cristiana, la Iglesia Pentecostal Unida, la Nueva Era, y el Movimiento Radical Femenino [1] sostienen que sí. Insisten en que la doctrina cristiana de la Trinidad no es bíblica y que es un asunto heredado del politeísmo de las mitologías griegas y romanas. ¿Es verdad eso? ¿O acaso creer en un Dios trino es fundamental para la fe bíblica?

Para contestar estas preguntas, se han escrito las siguientes páginas. En ellas procuramos mostrar lo que la Biblia dice acerca de la relación entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Es nuestra oración que este artículo le ayude a ver por qué los seguidores de Cristo debemos creer en un Dios trino y por qué la doctrina de la Trinidad tiene tanta importancia.

Los cristianos adoramos a un Padre, un Hijo y un Espíritu Santo. Sin embargo, Moisés, el gran dador de la ley, respetado por judíos, cristianos y musulmanes por igual, declaró que hay solamente un Dios al escribir: “Escucha, oh Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor uno es. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza” (Deuteronomio 6:4-5).

¿Cómo podemos los cristianos decir que somos fieles a las bases del Antiguo Testamento y al mismo tiempo adorar a tres personas distintas que son el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo? ¿Es posible que creamos en una doctrina que viola la enseñanza más básica de la Biblia? ¿Es posible que, sin saberlo, hayamos aceptado una enseñanza que pone en peligro nuestra relación con Dios?

Los grupos religiosos arriba mencionados no son los únicos que tienen esta convicción antitrinitaria. Lamentablemente, junto a ellos hay varias personas que se declaran cristianos evangélicos que insisten en que cualquiera que cree en la Trinidad ha violado la sagrada Shema hebrea, que recitan dos veces al día los judíos devotos, y que dice así: “Escucha, oh Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor uno es” (Deuteronomio 6:4).

Los antitrinitarios sostienen que, cuando decimos que Dios existe en tres personas, estamos en realidad estableciendo tres dioses. Declaran que la palabra “trinidad” no aparece en las Sagradas Escrituras (en esto tienen razón, aunque el concepto sí aparece). Prosiguen diciendo que esta idea de “tres en uno” fue introducida en el cristianismo por el paganismo griego y romano. ¿Hay alguna posibilidad de que tengan razón? ¿Existe evidencia de que esta enseñanza haya tenido su origen en el paganismo? ¿Es bíblica la doctrina del Dios trino?

¿QUÉ IMPORTANCIA TIENE LA ENSEÑANZA DEL CONCEPTO “TRES EN UNO”?

Los que se oponen a la enseñanza de la Trinidad hacen afirmaciones muy serias. Insisten en que todo el que cree en un Dios trino viola el primer mandamiento de Moisés, en el cual el Señor dice: “Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre. No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Éxodo 20:2,3). Sin embargo, los teólogos de la iglesia también han hecho serias afirmaciones por muchos siglos en apoyo a la Trinidad. Esta doctrina, según ellos, no es un asunto de filosofía pagana. No es politeísta. No es un asunto de semántica. Según los teólogos de la iglesia, el hecho de que el único Dios verdadero y Altísimo existe en tres personas es una enseñanza bíblica de mucha importancia.

Católicos, protestantes y ortodoxos concuerdan en que la enseñanza del Nuevo Testamento de un Dios trino es una doctrina firmemente cimentada en las Escrituras y no en la filosofía. Todos están de acuerdo en que la Trinidad nos muestra hasta qué punto la propia existencia de Dios está arraigada en el gozo de una eterna relación. La Trinidad de Dios nos muestra la eterna realidad de Su amor y el enorme precio que Dios pagó cuando dio a Su Hijo como sacrificio por nuestros pecados. La Trinidad de Dios muestra que nuestras relaciones son importantes para un Dios, en quien la relación y el amor son fundamentales a Su existencia. Un Dios trino nos da ejemplo de Aquel que existe no simplemente como Uno, sino en el gozo inefable y la creatividad de una relación perfectamente compartida, contraria a los muchos dioses guerreros de las religiones paganas, y opuesto a nuestra propia historia de relaciones rotas, este Dios siempre es uno en mente, corazón y acción.

Todas las principales ramas del cristianismo también concuerdan en que un Dios trino es consistente con el rastro de la evidencia veterotestamentaria (relativo al Antiguo Testamento) para la misma doctrina. El Antiguo Testamento hace fuertes alusiones que aunque Dios es Uno, no es un ser solitario. Los escritores del Antiguo Testamento usan frecuentemente un lenguaje que nos hace pensar en una pluralidad dentro de esta unidad. Por ejemplo, la palabra que se traduce por “Dios” alrededor de unas 2.570 veces en el Antiguo Testamento es Elohim, un término plural. En todos los casos, menos en cinco, se refiere claramente a aquel Dios que es Creador, Sustentador y Amo de todo.

Dios algunas veces usa un pronombre plural cuando habla de Sí mismo. Por ejemplo, dice: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” (Génesis 1:26).

Posteriormente, después que Adán y Eva habían comido del árbol prohibido, Dios dice: “El hombre ha venido a ser como uno de nosotros, conociendo el bien y el mal” (Génesis 3:22).

Cuando Moisés declaró que Dios es uno (Deuteronomio 6:4), usó la misma palabra que había empleado para describir la relación de “una sola carne” entre un hombre y su esposa (Génesis 2:24). La palabra “uno” en Deuteronomio 6:4 permite definitivamente la idea de una pluralidad de personas, dentro de la unidad de la Deidad. Por lo tanto, ambos testamentos nos dan razones para creer que uno puede ser más que uno. El hecho de que esta verdad esté más allá de nuestra capacidad de comprensión no es motivo para rechazarla, sino para tratar de entenderla lo más posible estudiando lo que Dios ha revelado.

¿CUÁL ES LA RELACIÓN ENTRE EL PADRE, EL HIJO Y EL ESPÍRITU SANTO?

Algunos cristianos han intentado explicar la Trinidad, sugiriendo que Dios tiene tres maneras diferentes de revelarse a nosotros. A veces se presenta como Padre, a veces como Hijo, y a veces como Espíritu Santo. La explicación de un Dios en tres papeles distintos podría tener más peso si no fuese por la evidencia de la pluralidad que hay dentro de la unidad que ya hemos planteado. Puesto que el Antiguo Testamento revela a un Dios que dice: “Hagamos al hombre a nuestra imagen”, es mucho más fácil para nosotros entender el sentido de relación, sumisión, amor y lealtad que las Escrituras describen que existe entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El Nuevo Testamento no nos muestra estas tres personas por separado, sino en un profundo sentido de unidad y de amor mutuo, incluso hacia nosotros.

La relación neotestamentaria entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo refuta la conclusión de que solamente el Padre debe ser considerado como el único Dios verdadero y Altísimo. Aunque es comprensible que algunos traten de proteger la exclusividad de Dios considerando al Hijo y al Espíritu seres o fuerzas inferiores, esa conclusión no es válida.

El Antiguo Testamento establece claramente que el Dios único y verdadero de la Biblia es un Dios celoso. Es un Dios que, según el profeta Isaías, no le dará Su gloria a otro (Isaías 48:9-11). Sin embargo, el Dios del Nuevo Testamento enlaza Su propio nombre en la designación triple de Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es igualmente importante que el Nuevo Testamento nos muestre que el Padre hace que nuestra relación con Él dependa de nuestra relación con el Hijo, y nuestra relación con el Hijo depende de nuestra relación con el Espíritu Santo. Este Dios comparte ciertamente Su gloria entre las tres personas de la “Trinidad”, quienes, a su vez, ofrecen Su amor a todos los que acepten el amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Para ver cómo la gloria de un Dios celoso se comparte en esta unidad de personas, examinaremos en forma sintética a cada persona de esta deidad, tal como lo describe la Biblia.

EL PADRE COMO DIOS

Entre los que reconocen la autoridad de la Biblia, algunos dudan de la plena deidad del Padre. De maneras distintas, el Padre se revela como el Dios personal de la creación. Las Escrituras muestran a Dios como el Padre de la nación de Israel (Deuteronomio 32:6; Isaías 1:2; Oseas 11:1; Malaquías 2:10). El Señor Jesús llamó Padre a Dios (Juan 5:17,18) y nos enseñó a orar así: “Padre nuestro que estás en los cielos” (Mateo 6:9).

Nos mandó que fuéramos al Padre en Su nombre (Juan 16:23). Afirmó que tanto Él como Su Padre pronto enviarían un Consolador a Sus discípulos (Juan 15:26). De estos pasajes se desprende claramente que el Padre es Dios. Dios es el Padre. El apóstol Pablo se refirió a Él como el “Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordia y Dios de toda consolación” (2 Corintios 1:3). Sin embargo, lo importante acerca de la revelación del Padre sobre Sí mismo es que Él hizo que nuestra relación con Él dependa de nuestra relación con Su único Hijo.

EL HIJO COMO DIOS

Los escritores neotestamentarios se refieren una y otra vez al Señor Jesucristo como el Hijo de Dios. Pero, ¿qué significa este título? Los Testigos de Jehová usan esta expresión para decir que Él era un hijo de Dios, muy parecido a los ángeles y a otros seres humanos. Creen que el Señor Jesús era el arcángel Miguel en forma humana. Los líderes actuales del judaísmo dicen que el Señor Jesús fue un gran profeta, pero nada más. Los musulmanes tienen la misma opinión. El Corán honra al Señor Jesús, enseñando que nació sin el agente de un padre humano, y que fue un gran profeta.

El libro sagrado del Islam sostiene enfáticamente que el Señor Jesús no es el Hijo de Dios, que esa noción tiene mucho más en común con las mitologías paganas en las cuales los ‘dioses’ engendraban hijos semidivinos con mujeres humanas que con una religión verdadera procedente de Dios.

Sin embargo, el Nuevo Testamento enseña que el Señor Jesucristo es el “unigénito” Hijo de Dios (Juan 1:14, 18; 3:16,18; 1 Juan 4:9). Las Escrituras describen a Cristo compartiendo la gloria de un Dios celoso que, a través de Moisés, insistió en que nadie merecía ser adorado sino sólo Dios mismo. Este Dios comparte Su amor con los ángeles y con los mortales.

Pero con Cristo, el Hijo, comparte Su gloria. Para ver hasta dónde comparte el Hijo la gloria del Padre, consideremos la evidencia de las palabras de Cristo, el testimonio de los apóstoles, las predicciones de los profetas del Antiguo Testamento, y las declaraciones de los cristianos post-apostólicos (llamados generalmente “padres de la iglesia”, aunque esta designación pertenece más apropiadamente sólo a los apóstoles).

Las palabras del Señor Jesús

Los cuatro evangelios registran muchas de las palabras que el Señor Jesús habló durante Su ministerio terrenal. Aunque no creyésemos en la inspiración del Nuevo Testamento, tendríamos una buena razón para aceptar como exacto lo que ellos escribieron. Tenemos poderosas evidencias de que Mateo, Marcos y Lucas fueron escritos mucho antes del año 70 d. C. Y aunque el evangelio de Juan no fue escrito hasta alrededor del año 90 d. C., la evidencia es poderosa de que pertenece al apóstol Juan, quien estuvo físicamente con el Señor Jesús durante todo Su ministerio terrenal.

Los apóstoles indudablemente repitieron a menudo las palabras de Cristo, mientras empezaban a proclamar el evangelio. Las palabras del Señor Jesús nos dicen que Él definitivamente afirmaba ser Dios. Examinaremos únicamente dos de las tremendas declaraciones que el Señor Jesús hizo acerca de Sí mismo. En Juan 8:58, hallamos la afirmación de Cristo declarando que nunca tuvo comienzo. Puesto que sólo Dios es eterno, esto equivale a una declaración de deidad. A un grupo de líderes religiosos hostiles, les dijo: “En verdad, en verdad os digo: antes que Abraham naciera, yo soy”. Nótese que el Señor Jesús no dijo: “Antes de que Abraham naciese nací Yo”.

