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martes, 1 de enero de 2013

CUAL LA MADRE, TAL LA HIJA - PARTE I


He aquí, todo el que usa de refranes te aplicará a ti el refrán que dice: Cual la madre, tal la hija (Ezequiel 16:44).


Babilonia: La Madre de las religiones falsas


La misteriosa religión de Babilonia ha sido simbólicamente descrita en el último libro de la Biblia como una mujer de mala fama. A través de una visión, el apóstol Juan vio a una mujer vestida de púrpura y escarlata y adornada con oro y piedras preciosas; tiene un cáliz de oro en sus manos, lleno de abominaciones y de la suciedad de su fornicación; en su frente tiene un nombre escrito: “Misterio, Babilonia la Grande, la madre de las fornicaciones y de las abominaciones de la tierra” (Apocalipsis 17:1-5).

¿Cuál es el significado de esta extraña visión que le fue dada a Juan? Es muy bien sabido que, en el lenguaje simbólico de la Biblia, una mujer representa a una iglesia [ekklesia, llamados a reunirse en el nombre de Jehová Dios]. La verdadera iglesia, por ejemplo, es semejante a una esposa, una virgen, una mujer santa y sin mancha (Efesios 5:27; Apocalipsis 19:7-8). Pero, con un acentuado contraste, la mujer de Apocalipsis 17:1-5 es descrita como una mujer sucia y corrompida, una ramera. Evidentemente el sistema religioso que se describe aquí, es un sistema falso, una iglesia corrompida y caída. A esta, la Biblia la llama “Misterio, Babilonia”.

Cuando Juan fue inspirado a escribir la revelación, Babilonia –como ciudad– yacía en ruinas en comparación con el esplendor que había tenido en los tiempos del Antiguo Testamento. Desde entonces, sin embargo, ha continuado estando en la retina de los déspotas del Medio Oriente, que en tiempos recientes han tratado de revivir su antiguo esplendor. Las profecías bíblicas sobre esta ciudad anuncian que, ciertamente, volverá a la vida, y que será la preferida del Anticristo, los reyes de la tierra y los mercaderes de toda clase de cosas preciosas (Apocalipsis 18). Y es que, aunque la ciudad de Babilonia fue destituida temporalmente de su gloria como centro del antiguo imperio babilónico, su religión continúa viva y vigente, y está muy bien representada en muchas naciones de este mundo. Y, como en Apocalipsis 17 Juan habla de una iglesia, de una religión bajo el símbolo de una mujer llamada Babilonia, es evidente que se refiere a la religión babilónica.

¿Pero cuál era esta antigua religión babilónica? ¿Cómo tuvo su comienzo? ¿Qué significado tiene en estos tiempos? Vayamos al período pasado, poco después del Diluvio. En aquellos días el hombre comenzó a emigrar desde el oriente. “Y aconteció que cuando salieron de oriente, hallaron una llanura en la tierra de Sinar, y se establecieron allí” (Génesis 11:2). Fue en esta tierra de Sinar que la ciudad de Babilonia fue construida, y esta tierra se llegó a conocer más tarde como Babilonia y, aún más adelante, como Mesopotamia.

Aquí los ríos Tigris y Éufrates habían almacenado ricos depósitos de tierra que podían producir grano en abundancia. Sin embargo, existían ciertas desventajas, las cuales tenían que afrontar las gentes que habitaban esa tierra. Esta estaba sobrepoblada de animales salvajes, los cuales eran un peligro constante para su seguridad y paz (Éxodo 23:29-30). Cualquier persona que pudiese proporcionar protección contra estas bestias salvajes, recibiría gran alabanza por parte de su gente.

En este punto, un hombre grande y poderoso, cuyo nombre era Nimrod, apareció en escena. Se hizo famoso como un gran cazador de bestias salvajes. La Biblia dice: “Y Cus engendró a Nimrod: este comenzó a ser poderoso en la tierra. Fue un vigoroso cazador delante de Jehová; por lo cual se dice: Así como Nimrod, vigoroso cazador delante de Jehová” (Génesis 10:8-9). Estos versículos contienen un significado muy importante, el cual es raramente notado: es el hecho de que Nimrod fue un “poderoso cazador”, lo cual le hizo famoso dentro de aquellos pueblos primitivos. Como lo declaran las Escrituras, se volvió poderoso en la tierra, era un líder famoso en los sucesos del mundo. “Nimrod era tan poderoso y era tan grande la impresión que causó en la mente de los hombres, que el oriente está lleno actualmente de tradiciones de sus extraordinarias proezas” (Historia Antigua a la luz de la Biblia, Ancient History in Bible Light, p.54 2 Vol. 9, p. 309).

Habiendo obtenido gran prestigio entre las personas, Nimrod estableció un sistema para obtener mejor protección. En vez de pelearse constantemente con las bestias salvajes, ¿por qué no organizar a la gente en ciudades y rodear éstas de murallas para resguardarse? Entonces, ¿por qué no organizar estas ciudades en un reino y escoger un rey para que reine sobre ellos? Este fue, sin duda, el pensamiento de Nimrod, porque la Biblia (y la historia secular) nos dice que organizó dicho reino. “Y fue el comienzo de su reino Babel, Erec, Acad y Calne, en la tierra de Sinar” (Génesis 10:10). Y así el reino de Nimrod fue establecido como el primer reino mencionado en la Biblia.

Todos estos adelantos hechos por Nimrod pudieron haber sido buenos, pero Nimrod fue un “reinante no temeroso de Dios”. La Escritura dice que era “poderoso”. No solamente indica que se hizo famoso y poderoso políticamente, sino que la expresión también tiene un significado hostil. Esta expresión viene del hebreo gibor, que significa “Tirano”, mientras que el nombre Nimrod significa rebeldía. Como lo dice la Enciclopedia Judía, Nimrod fue aquél quien hizo a los pueblos rebelarse en contra de Dios (Ibíd. Vol. 9, p. 309).

Esta misma naturaleza rebelde de Nimrod puede verse también en la expresión que asegura que era un poderoso cazador “ante Jehová”. La palabra “ante” en este caso, también denota un significado hostil. En otras palabras, Nimrod se estableció “ante Jehová”, la palabra “ante” como traducción de la palabra en hebreo que significa “contra” Jehová (Concordancia Strong; comparar Números 16:2; 1º Crónicas 14:7; 2º Crónicas 15:10). Pero no solamente estaba Nimrod contra el verdadero Dios, sino que también era un sacerdote de idolatría diabólica y de atrocidades de la peor clase. Finalmente, Nimrod, el rey-sacerdote de Babilonia, murió. De acuerdo a las leyendas, su cuerpo fue cortado en pedazos y quemado y los pedazos fueron enviados a varias áreas. Prácticas similares se mencionan en la Biblia (Jueces19:29; 1 Samuel 11:7). La muerte de Nimrod fue muy lamentada por la gente de Babilonia. Pero aún cuando Nimrod había muerto, la religión babilónica, en la cual él tuvo una parte tan prominente, continuó y se desarrolló aún más, bajo el liderazgo de su esposa.

