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lunes, 18 de noviembre de 2013

LA ORACIÓN ES ESENCIAL PARA DIOS



Llamarás, y el Señor responderá; pedirás ayuda, y él dirá: “¡Aquí estoy!” (...) entonces hallarás tu gozo en el Señor; sobre las cumbres de la tierra te haré cabalgar, y haré que te deleites en la herencia de tu padre Jacob. El Señor mismo lo ha dicho. –Isaías 58:9, 14

Nunca debemos olvidar que el Dios Todopoderoso gobierna este mundo.  Él no es un Dios ausente. Su mano siempre controla los asuntos humanos. Él está presente en todo lugar y en todo tiempo. “…atentamente  observa al ser humano;  con sus propios ojos lo examina” (Salmo 11:4). Él gobierna el mundo  así como gobierna a la Iglesia por medio de la oración. Esta lección necesita ser destacada, repetida y reiterada en los oídos de los hombres modernos, para afectar con fuerza cada vez mayor a la conciencia de esta generación cuyos ojos no tienen ninguna visión por las cosas eternas y cuyos oídos son sordos hacia Dios.

Nada es más importante para Dios que la oración en su trato con la humanidad. Por eso es esencial que todo hombre ore. El fracaso en la oración es un fracaso en toda la vida cristiana. Es un fracaso en las obligaciones, en el servicio y en el progreso espiritual. Dios debe ayudar al hombre por medio de la oración. Aquél que no ora, por lo tanto, se priva a sí mismo de la ayuda de Dios y pone a Dios en una posición en la que no puede acudir en su ayuda. Debemos orar a Dios si lo amamos. La fe y la esperanza, la paciencia y todas las fuerzas poderosas, maravillosas y vitales de la piedad están marchitas y muertas en una vida carente de oración.

La vida del creyente como individuo, su salvación personal y la gracia cristiana individual, tienen su raíz, su florecer y su fruto en la oración.

Todo esto y mucho más puede decirse con respecto a la necesidad de la oración como esencia para cultivar la piedad del ser humano. Pero la oración tiene una esfera más grande, una tarea obligatoria, una inspiración más elevada. La oración le interesa a Dios, y sus propósitos y planes están condicionados a la oración. Su voluntad y su gloria están ligadas a la oración. Los días en que pudo verse la magnificencia y la fama de Dios siempre han sido los grandes días de oración. Los grandes movimientos de Dios en este mundo estuvieron condicionados, continuaron y se formaron a través de la oración. Dios se ha manifestado a estos grandes movimientos cuando los hombres oraron. La oración presente, persistente y manifiesta siempre ha causado que Dios esté presente. La prueba verdadera y obvia de un trabajo genuino de Dios, es el predominio del espíritu de la oración. Las fuerzas más poderosas de Dios sobrecargan e impregnan un movimiento cuando el poder de la oración está allí.

El movimiento de Dios para sacar a Israel de la esclavitud egipcia, tuvo su principio en la oración. Por eso, Dios y la raza humana pusieron primero la oración como uno de los cimientos de granito sobre las cuales deberían asentar sus movimientos en el mundo. La petición de Ana por un hijo, empezó con un gran movimiento de oración a Dios en Israel. Las mujeres que oran y cuyas oraciones son como las de Ana, pueden dar a la causa de Dios hombres como Samuel, pueden hacer más por la Iglesia y el mundo que todos los políticos de la Tierra. Los hombres nacidos de la oración son los salvadores del Estado y los hombres saturados con la oración dan vida e ímpetu a la Iglesia. Delante de Dios son salvadores y ayudadores, tanto de la Iglesia como del Estado.

Debemos creer que el registro divino sobre la oración y sobre Dios son dados con el fin de que podamos recordar constantemente al Señor, y para ser renovados por la fe en que Dios sostiene a su Iglesia en todo el mundo y que el propósito de Dios se cumplirá. Sus planes en cuanto a la Iglesia, cierta e inevitablemente serán llevados a cabo. Sin duda alguna, ese registro de Dios ha sido dado para que podamos ser profundamente influenciados con el hecho de que la oración de los santos es un gran factor, un factor supremo para llevar adelante la obra de Dios con facilidad en su tiempo. Cuando la Iglesia está en condiciones de orar por la causa de Dios siempre florece y su reino en la Tierra siempre triunfa. Cuando la Iglesia fracasa y no ora, la causa de Dios se deteriora y predomina el mal en todas sus formas. En otras palabras, Dios obra a través de las oraciones de su pueblo, y cuando su pueblo le falla en este punto, sobreviene la decadencia y la insensibilidad. Es de acuerdo a los planes divinos que la prosperidad espiritual viene a través del canal de la oración. Los santos que oran son agentes de Dios para llevar a cabo su obra redentora y providencial en la Tierra. Si sus agentes le fallan, al descuidar la oración, entonces su obra también falla. Los agentes del Altísimo que oran, son siempre los precursores de la prosperidad espiritual.

Los hombres de la Iglesia de todos los tiempos, que han sostenido a la Iglesia para Dios, han tenido al ministerio de oración en abundante plenitud y riqueza. Los gobernantes de la Iglesia, tal como nos revela la Escritura, han tenido preeminencia en la oración. Pueden haber sido eminentes, en la cultura, en el intelecto y en todo lo natural o en las fuerzas humanas; o pueden haber sido sencillos en sus logros físicos y en sus talentos naturales; sin embargo, en cada caso la oración fue la fuerza poderosa en el gobierno de la Iglesia.  Y esto era así porque Dios estaba con y en lo que ellos hacían, porque la oración siempre nos lleva de regreso a Dios. La oración reconoce a Dios y lo trae al mundo para trabajar, salvar y bendecir. Los agentes más eficientes para difundir el conocimiento de Dios, para proseguir con su obra en la Tierra, y  para resistir como la estructura rompeolas contra las oleadas del mal, han sido los líderes de oración de la Iglesia. Dios depende de ellos, los usa y los bendice.

La oración no puede ser apartada como una fuerza secundaria en este mundo. El hacerlo es apartar a Dios del movimiento. Es hacer a Dios algo secundario. El ministerio de oración es una fuerza que incluye a todos. Y tiene que ser así, para ser una fuerza absoluta. La oración es el sentir de la necesidad de Dios y el llamado a la ayuda de Dios para suplir esa necesidad. La estimación y el lugar de la oración son la estimación y el lugar de Dios. Dar a la oración un lugar secundario es poner a Dios en un lugar secundario en los asuntos de la vida. Sustituir la oración por otras fuerzas, aparta a Dios y todo el movimiento se vuelve materialista.

La oración es una necesidad absoluta para la adecuada realización de la obra de Dios. Dios lo hizo así. Esta debe haber sido la razón principal por la que en la Iglesia primitiva, cuando la queja de que las viudas de ciertos creyentes habían sido desatendidas en la distribución diaria de los alimentos en la iglesia, los doce convocaron a toda la congregación de los discípulos y les pidieron que buscaran a siete hombres de buena reputación y llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a quienes encargarían esa obra caritativa, añadiendo este principio esencial “y nosotros  nos dedicaremos de lleno a la oración y al ministerio de la palabra” (Hechos 6:4). Seguramente se dieron cuenta de que el éxito de La Palabra y el progreso de la Iglesia eran dependientes, en un sentido preeminente, de su total entrega a la oración. Dios podía trabajar eficazmente si ellos se entregaban plenamente a la oración.