Dijo: “antes que Abraham naciera, yo soy”. Abraham nació dentro del marco del tiempo. El Señor Jesús dijo que Su propia existencia trasciende el tiempo. Siempre ha existido. No tuvo principio. Aunque esta declaración de que nunca tuvo principio es más que suficiente para establecer la deidad de Cristo, algunos estudiosos de la Biblia ven algo más en esa afirmación. Dicen que el Señor Jesucristo declaró ser el “YO SOY” de Éxodo 3:14. El mismo hecho de que el Señor haya dicho que nunca tuvo principio es suficiente para establecer la afirmación de que es Dios.

La segunda declaración de Cristo, en la cual se llama a Sí mismo Dios, se halla en Juan 10:30. Mientras asistía a la fiesta de la dedicación en Jerusalén, dijo: “Yo y el Padre somos uno”. Los líderes religiosos reconocieron que se estaba haciendo igual a Dios cuando hizo esta aclaración. Comenzaron a tirarle piedras y a decir que lo hacían debido a la “blasfemia, porque tú, siendo hombre, te haces Dios” (Juan 10:33). Ellos comprendieron las palabras de nuestro Señor mejor que los Testigos de Jehová de hoy.

Se dieron cuenta perfectamente de que estaba diciendo más que si un hombre dijese: “Mi esposa y yo somos uno”. Este esposo estaría diciendo simplemente que él y su esposa son uno en sus deseos, planes o ambiciones. El Señor Jesús, obviamente, quiso decir más que eso. Estaba diciendo que Él y el Padre son uno en esencia. Los judíos sabían que el Señor Jesús afirmaba ser Dios. Cristo se veía claramente a Sí mismo como el Hijo de Dios. Se veía como la Deidad.

El testimonio de los apóstoles

Los hombres que escribieron el Nuevo Testamento tampoco tuvieron dudas acerca de la deidad del Señor Jesucristo. Algunos de ellos recordaron aquel día cuando su amigo Tomás vio al Cristo resucitado y exclamó: “¡Señor mío y Dios mío!” (Juan 20:28). Esa no era una expresión de sorpresa, como cuando decimos “¡Ay Dios mío!”, tan oída hoy en día.

Ningún judío del primer siglo usaba el nombre de Dios de esa forma. Los apóstoles recordaban muy bien que el Señor Jesús aceptó esta designación de deidad. Cuando el apóstol Juan, que estaba presente en aquella ocasión, empezó Su evangelio, lo hizo de la siguiente forma: “En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios” (Juan 1:1).

Procedió a declarar que este Verbo se hizo un humano, que reflejaba la gloria de Dios (véase el versículo 14). La expresión del versículo 1, “y el Verbo era Dios”, es tan clara que casi todos los estudiosos de la Biblia la consideran una declaración de que el Señor Jesucristo es Dios. Sin embargo, los Testigos de Jehová no están de acuerdo. Argumentan que la última frase de Juan 1:1 debería leerse: “Y el verbo era un dios”. Señalan que la palabra Dios no tiene el artículo definido. No dice: “y el Verbo era el Dios”. Su observación no es incorrecta, pero no tienen razón cuando concluyen que eso no atribuye deidad a Cristo.

Juan tenía una buena razón para omitir el artículo allí. Si hubiese escrito: “Y el Verbo era el Dios”, hubiese negado la distinción entre el Padre y el Hijo —este fue un error que cometió un hombre llamado Sabelio, quien fue rechazado por los cristianos post-apostólicos.

Si Juan hubiese querido decir que el Señor Jesús era una deidad menor, hubiese usado la palabra griega theios en lugar de theos. Esta palabra estaba disponible y se halla en el Nuevo Testamento (Hechos 17:29; 2 Pedro 1:3).

Más aún, el contexto indica claramente que el Verbo es Dios, no meramente cuasi-deidad, un ser más o menos entre Dios y los seres creados. El Verbo existía en el principio (Juan 1:2). El Verbo participó en la creación de todo (v.3). Posee una vida que es única —una vida no creada que era Suya desde la eternidad y que es la fuente de luz espiritual (v.4). Es claro que la traducción de Juan 1:1 es correcta: “y el Verbo era Dios”. Incluso el orden de las palabras en el griego, el uso de theos en lugar de theios, y el contexto concuerdan con esa traducción.

Adicionalmente del testimonio de Juan de que Cristo es Dios, encontramos declaraciones más claras en los escritos de Pablo al respecto. Pablo dijo que nosotros, como cristianos, estamos “aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tito 2:13). Nótese que es “nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo”. No “nuestro gran Dios y el Salvador Jesucristo”. Pablo no puso ningún artículo delante de la palabra Salvador, es evidente que veía a Cristo como nuestro gran Dios. El apóstol Pedro usó una construcción griega parecida cuando se dirigió a sus lectores como “[…] a los que han recibido una fe como la nuestra, mediante la justicia de nuestro Dios y Salvador, Jesucristo” (2 Pedro 1:1). En Hebreos 1:8,10, encontramos que el autor cita varios versículos del Antiguo Testamento que se refieren claramente a Dios y los aplica a Cristo Jesús:

“Tu trono, oh Dios, es eterno y para siempre” (Salmo 45:6). “Desde la antigüedad tú fundaste la tierra, y los cielos son la obra de tus manos” (Salmo 102:25).

El autor de esta epístola, instruido cabalmente en las Escrituras del Antiguo Testamento y, por lo tanto, en el monoteísmo estricto, no tuvo problemas en declarar la absoluta deidad del Señor Jesucristo. Identificó a Cristo como “Dios” y “Señor”.

Las predicciones de los profetas del Antiguo Testamento

Incluso las escrituras del Antiguo Testamento, muy apreciadas por muchos judíos, declararon la deidad del Mesías venidero con una claridad meridiana. Una de las profecías más extraordinarias en ese sentido es Isaías 9:6: “Porque un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado, y la soberanía reposará sobre sus hombros; y se llamará su nombre Admirable Consejero, Dios Poderoso, Padre Eterno, Príncipe de Paz”.

Dos de estos nombres, dados al Mesías que había de venir, expresan innegablemente Su deidad. “Dios fuerte” y “Padre eterno”. Los Testigos de Jehová traducen la primera expresión “un dios fuerte”, pero no son consistentes. Encuentran la misma expresión hebrea en Isaías 10:21, donde tienen que admitir que se refiere a Jehová, el Dios de Israel. Por lo tanto, la frase “Dios fuerte” es, como lo encontramos aquí, una clara declaración de la deidad del Mesías. El nombre “Padre eterno” puede traducirse “Padre de la eternidad”. Pero no importa cuál escojamos. Ambos expresan deidad. Puesto que sólo Dios es eterno, sólo a Dios se le puede dar el nombre “Padre de la eternidad”. El profeta declaró que este título le pertenece al “niño” y al “hijo” que había de venir como el Mesías.

Las declaraciones de los cristianos post-apostólicos

Estos cristianos lucharon para encontrar una respuesta satisfactoria a la pregunta: ¿Quién es el Hijo? Sabían que las Escrituras le atribuían deidad. Además, vieron en las Escrituras evidencia de que era verdaderamente humano. Pero no sabían exactamente cómo se mezclaba lo humano y lo divino en una persona. Algunos hacían tanto énfasis en Su deidad, que tendían a negar Su verdadera humanidad. Otros erraban en la dirección contraria.

Por último, un hombre llamado Arrio apareció con una enseñanza que negaba de hecho la deidad de Cristo. Arrio decía que antes de que el Señor Jesús viniese a nuestro mundo, a través de la virgen María, preexistió como el primero y más sublime de todos los seres creados.

Esta negación de la deidad de nuestro Señor, aunque fomentada por algunos líderes prominentes de la época, simplemente no pudo sostenerse ante un estudio bíblico serio. Poco a poco, los eruditos cuidadosos que trabajaron con la información bíblica concluyeron que el Señor Jesucristo es del todo humano y del todo Dios. Más aún, dijeron que estas dos naturalezas —la humana y la divina— estaban unidas en una sola persona. El credo de Atanasio dice así: “Veneramos a un solo Dios en la Trinidad… sin confundir las personas ni separar las sustancias…. Así Dios es el Padre, Dios es el Hijo, Dios es (también) el Espíritu Santo; y, sin embargo, no son tres dioses, sino un solo Dios”.

El resultado es que, con muy pocas excepciones, los cristianos de todas las edades han afirmado la deidad del Señor Jesucristo, tal como lo expresa el Credo de Atanasio. Las grandes divisiones que surgieron de la iglesia original, como la católica romana, ortodoxa, protestante, bautista y pentecostal, están de acuerdo en este punto. La gran mayoría de aquellos que dicen ser fieles a Cristo profesa que Él es tanto Dios y hombre en una sola persona. El hecho de que el Señor Jesús era completamente humano se revela claramente en la Biblia.

Nació como bebé, creció y aprendió como los otros muchachos, (Lucas 2:40,52), era el hijo de un carpintero de Nazaret (Marcos 6:3), se cansaba como todos nosotros, (Juan 4:6), incluso admitió que había algunas cosas que no sabía (Mateo 24:36) y en la noche anterior a Su crucifixión tuvo temor de la terrible experiencia que estaba ante Él (Mateo 26:36-46). No obstante, la Biblia también enseña que el Señor Jesús es totalmente Dios. Los cristianos post-apostólicos no podían explicar cómo el Señor Jesús pudo vivir como un ser humano genuino, mientras seguía siendo Dios (ni tampoco nosotros). Sin embargo, todos damos gracias por la luz que arrojó el apóstol Pablo sobre este problema en el bien conocido pasaje acerca del Señor Jesús despojándose a Sí mismo de Su gloria eterna:

“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra;  y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre”   (Filipenses 2:5-11).

El Señor Jesús, renunció a la gloria que poseía como Dios, para ser nuestro Salvador. Mirando retrospectivamente a Cristo en Su glorioso estado, antes de que se encarnara, el apóstol dijo: “siendo [aunque existía] en forma de Dios” (v.6). Usó la palabra griega morphe, que se traduce “en forma”, para establecer claramente que la gloria exterior que tenía en los cielos reflejaba Su ser esencial. “En forma” Él es Dios. El apóstol prosiguió diciendo que el Señor Jesús “no estimó [consideró] el ser igual a Dios como cosa [algo] a que aferrarse” (v.6). El Señor Jesús renunció a la gloria que poseía como Dios para poder llegar a ser un miembro de la familia humana y ser nuestro Salvador.

La frase “se despojó a sí mismo” en el texto griego significa literalmente “se vació”. ¿De qué se vació cuando se hizo miembro de la familia humana? ¡No de Su deidad! Siguió siendo Dios. De lo que se vació fue de la gloria que poseía y se colocó en una relación dependiente al Padre y al Espíritu Santo. Por lo tanto, aunque seguía siendo Dios, se hizo verdaderamente hombre. El Señor Jesús tenía que ser miembro de nuestra raza para ser un sustituto adecuado en la cruz. Esto explica el hecho de que dependía del Espíritu de Dios, de la misma manera que Él espera que Sus seguidores también dependan del Espíritu Santo. Estaba “lleno del Espíritu Santo” cuando fue al desierto para ser tentado por Satanás (Lucas 4:1). Echó fuera demonios “por el Espíritu de Dios” (Mateo 12:28).

Aunque el Señor Jesús siguió siendo Dios, voluntariamente vivió con las limitaciones de nuestra humanidad. En este sentido, no podríamos comprender cabalmente la relación de las naturalezas humana y divina de nuestro Señor mientras vivió aquí en el estado de humillación. Sin embargo, las Escrituras afirman claramente que, aunque era Dios, fue en Su condición elemental de hombre que enfrentó las pruebas, los problemas y el dolor de la cruz —incluso la cruz.

Este es el Hijo con quien el Padre compartió Su gloria. Este es el Hijo, identificado tan estrechamente con Dios, que el Padre hace que nuestra relación con Él dependa de nuestra relación con su Hijo. Sin embargo, nuestra relación con el Dios trino no acaba ahí. De la misma manera en que el Padre hizo nuestra relación con Él dependiente de nuestra relación con el Hijo, así el Hijo ha hecho nuestra relación con Él dependiente de nuestra relación con el Espíritu Santo. Como el Padre comparte Su gloria con el Hijo, así el Hijo comparte Su gloria con el Espíritu Santo.