Según la tradición y las leyendas sobre este personaje, después de la muerte de Nimrod, su esposa, la reina Semíramis, lo proclamó como el dios-Solar. Más tarde, cuando esta mujer adúltera e idolatra dio a luz a un hijo ilegítimo, proclamó que su hijo, Tamuz de nombre, no era más que el mismo Nimrod renacido. Ahora, la reina-madre de Tamuz, sin duda que había escuchado la profecía de la venida del Mesías, que nacería de una mujer, pues esta verdad era muy conocida desde el principio (ver Génesis 3:15). Satanás había engañado primero a una mujer, Eva; pero más tarde, a través de una mujer, habría de venir el Salvador, nuestro Señor Jesucristo. Satanás, el gran falsificador, sabía también mucho del plan divino. Fue así que comenzó a plantar falsedades acerca del verdadero plan, siglos antes de la venida del Señor Jesús.

La reina Semíramis, como un instrumento en manos de Satanás, declaró que su hijo fue concebido de una forma sobrenatural y que él era la semilla prometida, el “salvador del mundo”. Pero no solamente era el pequeño adorado, sino que también la mujer, la madre, lo era igual (o más) que su hijo. Como podremos ver en las páginas siguientes, Nimrod, Semíramis y Tamuz fueron usados por Satanás para producir una falsa religión –que a veces parece ser como la verdadera–, y su sistema corrompido llenó al mundo.

La mayoría de la idolatría babilónica era transmitida a través de símbolos –por eso era una religión misterio–. El becerro de oro, por ejemplo, era un símbolo de Tamuz, hijo del dios-Solar. Como se consideraba que Nimrod era el dios-Solar o Baal, el fuego era considerado como su representante en la tierra. Se encendían candelabros y fuegos ritualistas en su honor, como lo veremos más adelante. También se simbolizaba a Nimrod por medio de símbolos solares, peces, árboles, columnas (obeliscos, tótemes) y animales.

Siglos más tarde, Pablo dio una descripción que detalla perfectamente el camino que la gente de Babilonia siguió: “Porque habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios ni dieron gracias; sino que se hicieron tontos en sus razonamientos y su necio corazón fue entenebrecido. Diciéndose ser sabios, se hicieron necios y tornaron la gloria de Dios incorruptible, en algo semejante a la imagen del hombre corruptible y de aves y de animales cuadrúpedos y de serpientes…, los cuales cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y sirviendo a la creación en vez de al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amen… Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas” (Romanos 1:21-26).

Este sistema de idolatría se esparció de Babilonia a las naciones, pues fue de este sitio de donde fueron los hombres dispersados sobre la faz de la tierra (Génesis. 11:9). A medida que salían de Babilonia, llevaban consigo su idolatría babilónica y sus símbolos misteriosos. Por lo cual, hasta hoy en día encontraremos evidencias de esta religión, ya sea de una o de otra forma en “todas” las religiones falsas de la tierra. En verdad, Babilonia fue la madre –la precursora– de las falsas religiones e idolatrías que se desparramaron por toda la tierra. Como lo declaran las Escrituras, “porque todas las naciones han bebido del vino de su fornicación” (Jeremías 51:5; Apocalipsis 18:13).

Además de la prueba escrita de que Babilonia fue la madre, el nido de religiones paganas, también tenemos el testimonio de conocidos historiadores; por ejemplo, Heródoto, el viajero mundial e historiador de la antigüedad. El presenció la religión-misterio y sus ritos en numerosos países y menciona cómo Babilonia fue el nido original del cual todo sistema de idolatría proviene (Historia de Heródoto 2, p.109).

Bunsen dice que el sistema religioso de Egipto fue derivado de Asia y “del imperio primitivo de Babel”. En su conocido trabajo titulado Nínive y sus ruinas, Layard declara que tenemos el testimonio unido de la historia profana y sagrada, que la idolatría originó en el área de Babilonia el más antiguo de los sistemas religiosos (Vol. 2, p. 440).

Cuando Roma se convirtió en un imperio mundial es un hecho conocido que ella asimiló dentro de su sistema a dioses y religiones de todos los países paganos sobre los cuales reinaba (Testamento de Roma, Legacy of Rome, p. 245). Como Babilonia era el origen del paganismo de estos países, podemos ver cómo la nueva religión de la Roma pagana no era más que la idolatría babilónica que se desarrolló de varias formas y bajo diferentes nombres en las naciones a las que fue. Teniendo todo esto en cuenta, destacamos que fue durante el tiempo del dominio de Roma que el verdadero Salvador, Cristo Jesús, nació, vivió entre los hombres, murió y resucitó de entre los muertos. Entonces ascendió al cielo, envió al Espíritu Santo y la iglesia del Nuevo Testamento fue establecida en la tierra. Y qué gloriosos días fueron esos. Basta solamente con leer el libro de Hechos para ver cuánto bendijo Dios a Sus apóstoles en esos días. Multitudes se añadían a la iglesia, la verdadera iglesia, diariamente. Grandes hechos y maravillas se hacían como confirmación de Dios a Su Palabra. La verdadera cristiandad estaba ungida por el Espíritu Santo, y barría a la idolatría como el fuego los pastizales secos en verano. Rodeaba las montañas y cruzaba los mares. Hizo que temblaran y temieran los tiranos y reyes. Se decía de aquellos cristianos que habían puesto al mundo de cabeza. Así era su mensaje y su espíritu, lleno de poder.

No habían pasado muchos años cuando comenzaron a proclamarse algunos hombres como “señores” sobre el pueblo de Dios, tomando el sitio del Espíritu Santo; en vez de conquistar por medios espirituales y verdaderos –como lo habían hecho en los primeros días–, éstos falsarios empezaron a sustituir la verdad e implantar sus propias ideas y métodos. Se comenzaron a hacer intentos por unir el paganismo con la cristiandad incluso en los días cuando el Nuevo Testamento recién estaba comenzando a escribirse, porque Pablo menciona que “…el misterio de iniquidad ya está obrando” (2 Tesalonicenses 2:7). Pablo nos advierte que ha de venir una “apostasía” y que muchos “apostatarán de la fe, escuchando a espíritus de error y a doctrinas de demonios” (1 Timoteo 4:1). Estas son las doctrinas falsas de los paganos. Para el tiempo en que Judas escribió el libro que lleva su nombre, le fue necesario amonestar al pueblo a que contendiera (luchar tenazmente) “por la fe que ha sido una vez dada a los santos”, porque algunos hombres se habían metido disimuladamente y estaban tratando de cambiar la verdad que había sido dada por Cristo y los apóstoles, por falsedades (Judas 1:3-4). El cristianismo se encontró frente a frente con el paganismo de Babilonia establecido en diversas formas en el Imperio Romano. Aquellos cristianos rehusaron tener algo que ver con esas costumbres y creencias. Como resultado de esto, sufrieron muchas persecuciones. Demasiados cristianos fueron acusados falsamente, arrojados a los leones, quemados en estacas y torturados de muchas otras formas. Después comenzaron a sucederse grandes cambios. El emperador de Roma  profesó haberse convertido al cristianismo. Se dieron órdenes imperiales por toda Roma para que las persecuciones cesaran. Se dieron grandes honores a los obispos. La iglesia comenzó a recibir aceptación y poder. Pero se tuvo que pagar un alto precio por todo esto. Se hicieron muchas concesiones al paganismo. En vez de que se separara la iglesia del mundo, ésta se hizo parte de él. El emperador, mostrando favoritismo, demandó un sitio de preeminencia en la iglesia, puesto que en el paganismo los emperadores eran considerados como dioses. De ahí en adelante, comenzaron a surgir mezclas de paganismo con cristiandad, como lo saben todos los historiadores.