Los apóstoles eran tan dependientes de la oración como las otras personas. El trabajo sagrado, “las actividades de la iglesia”, puede ser tan persuasivo y tan absorbente como para estorbar la oración, y cuando esto sucede, el mal siempre aparece. Es mejor dejar que la obra continúe por defecto que abandonar la oración por negligencia. Cualquier cosa que afecte la intensidad de nuestra oración, también afecta al valor de nuestro trabajo. El hecho de no orar por estar demasiado ocupado, no solo es el indicador más importante para la recaída, sino que también echa a perder el trabajo realizado. Nada está bien hecho sin la oración, por la simple razón de que deja a Dios fuera de la causa. Es muy fácil ser seducido por lo bueno y descuidar lo mejor, hasta que tanto lo bueno como lo mejor perecen. ¡Cuán fácilmente los hombres, incluso los líderes de Sión, pueden ser guiados por los traicioneros artificios de Satanás para cortar nuestra oración por los intereses de la obra! Cuán fácil es descuidar nuestra oración o abreviar nuestra oración simplemente con el pretexto de que tenemos el trabajo de la iglesia en nuestras manos. Satanás nos ha desarmado eficazmente cuando puede mantenernos tan ocupados en hacer cosas, que no podemos parar para orar.

“Entreguémonos a la oración continua y al ministerio de la Palabra.” En la versión RVR1995 dice: “nosotros persistiremos  en la oración”. La palabra usada aquí significa ser fuerte, constante, ser dedicado, mantenerse  en ella con un cuidado constante, hacer una ocupación de ella. Encontramos la misma palabra en Colosenses 4:12 y en Romanos 12:12, la cual es traducida como perseverar en la oración.

Los apóstoles estaban bajo la ley de la oración, y esta ley reconoce a Dios como Dios y confía en que Él suplirá todo lo que no haría sin la oración. Estaban bajo la necesidad de la oración, así como lo están todos los creyentes, en cada tiempo y en cada región. Tenían que dedicarse a la oración con el fin de que el ministerio de la palabra fuera eficiente. La actividad de la predicación vale muy poco si no está en relación directa con la actividad de la oración. La predicación apostólica no puede ser llevada a cabo, a menos que haya una oración apostólica. ¡Qué lástima que esta verdad tan evidente haya sido tan fácilmente olvidada por aquellos que ministran en las cosas santas!

Sin criticar en ninguna forma al ministerio, sentimos que ya es hora de que alguien declare a su congregación, que la predicación eficaz está condicionada a la oración eficaz. La predicación que es más exitosa está en aquel ministerio que tiene mucha oración. Casi podemos llegar a decir que es el único ministerio que tiene éxito. Dios puede usar poderosamente al predicador que ora. Él es un mensajero de Dios elegido para bien, y es la persona a quien el Espíritu Santo se deleita en honrar, es el agente eficiente de Dios que hace que los hombres se salven y los santos se edifiquen.

En Hechos 6:18 tenemos el registro de cómo, hace mucho tiempo, los apóstoles sentían que “habían perdido” el poder apostólico porque no tenían alivio en ciertas obligaciones, de tal manera que no podían entregarse más a la oración. Entonces hicieron un alto porque descubrieron, para su pesar, que eran demasiado deficientes en la oración. Sin duda, mantuvieron la forma de orar, pero su oración era muy defectuosa en la intensidad y en la cantidad de tiempo que le dedicaban. Sus mentes estaban demasiado preocupadas con las finanzas de la iglesia.

También en este tiempo encontramos en muchos lugares, que tanto las personas comunes como los ministros ordenados, están tan diligentemente ocupados en servir a las mesas, que se hace evidente la falta de ellos en la oración. De hecho, en la iglesia de nuestros días, los hombres son vistos como religiosos porque dan gran parte de su dinero para la iglesia y son elegidos para ocupar puestos oficiales no porque sean hombres de oración, sino porque tienen la habilidad comercial para manejar las finanzas de la iglesia y para conseguir dinero para la iglesia.

Ahora bien, cuando  los apóstoles examinaron este asunto, determinaron poner a un lado los impedimentos que crecían en las finanzas de la iglesia y resolvieron entregarse a la oración. No quiere decir que estas finanzas tenían que ser ignoradas o puestas a un lado, sino que hombres comunes, llenos de fe y del Espíritu Santo, podían ocuparse. Buscaban hombres realmente religiosos quienes fácilmente atenderían el asunto del dinero, sin que esto afectara en lo más mínimo su piedad ni su oración, de este modo se les daba algo para hacer en la iglesia, y ayudaban a llevar la carga de los apóstoles quienes ahora serían capaces de orar más intensamente, para que ellos mismos fueran bendecidos en el alma y para hacer eficaz la obra a la cual fueron llamados.

También se dieron cuenta, como no lo habían hecho antes, de que estaban muy presionados por la atención a las cosas materiales –cosas correctas en sí– de tal manera que no podían dar a la oración la fuerza, la pasión y el tiempo que su naturaleza e importancia demandaban. Y así nosotros descubriremos, a veces bajo una rigurosa indagación de nosotros mismos, que las cosas legítimas, las cosas correctas en sí mismas, las cosas recomendables, pueden absorber tanto nuestra atención, pueden preocupar tanto nuestras mentes y usar nuestros sentimientos, que la oración es descartada, o que le damos solo un poquito de tiempo. ¡Cuán fácil es apartarse del lugar de oración! Incluso los apóstoles tenían que guardarse en ese punto. ¡Cuánto necesitamos observarnos a nosotros en el mismo lugar! Las cosas legítimas y correctas pueden llegar a ser equivocadas cuando toman el lugar de la oración. Las cosas correctas en sí mismas, pueden llegar a ser equivocadas cuando se les permite afirmarse desordenadamente  en nuestros corazones. No son solo las cosas pecaminosas las que lastiman a la oración. No solo debemos guardarnos de las cosas cuestionables, sino también de las cosas que están en su lugar correcto, pero a las que se les permite desviarnos y cerrar la puerta del lugar de oración; a menudo con la “reconfortante” excusa: “Estamos muy ocupados para orar.”

Posiblemente esto ha determinado como ninguna otra causa la caída de la oración familiar en la actualidad. Es en este punto que la religión familiar se ha deteriorado, y precisamente aquí tenemos una causa de la decadencia de la reunión de oración. Los hombres y las mujeres están tan ocupados con cosas legítimas, que no pueden entregarse a la oración. A otras cosas se les da la preferencia. La oración es puesta a un lado o entendida como algo secundario. Los negocios van primero. Y  esto no siempre quiere decir que la oración esté en segundo lugar, sino que la oración ha sido totalmente eliminada.

Los apóstoles fueron directamente al punto y determinaron que incluso los negocios de la iglesia no deberían afectar sus hábitos de oración. La oración debe estar primero. Solo entonces podían ser, en hechos y en verdad, los verdaderos agentes de Dios en este mundo, a través de quienes Él podía obrar eficazmente; porque eran hombres de oración y por consiguiente los ponía directamente en línea con sus planes y sus propósitos, ya que Dios obra a través de los hombres de oración.

Cuando la queja llegó a sus oídos, los apóstoles descubrieron que lo que estaban haciendo no servía plenamente a los fines divinos de la paz, la gratitud y la unidad, sino al descontento, y las quejas y la división era el resultado de su trabajo que incluía muy poca oración. Y así la oración fue puesta en primer lugar.

Los hombres de oración son una necesidad para llevar a cabo el plan divino para la salvación de los hombres. Dios lo hizo así. Él fue quien instituyó la oración como una ordenanza divina, y esto implica que los hombres están para orar. De manera que los hombres de oración son una necesidad en el mundo. El hecho de que tan a menudo Dios haya usado hombres de oración para lograr sus fines, prueba claramente el asunto. Es completamente innecesario nombrar todos los ejemplos en donde Dios usó las oraciones de los hombres justos para llevar a cabo sus designios. El tiempo y el espacio son muy limitados para la lista. Sin embargo, podemos nombrar uno o dos casos.