EL ESPÍRITU SANTO COMO DIOS

Algunos que afirman estudiar la Biblia no creen que el Espíritu Santo es Dios. Entre estos están los Adventistas y algunos que se declaran evangélicos. Un escritor de los Testigos de Jehová afirma: “El Espíritu Santo es una fuerza controlada que Jehová Dios usa para lograr una variedad de propósitos. Hasta cierto punto, se puede comparar con la electricidad, una fuerza que se puede adaptar, para llevar a cabo una gran variedad de operaciones” (Should You Believe in the Trinity? p.20).

Creen que el Espíritu Santo funciona de una manera muy parecida a la fuerza que los seguidores de la Nueva Era dicen que penetra el universo. Rechazan abiertamente la idea de que el Espíritu Santo es una persona divina. Sin embargo, al hacerlo contradicen al Señor Jesucristo.

Él reveló claramente al Espíritu Santo como una persona. Hablándoles a los apóstoles la noche anterior a su crucifixión, el Señor dijo: “Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros” (Juan 14:16-17).

El Espíritu Santo es “otro Consolador”. La implicación es clara: aunque el Señor Jesús iba a dejarles, les enviaría al Espíritu Santo para que les guiase y les diese poder. Esta es claramente la función de un ser personal. Otros pasajes bíblicos establecen claramente que el Espíritu Santo es una persona. Pablo habló del “amor del Espíritu” (Romanos 15:30). También nos dijo que no “entristezcáis al Espíritu Santo de Dios” (Efesios 4:30). Sólo un ser personal puede amar y entristecerse.

Además, el Espíritu Santo guía y conduce (Romanos 6:14), enseña (Juan 14:26), llama y encomienda (Hechos 20:28). Más aún, la persona del Espíritu Santo se menciona con el Padre y el Hijo en pasajes como Mateo 28:19. El apóstol Pedro declaró expresamente la deidad del Espíritu Santo cuando confrontó a unos esposos que estaban en pecado. Les preguntó por qué habían conspirado para “mentir al Espíritu Santo” (Hechos 5:3). Entonces, les dijo que al hacerlo no habían “mentido a los hombres, sino a Dios” (v.4).

¿Quién es el Espíritu Santo?

Según las Escrituras, el Espíritu Santo es una persona que comparte con todo derecho el título y la gloria del Dios Altísimo, con el Padre y con el Hijo.

¿CREEMOS LOS CRISTIANOS EN TRES DIOSES O EN UNO SOLO?

La Biblia enseña en forma concluyente que el Padre es Dios, que el Hijo es Dios y que el Espíritu Santo es Dios. Muestra además que cada uno tiene una personalidad distinta. Eso suma tres dioses, ¿verdad? Sí, si estamos hablando de matemáticas o pensando de tres personas por separado. Pero estamos hablando de un Dios que se revela en la Biblia como un Dios que ha existido eternamente como tres Personas distintas (no separadas).

Dios es un Ser, no tres. De ahí se deriva que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no son tres personas separadas. Podemos distinguirlas, pero no podemos separarlas. Como personas distintas, cada una funciona en su manera propia y única. El Padre es el Originador, el Hijo es el Agente, y el Espíritu Santo es el Administrador. Cada uno vive con los otros dos en una relación mutua. Cada persona es consciente de sí misma y se conduce sola. No obstante, ninguna de ellas actúa independientemente de las otras, ni en oposición a ellas.

La mente, la voluntad y las emociones de cada persona están en perfecta unidad con la mente, la voluntad y las emociones de las otras dos. Las tres personas participaron en la creación de todas las cosas. Fue “por medio de Él” (del Señor Jesucristo) que Dios creó todas las cosas (Colosenses 1:16). La historia de la creación en Génesis 1:2 presenta al Espíritu Santo de Dios “moviéndose sobre la faz de las aguas”.

En la salvación: “[…] de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito” (Juan 3:16). Después de la resurrección de Cristo y de la ascensión al cielo, tanto Él como el Padre, enviaron al Espíritu Santo (Juan 14:16; 16:7).
La distinción entre las tres personas de la Deidad se hizo claramente evidente en el momento del bautismo de nuestro Señor. En Mateo 3:16, 17, vemos al Hijo saliendo del agua, al Espíritu Santo descendiendo en la forma de una paloma y escuchamos al Padre con una voz audible declarando: “Este es mi Hijo amado en quien me he complacido”.

El Señor Jesús confirmó la Trinidad cuando mandó a sus discípulos a bautizar “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mateo 28:19). ¡Un Dios en tres personas! Ese es el Dios a quien los cristianos adoramos y servimos. Si alguien se dice cristiano y no cree en, y adora a, este Dios trino, entonces está adorando a otro dios, a un dios que no conoce (Hechos 17:23). El Nuevo Testamento es inequívoco al declarar que hay quienes se creen verdaderos adoradores de Dios pero no lo son porque han recibido “otro espíritu” al rechazar al Espíritu Santo de la Trinidad (Mateo 7:21-22; 2 Corintios 11:4).

Sólo en el Dios trino tenemos un Padre celestial que nos ama con amor paternal y que, a un gran costo, envió a su Hijo unigénito a morir en la cruz por nuestra salvación. En este Dios tenemos al Señor Jesucristo, un hermano que se hizo como uno de nosotros para cargar con el castigo que merecíamos, que entiende nuestro dolor y que no se avergüenza de llamarnos Sus hermanos y hermanas, a pesar de que seguimos siendo débiles e imperfectos. En este Dios tenemos a la persona del Espíritu Santo como nuestro Ayudador —un Consolador divino que vive en nosotros para fortalecernos y darnos la victoria sobre el pecado.

Este Dios trino nos oye cuando oramos. Nos comprende y se duele con nosotros cuando sufrimos. Estará con nosotros en el momento de la muerte para conducirnos seguros a casa. ¡Qué importante y qué consolador es creer en el Dios trino de la Biblia!

PREGUNTAS QUE LA GENTE SE HACE

1.- ¿Qué se puede decir de la postura de los musulmanes, los adventistas y de los Testigos de Jehová de que la doctrina de la trinidad procede del paganismo?

Esa postura no tiene fundamento. Los paganos adoraban a muchos dioses. Algunas veces esos dioses estaban organizados en grupos de a tres, pero siempre eran seres separados. Nunca adoraban a un Dios que existía en tres personas. Los antitrinitarios a veces citan a la “tríada hindú” de Brama, Visnú y Shiva como una trinidad. Pero estos tres dioses (demonios) no son en absoluto una unidad. Pelean y combaten entre sí y se permiten pasiones malvadas.

Algunas veces la gente trata de ver una similitud entre el Señor Jesús y el señor Krishna, el dios hindú que se describe como la encarnación de Visnú. Pero Krishna no es un personaje histórico. Más aún, los mitos lo presentan como un dios con características tanto buenas como malas. Tenía sus amantes y no siempre era honesto.

2.- Puesto que las tres personas de la Trinidad son Dios igualmente, ¿no es incorrecto referirse a ellas como la primera, la segunda y la tercera persona de la Trinidad?

No, estos términos no indican jerarquía. Se refieren a una función de cada persona —el Padre como Creador, el Hijo como Agente, y el Espíritu Santo como Ejecutante. Por ejemplo, la salvación se origina en el amor del Padre, es provista en la venida de Cristo, y se hace real en nuestras vidas por medio del Espíritu. En este sentido, podemos hablar de la primera, la segunda y la tercera persona de la Trinidad.

3.- La Biblia habla del Señor Jesús, como el “unigénito” y “primogénito”. ¿No indica eso que El tuvo un principio?

La palabra griega monogenes se usa para referirse al Señor Jesucristo cinco veces en el Nuevo Testamento (Juan 1:14,18; 3:16,18; 1 Juan 4:9). La versión Reina-Valera la traduce como “unigénito”. En el pasado, los eruditos cristianos, creyendo como creían en la deidad de Cristo, se referían a Él como habiendo sido “eternamente engendrado”.  En la actualidad, sin embargo, una mayor comprensión de la palabra griega ha llevado a los eruditos a ver la palabra monogenes como el compuesto de las palabras único y tipo o clase. El Señor Jesucristo es “el Hijo único” y “el único en Su clase”.

Todos los otros “hijos” de Dios (angélicos y humanos) son seres creados, en cambio el Señor Jesús siempre existió. El término “primogénito” se usa de dos maneras en el Nuevo Testamento. En Colosenses 1:18 y en Apocalipsis 1:5, se refiere al Señor Jesús como el primero en levantarse de los muertos en un cuerpo glorificado y resucitado. En Romanos 8:29, Colosenses 1:15 y Hebreos 1:6, se refiere a Señor como el Dios-hombre, que tiene la preeminencia sobre toda la creación, así como el primogénito dentro de una familia judía sobre Sus hermanos. Estas referencias de ninguna manera niegan la deidad de Cristo.

4.- Si Cristo era Dios, ¿cómo pudo morir? ¿Quién sostenía al mundo mientras Dios estaba muerto?

Los Testigos de Jehová parecen pensar que han arrojado una bomba sobre los cristianos con preguntas como estas. No se dan cuenta de que en la Biblia la muerte para los humanos no es un cese de existencia. Es la separación del cuerpo y el espíritu. Cuando el Señor Jesús dijo en la cruz: “Consumado es” (Juan 19:30) y “Padre, en Tus manos encomiendo Mi espíritu” (Lucas 23:46), no dejó de existir, Su espíritu fue al paraíso, donde se le unió el ladrón que se había arrepentido. Al tercer día, Su espíritu se unió a Su cuerpo glorificado en la resurrección.

5.- Si el Señor Jesús es Dios, ¿Por qué dijo “el Padre es mayor que yo”? (Juan 14:28).

En Su humanidad, habiendo dejado voluntariamente a un lado Su gloria como Dios, se hizo temporalmente “menor que los ángeles” (Hebreos 2:9). En este estado de humillación, se podía decir que el Padre era mayor que Él. Eso no lo hubiera dicho antes de la encarnación, ni tampoco lo diría en Su estado de exaltación.

6.- ¿Por qué el Señor Jesús, aparentemente negó que hubiera dicho ser Dios al señalar que los profetas del Antiguo Testamento aplicaban el término “dioses” a jueces humanos?

El incidente a que se refiere este asunto se halla en Juan 10:31-39. Los líderes judíos estaban a punto de apedrearlo por decir: “Yo y el Padre somos uno” (v.30). En ese momento, llamó su atención el hecho de que el Salmo 82:6 dice de los jueces humanos “vosotros sois dioses”. Pero el Señor Jesús no se estaba colocando en el mismo nivel que estos simples seres humanos. Se apartó de ellos afirmando que Él había sido enviado del cielo de manera única. Sin embargo, no procedió a explicar claramente Su absoluta deidad, porque muchas personas no estaban listas para esa verdad. Por lo tanto, así como el Señor Jesús había usado parábolas para revelar la verdad para aquellos que estaban preparados para oírla y para esconderla de aquellos que no estaban preparados (Mateo 13:10-17), en esta ocasión habló en términos que revelarían y ocultarían. Las personas prejuiciosas no comprendían. Como resultado de ello, fue posible para Pedro dirigirse unos meses más tarde a las personas que habían acordado crucificar al Señor Jesús y decirles: “Y ahora, hermanos, yo sé que obrasteis por ignorancia” (Hechos 3:17).

En suma, el Señor Jesús no negó Su deidad. Simplemente, se refirió a ella de tal manera que no enojara a aquellos que no estaban listos para aceptarla.

7.- Si el Señor Jesús es Dios, ¿por qué dice 1 Corintios 15:24-28 que al fin de los tiempos entregará el reino al Dios y Padre y se sujetará a Él?