Tan alarmante como puede parecer, el mismo paganismo que se originó en Babilonia y se había ya esparcido por las naciones, fue simplemente mezclado con el cristianismo – especialmente en Roma –. Esta mezcla produjo lo que hoy en día se conoce como la Iglesia Católica, como han de probar las páginas siguientes.

No es nuestra intención tratar de ridiculizar a nadie con cuyas creencias no estamos de acuerdo. Al contrario, es nuestro deseo sincero que esta información sea un llamado a todas las personas que tienen una fe genuina –sin importar su afiliación religiosa– para que abandonen las doctrinas babilónicas y sus conceptos, y regresen a la Biblia y a la fe que una vez fue dada a los santos.

Culto a la madre y el hijo

Uno de los ejemplos más sobresalientes de cómo el paganismo babilónico ha continuado hasta nuestros días, puede verse en la forma en que la Iglesia Católica inventó el culto a María para reemplazar el antiguo culto a la diosa –madre de Babilonia. Como dijimos en el capitulo anterior, después de la muerte de Nimrod, su adúltera esposa dio a luz a un hijo del que afirmó había sido concebido sobrenaturalmente. Proclamó que éste era un dios-hijo; que era Nimrod mismo, su líder, que había renacido y que tanto ella como su hijo eran divinos (The Two Babylons, Las Dos Babilonias, p. 21). Esta historia era ampliamente conocida en la antigua Babilonia y se desarrolló en un culto bien establecido, el culto de la madre y el hijo. Numerosos monumentos de Babilonia muestran la diosa madre Semíramis con su hijo Tamuz en sus brazos (Enciclopedia de las Religiones. Vol. 2, p. 393).

Ahora, cuando el pueblo de Babilonia fue dispersado en las varias áreas de la tierra, llevaron consigo el culto a la divina madre y al dios-hijo. Esto explica por qué todas las naciones en tiempos pasados adoraban a la divina madre y a su hijo de una u otra forma, aún siglos antes de que el verdadero Salvador, nuestro Señor Jesucristo naciera en este mundo. En los diversos países donde se extendió este culto, la madre y el hijo eran llamados de diferentes nombres debido a la división de los lenguajes en Babel, pero la historia básica seguía siendo la misma.

Entre los chinos, se llamaba a la diosa madre “Shingmoo” o “Santa madre”, y se la representaba con un niño en los brazos y rayos de gloria alrededor de su cabeza (The Heathen Religions  p.60, Las religiones paganas). Los germanos veneraban a la virgen “Hertha” con un niño en los brazos. Los escandinavos la llaman “Disa y también la presentaban con el niño en brazos. Los etruscos la llamaban “Nutria”; en India, “Indrani”, que también era representada con un niño en los brazos, y también, entre los druidas, adoraban a la “Virgo Paritura” como a la “Madre de Dios” (Bible Myths p. 334, Mitos Bíblicos).

La madre babilónica era conocida como “Afrodita” o “Ceres”, por los griegos; Nana, por los sumerios, y como “Venus” o “Fortuna” por sus devotos en los viejos días de Roma; su hijo era conocido como “Júpiter” (Las Dos Babilonias, p.20). En la India se conocía a la madre y al hijo como Devaki y Crishna (Krishna).

Por algún tiempo, Isi, la “gran diosa” y su hijo Iswara, han sido venerados en la India, donde se han erigido grandes templos para su culto (Ibíd., p.20). En Asia la madre era conocida como “Cibeles”, y su hijo “Deoius”. “Pero no tomando en cuenta su nombre o lugar –dice un escritor-. Era la esposa de Baal, la reina-virgen del cielo quien dio fruto sin haber concebido” (Extrañas sectas y cultos curiosos, p. 12).  

Cuando los hijos de Israel cayeron en apostasía, ellos también se descarriaron con este culto de la diosa-madre. Como podemos leer en el libro de Jueces 2:13, “Y dejaron a Jehová y adoraron a Baal y a Astaroth”. Astaroth era el nombre bajo el cual la diosa era conocida por los hijos de Israel. Da vergüenza el pensar que aun aunque aquellos que conocían al Dios verdadero, se alejaban de Él y adoraban a la madre pagana. Pero eso es exactamente lo que hicieron (Jueces 10:6, 1 Samuel 7:3-4; 12; 10; 1 Reyes 11:5; 2 Reyes 23:13). Uno de los títulos bajo el cual era la diosa conocida por los israelitas, era el de “Reina del Cielo”, como leemos en Jeremías 44:17-19. El profeta Jeremías los reprendió por venerarla, pero ellos se revelaron a pesar de su advertencia, y fue así como trajeron sobre sí mismos destrucción por la mano de Dios.

En Éfeso, la gran madre era conocida como “Diana”. El templo dedicado a ella en esa ciudad era una de las Siete Maravillas del mundo antiguo. Y no solamente en Éfeso, sino también a través de Asia y del mundo entero era venerada la divina madre (Hechos 19:27).

En Egipto, la madre babilónica era conocida como Isis, y su hijo como Horus. Nada es más común, en los monumentos religiosos de Egipto, que el infante Horus sentado en el regazo de su madre.

El culto a la madre y al hijo era conocido en tiempos pasados, pues en 1747 se encontró un monumento religioso en Oxford, de origen pagano el cual exhibe a una mujer alimentando a un infante. “Así vemos –dice un historiador– que la virgen y el hijo eran venerados en tiempos anteriores desde China hasta Bretaña... y aún en México la madre y el hijo eran venerados” (Mitos bíblicos, p. 334).

Este culto falso se esparció desde Babilonia a varias naciones, con diferentes nombres y formas; finalmente, se estableció en Roma y en el seno del Imperio Romano. Dice un notable escritor de esta época: “El culto a la grandiosa madre... era muy popular en el Imperio Romano. Existen inscripciones que prueban que los dos (madre e hijo) recibían honores divinos, no solamente en Italia –especialmente en Roma– sino también en las provincias, particularmente en África, España, Portugal, Francia Alemania y Bulgaria (The Golden Bough Vol. 1, p. 356).

Fue durante este período de culto prominente a la madre divina, que el Salvador, nuestro Señor Jesucristo, fundó la verdadera iglesia del Nuevo Testamento; y qué gloriosa era la iglesia en esos días.