En el caso del becerro de oro, cuando Dios se propuso destruir a los israelitas por causa de su gran pecado de idolatría, en el momento en el que Moisés recibía la ley de las manos de Dios, la propia existencia de Israel estaba en peligro, porque Aarón había caído ante la fuerte incredulidad y pecado del pueblo. Todo parecía perdido excepto Moisés y la oración. Y la oración fue eficiente y milagrosa a favor de Israel y Aarón. La ira de Dios se encendió. Era una hora pavorosa y crítica. Pero la oración fue el dique que contuvo la furia devastadora del cielo. La mano de Dios fue retenida por la intercesión de Moisés, el poderoso intercesor.

Moisés avanzaba en la liberación de Israel. Estaba en una larga y exhaustiva lucha de oración de cuarenta días y cuarenta noches. Ni un solo momento debilitó su espera en Dios. Ni un solo momento abandonó su lugar a los pies de Dios, ni siquiera por la comida. Ni un solo momento detuvo su demanda ni tranquilizó su clamor. La existencia de Israel estaba en la balanza. La ira del Dios Todopoderoso tenía que ser aplacada. Israel tenía que ser salvado a cualquier riesgo. E Israel fue salvado. Moisés no dejaría a Dios solo. Y por eso, hoy podemos mirar hacia atrás y dar el crédito de la existencia de la raza judía, a la oración que hizo Moisés hace siglos.

Perseverar en la oración es ganar siempre; Dios se rinde ante la importunidad y ante la fidelidad. Él no tiene un corazón para decir “No” a una oración como la de Moisés. De hecho, el propósito de Dios de destruir a Israel fue cambiado por la oración de este hombre de Dios. Es solo una ilustración de cuánto vale solo una persona que ora en este mundo, y de cuánto depende de ella.

Cuando Daniel, en Babilonia, se rehusó a obedecer el decreto del rey de no hacer peticiones a cualquier dios u hombre durante treinta días, cerró sus ojos al decreto que terminaría con las oraciones en su casa, y se rehusó a ser presionado a no clamar a Dios por temor a las consecuencias. De manera que se arrodillaba tres veces por día y oraba como siempre lo había hecho, dejando a Dios su cuidado por las consecuencias de haber desobedecido al rey.

No había nada impersonal en la oración de Daniel. Él siempre tenía un objetivo y esta vez era una apelación a un Dios grande, que puede hacer todas las cosas. De ningún modo se sentía desamparado, tampoco buscaba influencias subjetivas ni reflexivas. Ante el espantoso decreto que incluía la opción de sacarlo violentamente y echarlo en el foso de los leones, se arrodillaba tres veces por día y daba gracias a Dios como siempre lo había hecho. El justo resultado fue que la oración lo puso en manos del Todo- poderoso, que se interpuso en el foso de feroces y crueles leones a los que cerró sus bocas para preservar a su siervo, quien había sido fiel y lo había invocado buscando protección. La oración de Daniel fue un factor esencial para frustrar el decreto del rey, y para derrotar a los perversos y envidiosos gobernantes que habían tendido la trampa con el fin de destruirlo, eliminarlo del lugar y del poder en el reino.

[Extractado del libro publicado originalmente en inglés con el título: The Weapon of Prayer by Edwards M. Bounds. Este texto es de dominio público.]

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Leer además:

¿ORAS? PDF

OREMOS E-book

VELAD Y ORAD


LA ORACIÓN Y LA SOBERANÍA DE DIOS


PREPARÁNDONOS PARA REINAR




viernes, 8 de noviembre de 2013

¿ORAS?


En esta adaptación libre de un clásico sobre la oración, se hace un llamamiento a todas las almas para que oren, independientemente de su rango o título. ¿Oras?, es una pregunta y una invitación sincera para todos los hijos de Dios, para que se presenten ante Él en oración. Léase para ser edificado y para que renovar la certeza de que tenemos acceso al Hacedor del cielo y de la tierra a través del Señor Jesucristo. ¿Oras?

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lunes, 14 de octubre de 2013

CUAL LA MADRE, TAL LA HIJA - PARTE III -Libro Las Dos Babilonias


He aquí, todo el que usa de refranes te aplicará a ti el refrán que dice: Cual la madre, tal la hija (Ezequiel 16:44).

Hemos sacado Las Dos Babilonias de Alexander Hislop de nuestra colección de libros raros sobre el tema de la Iglesia Católica Romana porque nos hemos convencido de la inexactitud histórica de dicho libro.

El autor de un libro de divulgación de la historia de la religión cristiana, titulado “Babilonia Misterio Religioso” (BMR), que se basa en Las Dos Babilonias, ha sacado de circulación su texto después de más de dos décadas de haberlo publicado y re-impreso en varias oportunidades porque ahora considera que las fuentes a las que hace referencia Hislop son poco confiables. Al repudiar su libro (BMR) y retractarse de su contenido, dicho autor también pone en tela de juicio la obra de Hislop, sin mencionar al vasto número de obras a las que este autor (Hislop) hace referencia.

Aunque tenemos presente que los misioneros que han viajado por varios países de Europa y Asia han visto de primera mano las similitudes entre el paganismo primitivo de esas tierras y el catolicismo romano, el libro de Hislop es poco confiable. Aunque es cierto que el mismo espíritu sincretista que estaba en las antiguas religiones paganas es el que está detrás de la doctrina y prácticas de la Iglesia Católica Romana, la obra de Hislop pretende hacer paralelos históricos  con la Iglesia Católica utilizando inconfiables fuentes mitológicas. La mitología pagana no es historia.

El título que Hislop le da a su obra: Las Dos Babilonias, perpetúa la impresión de que la Iglesia Católica y sólo ella es el tema de Apocalipsis 17 y 18. Nada podría estar más lejos de la verdad, y creemos haberlo demostrado en nuestro comentario versículo por versículo de Apocalipsis 17. La Iglesia Católica no es "la madre de las rameras y de las abominaciones de la tierra". Este título está reservado para todos los falsos maestros religiosos simbolizados por la Ramera. La Iglesia Católica es sólo una de las numerosas hijas de la Ramera de Apocalipsis 17; está incluida, pero no es el único tema de dicho capítulo. 

Tampoco es el asunto principal de Apocalipsis 18. Entre los estudiantes del libro de Apocalipsis hay al menos cinco interpretaciones acerca de la identidad de la ciudad de Babilonia: 1) La Roma pagana, 2) La Roma papal, 3) La Roma escatológica, 4) La ciudad de Jerusalén, y por último, 5) La Babilonia escatológica. En nuestro comentario del libro del Apocalipsis el lector podrá leer nuestra defensa sobre esta última interpretación, aunque adelantamos bastante en nuestros artículos LA BABILONIA MODERNA y LA UNIÓN EUROPEA, ¿EL IMPERIO ROMANO RESUCITADO?; y para la mayoría de ustedes este material será más de lo que puedan estar dispuestos a leer sobre el asunto.

Pero el que no estemos de acuerdo con ni con el título que Hislop le dio a su obra ni con su contenido mitológico, no quiere decir que no reconozcamos que a través de la obra de este autor se puede ver que el mismo espíritu que estaba detrás de las antiguas religiones paganas de Europa y Asia es el que está detrás de la doctrina y prácticas de la Iglesia Católica Romana, y, por lo tanto, cualquier amistad con esta última es idolatría, paganismo y apostasía. El lector es advertido del peligro que existe en involucrarse con tal diabólico sistema religioso (la Iglesia Católica Romana). 