En este pasaje, Pablo nos dice que vendrá el tiempo en que el Señor Jesús habrá terminado Su obra como Mesías y Mediador. Mientras estuvo aquí en la tierra cumplió la ley por nosotros, pagó el precio de nuestro pecado y quebrantó el poder de la muerte. Hoy, es la Cabeza de la iglesia. “E inmediatamente después de la tribulación” (Mateo 24:29) de los días finales de esta era, “descenderá del cielo” (1 Tesalonicenses 4:13-18), y “sus ángeles… juntarán a sus escogidos de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro” en el arrebatamiento (Mateo 24: 31). Este evento marca el regreso del Señor a la tierra a gobernar, tal como lo describen muchos de los pasajes del Antiguo Testamento (Isaías 2:1-4; 11:19; Jeremías 23:5,6). Castigará el pecado con el fuego, y creará nuevos cielos y nueva tierra (2 Pedro 3:10; Apocalipsis 21-22) desde donde reinará por mil años. Después de Su reinado milenial, terminará con la última de las rebeliones (Apocalipsis 20:7-19). Pablo declaró en aquel tiempo el Señor Jesucristo, como Dios-hombre mediador, dejará Su lugar en el centro del escenario, se sujetará a Dios el Padre, y ocupará de nuevo Su lugar original dentro de la Trinidad, como antes de la encarnación. La única diferencia será que retendrá, por toda la eternidad, Su humanidad glorificada.

8.- Si el Señor es Dios, ¿por qué dijo que iba a regresar a Su Dios?

Los Testigos de Jehová de Jehová frecuentemente hacen esta pregunta. El versículo al que se refieren es Juan 20:17, que dice: “[…] Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”. Dicen que el Señor Jesús se colocó en la misma relación con Dios que María Magdalena, la persona con quien estaba hablando.

Pero si eso es lo que el Señor Jesús quería hacer, ¿por qué no dijo simplemente “subo a nuestro Padre y a nuestro Dios”? El Señor Jesús hizo esa declaración para cerciorarse de que María Magdalena reconociera que Su relación con Dios era diferente de la relación de ella con Dios. El Señor Jesús es el Hijo de Dios por naturaleza. María Magdalena era hija de Dios por adopción. El Señor Jesús podía referirse a Dios como Su Dios por medio de una relación eterna. María Magdalena podía pensar en Dios como su Dios en virtud de la gracia que Él reveló en Cristo. Por lo tanto, las palabras del Señor Jesús registradas en Juan 20:17 describen el hecho de que Su relación con Dios el Padre es única.

9.- ¿Es correcto dirigir nuestras oraciones a el Señor Jesús o al Espíritu Santo?

Sabemos que es correcto y adecuado orar a Dios el Padre. El Señor Jesús nos enseñó que dijésemos así: “Padre nuestro que estás en los cielos” (Mateo 6:9). Sabemos también que hemos de acercarnos al Padre en el nombre del Señor Jesús, esperando que el Señor Jesús responda (Juan 14:14). Esteban, en el momento de su muerte, se dirigió al Señor Jesús (Hechos 7:59,60). No tenemos ningún pasaje bíblico que nos dirija a orar al Espíritu Santo, ni que nos dé un ejemplo para hacerlo. Sin embargo, sabemos que el Espíritu participa cuando oramos. Pablo nos dice que el Espíritu “nos ayuda en nuestra debilidad” y que “intercede por nosotros” cuando no sabemos cómo orar (Romanos 8:26).

Debemos dirigirnos al Padre cuando oramos por medio de la persona del Señor Jesucristo. Debemos acercarnos a Él en el nombre del Señor Jesús. Debemos depender del Espíritu Santo para que nos dirija en la oración. Debemos, también depender del Espíritu para que interceda por nosotros, cuando no sabemos qué pedir. Probablemente, no debiéramos preocuparnos tanto, sobre a quién nos debemos dirigir. Los tres escuchan cuando oramos. Los tres participan en las respuestas. Además, en la Trinidad, no existe envidia ni celos.

10.- ¿Podemos usar alguna ilustración para explicar la doctrina de la Trinidad?

Probablemente no. Algunas personas sostienen un huevo y dicen: “La yema, la clara y el cascarón componen un huevo. Esto es tres en uno”. Pero la yema es grasa, la clara es albúmina y el cascarón es calcio —no hay una verdadera unidad allí. Otros han dicho que el agua puede existir como hielo, como líquido y como vapor. Pero en cualquiera de sus formas es simplemente agua —no tres en uno. Un ministro pensó que tenía una ilustración extraordinaria, cuando dijo: “Yo soy padre para mi familia, pastor para mi iglesia y ciudadano en mi comunidad —tres en uno”. Pero, en realidad, estaba repitiendo la herejía de que Padre, Hijo y Espíritu Santo son tres características, formas o relaciones de la Deidad, tres modos en los que obra Dios. Las analogías más acertadas probablemente se pueden hallar en esos grupos de tres:

1. En el universo —espacio, tiempo y materia.
2. En la materia —energía, movimiento y fenómenos.
3. En el tiempo —pasado, presente y futuro.

No obstante, estas analogías arrojan muy poca luz al tema de la Trinidad. A lo sumo, sólo pueden reflejar la trinidad del Creador. Hemos de aprender a vivir con un Dios al que no podemos comprender del todo. Alguien ha dicho: “Si el cristianismo fuese algo que nosotros estuviésemos inventando, por supuesto, podríamos hacerlo más fácil. Pero no lo es. No podemos competir, en simplicidad, con personas que están inventando religiones. ¿Cómo podríamos? ¡Estamos tratando con hechos! Claro que cualquiera puede ser simple, si no tiene hechos por los que preocuparse”. (Beyond Personality: The Christian Idea of God, Londres: Geoffrey Bles, 1944, p.19).

¿CUÁL ES LA DIFERENCIA?

¿Por qué hay que hacer tanto hincapié en la doctrina de la Trinidad? ¿Y si una persona tiene fe en un Dios personal, considera al Señor Jesús como el más sublime de todos los seres creados, cree que murió por los pecadores y que resucitó de la tumba, y está confiando en Él para su salvación? ¿No es esa fe suficiente para la salvación? Puede ser que sí. Pero la doctrina de la Trinidad es una de las enseñanzas de la Biblia más básicas y más relacionadas con la vida.

Para subrayar su importancia, veamos cómo impacta el versículo mejor conocido de toda la Biblia. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en El, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). Si no cree en la Trinidad, tendría que decir que este versículo enseña que Dios envió al primer ser creado a morir para salvarnos. ¿Pero por qué el enviar a un ser creado (incluso el primero) para salvar a otros seres creados es un tema polémico? ¿Qué hace que eso sea una demostración suprema del amor de Dios? No es más que Dios enviando a una de sus criaturas a salvar a otras.

Pero si uno cree en la Trinidad, acepta este versículo como una declaración de una verdad sorprendente. Aquí se nos dice que Dios nos ama tanto que Él mismo, en la persona del Señor Jesucristo, vino a compartir nuestro dolor y a dar salvación a un gran costo. El apóstol Pablo declaró que “Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo” (2 Corintios 5:19). Esta afirmación hace al Calvario la manifestación suprema de la santidad y el amor de Dios. Frecuentemente hablamos de lo que el Señor Jesús sufrió en la cruz. Pero, ¿y el Padre?, ¿y el Espíritu Santo? Si una madre y un padre sufren cuando ven a un hijo pasar por una situación dolorosa, ¿por qué no sufrirían el Padre y el Espíritu Santo?

La relación de las personas dentro de la Deidad es más estrecha que la de los miembros de una familia. Tenemos un Dios trino que ha compartido, y aún comparte, el dolor de Sus criaturas. Aquel que escogió crear y dar a Sus criaturas morales libertad para pecar, y con ello introducir el dolor y la muerte en este mundo, también escogió compartir nuestro sufrimiento y aflicción. Servimos a Dios, el cual sufrió por nosotros en Cristo, un Dios que en Cristo conquistó la muerte por nosotros, un Dios que en Cristo comprende nuestro dolor, un Dios que por lo que hizo en Cristo, un día llevará a todos Sus hijos a un mundo donde no habrá más sufrimiento, ni muerte, ni lágrimas.

El Alá de la fe musulmana no es esta clase de Dios. El Jehová que describen los Testigos de Jehová no es esta clase de Dios. Únicamente el Dios trino de la Biblia es esta clase de Dios.

CONOCIENDO A DIOS

Un profesor que se dio cuenta que, debido a que había tenido conflictos con ciertos líderes, nunca avanzaría académicamente, le dijo al teólogo J. I. Packer: “No importa, porque yo he conocido a Dios y ellos no”. A los musulmanes y a muchos otros esto les suena blasfemo. Piensan que Dios es tan grande y tan diferente de nosotros que todo lo que podemos esperar es conocer Su voluntad y someternos a Él lo mejor que podamos.

Sí, Dios es tan distinto de nosotros y tan impresionantemente grandioso que no podemos comprenderlo del todo. Dios es incomprensible. ¡Pero es posible conocerle!

¿Por qué? Porque Él se ha acercado a nosotros. Se dio a conocer a la gente en épocas pasadas, a través de manifestaciones sobrenaturales y de conversaciones audibles. Entonces, hace unos 2.000 años atrás, se dio a conocer en la persona del Señor Jesucristo. Hebreos 1:2 nos dice que: “en los últimos días nos ha hablado por Su Hijo”. Podemos conocer a Dios mirando al Señor Jesús y recibiéndole a Él. Miremos Su retrato en los evangelios. Prestemos atención a Sus palabras. Preparémonos para obedecerle. El Señor Jesús prometió: “Si alguien quiere hacer su voluntad, sabrá si mi enseñanza es de Dios o si hablo de mí mismo” (Juan 7:17).

Cuando veamos que Él realmente es “el camino, y la verdad, y la vida” (Juan 14:6) y le recibamos como nuestro Salvador, nos convertiremos en hijos de Dios (Juan 1:12). Al poco tiempo también podremos decir que conocemos a Dios.  “Porque tres son los que dan testimonio en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo; y estos tres son uno” (1 Juan 5:8).

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NOTAS

[1]  El Movimiento Radical Femenino no es, estrictamente hablando, un grupo religioso, sino social, político y laboral, pero las declaraciones “religiosas” de algunas de sus voceras en cuanto a la Divinidad le ha otorgado el dudoso honor de incluirlo entre los que sostienen el error antitrinitario. El movimiento ha expresado desde sus orígenes la exaltación “del rol de la mujer en la vida del Galileo para revelar así su importancia, la que ha sido minimizada con el correr de los siglos debido a la mirada patriarcal de la iglesia…”. El MRF pretende ser “una apología a la mujer, que fue la protagonista principal de la comprensión y expansión del cristianismo, pero que debido a la masculinización de la historiografía, se invisibilizó”. Su ataque frontal al cristianismo histórico—al que considera “patriarcal”, “androcéntrico”, “misógino” y “sexista”—es un ataque al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo de la Biblia. 





OREMOS (BLOG)

Hay muchas preguntas acerca de la oración. Algunas de las más comunes son:  

¿Por qué orar?

¿Cuál es la oración del pecador?

¿Cuál es la oración del - Padre nuestro-? y ¿debemos orarlo?

¿Es importante la oración grupal?

¿Cómo puedo hacer que Dios responda a mis oraciones?

¿Es aceptable el orar repetidamente por la misma cosa, o sólo debemos pedirla una vez?

¿Qué significa orar en el nombre de Jesús?

¿Qué significa orar sin cesar?

¿Qué es el poder de la oración?

¿Cómo es la oración una comunicación con Dios?

¿Cuál es la manera correcta de orar?

¿Cuáles son algunos obstáculos para la oración efectiva?

La oración en silencio ¿es bíblica?

¿Qué es la oración intercesora?

¿Cuál es la conexión entre oración y ayuno?

¿Qué es orando en el Espíritu?

¿Cómo puedo estar seguro de que estoy orando de acuerdo a la voluntad de Dios?

¿A Quién debemos orar; al Padre, al Hijo, o al Espíritu Santo?

¿Qué es orar caminando? ¿Es bíblico seguir una oración caminando?

¿Qué es orar en lenguas? ¿Es el orar en lenguas un lenguaje de oración entre Dios y el creyente?


En el siguiente blog el lector interesado podrá encontrar la respuesta a muchas de estas preguntas, y a otras que también pudiera tener. 
















LEFT BEHIND (E-book)

WHO WILL BE LEFT BEHIND AND WHEN?

164 pages. (PDF file).