Pero la que una vez fue conocida como la “iglesia”, abandonó su fe original en el tercer y cuarto siglos y cayó en la gran apostasía que los apóstoles habían anunciado. Cuando vino la “apostasía” se mezcló mucho paganismo en medio de la cristiandad. Se aceptaban en la iglesia a paganos no convertidos y en numerosos casos se les permitía continuar practicando muchos de sus ritos y costumbres paganas sin restricción alguna; en ocasiones se hacían algunos cambios con el fin de que estas creencias paganas parecieran similares a una doctrina cristiana. Uno de los mejores ejemplos de esta clase de paganismo lo podemos tener en la forma en que la iglesia profesante permitía a los paganos continuar con el culto a la diosa madre, solamente con un poco diferencia y con otro nombre. Había muchos paganos que se sentían atraídos al cristianismo, pero era tan fuerte en sus mentes la adoración a la diosa madre, que no la querían abandonar. Entonces los líderes de la iglesia buscaron una similitud en la cristiandad con el culto de los idólatras paganos para poder atraerlos en gran número y así añadirlos a ella.

¿Pero a quién podrían usar para reemplazar a la diosa madre del paganismo? Pues claro que a María, la madre de Jesús; era la persona más lógica que podían escoger. ¿Por qué, entonces, no permitir que los paganos continuaran sus oraciones y devociones a su diosa, llamándola con el nombre de María, en lugar de los nombres anteriores con los cuales ellos la conocían? Esto le daba al culto idólatra de los paganos la “apariencia” de cristianismo y de esta forma, ambos bandos podían estar satisfechos e incorporarse así a la Iglesia Católica.

Y es esto exactamente lo que sucedió. Poco a poco, el culto y doctrinas que habían sido asociados con la madre pagana, vinieron a ser aplicados a María. Así, el culto pagano de la “madre” continuó dispersándose dentro de la iglesia profesante.

Es obvio que este culto a María no era sólo el respeto que se merece la más bendita entre las mujeres, la madre humana del divino Salvador, sin que, al contrario, era una continuación del culto pagano a la madre. Porque a pesar de que María, la madre del Señor Jesús, era una buena mujer, dedicada y temerosa de Dios, y fue escogida especialmente para engendrar el cuerpo de nuestro Salvador, no fue nunca considerada como una persona divina o como diosa por la verdadera iglesia primitiva. Ninguno de los apóstoles, ni el Señor Jesús mismo, dieron alguna vez a entender que se debería venerar a María. Como lo indica la “Enciclopedia Británica”, durante los primeros siglos de la iglesia ningún énfasis fue puesto en María (Vol. 14, p. 309). No fue sino hasta la época de Constantino, en la primera parte del siglo IV, cuando alguien empezó a ver a María como a una diosa. Pero aun durante ese período, tal idolatría era denunciada por la iglesia, lo cual es evidente en las palabras de Epifanio, quien denunció a ciertas mujeres de Tiro, Arabia y otros sitios por rendir culto a María como a una diosa verdadera y hacerle ofrendas en su capilla. Pero unos años más tarde, el culto a María no solamente era permitido por lo que es actualmente conocida como la Iglesia Católica, sino que vino a ser una de sus doctrinas principales y lo continúa siendo hasta hoy día.

Como Roma había sido por mucho tiempo el centro del culto a la diosa del paganismo, no debemos extrañarnos de que éste fuera uno de los primeros sitios donde el culto a María se estableció dentro de la “iglesia”. Este es un hecho que revela abiertamente que el culto a María fue el resultado directo de la influencia pagana.

Otra ciudad en donde el culto idólatra pagano a la madre era popular fue Éfeso, y ahí también se hicieron intentos por mezclarlo con la cristiandad. En Éfeso, desde tiempos primitivos, la diosa-madre era llamada Diana (Hechos 19). En dicha ciudad los paganos la veneraban como la diosa de la virginidad y la maternidad (Enciclopedia Bíblica Fausset, p. 484). Se decía que ella representaba los poderes generadores de la naturaleza, por lo cual se la representaba con muchos senos. Una torre de Babel adornaba su cabeza. Cuando se tienen creencias durante siglos, por lo general no es fácil abandonarlas. De modo que cuando llegó la apostasía, los líderes de la iglesia de Éfeso razonaron que si permitían a los paganos continuar su adoración a la diosa-madre, los podrían atraer a la “iglesia”. Así, entonces, en Éfeso se incorporó el culto a la diosa pagana y se mezcló con el cristianismo. Se sustituyó el nombre de Diana por el de María y los paganos continuaron orando a la diosa-madre. Conservaron sus ídolos con la imagen de ella y la iglesia profesante permitió que los adorasen junto con Cristo. 

Pero no es mezclando de esta forma el cristianismo con el paganismo el camino de Dios para ganar convertidos. Cuando Pablo llegó a Éfeso todavía no se había infiltrado el paganismo. La gente era verdaderamente convertida y en esos días al convertirse al cristianismo destruían las imágenes de la diosa-madre (Hechos 19:24-27). Cuán trágico fue que esta iglesia aceptara y aún adoptara la idolatría abominable de la diosa-madre disfrazándola bajo el hábito de la cristiandad. Finalmente, cuando el culto a María se hizo una doctrina oficial de la Iglesia Católica, en el año 431 d.C., fue precisamente en el Concilio de Éfeso, la ciudad de la diosa pagana Diana. Es obvia la influencia pagana que indujo al Concilio a tomar esta decisión. Otro sitio del culto idólatra a la diosa-madre fue Alejandría (Egipto). Aquí era conocida bajo el nombre de Isis. Cuando el cristianismo se propagó hasta Alejandría, se hicieron convenios similares a los que se habían adoptado en Roma y Éfeso. El culto idólatra-pagano a la madre fue cuidadosamente inyectado a la “cristiandad” por los teólogos de la iglesia en dicha ciudad. Ahora, el simple hecho de que haya sido en ciudades como Alejandría, Éfeso y Roma donde la idolatría pagana se mezcló primeramente con la cristiandad, muestra de manera definitiva la continuación directa del antiguo paganismo. Esto prueba más aún que el culto a María no es más que el antiguo culto popular a la diosa-madre pagana y se puede confirmar notando los títulos que se le confirieron a María así como la forma ritual de sus cultos.

Por ejemplo, María es frecuentemente llamada “la Madonna”. Este título no tiene absolutamente nada que ver con María, la madre de Jesús. En cambio, esta expresión es la traducción de uno de los títulos por los cuales la diosa babilónica era conocida, y Nimrod vino a ser conocido como Baal. El título de su esposa, la divinidad femenina, sería el equivalente a Baalti. En castellano esta palabra equivale a “mi Señora”; en latín, Mea Domina, y en italiano, en una forma bien conocida, es Madonna (Las Dos Babilonias, p.20).