Así que en vez de presentar la obra de Hislop como la tercera parte de nuestra serie de artículos CUAL LA MADRE, TAL LA HIJA, presentamos el libro Lo Que La Biblia Dice Sobre La Iglesia Católica. 



Para obtener el PDF del libro Lo Que La Biblia Dice Sobre La Iglesia Católica.

























sábado, 5 de octubre de 2013

CÓMO SER SALVO

La vida nos suscita muchas interrogantes. En este mismo momento, puede que tengamos preguntas sobre nuestra salud, nuestra situación financiera, nuestro trabajo, nuestra familia y futuro.

Pero las preguntas más importantes, las fundamentales, son acerca de Dios y nuestra relación con él. En la vida no hay nada más importante que esto.

Es natural que queramos tener una buena salud, estabilidad financiera, un empleo seguro, una familia contenta y un futuro auspicioso. Pero aún estas cosas son triviales si no tenemos una relación real y viva con Dios.

En las siguientes páginas trataremos de responder por qué es importante que tengamos dicha relación, y cómo es posible comenzarla.

Las siguientes preguntas son las más serias e importantes que podamos preguntarnos. Y las respuestas son las que todos necesitamos saber.

¿HAY ALGUIEN AHÍ?

Si Dios no existe, no tiene ningún sentido buscarlo: porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay (Hebreos 11:6). Aunque es imposible ‘probar’ que existe, en un sentido matemático, la evidencia de que Dios está ahí es bastante convincente.

Pensemos en la existencia del universo. Decir que este es el resultado de un ‘accidente’ suscita más interrogantes de las que responde. Lo mismo sucede con la teoría del ‘Big Bang’. Por ejemplo, ¿de dónde provinieron los materiales en bruto? Ni siquiera un ‘big bang’ puede producir algo de la nada. La idea de la evolución ha sido ampliamente difundida, pero es igualmente débil; ¿cómo puede ‘nada’ evolucionar hasta convertirse en ‘algo’ tan complejo como las extraordinarias formas de vida que habitan la tierra?

Todas las otras teorías son igualmente frágiles. La única explicación satisfactoria es esta: En el principio creo Dios los cielos y la tierra (Génesis 1:1). Nuestro mundo no es el resultado de un accidente cósmico con ingredientes que ‘siempre han estado ahí’. En vez de esto, por la palabra de Dios ha sido constituido el universo, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía (Hebreos 11:3). La creación tuvo un principio, y fue Dios quien la llevó a cabo. Porque él dijo, y fue hecho; él mandó, y existió (Salmo 33:9).

Esto es corroborado por el sorprendente orden y diseño que se ve en la naturaleza, y por las leyes que rigen el universo, desde el inconmensurable espacio exterior hasta los organismos microscópicos. El diseño implica la existencia de un diseñador, y las leyes demandan la existencia de un dador de leyes – y Dios es ambos. Dios hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra (Hechos 17:24).

Pero la más grande ‘evidencia de la creación’ es el hombre mismo. A diferencia de otras criaturas vivientes, el hombre posee algo que llamamos ‘personalidad’. El hombre toma decisiones racionales, tiene una consciencia y puede distinguir entre el bien y el mal; es capaz de amar y de demostrar compasión. Sobre todo, tiene una inclinación natural hacia la adoración. ¿De dónde obtuvo estas cualidades? Ni la evolución ni una avalancha de accidentes cósmicos podrían haberlas producido. La mejor respuesta es esta: Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente (Génesis 2:7). El hombre no es un accidente; el mismo reconoce que Dios lo creó diciéndole tú formaste mis entrañas; tú me hiciste en el vientre de mi madre (Salmo 139:13).

¿ESTÁ DIOS HABLANDO?

Esta pregunta es vital. Abandonados a nuestra propia suerte, no sabemos nada acerca de Dios. ¿Descubrirás tú los secretos de Dios? ¿Llegarás tú a la perfección del Todopoderoso? (Job 11:7) Dios está más allá de nuestro entendimiento; es necesario que él se revele a nosotros.

La creación es uno de los principales medios a través de los que Dios se revela al hombre. Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos (Salmo 19:1). El tamaño del universo y su sorprendente balance, variedad y belleza revelan bastante acerca del Dios que lo hizo. En la creación Dios exhibe su estupendo poder, su sorprendente inteligencia y su brillante imaginación. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa (Romanos 1:20). 

Cuando los seres humanos nos comunicamos lo hacemos por medio de palabras. Dios también se comunica con el hombre por medio de palabras: las palabras que están registradas en la Biblia. Sólo en el Antiguo Testamento hay aproximadamente 4.000 registros (500 en los cinco primeros libros) que dicen ‘habló Dios’, ‘mandó Jehová Dios’ y ‘Dijo Jehová’. Esta es la razón por la que está escrito que nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo (2 Pedro 1:21).

No existe ninguna otra literatura en la que podamos encontrar tantas y tan claras profecías (que se cumplieron literalmente) hechas por hombres que aseguran hablar de parte de Dios. Que esto ocurra por casualidad es impensable.

Además, está el impacto que la Biblia ha tenido en la vida de las personas. Ningún otro libro ha tenido tal poder para cambiar vidas. Millones de personas, durante miles de años, han comprobado por experiencia personal que La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma; el testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo. Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón; el precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos (Salmo 19:7-8).

Después de 2.000 años, ningún experto en el área que sea ha podido demostrar que alguna afirmación de la Biblia sea falsa. La razón es esta: Toda la Escritura es inspirada por Dios (2 Timoteo 3:16). Por eso es que debemos aceptarla no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios (1 Tesalonicenses 2:13).

¿CÓMO ES DIOS?

Reconocer en forma general que Dios existe, es una cosa; reconocer que Dios nos habla por medio de su creación y a través de las páginas de la Biblia, es otra cosa completamente diferente. Para aceptar esto último necesitamos saber más de Dios. Por ejemplo, ¿cómo es él?

La Biblia da muchas respuestas a esta importantísima pregunta. A continuación veremos algunas de ellas.

Dios es personal. Dios no es una ‘cosa’, ni un poder, ni una energía o influencia. Tampoco es ‘el hombre de allá arriba’ o algún tipo de ‘superhombre’. Mas Jehová es el Dios verdadero; él es Dios vivo y Rey eterno (Jeremías 10:10). Él piensa, siente, desea y actúa de maneras que demuestran que es un Ser vivo y personal.

Dios es uno. Hay un solo Dios verdadero. Él declara: Yo soy el primero, yo soy el postrero, y fuera de mí no hay Dios (Isaías 44:6). Sin embargo Dios se ha revelado a sí mismo como una ‘trinidad’ (tres Personas): el Padre, el Hijo (Jesucristo) y el Espíritu Santo; cada uno de los cuales es total e igualmente Dios. La Biblia habla de la gloria de Dios Padre (Filipenses 2:11); dice que el Verbo (Jesucristo) era Dios (Juan 1:1); y habla del Espíritu del Señor (2 Corintios 3:18). Aunque hay un solo Dios, este está conformado por tres Personas.

Dios es espírituDios es espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que le adoren (Juan 4:24). Esto significa que Dios es invisible. A Dios nadie le vio jamás (Juan 1:18). También significa que no está confinado a un solo lugar a la vez, sino que está en todos los lugares todo el tiempo: ¿No lleno yo, dice Jehová, el cielo y la tierra? (Jeremías 23:24). Dios está totalmente consciente de todo lo que pasa en todas partes. Esto incluye no sólo todo lo que hacemos y decimos, sino también cada pensamiento que pasa por nuestra mente.