Prewrath for non-scholars — simple language, simple presentation for everybody.

With tensions in the Middle East at an all-time high, the threat of terrorism on our very doorsteps, and the move toward global government picking up momentum, Christians are more than ever showing an increased interest in prophecy. This is evidenced by the enormous popularity of end-times fiction books, such as the Left Behind series. We are asking questions such as: Who is the Antichrist? When will the tribulation begin? Will believers in Christ be rescued before the terrible persecution of Antichrist? Are there any signs that will indicate that the Coming of Christ is near?

In Who Will be Left Behind and When?, Dave Bussard takes us back to the Bible to examine what it teaches on the end times and the rapture of the Church. Written in an easy-to-read style, Who Will be Left Behind and When? critically examines the teaching of the pretribulation theory of the rapture that is the foundation of the Left Behind series. Mr. Bussard explores the books of Daniel, Matthew, 1 and 2 Thessalonians and the Revelation, and succeeds in building a solid case for the timing of the rapture.

But this is far from another dry book on eschatology. Rather, Who Will be Left Behind and When? contrasts the prewrath position with the familiar language and imagery drawn from best-selling co-author of the Left Behind series, Tim LaHaye. In the end, it is a wake-up call to believers to examine what they believe and to realize the vital importance of our understanding of Christ's return. Our doctrine does influence our practice, and this is true in the area of eschatology. A proper understanding of the return of Christ affects not only our present spiritual walk, but will have profound consequences for those who will face the final days of this age.

"I highly recommend WHO WILL BE LEFT BEHIND AND WHEN? for all who love the Word of God, no matter your eschatological persuasion. Read it with your Bible open and your mind engaged, and I know you will be challenged and encouraged." - Gary Vaterlaus Instructor, Biblical Research and Education Sola Scriptura www.solagroup.org














LA DOCTRINA DEL HOMBRE - Serie Todas las Doctrinas de la Biblia


Dios creó al hombre a Su imagen y le dio la capacidad de razonar y de escoger a quien servir. Si escoge servir a Dios entonces las virtudes de Dios se perfeccionan en él. Si escoge servir al diablo entonces llega a ser más perverso y diabólico.

El hombre tiene una doble naturaleza, pues él es carne y espíritu. Por una parte, él es semejante a Dios; y por otra, es como los animales. El hombre tiene una voluntad al igual que Dios. Él también tiene un espíritu que goza de compañerismo espiritual y posee un alma que tiene una existencia eterna. Sin embargo, así como el cuerpo de los animales se enferma y muere también el cuerpo del hombre.

Cuando comparamos al hombre con Dios nos damos cuenta que el hombre es inferior a Dios en todo. Podemos expresar la diferencia de la siguiente manera: El hombre es finito; Dios es infinito. Aunque una persona se convierta al Señor siendo muy joven y le siga fielmente durante toda su vida esto no quiere decir que alcanzará la perfección de Dios en esta vida. No importa cuanto haya crecido espiritualmente, todavía puede seguir creciendo.

Cuando comparamos al hombre con los animales entonces vemos que él es superior a ellos en inteligencia, dominio y poder. Su capacidad, sea para el bien o para el mal, sobrepasa la de ellos. Mientras que los animales son gobernados por el instinto, el hombre puede razonar, lo cual le proporciona una esfera muy superior. Cuando un animal muere sólo queda un montón de estructuras óseas que vuelve al polvo. Cuando muere una persona su cuerpo vuelve al polvo mientras que el alma continúa existiendo para siempre. No obstante, cuando el hombre se somete al dominio de la carne entonces él cae en una profundidad de depravación desconocida aun entre los animales.

De modo que, la pregunta práctica con la cual nos enfrentamos a menudo es: ¿Nos arrastraremos como los animales en el polvo o moraremos, como Dios, en lugares celestiales?

Capítulo 8

El hombre

“Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Génesis 1:27).

El salmista, meditando sobre la bondad y la misericordia de Dios, consideró la gran diferencia existente entre el Dios infinito y el hombre finito. Entonces exclamó diciendo: “¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria?” (Salmo 8:4).

¿Qué es el hombre?

1. El hombre es una imagen finita del Dios infinito

Después que Dios creó todas las plantas y todos los animales todavía no existía una criatura que llevara su propia imagen. Por tanto, Dios dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen” (Génesis 1:26). El hombre, al igual que su Creador cuya imagen él lleva, es un ser compuesto. Cuando Dios dijo, “hagamos”, él se refirió a la trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. El hombre también es trino, pues tiene “espíritu, alma y cuerpo” (1 Tesalonicenses 5:23). Dios le dio al hombre una mente que lo capacita para dominar la tierra. Todos los atributos morales de Dios (véase el capítulo 1), los cuales Dios posee a la perfección, los dio al hombre hasta cierto punto. El hombre, aunque lleva la imagen de Dios, nunca puede ser igual a Él porque Dios es perfecto e infinito en todo, mientras que el hombre es imperfecto y finito.

2. El hombre es distinto a las demás criaturas de la creación

Dios creó el mundo a fin de proveer un hogar para el hombre (Isaías 45:18). Dios le dio poder al hombre para enseñorearse de todos los animales y las plantas, y con el objetivo de que los utilice para sus necesidades físicas. Solamente el hombre posee un espíritu y puede comunicarse con su Creador. Dios va a rescatar solamente al hombre de esta tierra para vivir con Él en la eternidad.

3. El hombre caído es la criatura más vil de la tierra

Las bestias del campo, las aves del cielo y los peces del mar están cumpliendo el propósito de Dios. Sólo el hombre ha traicionado a su Creador. En lugar de llevar la imagen de Dios, el hombre, por medio del pecado, llega a pensar y a comportarse peor que los animales. El hombre, en su estado caído, rechaza a Dios, blasfema de Él, lo aborrece y se deleita en lo que Dios prohíbe. Debido a su desobediencia, el hombre se convierte en un hijo del diablo. (Lea Jeremías 17:9; Romanos 1:18–2:2).

4. El hombre es el objeto del amor divino

Cuando pensamos en el estado depravado del hombre caído, y luego en lo que Dios ha hecho y está haciendo para su bien, nos maravillamos con el salmista, diciendo: “¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria?” En esto se manifiestan la gracia, la bondad maravillosa y la infalible sabiduría de Dios. El hombre, aunque es depravado, posee un alma que Dios quiere salvar. Dios proveyó esta salvación al enviar a su Hijo al mundo. El amor del padre al hijo pródigo (Lucas 15) al velar y anhelar el regreso de su hijo rebelde es una pequeña ilustración del amor del Padre celestial hacia Sus criaturas caídas. Él entregó a Su Hijo unigénito como un sacrificio para lograr la redención y la restauración del hombre. Aquellos que son sensibles a esa gracia maravillosa verdaderamente pueden decir: “Le amamos a él, porque él nos amó primero” (1 Juan 4:19). (Léase también Juan 3:16–17; Romanos 5:1–8; 1 Juan 3).

5. El hombre es el siervo de Dios

En el principio Dios puso al hombre “en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase” (Génesis 2:15). Aunque hay muchos hombres infieles que son siervos voluntarios del pecado, y no de Dios, hasta cierto punto todos los hombres son siervos de Dios. Los justos son siervos de Dios de forma voluntaria. En cambio, los injustos se convierten en siervos involuntarios de Dios cuando a Él le place usarlos para cumplir Sus planes. Existen varios ejemplos en la Biblia que demuestran lo anteriormente expuesto: Faraón, a quien Dios levantó para cumplir su promesa a los hijos de Israel; Nabucodonosor, a quien Dios usó para castigar al pueblo rebelde de Israel; Ciro, a quien Dios usó como Su siervo para restaurar a Judá a la tierra prometida; y los hombres que tuvieron parte en la crucifixión de Cristo “por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios” (Hechos 2:23). Todos estos hombres fueron siervos involuntarios de Dios. Ya sea voluntaria e involuntariamente, constante e inconstantemente, todo hombre es siervo de Dios. Sin embargo, el hombre impío que sirve involuntariamente no tiene recompensa. Léase Hechos 1:18–25 en cuanto al fin de Judas. Con relación a los obedientes, léase Romanos 6:16.

El dominio del hombre

Dios le dio al hombre el dominio sobre toda la tierra cuando dijo: “Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” (Génesis 1:28). Este mandamiento obliga al hombre a:
  • “Fructificad y multiplicaos”: Desde el principio ha sido el plan perfecto de Dios que los humanos se casen y críen hijos. El hombre no tenía que pecar para cumplir este mandamiento. Dios instituyó el matrimonio con el objetivo que los hijos pudieran ser criados bajo la protección y la bendición de un hogar piadoso.
  • “Llenad la tierra, y sojuzgadla”: Es evidente que en la tierra había algún trabajo que hacer y algún territorio que ocupar. Recuérdese que solamente existía una familia y un solo huerto donde habitar. ¡Cuán hermoso habría sido si todo el género humano hubiera permanecido fiel a Dios! Entonces toda la tierra con el tiempo hubiera sido un maravilloso paraíso de Dios; un lugar donde el hombre hubiera vivido en perfecta felicidad y todo hubiera estado sujeto a él. Pero como Satanás engañó al hombre esta sujeción nunca se ha llevado a cabo completamente.
  • “Señoread en los peces (…), en las aves (…), y en todas las bestias”: Dios entregó a los animales al dominio del hombre. Adán les puso nombre a todos. El dominio trae consigo la responsabilidad de la mayordomía. Dios quiere que el hombre haga uso de la creación para suplir sus necesidades físicas, pero no quiere que él abuse de la misma. La idea que el hombre debe tratar a los animales de igual a igual contradice este mandamiento.
  • Por tanto, Dios hizo provisiones para la felicidad y el bienestar del hombre en la creación. “Vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (Génesis 1:31). Así fue hasta el día en que el tentador engañó al hombre, y éste pecó. La vida del hombre cambió completamente al no permanecer fiel al plan de Dios para su vida.
Capítulo 9

Un diseño histórico del hombre                                                                                                                 

“El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay... de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación” (Hechos 17:24, 26).

Muchos hombres tratan de explicar la historia del hombre en la tierra, partiendo de una célula que se transformó a través de los años hasta llegar a ser el hombre que conocemos hoy. Pero Dios nos ha dado una información más directa y confiable en las Sagradas Escrituras. El Creador mismo le reveló a Moisés, el dador de la ley, que “en el principio creó Dios los cielos y la tierra”. Él le reveló a Moisés cuál era la historia del hombre desde el tiempo de la creación de Adán hasta el tiempo en que vivía. Moisés escribió estas cosas en un libro, el cual conocemos hoy como el libro de Génesis. Génesis es el único registro confiable de la historia del hombre.

El hombre, tal y como Dios lo creó

La Biblia describe la creación del hombre de la siguiente forma:

“Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó (Génesis 1:26–27).

“Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente. (...) Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él. (...) Entonces Jehová Dios hizo caer sueño profundo sobre Adán, y mientras éste dormía, tomó una de sus costillas, y cerró la carne en su lugar. Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre. Dijo entonces Adán: Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada Varona, porque del varón fue tomada. Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Génesis 2:7, 18, 21–24).

Aquí se emplea un lenguaje sencillo y fácil de entender. De los primeros capítulos de Génesis obtenemos los siguientes datos en cuanto al estado del hombre tal y como Dios lo creó:
  • Fue creado a imagen de Dios (véase el capítulo 7 de TODAS LAS DOCTRINAS DE LA BIBLIA).
  • Fue creado con inteligencia, pues hablaba con Dios y fue capaz de darle nombres a todos los animales.
  • Fue creado puro y santo, sin pecado, en comunión con su Creador.
  • Era digno de confianza; pues le fue dada la responsabilidad de cuidar el huerto y dominar toda la tierra.
  • Él recibió “el aliento de vida” por el soplo de Dios. Esto implica que: (1) La vida en él reflejaba la vida de Dios. (2) Él no estaba sujeto a la muerte. La amonestación: “el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:17), no significaba nada si en ese tiempo la muerte ya reinaba en su cuerpo y alma. De hecho, comprendemos que la muerte descrita aquí se refería tanto a la muerte espiritual como también a la física. (Compárese Génesis 3:22–24 con Romanos 5:12–19.) Hasta entonces, el hombre era un alma viviente con la capacidad de vivir eternamente.