Entre los fenicios, la madre-diosa era conocida como “Nuestra Señora de los Mares” (Diccionario Bíblico Harper, p. 47), y aún este título se aplica a María a pesar de que no hay absolutamente ninguna conexión entre María y el y el mar en los evangelios. Las Escrituras claramente indican que sólo hay un mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre (1 Timoteo 2:5). A pesar de esto, el catolicismo enseña que María también es “mediadora”, y es por esto que las oraciones a ella forman una parte muy importante en el culto católico. ¿Pero cómo fue que María vino a ser conocida como “mediadora”? Nuevamente tenemos la influencia del paganismo, pues la madre-diosa de Babilonia tenía nombres como “Mylitta”, que significa “la mediadora”. Y así esto también pasó a la iglesia apóstata, la cual hasta hoy en día habla de María como mediadora.

Otro título que proviene del paganismo y fue aplicado a María es el de “Reina del Cielo”. En ningún lugar del Nuevo Testamento se dice que María la madre del Señor Jesús sea o tuviera que ser nombrada reina del cielo; pero este título lo poseía la diosa-madre pagana que era adorada siglos antes de que María siquiera hubiera nacido. Sí, hacía mucho tiempo, en los días de Jeremías, que el pueblo adoraba a la “reina del cielo” y practicaba ritos que eran sagrados para ella. Como podemos leer en Jeremías 7:18-20, “Los hijos recogen la leña y los padres encienden el fuego y las mujeres amasan la masa para hacer tortas a la “reina del cielo”. Y en este contexto, es interesante notar que actualmente las mujeres de Paphos (Chipre), hacen ofrendas a la virgen María, como reina del cielo, en las ruinas del antiguo templo de Astarté (The Paganism in our Christinanity, El paganismo en nuestra Cristiandad p.133).

Como hemos visto, el nombre de la diosa-madre en Egipto era Isis y su hijo Horus (Osiris). Pues bien, uno de los títulos por los cuales Isis era conocida también, era el de “Madre de Dios”. Más tarde este título fue aplicado a María por los teólogos de Alejandría (El paganismo en nuestra cristiandad, p. 130). Nuevamente este era un intento obvio para hacer parecer a la cristiandad semejante al viejo paganismo con la adoración a su diosa. Bien sabemos que María era la madre del Señor Jesús, pero solamente en el sentido de su naturaleza humana. El título católico y el significado original de éste trascendieron y pusieron a la sencilla y humilde madre del Señor en una posición exaltada ajena al Nuevo Testamento. Y en la misma forma se sigue instruyendo a los católicos actualmente.

El culto a Isis no se limitó a Egipto. Se introdujo en Roma en el año 80 a.C. cuando Sulla fundó un colegio isiaco allí. Y para mostrar hasta qué punto estaba mezclado el paganismo con la “cristiandad” romana, necesitamos solamente mencionar el hecho de que Isis era adorada en un templo “que estaba situado en las colinas vaticanas, donde hoy está localizada la Basílica de san Pedro, el centro de la iglesia que adora a la “madre de Dios” en aquella forma (Man and his Gods p. 216, El hombre y sus dioses). Aquí encontramos que los títulos “reina del cielo”, “nuestra señora de los mares”, “mediadora”, “madonna”, “madre de Dios” y otros más –que antes se atribuían a la diosa-madre pagana- fueron poco a poco aplicados a María. Tales títulos indican claramente que el supuesto culto a María de hoy es en realidad una continuación del culto a la diosa pagana. Pero existen todavía más pruebas que se pueden observar en la forma en que se representa a María en el “arte” de la iglesia apóstata. Tan bien fijada en la mente pagana estaba la imagen de la diosa-madre con el niño en los brazos, que cuando los días de la apostasía llegaron, “la antigua estampa de Isis y de Horus fue finalmente aceptada, no solamente entre la opinión popular, sino por su sanción episcopal, como el retrato de la virgen y su hijo”. Se adjuntaron representaciones de Isis y su hijo en un marco de flores. Esta práctica también fue aplicada a María, quien casi siempre es mostrada en la misma forma, como bien lo saben los estudiantes del arte medieval.

La diosa egipcia Isis era frecuentemente representada como parada en la “Luna creciente” con “doce” estrellas alrededor de su cabeza (Egipto, de Kenrick. Vol. 1, p. 245; Isis Descubierta, pág. 49). Incluso esto fue adoptado para María, pues en casi todas las iglesias católicas del continente europeo, se pueden ver cuadros de María en la misma forma. La ilustración que acompaña (impresa tal como está en el Catecismo Oficial de Baltimore, EE.UU.), muestra a María con las doce estrellas alrededor de su cabeza y la Luna creciente bajo sus pies (ver ilustración al principio de este artículo).

Para satisfacer las mentes supersticiosas de los gentiles, los líderes de la iglesia apóstata trataron de hacer a María similar a la diosa del paganismo y exaltarla a un plano divina, para competir con la madre-pagana. Y de igual manera se hicieron estatuas de María –a pesar de que las Sagradas Escrituras prohíben tal práctica. En algunos casos, las mismas estatuas que habían sido veneradas como Isis (con su hijo), simplemente les cambiaron el nombre y se dieron a conocer como María y su hijo Cristo, de modo que continuara el antiguo culto. “Cuando el cristianismo triunfó –dice un autor-, estas pinturas y figuras se convirtieron en la Madonna y su hijo, sin interrupción alguna: ningún arqueólogo podría actualmente asegurar si alguno de esos objetos representa a la una o a la otra” (El paganismo en nuestra Cristiandad, p. 129).

Todo esto demuestra a qué grado se han rebajado los líderes apostatas para tratar de unir el paganismo con el cristianismo. La mayoría de esas figuras con distintos nombres han sido adornadas con joyas de la misma manera que lo están las imágenes de las vírgenes hindú y egipcia. María, la madre del Señor Jesús, no era rica; al contrario, era pobre. Entonces, ¿de dónde vinieron las joyas y coronas que se ven en las supuestas estatuas de ella? Obviamente, tales representaciones no son cristianas; son de origen anterior al cristianismo.

Y así, por compromisos unos muy evidentes y otros más disimulados, el culto a la antigua madre de los paganos fue continuando dentro de la “iglesia” de la apostasía con el nombre de María, a quien se sustituyó en lugar de la otra. Y esta sustitución ha engañado al mundo entero.

Culto a María

Tal vez la prueba más significativa de que el culto a María no es otra cosa que la continuación del culto pagano a las diosas de diversos nombres y no a la bendita madre del Señor (siempre bien amada pero no adorada por los verdaderos cristianos), es que en la religión pagana la madre es adorada tanto como su hijo lo es, o más. Aquí hay una clave muy importante para ayudarnos a resolver el misterio contemporáneo de Babilonia. El verdadero cristianismo enseña que el Señor Jesús, y solamente Él, es el Camino, la Verdad y la Vida; que solamente Él, entre todas las criaturas de la tierra, ha podido vivir una vida sin mancha de pecado; y Él es quien debe ser exaltado. Nunca su madre. Pero el catolicismo, demostrando la influencia del paganismo en su desarrollo, exalta a la madre también y en muchas formas, la madre es más honrada que el mismo Hijo.