Dios es eterno. Dios no tiene principio ni fin. Es el eterno Dios (Deuteronomio 33:27). Nunca hubo un tiempo en el que Dios no existiera y nunca habrá un tiempo en el que Dios no exista. Él se describe a sí mismo como el que es y que era y que ha de venir (Apocalipsis 1:8). Y permanece eternamente inmutable: Porque yo Jehová no cambio (Malaquías 3:6). Todo lo que Dios fue, todavía es y siempre será.

Dios es independiente. Todos los seres vivientes dependemos de otros seres vivientes, de otras cosas y, por ende, de Dios. Pero Dios es absolutamente independiente de su creación. Él puede vivir solo. La Biblia dice que no es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas (Hechos 17:25).

Dios es santo. Moisés lo describe como magnífico en santidad (Éxodo 15:11). No hay comparación con la santidad de Dios. No hay santo como Jehová (1 Samuel 2:2), quien es absolutamente sin falta ni defecto. La Biblia dice de él: Muy limpio eres de ojos para ver el mal, ni puedes ver el agravio (Habacuc 1:13). Y este Dios santo demanda santidad de cada uno de nosotros. Su mandamiento para nosotros hoy día es: Sed santos, porque yo soy santo (1 Pedro 1:16).

Dios es justo. La Biblia dice que Jehová es Dios justo (Isaías 30: 18); y que justicia y juicio son el cimiento de su trono (Salmo 97:2). Dios no solo es nuestro creador y sustentador; él también es nuestro Juez, quien nos premia y nos castiga, aquí y en la eternidad, con una justicia que es perfecta y que está más allá de cualquier apelación.

Dios es perfecto. Su conocimiento es perfecto. Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta (Hebreos 4:13). Dios lo sabe todo acerca del pasado, el presente y el futuro, incluso todos nuestros pensamientos, palabras y acciones. Su sabiduría es perfecta y absolutamente más allá de nuestro entendimiento. ¡O profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! (Romanos 11:33)

Dios es soberano. Él es el único y el supremo gobernador del universo, y no hay nada que esté fuera de su control. Todo lo que Jehová quiere, lo hace, en los cielos y en la tierra (Salmo 135:6). Para Dios no hay accidentes ni sorpresas. Él conoce de antemano toda la historia de la humanidad y hace todas las cosas según el designio de su voluntad (Efesios 1:11). Dios no necesita ningún consejo o consentimiento para nada que él decide realizar; y nadie puede impedirle llevar a cabo lo que él desea: no hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces? (Daniel 4:35).

Dios es omnipotente. Él Dios Todopoderoso declara: He aquí que yo soy Jehová, Dios de toda carne; ¿habrá algo que sea difícil para mí? (Jeremías 32:27) Esto no significa que Dios puede hacer cualquier cosa. Por ejemplo, él no puede mentir, ni cambiar, ni cometer errores, ni pecar, ni negarse a sí mismo; sólo puede realizar todo deseo que sea consistente con su carácter.

Estos son solo bosquejos de algunas de las cosas que Dios nos ha revelado en la Biblia acerca de su propia naturaleza y carácter. Hay otras verdades acerca de Dios en la Biblia, muchas de las cuales son difíciles de entender o aceptar. Él hace cosas grandes e inescrutables, y maravillas sin número (Job 5:9). En ese sentido, no lo alcanzamos (Job 37:23) a comprender; y ninguna inteligencia o esfuerzo de razonamiento puede cambiar eso. Esto no debería sorprendernos. Si pudiéramos entender a Dios fácilmente no necesitaríamos que él se manifieste a nosotros.

¿QUIÉN SOY?

Las presiones y los problemas de la vida moderna llevan a muchas personas a iniciar una inquietante búsqueda por hallar sentido, significado y propósito para sus vidas. Hemos visto algo acerca de quién es Dios, ¿pero qué hay de nosotros? ¿Por qué existimos? ¿Por qué, para qué estamos aquí? ¿Qué significado o propósito tiene la vida para el ser humano?

Lo primero que debemos aclarar es que el hombre no sólo ‘existe’. Somos más que una acumulación accidental de átomos que se juntaron dentro de un envoltorio conveniente que llamamos ‘un ser humano’. La Biblia nos dice que fuimos específicamente creados por un Dios sabio y santo. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó (Génesis 1:27). El hombre es mucho más que un animal altamente desarrollado o un simio refinado. Somos tan diferentes de las demás criaturas como los animales lo son de los vegetales y estos de los minerales. En tamaño, el hombre es diminuto comparado con el sol, la luna y las estrellas; aún así Dios le ha dado un lugar de honor en el universo.

Esto se ve en uno de los primeros mandamientos que Dios le dio al hombre: Señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra (Génesis 1:28). El hombre se convirtió en el representante personal de Dios en la tierra, teniendo autoridad sobre todas las demás criaturas vivas.

Al hombre también se le dio una dignidad especial. Ser creado ‘a imagen de Dios’ no significa que fue hecho del mismo tamaño o forma que tiene Dios, ni que fue hecho como una miniatura de Dios, poseyendo todas sus cualidades, sólo que en menor cantidad. Ser creado ‘a imagen de Dios’ significa que el hombre fue creado como un ser espiritual, racional, moral e inmortal; con una naturaleza perfecta. En otras palabras, el hombre fue hecho como el reflejo perfecto del carácter santo de Dios.

Y lo que es más, el hombre voluntariamente escogió obedecer todos los mandamientos de Dios, y como resultado de esto vivió en perfecta armonía con él. El hombre no tenía entonces ninguna ‘crisis de identidad’; sabía exactamente quién era y por qué estaba en el mundo, y con obediencia y humildad ocupaba el lugar que Dios le había designado.

Pero no era sólo el hombre quién estaba completamente satisfecho con su posición en el mundo, Dios estaba satisfecho con el hombre también. Sabemos que era así porque la Biblia nos dice que cuando Dios completó su creación, con el hombre como la corona de esta, vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera (Génesis 1:31). En ese momento de la historia, seres perfectos vivían en un ambiente perfecto gozando de una relación perfecta entre ellos y Dios.

Lamentablemente, esa no es la situación actual. ¿Qué pasó?

¿QUÉ SALIÓ MAL?

El pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte (Romanos 5:12).

Al primer hombre y a la primera mujer (Adán y Eva) Dios les dio gran libertad, pero también una seria advertencia: mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás (Génesis 2:17). Esta era una prueba ideal para que el hombre obedeciera lo que Dios había dicho simplemente porque Dios lo había dicho. Pero el diablo tentó a Eva a dudar de lo que Dios había dicho y a desobedecerlo, y fue engañada. Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría, y tomó de su fruto y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella (Génesis 3:6).

En ese momento ‘el pecado entró en el mundo’. Por su desobediencia el hombre se separó de Dios. En vez de amar a Dios, Adán y Eva sintieron temor de él: el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto (Génesis 3:8). En vez de sentirse seguros, confiados y felices, su pecado los hizo sentirse avergonzados, culpables y temerosos.

Dios había dicho que el hombre moriría si le desobedecía, y así fue. La muerte significa separación, y en el momento terrible en que el hombre eligió separarse de Dios, murió espiritualmente. Pero también comenzó a morir físicamente. Ahora tenía un alma muerta y un cuerpo que estaba muriendo. Y eso no fue todo: los hijos de Adán y Eva heredaron la naturaleza corrupta de sus progenitores y su carácter pecaminoso. A partir de ahí, el veneno del pecado se ha traspasado a todos los descendientes de Adán, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron (Romanos 5:12).