Esta es una descripción preciosa del hombre en su perfección cuando éste vivía en el hermoso paraíso terrenal de Dios.

La caída del hombre

Pero Satanás entró al hogar feliz del hombre. Adán y Eva cayeron en desobediencia y el hombre perdió su primer estado. La historia de su vergonzosa caída se relata aquí:

“Pero la serpiente era astuta, más que todos los animales del campo que Jehová Dios había hecho; la cual dijo a la mujer: ¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto? Y la mujer respondió a la serpiente: Del fruto de los árboles del huerto podemos comer; pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis. Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal. Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella. Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron delantales. Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto” (Génesis 3:1–8).

La caída del hombre cambió la naturaleza del género humano. Pero Dios previó este evento e hizo provisión para redimir al hombre de su estado caído (1 Pedro 1:20). La historia bíblica de la caída del hombre no armoniza con la teoría de la evolución. El hombre ahora es más depravado que nunca en lugar de ser más inteligente y refinado.

La familia de Adán

Después de esto, la historia de la familia de Adán se refiere al hombre caído en lugar de referirse a la historia del hombre en el paraíso de Dios. Adán, como el resto de la humanidad, estaba sujeto a enfermedad, dolor y muerte. Sabemos los nombres de tres de los hijos de Adán: Caín, Abel y Set. Se infiere que Adán tuvo más hijos cuando leemos el versículo donde dice que Adán “engendró hijos e hijas” (Génesis 5:4). La carga del pecado recayó sobre Adán y su familia. Caín, el primogénito, se convirtió en el primer homicida. Abel fue asesinado y Dios dio a Adán otro hijo: Set.

“¿Dónde consiguió Caín su esposa?” El incrédulo se hace esta pregunta. La esposa de Caín era su hermana o su sobrina.

La edad del género humano

La edad aproximada del hombre la sabemos por dos genealogías que se encuentran en los capítulos 5 y 11 de Génesis. La primera ofrece la cantidad de años desde la creación de Adán hasta el nacimiento de Noé y la segunda dice cuántos años más tenía Adán que Abram. Desde aquel tiempo hasta nuestros días hay suficiente historia contemporánea entre las diferentes naciones por medio de las cuales podemos calcular el tiempo aproximado desde la creación del hombre. Se calcula que el tiempo desde la creación de Adán hasta el nacimiento de Cristo es de aproximadamente 4.004 años. Existe cierta variación en los cálculos de los diferentes eruditos, pero no la suficiente como para impedir llegar a la conclusión que si Adán viviera hoy él tendría alrededor de 6.000 años.

El diluvio

Al pasar los siglos la maldad del género humano aumentó. Entre los descendientes de Caín encontramos al padre de los edificadores de la primera ciudad (Enoc), al padre de los que criaban ganado (Jabal) y al gran herrero (Tubal-caín). Con el paso del tiempo, las condiciones que prevalecieron trajeron el juicio del Todopoderoso. “Y se arrepintió Jehová de haber hecho hombre en la tierra” (Génesis 6:6). ¿Qué había pasado? Entre otras cosas, hubo casamientos entre los hijos de Dios y las hijas de los hombres. Y como les nacieron gigantes a estos matrimonios impíos y “varones de renombre”, al fin Dios vio que “la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal”, entonces Él dijo: “Raeré de sobre la faz de la tierra a los hombres que he creado” (Génesis 6:5, 7).

Pero Noé halló gracia ante los ojos del Señor y por medio de él Dios preservó el género humano. Dios le ordenó a Noé edificar un arca en el cual pudieran entrar los justos entre los hombres y un número limitado de toda especie animal. Allí hallarían refugio mientras la tierra fuera destruida por un gran diluvio.

Noé hizo lo que Dios le ordenó. Pero solamente hubo ocho almas que entraron al arca el día señalado: Noé y su esposa, sus tres hijos y sus esposas. Dios cerró la puerta de la misma. Las fuentes del abismo se reventaron y se abrieron las compuertas del cielo arriba. Llovió intensamente por cuarenta días y cuarenta noches hasta que la faz de la tierra fue cubierta con agua. Toda la gente que estaba fuera del arca pereció. Después del diluvio el arca reposó sobre los montes de Ararat. Entonces fue cuando Noé y su familia salieron. Habían estado dentro del arca durante más de un año.

“El año seiscientos de la vida de Noé, en el mes segundo, a los diecisiete días del mes, aquel día fueron rotas todas las fuentes del grande abismo, y las cataratas de los cielos fueron abiertas, y hubo lluvia sobre la tierra cuarenta días y cuarenta noches. En este mismo día entraron Noé, y Sem, Cam y Jafet hijos de Noé, la mujer de Noé, y las tres mujeres de sus hijos, con él en el arca; ellos, y todos los animales silvestres según sus especies, y todos los animales domesticados según sus especies, y todo reptil que se arrastra sobre la tierra según su especie, y toda ave según su especie, y todo pájaro de toda especie. Vinieron, pues, con Noé al arca, de dos en dos de toda carne en que había espíritu de vida. Y los que vinieron, macho y hembra de toda carne vinieron, como le había mandado Dios; y Jehová le cerró la puerta. Y fue el diluvio cuarenta días sobre la tierra; y las aguas crecieron, y alzaron el arca, y se elevó sobre la tierra. Y subieron las aguas y crecieron en gran manera sobre la tierra; y flotaba el arca sobre la superficie de las aguas. Y las aguas subieron mucho sobre la tierra; y todos los montes altos que había debajo de todos los cielos, fueron cubiertos. Quince codos más altos subieron las aguas, después que fueron cubiertos los montes. Y murió toda carne que se mueve sobre la tierra, así de aves como de ganado y de bestias, y de todo reptil que se arrastra sobre la tierra, y todo hombre. Todo lo que tenía aliento de espíritu de vida en sus narices, todo lo que había en la tierra murió. Así fue destruido todo ser que vivía sobre la faz de la tierra, desde el hombre hasta la bestia, los reptiles, y las aves del cielo; y fueron raídos de la tierra, y quedó solamente Noé, y los que con él estaban en el arca” (Génesis 7:11–23).

Por el lenguaje claro que emplea la Biblia es evidente que el diluvio fue universal y cubrió toda la tierra. La Escritura no admite ninguna otra interpretación.

También hay evidencias extra-bíblicas que demuestran que hubo un diluvio universal:
  • Las naciones del oriente tienen un relato tradicional acerca de un diluvio que han sabido trasmitir de generación en generación y que finalmente vino a formar parte de su literatura. Algunas de las tribus indígenas en América también tienen una leyenda semejante.
  • Existen lugares muy distantes del mar donde se han descubierto muchos fósiles de plantas y animales acuáticos. Esto demuestra que en un tiempo esos lugares estuvieron debajo del agua.

La dispersión del hombre a causa de la confusión de las lenguas

Noé edificó un altar e hizo un sacrificio para adorar a Dios al salir del arca. Pero no pasó mucho tiempo después del diluvio que se dio a conocer que aunque Noé halló gracia ante los ojos de Dios, él, sin embargo, era hijo de Adán. El diluvio no quitó la naturaleza pecaminosa que se transmite de generación en generación (léase Génesis 9:20–27).

Al multiplicarse el hombre, su maldad se manifestó más y más. Una vez más vayamos a las Escrituras para facilitar nuestra narración:

“Tenía entonces toda la tierra una sola lengua y unas mismas palabras. Y aconteció que cuando salieron de oriente, hallaron una llanura en la tierra de Sinar, y se establecieron allí. Y se dijeron unos a otros: Vamos, hagamos ladrillo y cozámoslo con fuego. Y les sirvió el ladrillo en lugar de piedra, y el asfalto en lugar de mezcla. Y dijeron: Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre, por si fuéremos esparcidos sobre la faz de toda la tierra. Y descendió Jehová para ver la ciudad y la torre que edificaban los hijos de los hombres. Y dijo Jehová: He aquí el pueblo es uno, y todos éstos tienen un solo lenguaje; y han comenzado la obra, y nada les hará desistir ahora de lo que han pensado hacer. Ahora, pues, descendamos, y confundamos allí su lengua, para que ninguno entienda el habla de su compañero. Así los esparció Jehová desde allí sobre la faz de toda la tierra, y dejaron de edificar la ciudad” (Génesis 11:1–8).

Según la tradición judía, el lugar donde se comenzó a construir la torre de Babel fue en Babilonia, en la ciudad de Sinar.

A partir de ese tiempo la historia del hombre se compone de la historia de muchas naciones. No existen muchos escritos acerca de la historia de las naciones durante los primeros cien años después de la dispersión. Pero se sabe lo suficiente para concluir que la mayor parte de los descendientes de Sem se quedaron en Asia, los descendientes de Jafet llegaron a ser las naciones principales de Europa y los descendientes de Cam llegaron a ser el pueblo predominante de África.

El pacto de Dios con Abraham

Aunque el hombre fue confundido en sus designios y dispersado sobre la faz de toda la tierra él no se arrepintió de sus caminos pecaminosos. Más bien, la maldad del hombre siguió incrementándose. Entonces Dios reveló Su plan para el hombre pecaminoso. Él llamó a Abraham, un ciudadano de Ur de los Caldeos, para convertirlo en cabeza de una nación escogida. El criterio de Dios acerca de su siervo Abraham fue: “Porque yo sé que mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová, haciendo justicia y juicio, para que haga venir Jehová sobre Abraham lo que ha hablado acerca de él” (Génesis 18:19).

En la parte oriental del Mar Mediterráneo había una porción de tierra escogida que estaba habitada por los descendientes de Canaán, los hijos de Cam. Esta tierra, conocida entonces como la tierra de Canaán y ahora como Palestina, Dios se la prometió a Abraham, diciendo: “Y haré de ti una nación grande… A tu descendencia daré esta tierra” (Génesis 12:2, 7).

Dios confirmó esta promesa varias veces. La parte más preciosa del pacto fue la promesa de la venida de Cristo, a la cual Dios se refirió cuando le dijo a Abraham: “En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra” (Génesis 22:18; Hechos 3:25). Abraham obedeció la voz de Dios, pero durante su vida no vio cumplidas todas las promesas de Dios. Él moraba en tiendas y aunque Dios lo prosperaba materialmente Abraham no dejó de creer en las promesas de Dios por medio de la fe. Abraham creyó fielmente y hoy conocemos a Abraham como “el padre de la fe”.

Cuando Abraham murió no tenía muchos descendientes. Pero en los días de su nieto, Jacob, la familia estaba compuesta de setenta personas. Ellos emigraron a Egipto. Estando en Egipto, Dios cambió el nombre de Jacob por el de Israel. Allí Israel se convirtió en una nación muy grande. Primeramente experimentaron la prosperidad bajo la dirección de José, pero después la esclavitud bajo la opresión de un nuevo rey (Éxodo 1–12). Después de muchos años de esclavitud, los hijos de Israel, bajo la dirección de Moisés, fueron librados de Egipto y comenzaron su viaje hacia la tierra prometida (Éxodo 12:41).

La ley

Aquel peregrinar del pueblo de Israel se mantuvo durante 40 años. Mientras Israel viajaba, Dios se le apareció a Moisés en el Monte Sinaí y le entregó la ley. Los israelitas recibieron los diez mandamientos que fueron escritos con el dedo de Dios sobre dos tablas de piedra (Éxodo 31:18). Dios también les dio la ley levítica. Esta ley fue válida como la ley de Dios para Su pueblo durante el resto de la época del Antiguo Testamento. Su vigencia duró hasta Cristo, porque Él se convirtió en el cumplimiento de la ley.

La cúspide del poder de la nación de Israel fue lograda en los días de David y Salomón. Después el reino fue dividido entre el reino del norte y el reino del sur. Luego cayó el reino del norte y después el reino del sur. El pueblo fue llevado cautivo. Pero la ley todavía estaba en vigencia: el sacerdocio continuó, la adoración nacional de los judíos se mantuvo, algunos prosélitos fueron ganados de otros pueblos… Cuando llegó el tiempo de Cristo la adoración en las sinagogas ya había sido establecida en muchas ciudades en Palestina así como también en otros países.