Bien sabemos que muchos han de negar que la Iglesia Católica le atribuye una posición divina a María. Pero al viajar alrededor del mundo, ya sea en una majestuosa catedral o una capilla provinciana, la estatua de María ocupa el puesto primordial. Al recitar las oraciones del rosario, el “Ave María” se repite nueve veces más que el “Padrenuestro”. Se acepte o no, la persona de María es más importante en el catolicismo que la Persona del Señor. En forma similar a la Babilonia del pasado, la diosa-madre es glorificada hoy en día en su babilónica hija; solamente que se usa el nombre de María en vez de otros nombres bajo los cuales era conocida la diosa. Al católico se le enseña que la razón por la cual debe orar a María, es porque ella lleva las peticiones de sus adoradores a “su” Hijo Jesús, y como es su madre, Él contesta la oración para complacerla. Con esto se deduce que María tiene más compasión, más comprensión y más bondad que “su” Hijo, que es el Señor Jesús. Ciertamente tal suposición es una blasfemia y va completamente en contra de las enseñanzas de las Escrituras. Sin embargo, esta idea es frecuentemente repetida de los escritos católicos. Un notable escritor católico, Alfonso Ligorio, escribió que las oraciones son más efectivas cuando se dirigen a María, en vez de a Cristo. Y el hecho de que sus escritos lleven el sello de aprobación de la Iglesia Católica habla por sí mismo, incluso fue canonizado como “santo” por el Papa Gregorio XIV en 1839, y fue declarado “doctor” de la Iglesia Católica por el Papa Pío IX.

En una parte de sus escritos, Ligorio describe una escena imaginaria en la cual un pecador ve dos escaleras que descienden del cielo. María esta al final de una y el Señor Jesús en la otra. Cuando el pecador trata de subir por la de Cristo, ve Su cara furiosa, y cae derrotado. Pero cuando sube la escalera de María, lo hace rápida y fácilmente, y es bienvenido por ella, que lo introduce en el cielo y lo presenta a Cristo. Entonces todo va bien. Esta descripción es para demostrar cuanto más fácil y efectivo es el ir a Cristo a través de María (Catolicismo romano, p. 147).

Este mismo escritor católico dijo que el pecador que se aventura a ir directamente a Cristo, puede encontrarse con la presencia de Su ira. Pero si va a orar a la “virgen”, ella sólo tendrá que mostrar al Señor Jesucristo “los senos que le dieron de mamar”, y su ira se calmará inmediatamente (Las Dos babilonias, pág. 158). Tal idea va contra las Escrituras. El caso es que las Escrituras nos dan una ilustración que niega rotundamente esta aseveración: “Bienaventurado el vientre que te trajo y los pechos que mamaste”, dijo una mujer a Jesús; pero Él le contesto diciendo: “Antes bienaventurados los que oyen la palabra de Dios y la guardan” (Lucas 11:27-28). Obviamente, la idea de que el Señor Jesús es inducido a contestar una oración porque María le muestra los pechos que mamó, es contraria a las Escrituras.

Pero tal idea de los pechos no es extraña en los cultos de la diosa-madre pagana. Se han descubierto imágenes que muestran frecuentemente sus pechos desproporcionados en relación a su cuerpo. O, como en el caso de Diana que para demostrar su “fertilidad” se la presenta con unos 100 senos sobre todo su cuerpo.

El catolicismo ha intentando aún de exaltar a María a una posición netamente divina con la nueva doctrina de la “inmaculada concepción”. Tal enseñanza no es otra cosa que un esfuerzo más para hacer a María semejante a la diosa del paganismo, pues en los viejos mitos, también se creía que la diosa que había nacido de concepción sobrenatural. Estas viejas fábulas varían, pero todas hablan de incidentes sobrenaturales en conexión con su entrada al mundo. Enseñan que era superior a todo mortal ordinario, que era divina. Y así, poco a poco, se hizo necesario enseñar que María también entró a este mundo de una manera sobrenatural, “para hacer que las enseñanzas acerca de ella concordaran con las del paganismo”.

El elemento sobrenatural en las enseñanzas de la Iglesia Católica sobre María dice que ella nació sin pecado original. Pero de este nacimiento no nos dicen nada las Escrituras. Acerca de María, la Biblia dice que fue una mujer virtuosa y temerosa de Dios, favorecida y escogida por Él, una virgen, pero tan humana como nosotros y, como humana, formaba parte de la raza caída de Adán. Tal como las Escrituras declaran: “por cuantos todos pecaron, están destituidos de la gloria de Dios”. La única excepción de esto es nuestro Señor Jesucristo. Como todo el mundo, María necesitó de un Salvador, y esto fue plenamente admitido por ella misma cuando dijo: “Y mi espíritu se alegró en Dios, mi salvador”. Obviamente si María necesitó de un Salvador, entonces ella no era salvadora. Si necesitó de un Salvador, ella necesitaba ser salva, recibir perdón, ser redimida como todos nosotros. En resumen, la divinidad de nuestro Señor no radica en el hecho de que su madre haya sido una persona exaltada o sobrehumana. No; al contrario, es divino porque Él es el Único Hijo de Dios, concebido por obra y gracia del Espíritu Santo. Su divinidad viene del Padre Celestial, no del carácter “sobrehumano” del instrumento que Dios usó para Su entrada en el mundo.

Debemos comprender que fue el Señor Jesús quien nació de concepción sobrenatural, no su madre. La idea de que María era superior a otros seres humanos, fue enfáticamente rechazada por el mismo Cristo. Un día, mientras predicaba: “... su madre y sus hermanos estaban fuera. Y le dijo uno: he aquí tu madre y tus hermanos están afuera, quieren hablarte. Y Jesús respondió al que esto le decía: “¿Quién es mi madre y quienes son mis hermanos? Y extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: “He aquí mi madre y mis hermanos. Porque todo aquel que hiciere la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi madre, y hermano y hermana” (Mateo 12:46-50). Claramente podemos ver que si servimos al Señor, si hacemos Su voluntad, estamos en la misma categoría espiritual que María. Ciertamente esta unidad en Cristo nos enseña igualdad a los ojos de Dios y rechaza la idea de que María fuese una persona sobrenatural. Sin embargo, el catolicismo adoptó del paganismo la idea de orar a la divina madre, de modo que tuvo que enseñar que María era una persona sobrenatural; de lo contrario, ¿cómo podría ella escuchar las oraciones que le dirigen cada día los católicos de todo el mundo, recitando el ave María, el rosario, las letanías de la virgen bendita y otras más? Multiplique el número de estas oraciones por el número de católicos que la recitan cada día. María tendría que escuchar miles de peticiones por segundo. Y esto es un cálculo conservador. Está claro que nadie más que Dios puede hacer esto. Sin embargo, los católicos creen que María escucha todas estas oraciones, y entonces, por necesidad, tienen que exaltarla a una posición divina, sea bíblica o no.