Nótese la importancia de la palabra ‘todos’, la cual obviamente incluye tanto al redactor como al lector de estas páginas. Puede ser que nunca nos conozcamos en esta tierra, pero tenemos esto en común: somos pecadores, y estamos muriendo. Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros (1 Juan 1:8); y si decimos que no estamos muriendo, somos ridículos. Tomar livianamente los hechos no los hace desaparecer ni los cambia.

Muchos de los titulares de la prensa escrita, la televisión y la radio nos recuerdan a diario que el mundo está hecho un desastre. Es fácil condenar la violencia, la injusticia, la anarquía y el desorden en la sociedad; pero antes de criticar preguntémonos si nosotros somos perfectos y si estamos viviendo una vida agradable a los ojos de Dios. ¿Somos honestos, puros, generosos y desinteresados? Dios conoce las respuestas a estas preguntas: ¡y nosotros también! Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios (Romanos 3:23). La verdad es que nacimos pecadores. Somos pecadores por naturaleza, por práctica y por elección; urgentemente necesitamos enfrentar tanto los hechos como las consecuencias de esta condición.

¿ES GRAVE EL PECADO?

Cuando se diagnostica una enfermedad, es de suma importancia preguntar: ‘¿Es grave?’ Cuando se trata de la enfermedad espiritual llamada pecado, debemos hacer la misma pregunta. Muchas personas admitirán de manera frívola que son pecadores, porque no tienen idea de lo que realmente significa. Otros se justifican argumentando que es ‘la naturaleza humana’, o que ‘todos lo son’. Actuar así es esquivar el verdadero problema personal: ¿Es grave el pecado? Aquí hay algunas de las cosas que la Biblia dice acerca de nosotros, los pecadores.

Estamos degradados. Esto no significa que somos tan malos como podamos serlo, ni que cometemos constantemente todos los pecados. Tampoco significa que no podamos distinguir el bien del mal; o que no seamos capaces de hacer cosas agradables y útiles. Significa que el pecado ha invadido cada parte de nuestra naturaleza y personalidad: nuestra mente, voluntad, consciencia, disposición, imaginación y nuestros afectos. Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso (Jeremías 17:9). La raíz del problema no es lo que hacemos, sino lo que somos. Pecamos porque somos pecadores.

Estamos contaminados. El Señor Jesucristo no escatima palabras aquí: Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez (Marcos 7:21-22). Nótese que la lista incluye pensamientos, palabras y acciones. Esto demuestra que ante los ojos de Dios, cualquier pecado es igualmente grave. Algunas personas limitan su noción del pecado a cosas tales como el asesinato, el adulterio y el hurto; pero la Biblia aclara que no tenemos base alguna para pensar de esta manera. El pecado es todo aquello que falla en alcanzar el perfecto estándar de Dios. Cualquier cosa que digamos, pensemos o hagamos, y que sea inferior a lo divinamente perfecto, es pecado. La pregunta es: ¿Quién podrá decir: Yo he limpiado mi corazón, limpio estoy de mi pecado? (Proverbios 20:9) ¿Podemos responder afirmativamente? Si no es así, es que estamos contaminados.

Somos desafiantes. La Biblia enseña que el pecado es infracción de la ley (1 Juan 3:4); es decir, pecado es la rebelión deliberada contra la autoridad y la ley de Dios. Ninguna ley civil nos obliga a mentir, o a hacer trampas, o a tener pensamientos impuros, o a pecar de cualquier otra manera. Escogemos pecar. Escogemos actuar contra la santa ley divina. Desobedecemos deliberadamente contra Dios, y esto es muy grave, pues Dios es justo, y Dios está airado contra el impío todos los días (Salmo 7:11). Dios nunca puede ser ‘blando’ cuando se trata del pecado, y podemos estar seguros que ni siquiera uno solo de nuestros pecados quedará sin castigo. El castigo de algunos se hará evidente durante esta vida, pero el castigo final vendrá después de muertos, cuando en el Día del Juicio cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí (Romanos 14:12).

¿HACIA DÓNDE NOS ENCAMINAMOS?

Hay muchas ideas acerca de qué es lo que pasa cuando morimos. Algunos dicen que desaparecemos en la nada, otros dicen que todos vamos al cielo. Otros creen que vamos a un lugar donde nuestras almas son purgadas de su pecado y preparadas para el cielo. Pero en la Biblia no hay nada que apoye alguna de estas teorías.

En vez, encontramos esto: está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio (Hebreos 9:27). Aquellos que tienen una relación buena con Dios (basada en su justicia) son bienvenidos en el cielo y pasarán la eternidad gozando de su gloriosa presencia. Todos los demás sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder (2 Tesalonicenses 1:9). Una palabra que comúnmente se usa como sinónimo de esta ‘eterna perdición’ es ‘infierno’. Hay cuatro cosas importantes que debemos aclarar sobre el infierno:

Es bíblico. No es algo ‘inventado por la iglesia’. La Biblia lo llama la condenación del infierno (Mateo 23:33), y habla de los que serán echados en el infierno (Mateo 5:29), revelando más sobre este lugar de lo que revela sobre el cielo, no dejando lugar alguno para que se dude acerca de su realidad.

Es horrendo. Es descrito en la Biblia como un lugar de tormento (Lucas 16:28), un horno de fuego (Mateo 13:42), un lugar de llamas eternas (Isaías 33:14) y de fuego que nunca se apagará (Mateo 3:12). El infierno es un lugar de sufrimiento, allí será el lloro y el crujir de dientes (Mateo 22:13) y el humo de su tormento sube por los siglos de los siglos (Apocalipsis 14:11). Estas son palabras espantosas, pero verdaderas. Los que pueblan el infierno están separados para siempre de todo bien y del consuelo que la presencia de Dios pueda darles; están maldecidos por Dios y sin esperanza alguna de recibir de él ni siquiera la ayuda más pequeña.

Es eterno. Todos los caminos al infierno son callejones sin salida. Entre el cielo y el infierno hay una gran sima (Lucas 16:26). El horror, la soledad y la agonía del infierno no son para purificar a los pecadores, si no para castigarlos eternamente. 

Es justo. La Biblia nos dice que Dios juzgará al mundo con justicia (Hechos 17:31). Es, pues, perfectamente justo de su parte enviar a los pecadores al infierno. Después de todo, él sólo les está dando lo que ellos han elegido: han rechazado a Dios aquí; por lo tanto él los rechaza allá. Han escogido vivir vidas impías; por lo tanto él los confina para siempre en el lugar que su estilo de vida elegido se merece. Dios no puede ser acusado de injusticia o parcialidad por esto.

A la luz de esta terrible verdad, necesitamos considerar seriamente la pregunta que una vez el Maestro le formuló a un grupo de personas en el Nuevo Testamento: ¿Cómo escaparéis de la condenación del infierno? (Mateo 23:33)
        
¿PUEDE AYUDARNOS LA RELIGIÓN?

El hombre ha sido llamado un animal religioso. Muchos libros se han escrito acerca de las formas en que los hombres han tratado de satisfacer sus anhelos y sentimientos religiosos. Los seres humanos, desde tiempos inmemoriales, han adorado al sol, a la luna y a las estrellas; a la tierra, al fuego y al agua; a ídolos  de madera, piedra y metal; a los peces, a los pájaros y a otros (sino a todos los demás) animales. Han adorado a incontables dioses y espíritus que no son otra cosa que productos de su pervertida imaginación. Otros han intentado adorar al Dios verdadero a través de una variedad de sacrificios, ceremonias, sacramentos y servicios. Pero la ‘religión’, sin importar cuán sincera sea, nunca podrá resolver el problema del pecado del hombre; esto por al menos tres razones.