Durante este tiempo florecieron otras naciones. Caldea, Asiria, Egipto, Persia, Fenicia, Grecia y Roma; cada una prosperó grandemente en su día y cada una cayó al ser conquistada por sus enemigos. Su propio estado pecaminoso fue siempre la causa de su caída. En el tiempo de Cristo, Palestina estaba bajo el dominio de los romanos. Aproximadamente cuarenta años después de la crucifixión del Señor Jesucristo, Jerusalén fue completamente destruida por Tito, para entonces general del ejército romano y posteriormente emperador de Roma. Desde aquel tiempo los judíos fueron extranjeros entre las naciones por más de 1.800 años.

El cristianismo

La fecha “2013 d. C.” quiere decir que hace 2.013 años que el anticipado Mesías apareció en la tierra. El cetro de favor divino pasó de Judá a Cristo, de la ley del judaísmo a la ley del evangelio, que es el cristianismo. De allí en adelante la historia de Dios y Su pueblo está contenida en la historia de la iglesia cristiana. Juan el Bautista, precursor de Cristo, fue el siervo de Dios que introdujo la transición del antiguo al nuevo pacto. Luego, apareció Jesucristo el Mesías. Él escogió a Sus discípulos, estableció Su iglesia, selló el nuevo pacto con Su sangre, resucitó del sepulcro, ascendió a la gloria, envió al Espíritu Santo y dio poder a la iglesia para servir a Su pueblo. En pocos siglos el cristianismo se convirtió en una influencia poderosa en el mundo. Y Dios ha preservado su influencia hasta el día de hoy.

Aunque en la actualidad muchas de las naciones son ricas y poderosas todavía ellas siguen las pisadas de las naciones antiguas en cuanto a la maldad y el pecado. En nuestros días hay una decadencia moral que ha conducido a la mayoría de las naciones al borde de la ruina, mientras se oye de “guerras y rumores de guerras” por todos lados. Como en los días de Noé, abundan casamientos entre creyentes e incrédulos. Las profecías y las señales descritas en Mateo 24 y en otras Escrituras se están cumpliendo ante nuestros propios ojos (Léase PROFECÍAS CUMPLIDAS EN ESTA GENERACIÓN).

En medio de todo esto la iglesia tiene un mensaje: el mensaje de la salvación, el evangelio del Señor Jesucristo, el cual debe ser predicado a todas las naciones.

Capítulo 10

El hombre en su estado caído

“No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno... Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:10–12, 23).

“Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jeremías 17:9).

Meditemos acerca de la pureza y la felicidad del hombre en su primer estado en el Huerto de Edén. Ahora, comparemos esa escena con el hombre pecaminoso, depravado y desdichado de la actualidad y podremos darnos cuenta por lo menos de una parte de lo que perdió el hombre en la caída.

Es necesario estudiar la depravación y la desdicha del hombre caído para poder entender la grandeza de la bondad y el amor compasivo de Dios. Sólo ese gran amor de Dios pudo reconciliarnos con Él.

Satanás se presentó en el Huerto de Edén y dijo lo siguiente: “¿Conque Dios os ha dicho?... No moriréis; sino sabe Dios que... seréis como Dios” (Génesis 3:1–5). De esta manera la serpiente utilizó su astucia para llamar la atención del ojo y del alma de la víctima. Analicemos cómo respondió el hombre a la tentación del diablo.

La caída del hombre

1. El descuido

Al prestarle atención al diablo (Génesis 3:2), Eva se olvidó de la veracidad y bondad de Dios, y de las bendiciones maravillosas de las cuales gozaba. Ella escuchó al enemigo de Dios. Este fue su primer error.

2. La incredulidad

Eva dudó de lo que Dios dijo (Génesis 3:6). Ella no hubiera creído las palabras del diablo, “no moriréis”, si no hubiera dudado de lo que Dios había dicho: “moriréis”. Si la mujer no hubiera transferido su fe y confianza de Dios a Satanás, ella nunca hubiera codiciado el fruto de aquel árbol. Y si ella hubiera creído a Dios entonces el fruto prohibido no hubiera parecido “bueno para comer”, ni “agradable a los ojos”, ni “codiciable para alcanzar la sabiduría”.
3. La codicia

Eva quiso ser igual a Dios. De la incredulidad nació la codicia. Después que Eva se olvidó de la bondad y el amor de Dios, la codicia se apoderó de ella. Eva gozaba de mejores cosas de las que el tentador pudo ofrecerle, pero la codicia la cegó y la guió a ilusiones vanas.

4. La desobediencia

La codicia, unida a la ceguera espiritual, impulsó a Eva a extender la mano para coger el fruto prohibido (Génesis 3.6). Ella desobedeció, y a causa de su desobediencia y la de su marido “el pecado entró en el mundo” (Romanos 5:12).

5. La muerte (Génesis 3.3)

Dios había amonestado a Adán y Eva: “No comeréis [del fruto]... para que no muráis” (Génesis 3:3). La desobediencia trajo consigo la muerte. “El pecado, siendo consumado, da a luz la muerte” (Santiago 1:15). Adán y Eva ya estaban muertos espiritualmente. El hecho de que Dios impidiera que el hombre comiera del árbol de la vida y viviera para siempre en su estado pecaminoso confirma que la muerte física entró también. (Léase Génesis 3:23–24.) El hombre se convirtió así en un ser mortal.

En esta primera transgresión tenemos una descripción de lo que sucede cada vez que un ser humano, tentado a alejarse de Dios, cede a la tentación y cae en pecado. Juan se refiere a la tentación como “los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida” (1 Juan 2:16). Estos tres corresponden con lo que Eva vio (o se imaginó que vio): “Bueno para comer...agradable a los ojos... codiciable para alcanzar la sabiduría”. Estas cosas también se vieron cuando el diablo trató de destruir al Hijo de Dios en la tentación en el desierto. (Léase Mateo 4:1–11.) La diferencia entre Eva y Cristo fue que Eva cedió; mientras que Cristo venció. Cuando el tentador se nos presenta no existe otro lugar de seguridad para nosotros sino sólo al pie de la cruz de Cristo.

La condición del hombre caído

1. Está muerto espiritualmente

Pablo describe el estado del hombre caído de la siguiente manera: “Muertos en... delitos y pecados” (Efesios 2:1). Otra vez él le escribe a Timoteo (y a nosotros): “Pero la que se entrega a los placeres, viviendo está muerta” (1 Timoteo 5:6). Esta es la seria advertencia que todo hombre debiera tomar en cuenta: “La paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23).

2. Es un hijo del diablo

Pablo se dirigió a Elimas como “hijo del diablo” cuando él se opuso a la obra del Señor (Hechos 13:10). Cristo reprendió a los fariseos de forma semejante cuando los amonestó, diciendo: “vosotros sois de vuestro padre el diablo” (Juan 8:44). Cuando el hombre se aleja de Dios se convierte en hijo del diablo.

3. Tiene una mente rebelde

“Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios” (Romanos 8:7–8). “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Corintios 2:14). Estos versículos muestran por qué el pecador siempre posee una mente desobediente y rebelde.

4. Tiene un corazón malo

“Corazón malo de incredulidad” (Hebreos 3:12) es otra manera de decir que “engañoso es el corazón [del hombre caído] más que todas las cosas, y perverso”. (Léase también Marcos 7:21–22; Romanos 7:18.) La única manera para quitar este corazón malo es someterse a Dios, recibir a Jesucristo como Salvador y Señor, convertirse y permitir que Él reemplace el corazón malo con “un corazón nuevo y un espíritu nuevo” (Ezequiel 18:31).

5.  Es una criatura corrompida

“Para los corrompidos e incrédulos nada les es puro; pues hasta su mente y su conciencia están corrompidas” (Tito 1:15). Este versículo describe la total depravación del hombre. No es de maravillarse que Pablo escribiera que “en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien” (Romanos 7:18). No hay cosa como “un hombre bueno” aparte de Cristo; porque “todas nuestras justicias [son] como trapo de inmundicia” (Isaías 64:6).

6.  Es siervo del diablo

“[Para que] escapen del lazo del diablo, en que están cautivos a voluntad de él” (2 Timoteo 2:26). Cristo vino para “librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre” (Hebreos 2:15). “La esclavitud de corrupción” (Romanos 8:21) es otra manera de explicar la misma verdad. Aquellos que piensan estar en libertad por el hecho de desatender la salvación de Dios y la reconciliación con él están en la peor esclavitud que se puede imaginar. El hombre no conoce la libertad verdadera, sino sólo por la libertad en el Señor Jesucristo.

7.  Es hijo de ira

“Entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás” (Efesios 2:3). “He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre” (Salmo 51:5). Los hombres en este estado no ven la ira que les espera, porque están ciegos espiritualmente.

8. Está bajo condenación

“El que no cree, ya ha sido condenado...Y esta es la condenación... los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas” (Juan 3:18–19). “Cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder, en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios... pena de eterna perdición” (2 Tesalonicenses 1:7–9), entonces “los malos serán trasladados al Seol, todas las gentes que se olvidan de Dios” (Salmo 9:17). Notemos que la condenación ya existe en esta vida y la consumación de ella vendrá en la eternidad.

9. Está sin esperanza

“Ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo” (Efesios 2:12) es como Pablo describe a los que están fuera de Cristo. Muchas veces leemos o escuchamos de hombres que han sido sepultados entre los escombros después de un terremoto, viviendo allí durante algunos días y aun durante semanas enteras antes de ser rescatados. A veces mueren antes de que llegue alguien quien los libere. Así es el alma perdida, presa en el pecado. ¡Qué triste es cuando las almas cegadas por el pecado se niegan a recibir la ayuda del Señor Jesucristo, el gran Libertador! El que se niega a ser librado de la esclavitud pecaminosa en esta vida será trasladado a la esclavitud en el lago de fuego donde estará por toda la eternidad, sin esperanza a ser librado.

Todas estas descripciones bíblicas del hombre caído son confirmadas por lo que vemos en las vidas de los pecadores. Para más información leer VUESTRO ADVERSARIO EL DIABLO.

El hombre “bueno” necesita la salvación

Los incrédulos a veces se justifican diciendo que son personas “buenas”. Llevan una vida limpia, se jactan de que no tienen vicios, muchas veces se comparan a sí mismos con miembros de la iglesia para mostrarse buenos. Pero Isaías dice que tal “justicia” es como “trapo de inmundicia”. Cristo comparó al pobre pecador con el fariseo que se justificó a sí mismo y dijo que el primero fue “justificado antes que el otro” (Lucas 18:14). El infierno no es solamente para los malos, sino también para todos los que “se olvidan de Dios” (Salmo 9:17). La ira eterna de Dios está contra “los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo” (2 Tesalonicenses 1:8). El hombre vil y el hombre “bueno” están en un mismo nivel ante Dios. Ambos pueden ser salvos sólo por la gracia de Dios, por medio de los méritos de la sangre del Señor Jesucristo.

La chispa de vida

La misma no es “la chispa de divinidad” que algunos piensan que se halla en cada alma. Todas las almas sin salvación están completamente muertas en delitos y pecados, depravadas y corrompidas, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Sin embargo, hay algo en todo hombre que es capaz de responder a la bondad y la gracia de Dios; igual que Eva, quien aunque perfecta y sin pecado, tenía algo dentro de sí con lo que le prestó atención al diablo y codició lo que se le ofreció. De igual forma el alma, aunque muerta en delitos y pecados, tiene algo dentro de sí que oye a Dios y puede escoger servirle. Sí, “viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán” (Juan 5:25). En cada ser humano hay una conciencia que Dios puede tocar. Es ésta precisamente la que el Espíritu Santo despierta para convencer a los pecadores de que necesitan arrepentirse de sus pecados. Sabiendo que la gracia de Dios puede alcanzar al pecador más duro, amonestamos a cada uno, como dice la Biblia: “si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones” (Hebreos 3:7–8).

Capítulo 11

El hombre redimido

“Cristo nos redimió de la maldición de la ley” (Gálatas 3:13).