Tratando de justificar tan innecesaria exaltación de María, los líderes católicos han buscando algún fundamento bíblico para sostener esta creencia. Las palabras de Gabriel a María “bendita tú entre las mujeres” (Lucas 1:28) han sido frecuentemente referidas a este respecto. Seguramente que las palabras de Gabriel indican que María fue favorecida de Dios; pero no la hicieron una persona divina, simplemente porque fue “bendita entre las mujeres”, pues mil trescientos años antes fue pronunciada una bendición similar a Jael, mujer de Heber ceneo (Jueces 5:24). La Biblia, sencillamente, nos demuestra que María era “bendita entre las mujeres”, pero esto no significa que debemos adorarla, orar a ella, o hacerla una diosa.

Antes del día de Pentecostés, María estaba reunida con los discípulos esperando la promesa del Espíritu Santo. Leemos que los apóstoles “perseveraban unánimes en la oración con las mujeres y con María, la madre de Jesús y con sus hermanos” (Hechos 1:14). Ciertamente, las Escrituras no dicen que los discípulos estaban orando a María; la ilustración–tal como es vista en el catecismo católico (Catecismo Oficial de Baltimore 2, lección 11)– intenta dar a María una posición central. Pero como sabe todo estudiante bíblico, los discípulos en esa ocasión no estaban mirando a María; estaban buscando que el Cristo resucitado, quien había ascendido al cielo les enviase el don del Espíritu Santo.


Nótese también que en el cuadro, no solamente están los discípulos mirando a María, sino que también el Espíritu Santo (en forma de paloma) se ve volando sobre ella. De acuerdo a las Sagradas Escrituras, la única persona sobre quien el Espíritu Santo descendió en esa forma fue sobre el Señor Jesús, no sobre su madre. Por otra parte, y aunque parezca increíble, la diosa virgen pagana, bajo el nombre de Juno, era frecuentemente representada con una paloma en su cabeza, como también lo eran Astarté, Cibeles e Isis (Doane, p. 357). Y así, la influencia pagana en tales cuadros, aparece de un modo bien claro.

Otro intento por glorificar a María –exaltarla a un plano que la Escritura no le otorga– puede notarse en una doctrina católica conocida como la perpetua virginidad de María. Esta enseña que María continuó virgen toda su vida. Pero tal doctrina no fue nunca enseñada por Cristo o por Sus discípulos. Como lo explica la Enciclopedia Británica, la doctrina de la perpetua virginidad de María no fue enseñada hasta cerca de 300 años después del regreso de nuestro Señor al cielo. No fue sino hasta después del Concilio de Calcedonia, en el año 451, que esta infundada suposición fue aprobada oficialmente por Roma (Vol. 14. p. 999). Al contrario de las enseñanzas católicas, la Biblia muestra claramente que María no continuó como virgen a través de toda su vida. La Biblia enseña que nuestro señor Jesucristo nació de la virgen María –concebido en virginidad y sobrenaturalmente (Mateo 1:23)-. Enfáticamente creemos en el nacimiento virginal del Señor Jesús. Pero después de Su nacimiento, María dio a luz a otros hijos, los hijos naturales de su unión con José, su esposo.

En Mateo 1:25 leemos que el Señor Jesús fue el hijo “primogénito”. La Biblia no dice que María haya dado a luz un solo hijo, sino que nos dice que el Señor Jesús fue su primer hijo. El hecho de que el Señor Jesús fuera el primogénito, indica que después nacieron de María otros hijos. Siempre en el lenguaje más lógico y normal, un primero requiere un segundo (la palabra prototokos, que usa el evangelio, significa claramente primer nacido). Pero fuera de esta línea de razonamiento, las Escrituras no dejan lugar a dudas del hecho de que María tuvo otros hijos después del nacimiento del Señor Jesús. Sus nombres son mencionados en la Biblia, como sigue: “Jacobo, José, Simón y Judas” (Mateo. 13:55). Además de estos hermanos, el versículo siguiente menciona a la hermanas del Señor Jesús. Las gentes de Nazaret dijeron: “¿No están todas sus hermanas con nosotros?” La palabra “hermanas” está en plural, de modo que sabemos que tuvo por lo menos dos hermanas. Pero si nos fijamos un poco más, veremos que el pasaje indica que el Señor Jesús no sólo tenía dos hermanas, sino que por lo menos tenía tres. Notemos que el versículo habla de “todas” ellas. Esto, definitivamente, implica que la expresión se refiere a tres o más hermanas. Si entonces añadimos tres y cuatro hermanas además del Señor Jesús, resulta que María, tuvo ocho hijos. El Señor Jesús nació de María sobrenaturalmente, por nacimiento virginal; los otros siete hijos que ella tuvo nacieron normalmente; fueron engendrados por su esposo José.

Pero la actitud católica es que José conservó a María como virgen por el resto de su vida. Sin embargo, ella fue virgen según las Escrituras “solamente” hasta después del nacimiento del Señor Jesús. José no conoció a María hasta después del nacimiento del Señor. Pero más tarde, José y María tuvieron unión matrimonial y dieron a luz a varios hijos tal como lo enseñan las Escrituras. Estudiando lo que la Biblia enseña, nos damos cuenta de que la doctrina de la perpetua virginidad de María es completamente falsa. Durante los días de apostasía -para hacer más clara la identificación de María con la madre/diosa que las naciones venían adorando hacía cientos de años-, algunos exagerados admiradores de María comenzaron a enseñar que el cuerpo de María nunca sufrió corrupción, sino que ascendió a los cielos al igual que el Señor Jesucristo y que allí está sentada hoy en día, como la “Reina del Cielo” para recibir culto y oraciones.

No fue sino hasta el siglo XX que la doctrina de ascensión de María se proclamó oficialmente como una doctrina de la Iglesia Católica. Fue tan sólo en el año 1950 que el Papa Pío XII declaró que el cuerpo de María no sufrió corrupción, sino que fue llevado al cielo. Obviamente, dicha doctrina de la ascensión de la virgen, no es parte de la doctrina del Nuevo Testamento. He aquí las palabras de uno de sus admiradores, San Bernardo, que favorecen la posición católica en este aspecto: “En el tercer día, después de la muerte de María, cuando los apóstoles se juntaron alrededor de su tumba, la encontraron vacía. El cuerpo sagrado había sido llevado al paraíso celestial. La tumba no tuvo poder sobre alguien inmaculado. Pero no fue suficiente que María haya sido recibida en el cielo; ella no era cualquier ciudadano ordinario; tenía aún mayor dignidad que el más alto de los arcángeles. María había de ser coronada Reina del Cielo por el Padre Eterno; ella había de tener un trono a la mano derecha del Hijo. Ahora, día tras día, hora tras hora, ella está orando por nosotros, obteniendo gracia para nosotros, preservándonos del peligro, protegiéndonos de la tentación, llenándonos de sus bendiciones”.

Bien puede decirse que el culto a María en su plenitud, está basada en esta creencia de que ella ascendió a los cielos. Pero la Biblia no dice nada en absoluto de tal “ascensión de María”. Al respecto, Juan 3:13 dice: “Y nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del Hombre, que está en el cielo, nuestro Señor Jesucristo”. Él es quien está sentado a la diestra de Dios Padre. Él es quien es nuestro Mediador. Él es quien nos llena de bendiciones, no su madre.