La religión no satisface a Dios. La religión es el intento del ser humano por hacer las paces con Dios. Tal intento es inútil, pues como ya hemos visto aún el mejor esfuerzo del hombre falla en alcanzar el perfecto estándar de Dios, y por lo tanto es inaceptable. La Biblia no puede ser más clara en cuanto a esto: todas nuestras justicias son como trapo de inmundicia ante él (Isaías 64:6). Dios demanda perfección: la religión no cumple tal demanda.

La religión no puede quitar el pecado. Nuestras virtudes no pueden anular nuestros vicios. Nuestras buenas obras no pueden remover nuestras malas obras. Una persona nunca podrá saldar su cuenta con Dios por medio de las buenas obras.  Está escrito que la reconciliación con Dios no puede ser alcanzada por obras, para que nadie se gloríe (Efesios 2:9). Ningún esfuerzo o rito religioso –bautismo, votos,  confirmación, misas, asistencia a templos o parroquias, rezos, ofrendas, sacrificios de tiempo y esfuerzo, lectura de la Biblia, etc.– puede cancelar uno sólo de nuestros pecados.

La religión no puede cambiar la naturaleza pecaminosa del hombre. El comportamiento de una persona no es el problema, sólo es el síntoma. El problema del ser humano es su corazón, y por naturaleza el corazón del hombre es corrupto y depravado. Asistir a un templo o parroquia y participar en alguna que otra ceremonia religiosa (o en todas) puede hacer que alguien se sienta bien, pero estas cosas no pueden hacer que ese alguien sea bueno. ¿Quién hará limpio al inmundo? Nadie (Job 14:4).

Algunas de las actividades religiosas mencionadas son obviamente ‘buenas’ en sí mismas. Por ejemplo, esta bien asistir a la iglesia, es bueno leer la Biblia y orar, lo sabemos porque Dios mismo nos dice en su Palabra que debemos hacer estas cosas. Pero no debemos confundirnos y creer que con estas obras saldamos nuestra cuenta con Dios y nos reconciliamos con él. Ellas no sólo no nos sirven para esto, si no que confiar en ellas como medio para hacer las paces con Dios le añade a nuestro pecado y nos confirma en nuestra condenación.

¿HAY ALGUNA RESPUESTA?

Sí, la hay: Dios la ha proporcionado. El mensaje central de la Biblia está contenido en estas palabras: Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna (Juan 3:16).

Mencionamos anteriormente que un Dios justo y santo debe castigar el pecado. Pero la Biblia también nos dice que Dios es amor (1 Juan 4:8). Aunque es cierto que Dios odia el pecado, también es cierto que ama al pecador y ansía perdonarlo. Pero, ¿cómo puede un pecador ser perdonado con justicia si la ley de Dios demanda tanto su muerte física como espiritual? Dios solucionó tal problema en la persona de Jesucristo. El Padre ha enviado al Hijo, el Salvador del mundo (1 Juan 4:14).

Dios el hijo tomó la naturaleza humana y se hizo totalmente un hombre. Pero aun así permaneció siendo totalmente Dios. La Biblia dice que en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad (Colosenses 2:9). Jesucristo permaneció siendo totalmente Dios como si no se hubiera hecho hombre; y se hizo totalmente un hombre como si no fuera Dios. Jesucristo es, por lo tanto, único; la Biblia confirma esto de muchas maneras. Su concepción fue única; él no tuvo un progenitor humano: fue concebido en el vientre de una virgen por medio del poder milagroso del Espíritu Santo. Sus palabras fueron únicas: los que lo oían se admiraban de su doctrina, porque su palabra era con autoridad (Lucas 4:32). Sus milagros fueron únicos: recorrió toda su tierra sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo (Mateo 4:23); y en varias ocasiones incluso resucitó muertos. Su carácter era único: fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado (Hebreos 4:15); de tal forma que Dios el Padre pudo decir de él: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia (Mateo 3:17).

Nótese la última frase. Esto significa que, como hombre, Jesús cumplió la ley de Dios en todos sus aspectos y que, por lo tanto, no estaba sujeto a la doble pena de muerte que merece el pecado. Sin embargo, fue arrestado bajo cargos falsos, sentenciado a pesar de que la evidencia era también falsa, y finalmente fue crucificado en Jerusalén. Pero su muerte no fue un accidente extraño e inevitable; fue parte del determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios (Hechos 2:23). El Padre envió al Hijo con el propósito de que este pagara con su muerte la pena que merece el pecado, y voluntariamente Jesús vino. En sus propias palabras, el propósito de su venida al mundo fue para dar su vida en rescate por muchos (Mateo 20:28). Su muerte, al igual que su vida, fue única.

Esto hace que sea vital que entendamos que pasó cuando Jesús murió, y qué puede significar su muerte para nosotros.

¿POR QUÉ LA CRUZ?

El tema principal de la Biblia no es la vida perfecta que Jesús llevó, ni su enseñanza maravillosa ni sus sorprendentes milagros, sino su muerte. Por encima de todo lo que mencionan las Escrituras, está el hecho de que Jesús vino al mundo a morir. ¿Qué es lo que hace que su muerte sea tan importante? La respuesta es que él murió como un Substituto, como el que llevó nuestros pecados, como el Salvador.

Jesús el Substituto. Esto demuestra el amor de Dios. Ante la santa ley de Dios, la cual demanda que cada pecado sea castigado, los pecadores somos culpables, estamos perdidos y somos impotentes. ¿Cómo podemos escapar de la justa ira de Dios? La respuesta de la Biblia es esta: Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros (Romanos 5:8). Como parte de un sorprendente plan de rescate, Dios el Hijo se ofreció a tomar el lugar de los pecadores para sufrir él el castigo que nosotros merecemos por nuestro pecado. El santo Hijo de Dios voluntariamente sufrió y murió por nosotros, el justo por los injustos (1 Pedro 3:18).

Jesús el que llevó nuestros pecados. Esto demuestra la santidad de Dios. No hay nada falso acerca de la muerte de Jesucristo. Él pagó de forma real y completa el castigo que merece nuestro pecado. Cuando colgaba del madero, él clamó: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? (Marcos 15:34). En ese momento terrible Dios el Padre le volvió la espalda a su amado Hijo, quien experimentó el castigo de la separación de Dios. Nótese como esto manifiesta la perfecta santidad de Dios. Todo pecado, cada pecado, debe ser castigado; y cuando Jesús tomó el lugar de los pecadores él se hizo responsable por nuestros pecados como si él mismo los hubiera cometido. El hombre que vivió una vida perfecta sufrió la doble pena de muerte que merecemos nosotros, los culpables.

Jesús el Salvador. Esto demuestra el poder de Dios. Tres días después de su muerte, Jesucristo fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos (Romanos 1:4). Se presentó vivo con muchas pruebas indubitables (Hechos 1:3); y ya no muerela muerte no se enseñorea más de él (Romanos 6:9). Al resucitar a Cristo de entre los muertos, Dios demostró que había aceptado su muerte en lugar de los pecadores como un pago total y perfecto, y que la aceptaba también como la base sobre la cual Cristo ahora pude ofrecer un perdón total (salvación) a aquellos que de otra manera estaríamos condenados a pasar la eternidad en el infierno.

¿Se aplica esto a ti? ¿Cómo puedes reconciliarte con Dios? ¿Cómo puede Cristo convertirse en tu Salvador?

¿CÓMO SER SALVO?