El estudio del hombre incluye tres puntos: (1) el estado del hombre cuando Dios lo creó; (2) el estado del hombre en pecado y (3) el estado del hombre redimido. Ya hemos estudiado los dos primeros, ahora vamos a estudiar brevemente el tercero.

Cuando Dios le mostró a Adán los resultados del pecado también le prometió el Redentor. (Léase Génesis 3:15) En este capítulo sólo le echaremos un vistazo al hombre en su estado redimido. El tema de la redención se considerará más a fondo en el capítulo 25.

El hombre redimido, igual que el hombre en su estado original, goza de comunión con Dios. Pero hay una diferencia entre el hombre redimido y Adán antes de la caída: El hombre redimido se enfrenta con las debilidades de la carne que Adán no tuvo antes de su caída. Él seguirá con debilidades hasta que muera, hasta que Dios llame a sí mismo su alma redimida.

Al comparar al hombre redimido con el incrédulo nos damos cuenta que ambos tienen algo en común: Ambos tienen debilidades humanas y tienen una naturaleza pecaminosa. La carne domina al hombre natural, mientras que el hombre redimido domina a la carne. Aquél anda “conforme a la carne”; éste “conforme al Espíritu” (Romanos 8:1). Aquél está muerto espiritualmente; éste vive espiritualmente. Aquél es vencido por el mal; éste vence el mal con el bien (Romanos 12:21). Aquél está en el camino ancho de la perdición; éste en el camino angosto de la vida eterna.

El hombre regenerado por Dios:

1. Es un hijo de Dios

En su estado caído, el hombre era “hijo del diablo” (Hechos 13:10; Juan 8:44). Sin embargo, habiendo resucitado de la muerte a la vida y habiendo salido de las tinieblas a la luz, el hombre redimido ha renacido y pertenece a la familia de Dios.

2. Tiene que luchar contra el pecado, la enfermedad, el dolor y la muerte

Los resultados del pecado todavía se manifiestan por las debilidades de la carne, aunque el alma sea salva. Por tanto, hay una lucha en nuestro cuerpo. “Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne” (Gálatas 5:17). Además, debemos luchar constantemente. Pablo dice: “Golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado” (1 Corintios 9:27). Este cuerpo vil, cuando no está sujeto a la voluntad de Dios, es lo que ha corrompido al mundo. Aun cuando está sujeto a Dios, el hombre redimido tiene que pagar en parte la paga del pecado, sufriendo dolores y finalmente la muerte. El cuerpo es nuestra herencia de Adán y el hombre no se puede librar de él hasta que vuelva al polvo (Romanos 8:1–14; Eclesiastés 12:1–7).

3. Tiene entrada al Padre

Esta entrada no la tiene el pecador. Verdaderamente existe una invitación llena de misericordia: “Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra” (Isaías 45:22). Pero “el que aparta su oído para no oír la ley, su oración también es abominable” (Proverbios 28:9). La condición es: “Oíd, y vivirá vuestra alma” (Isaías 55:3). A cualquier hora del día los hijos de Dios tienen entrada al Padre, quien con tierna misericordia y bondad oye sus oraciones y las contesta conforme a Su sabiduría infalible. Ciertamente el hijo de Dios puede decir: “Y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo” (1 Juan 1:3).

4. Tiene un abogado celestial

“Si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1 Juan 2:1). Él conoce nuestra debilidad e intercede por nosotros al Padre cuando somos tentados (Hebreos 4:15–16). Cuando tenemos a Cristo como nuestro Abogado, no hay nada que temer.

5. Es templo del Espíritu Santo

“¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros” (1 Corintios 6:19). La Biblia se refiere varias veces a los hijos de Dios, ya sea de manera individual o colectiva, como “el templo de Dios”. Ser la morada del Dios Altísimo es el deseo más sublime del cristiano mientras esté aquí en la tierra. Nuestro deber es mantener nuestro corazón en una condición recta para tener la presencia permanente de este huésped celestial.

6. Es coheredero con Cristo

La Biblia dice que los hijos de Dios son “herederos de Dios” (Romanos 8:17); “herederos de la salvación” (Hebreos 1:14); “herederos de la promesa” (Hebreos 6:17); “heredero de la justicia que viene por la fe” (Hebreos 11:7) y “herederos del reino” (Santiago 2:5). Pablo lo resume todo cuando dice que los hijos de Dios son “coherederos con Cristo” (Romanos 8:17).

7. Tiene esperanza para el futuro

Luego que los dos varones con vestiduras blancas dijeron que el Señor Jesús vendría otra vez (Hechos 1:11), los discípulos recordaron que Él les había dicho que esperaran en Jerusalén hasta recibir poder. Entonces volvieron a la ciudad y perseveraron constantemente en oración y adoración hasta que vino el Espíritu Santo. Su fe y su esperanza fueron recompensadas. Asimismo será recompensado cada uno que, velando constantemente y sirviendo fielmente al Señor, espera la promesa de la segunda venida del Señor en Su gloria. De manera que esperemos Su venida, cuando el anhelo ardiente de la creación será cumplido. “Sin esperanza y sin Dios en el mundo” no se escribió acerca de los hijos de Dios. ¡Todo lo contrario! La esperanza de la venida del Señor y de la gloria y el gozo sin fin debe conmover el alma del creyente. Él tiene gozo en su corazón porque sabe que esta promesa es verdadera: “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria”.

8. Recibirá su redención eterna y completa

El hijo de Dios espera gozosamente su redención eterna. Pero las debilidades de la carne le recuerdan siempre que mientras esté aquí en la tierra no solamente es heredero de la gloria, sino que también es hijo de tristeza. Pablo expresó el sentimiento de muchos soldados de Cristo cuando dijo: “Porque asimismo los que estamos en este tabernáculo gemimos con angustia; porque no quisiéramos ser desnudados, sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida” (2 Corintios 5:4). No se trata de que no estemos satisfechos o que no queramos permanecer en este cuerpo hasta que nuestra misión sea cumplida, sino que la esperanza de una gloria más completa y rica, donde no se conocen debilidades humanas, lágrimas y dolores nos impulsa a exclamar como lo hizo Juan: “Amén; sí, ven, Señor Jesús”. Otra vez Pablo expresa nuestros sentimientos: “También nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo” (Romanos 8:23). Esta redención se perfeccionará en la resurrección cuando Cristo vuelva por los suyos y cuando, con cuerpos glorificados, nos encontraremos con Él en el aire (1 Tesalonicenses 4:16–18).

Capítulo 12

La muerte

“Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Hebreos 9:27).

“Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?” (1 Corintios 15:54–55).

Hemos decidido dejar para el final este tema en el estudio del hombre mortal, ya que la muerte es la puerta entre el tiempo y la eternidad.

¿Qué es la muerte?

1. La muerte es una separación

La muerte física o natural es una separación del alma y del cuerpo. (Léase Génesis 25:8; Eclesiastés 1:7) La muerte espiritual es cuando el alma se aparta de Dios en esta vida (Efesios 2:1, 12; 1 Timoteo 5:6). La muerte segunda es la separación eterna del alma de Su Dios. El alma condenada estará en el lago de fuego con el diablo y sus ángeles (Apocalipsis 2:11; 21:8).

2. La muerte es la paga del pecado

Dios plantó el árbol de la ciencia del bien y del mal en medio del Huerto de Edén y amonestó a Adán, diciendo: “el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:17). Después que Adán hubo pecado entonces oyó esta sentencia: “Polvo eres, y al polvo volverás” (Génesis 3:19). Dios ha establecido que “el alma que pecare, esa morirá” (Ezequiel 18:4). Pablo destacó este hecho cuando dijo: “La muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5:12). El pecado separa al hombre de Dios y produce la muerte.

3. La muerte es un enemigo que, por la resurrección de Cristo Jesús, se ha convertido en una bendición

Aquí hablamos únicamente de la muerte física. Fue un acto misericordioso de Dios sacar al hombre del Huerto de Edén para que no comiera del árbol de la vida y así vivir para siempre en su estado pecaminoso. Aunque la muerte es “el postrer enemigo que será destruido” (1 Corintios 15:26), por la muerte y la resurrección de Cristo sentimos que el aguijón ha sido quitado de nosotros. Por medio de Él la muerte es la puerta por la cual pasamos de este mundo pecaminoso a la vida gloriosa del mundo venidero. Al ver la muerte por todos lados recordamos siempre la debilidad del hombre y la importancia de estar listos para este llamado de Dios.

4. La muerte no es el fin de la vida

Después que la hija de Jairo había muerto, Cristo dijo: “No está muerta, sino que duerme” (Lucas 8:52). ¡Sí, ella estaba muerta! Sin embargo, fue sólo un sueño. En este caso, ella durmió sólo hasta que el Señor la tocó. Pero si a ella se le hubiera permitido dormir hasta la resurrección entonces el sueño no hubiera sido diferente de lo que fue en aquel momento. Después de que se le informó a Cristo que debía ir donde estaba Lázaro, Él le dijo a los discípulos: “Nuestro amigo Lázaro duerme” (Juan 11:11). Pero luego lo explicó, diciendo: “Lázaro ha muerto”. Cuando la muerte toca al cuerpo, éste duerme hasta el tiempo de la resurrección. Entonces se levantará al llamado del Señor. El hecho de que la muerte es un dormir temporal del cuerpo se ve claramente en el mensaje de Pablo a los tesalonicenses (Léase 1 Tesalonicenses 4:13–15.)

Lo que la muerte no es

1. No es “el sueño del alma”

La idea de que el alma y el cuerpo van al sepulcro juntos no encuentra su apoyo en las escrituras. Dios dice que en la muerte “el polvo [vuelve] a la tierra, como era, y el espíritu [vuelve] a Dios que lo dio” (Eclesiastés 12:7). Cuando el mendigo Lázaro murió “fue llevado por los ángeles al seno de Abraham” (Lucas 16:22). El hombre rico, aunque fue enterrado, abrió sus ojos, “estando en tormentos”. Pablo consoló a los tesalonicenses, diciendo: “Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él” (1 Tesalonicenses 4:14). ¿Cómo podría Él traer consigo las almas de los muertos si no estuvieran con él?

2. No es la destrucción completa (aniquilación) del alma

La teoría de la destrucción del alma tiene su base en la creencia que el alma no puede existir separada del cuerpo. Algunos dicen: “La muerte significa muerte y nada más”. Por una parte tienen razón, pero cuando plantean que hay únicamente una sola clase de muerte van en contra de las Escrituras. “Polvo eres, y al polvo volverás” no se dijo del alma. ¿Qué quería decir Pablo cuando escribió a los efesios: “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos” (Efesios 2:1) o cuando escribió a Timoteo: “Pero la que se entrega a los placeres, viviendo está muerta” (1 Timoteo 5:6)? ¿Por qué le habría dicho Cristo al malhechor en la cruz: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”, si no hubiera una vida más allá del sepulcro? No, la muerte no es la destrucción del alma. Al hecho de dejar de vivir naturalmente lo llamamos muerte física. En cambio, cuando dejamos de vivir espiritualmente esto es lo que conocemos como la muerte espiritual. Los justos así como también los impíos existirán eternamente después de la muerte física (Mateo 25:46).

El aguijón de la muerte

El justo no teme al aguijón de la muerte porque sabe que sus pecados son perdonados. La muerte física del justo libera al espíritu para que vuelva a Dios. El cuerpo vuelve al polvo para esperar (dormir hasta) el llamado de Dios en el día de la resurrección.

Hay que recordar que la muerte física traerá libertad gloriosa únicamente a los salvos en Cristo. A los injustos les espera el castigo eterno, mas los justos se consuelan con la promesa de la vida eterna.


El hijo de Dios, mirando más allá del río de la muerte, se consuela con este pensamiento: “Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos” (2 Corintios 5:1). Para el hijo de Dios la muerte significa la libertad del alma. “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?... Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Corintios 15:55–57). Cuando nuestros seres queridos que mueren en el Señor son puestos en el sepulcro, nuestros tristes corazones se consuelan con la convicción de que nos encontraremos nuevamente en el hogar celestial donde la muerte no entrará jamás.

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