La Biblia no dice nada de orar a una mujer, sea María o cualquier otra. Este culto falso es repetidamente prohibido en la Biblia. Las verdaderas oraciones deben ser dirigidas a nuestro Señor mismo. “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre” (1 Timoteo 2:5). La simple idea de “orar a María” como mediadora y “reina del cielo”, no es más que un paganismo disfrazado con el nombre de María. Junto con las oraciones a “María” está el rosario, el cual, como hemos de ver, es igualmente de origen pagano. Como un instrumento, el rosario es una cadena con quince series de pequeñas bolitas; cada serie está marcada por una bola más grande. Los bordes de la cadena se juntan con una medalla con la efigie de María. De esta medalla cuelga una cadena corta al final con una cruz. Los objetos en el rosario son para contar oraciones, las cuales son repetidas una tras otra. Tal instrumento –muy bien conocido- forma parte importante del culto católico. Pero como tantas otras cosas en la Iglesia Católica, el rosario no es un instrumento cristiano sino una invención pagana. Mucho antes de que existiera una Iglesia Católica, el rosario era usado comúnmente en las casas de toda nación pagana. Se encontró un medallón en Citium (Chipre) que había sido colonizado por los fenicios, el cual tiene un círculo de cuentas que se semejan al rosario. Este rosario fue usado en el culto a Astarté, la diosa-madre, cerca de 800 años antes de Cristo. Este mismo “rosario” se puede ver en muchas de las monedas encontradas que se usaban en Fenicia.







Los brahmanes han usado desde hace mucho tiempo rosarios con cientos de cuentas. Los adoradores de Visnú dan a sus hijos rosarios de 108 cuentas. Un rosario similar es usado por millones de budistas en la India y en el Tíbet (La cruz en tradición, historia y arte. p. 21). Los musulmanes constantemente oran por los noventa y nueve nombres de Alá con su rosario Tasbih de 99 cuentas (Enciclopedia de religiones. Vol. 3. p. 203). Los adoradores a Siva tienen un rosario con el cual repiten, si es posible, todos los mil ocho nombres de su dios (Ibíd. p. 203).

Cuando los misioneros católicos visitaron la India, Japón y México por vez primera, sitios en los cuales el nombre de Cristo jamás se había escuchado, se sorprendieron al encontrar rosarios usados por los paganos. Los adoradores del demonio en el Tíbet y China usan rosarios para sus rituales. Los rosarios son frecuentemente nombrados en los libros sagrados de los hindúes (Doane. p. 344). El rosario era usado en la Grecia asiática y tal es el objeto con cuentas visto en las estatuas de la diosa Diana (Las Dos Babilonias. p. 187). Escritos de dos y tres siglos antes de Cristo mencionan el uso del rosario dentro de varias religiones paganas. Y no solamente estaba el rosario en vigencia en todos estos países y dentro de todas estas religiones que hemos mencionado, sino que también era usado en los días del paganismo en Roma, en donde las mujeres se adornaban el cuello no solamente por razones ornamentales, sino como recordatorio de las oraciones que debían hacer en sus religiones paganas. La palabra “collar”, Monile, significa “recordatorio” (Ibíd., p. 188), es decir, medio para recordar. Nadie puede negar el hecho de que el instrumento del rosario era usado en la época pre-cristiana y por religiones no cristianas. Incluso la misma Enciclopedia Católica, dice: “En casi todos los países nos encontramos con algo similar al rosario para contar las oraciones”. De todas maneras, ni Cristo ni los apóstoles enseñaron nunca a orar empleando algún instrumento u objeto para contar las oraciones. El memorizar oraciones y luego repetirlas una y otra vez mientras que contamos las cuentas, realmente se convierte en un ejercicio de memoria en vez de una expresión espontánea del corazón. Considerando que su uso no tiene base bíblica y que su origen proviene de tribus aborígenes paganas, el rosario no es más que otro ejemplo de cómo el paganismo fue mezclado con la religión católica. La oración más frecuentemente repetida y la principal del rosario, es el “Avemaría”, que se dice de la siguiente forma: “Dios te salve, María; llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén”.

Recitar el rosario completo ocupa quince minutos. Requiere la repetición del Avemaría 53 veces, del Padrenuestro 6 veces, 5 misterios, 5 meditaciones de los misterios, 5 glorias y una repetición del llamado “Credo de los Apóstoles”. Bien, notemos en dónde está puesto el énfasis. ¿Cuál es la plegaria que se repite más frecuentemente? La oración a María. El caso es que el Avemaría es repetido nueve veces más que el Padrenuestro. Pero, preguntamos, ¿es más importante o efectiva la oración hecha por los hombres* y dirigida a María nueve veces, que una oración enseñada por el Señor Jesús y dirigida a Dios Mismo?

Tal énfasis en la “madre” indica claramente la mezcla del paganismo en el sistema católico. El repetir una oración una y otra vez es indicado en la Biblia como una práctica del paganismo. Por ejemplo, plegarias repetidas de memoria se ofrecían a Diana en conexión con su culto en Éfeso. Estas plegarias consistían de una corta frase religiosa, repetida una y otra vez; tal como podemos ver en Hechos 19:34. En este pasaje, los idólatras de la diosa-madre “...todos gritaron casi por dos horas: grande es Diana de los efesios”. Todos gritaban esto una y otra vez, y al igual que estos adoradores de Diana, que usaban frases repetidas en su culto, asimismo hoy día, la misma clase de plegaria no bíblica continúa en la Iglesia Católica dirigida a María. Pero el Señor Jesucristo se opuso radicalmente a la práctica de repetir oraciones una y otra vez y así lo expresó: “Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos. No os hagáis, pues, semejantes a ellos; porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis” (Mateo 6:7-8). En este pasaje nuestro Señor, en términos claros, nos instruye no orar repitiendo la misma oración una y otra vez. El Señor Jesús declaró enfáticamente que esto era ritualista, vano, pagano. Debemos creerle y obedecerle a Él.

De todas las oraciones del rosario, la única que es tomada directamente de la Biblia, es el “Padrenuestro”. Pero aun esta oración no debe repetirse una y otra vez, pues es a continuación de habernos dicho Él que no usemos repeticiones y muchas palabras como lo hacen los paganos, dice en el siguiente versículo: “Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre...”. Y les dio a los apóstoles esta oración breve como ejemplo. En el mismo párrafo en que les indicó no repetir palabras en vano, el Señor Jesús dio esta oración como algo opuesto al tipo de oraciones de los paganos; sin embargo, en desobediencia directa a las Escrituras, los católicos son enseñados a repetir esta preciosa oración una y otra vez en lugar de imitarla. Y si el Padrenuestro no debe repetirse, cuánto menos debemos repetir la más breve oración hecha por hombre y dirigida, no a Dios, sino María, la madre humana del Señor Jesús.

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Nota

* El argumento católico de que son las palabras con que el ángel saludó a María, sólo es en parte cierta, pues sólo dos palabras son de labios angélicos y todas las demás que cambian bastante el texto y el sentido del mensaje del ángel Gabriel a María fueron añadidas por los inventores del rosario católico.