¿Quieres de verdad ser salvo? ¿Quieres reconciliarte con Dios, cualquiera sea el costo o las consecuencias? Si no es así, es porque no has comprendido la importancia de estas páginas que has estado leyendo. Tal vez deberías leerlas de nuevo, lenta y cuidadosamente, pidiéndole a Dios que te muestre la verdad.

Si Dios te ha mostrado tu necesidad, y quieres recibir la salvación de Dios, entonces debes mostrar arrepentimiento para con Dios, y fe en nuestro Señor Jesucristo (Hechos 20:21).

Debemos arrepentirnos. Esto significa cambiar de actitud en cuanto al pecado. Debemos cambiar nuestra forma de pensar. Debemos admitir que somos pecadores, rebeldes contra un Dios santo y lleno de amor. Debemos cambiar de corazón, con pena y vergüenza genuinas a causa de la vileza e inmundicia de nuestro pecado. Debemos estar dispuestos a darle un giro de 180º grados a nuestra vida. Dios nos desafía a hacer obras dignas de arrepentimiento (Hechos 26:20). Debemos hacerlas, si nuestro arrepentimiento es sincero. Dios no perdonará ningún pecado que no estemos de verdad dispuestos a abandonar. Arrepentirse es cambiar de dirección, buscando de todo corazón vivir de una forma que le agrade a Dios.

Debemos tener fe en Cristo. Primero que todo, esto significa aceptar que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente (Mateo 16:16) y que él murió por los impíos (Romanos 5:6). Segundo, significa creer que en su poder y amor Cristo es capaz de y está dispuesto a salvarnos. Tercero, significa poner nuestra confianza en Cristo, depender de él y solo de él para que nos reconcilie con Dios. Nuestra naturaleza pecaminosa no nos dejará abandonar fácilmente la confianza que hemos puesto en nuestra propia ‘bondad’ o religión. Pero no tenemos otra alternativa. Debemos dejar de confiar en nosotros mismos y en todo lo demás y confiar solo en Cristo, quien puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios (Hebreos 7:25).

La Biblia dice que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo (Romanos 10:9), porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo (Romanos 10:13). Si verdaderamente confiamos en Cristo como nuestro Salvador y lo reconocemos como nuestro Señor, estas promesas son para nosotros.

¿Y AHORA QUÉ?

Cuando confiamos en Cristo según sus términos, hacemos las paces con Dios. La Biblia llama a este estar en paz con Dios ‘justificación’. Dice: Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo (Romanos 5:1). A través de Cristo, todos nuestros pecados son perdonados: todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre (Hechos 10:43). Al aceptar a Cristo como nuestro Salvador personal somos hechos miembros de la familia de Dios: Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios (Juan 1:12). Estamos seguros en esta salvación: ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús (Romanos 8:1). Dios mismo ha venido a nuestra vida en la persona del Espíritu Santo: el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros (Romanos 8:11). ¡Qué grandes verdades son estas!

Pero necesitamos crecer en nuestra vida espiritual. Para esto, hay cuatro cosas importantes a las que debemos prestarle mucha atención.

Oración. Cuando no éramos creyentes, no podíamos dirigirnos a Dios; ahora podemos adorarlo por su gloria, poder, santidad y amor. Podemos pedirle diariamente que nos perdone nuestros pecados. Los que se convierten en hijos de Dios no son perfectos, pero si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad (1 Juan 1:9). Podemos agradecerle diariamente a nuestro Padre celestial por su bondad. Hay tantas cosas por las que debemos agradecerle, como por ejemplo, todos aquellos pequeños beneficios de nuestra vida diaria que solemos dar por sentado. Pero, de una manera especial, debemos agradecerle que nos haya salvado, que nos haya aceptado como hijos, que nos haya dado vida eterna. Nunca debería parecernos difícil hacer esto; y si lo parece, podemos pedirle su ayuda con toda honestidad; él no sólo nos ayudará en nuestras oraciones personales, si no que nos guiará a orar por otros, especialmente por aquellos que sabemos que aún están muy lejos de Dios, tan lejos como lo estuvimos nosotros una vez.

Estudio de la Biblia. Cuando oramos, nosotros hablamos con Dios; cuando leemos y estudiamos la Biblia, Dios nos habla a nosotros. Es, por lo tanto, muy importante que la leamos diariamente comprobando lo que es agradable al Señor (Efesios 5:10). Cuando estudiemos la Biblia, pidámosle a Dios que nos haga capaces de entender su significado y de obedecer su enseñanza, para que así crezcáis para salvación (1 Pedro 2:2). Necesitaremos ayuda para comenzar a estudiar la Biblia. En el libro de Hechos leemos sobre un alto funcionario etíope que había ido a adorar a Dios a Jerusalén. Volvía sentado en su carro, leyendo al profeta Isaías. Cuando Felipe le preguntó si entendía lo que leía, el etíope le respondió: ¿Y cómo podré, si alguno no me enseñare? (Hechos 8:31). Este era un hombre con una gran educación y conocimiento, pero reconoció que esto no era suficiente para ayudarle a comprender las Escrituras. Necesitaba un creyente en la Biblia que lo ayudara a entenderla. Hay un discipulador disponible si envías un mensaje a través del Formulario de Contacto del blog. 

Comunión. Dios quiere que nos reunamos regularmente con otros hermanos y hermanas en la fe: no dejando de congregarnos (Hebreos 10:25). Pero, ¿cuáles son las marcas de una congregación correcta? Crucial para responder esta pregunta son las palabras del Señor Jesús sobre el tema: Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (Mateo 18:20). El Señor mismo debe ser el centro y la razón de la congregación – no un pastor, no un sermón, no un programa musical o de otra clase, no una denominación o templo. Un ferviente amor por la Persona de Cristo y una adoración sentida de Su Persona debe ser la primera marca de una congregación correcta. La segunda marca es la doctrina. No podemos servir correctamente al Señor, a los hermanos ni a los inconversos si no conocemos las enseñanzas de la Palabra de Dios. Si creemos que una doctrina es correcta, y la enseñamos como tal pero no lo es, terminaremos como falsos profetas, como propagadores del error. Muchos han comenzado bien la carrera cristiana, y se han desviado luego por adherirse a la iglesia que mejor les pareció sin considerar los errores que allí enseñaban. En nuestro breve estudio LA IGLESIA NUEVOTESTAMENTARIA hablamos más detalladamente sobre este importantes tema, además de ofrecerle al lector la posibilidad de descargar el mejor libro que hemos encontrado en el mercado sobre eclesiología: CRISTO AMÓ A LA IGLESIA.

Servicio. Ahora que somos creyentes, ¿qué nos exige Dios? Que andes en todos sus caminos, y que lo ames, y sirvas a Jehová tu Dios con todo tu corazón y tu alma (Deuteronomio 10:12). Debemos recordar siempre que Dios nos salvó y llamó con llamamiento santo (2 Timoteo 1:9). Debemos apartarnos de nuestras antiguas costumbres mundanas (santificación); pues la voluntad de Dios es vuestra santificación (1 Tesalonicenses 4:3). Debemos, también, procurar servir a Dios con nuestras aptitudes: Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas (Efesios 2:10). Finalmente, debemos estar listos para aprovechar las oportunidades que tengamos de contarle a otros cuán grandes cosas el Señor ha hecho con nosotros (Marcos 5:19). Contarle a otros acerca de Cristo no es sólo el deber de los que hemos creído en él, si no que es una experiencia emocionante.

Desde ahora en adelante, como verdaderos creyentes, debemos procurar vivir de tal manera que anunciemos siempre las virtudes de aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable (1 Pedro 2:9).

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